Los peces de la amargura, la última colección de cuentos de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959). Formalmente incluye relatos en primera persona (‘Lo mejor eran los pájaros’, por ejemplo) y cuentos narrados por una voz omnisciente (‘Enemigo del pueblo’, ‘Los peces de la amargura’, etcétera); uno está escrito en forma epistolar (‘Informe desde Creta’) y otro podría considerarse más un sainete beckettiano que un cuento (‘Después de las llamas’). Desde el punto de vista de los contenidos, todos traen a un primer plano el clima de violencia social que se ha vivido en el País Vasco durante las últimas décadas, con el terrorismo de la organización ETA como telón de fondo.
En algunos relatos los personajes sufrieron daños colaterales en acciones terroristas. Es el caso del que da título a la colección, ‘Los peces de la amargura’, y de ‘Después de las llamas’, que la cierra con un guiño de humor. Entre éstos también se encuentra el interludio macabro de ‘La colcha quemada’, que refleja la miseria espiritual de los que se lavan las manos. En otros relatos los daños son directos e irreparables. ‘Enemigo del pueblo’ narra un linchamiento moral, y en ‘El hijo de todos los muertos’ un adolescente averigua cómo mataron a su padre y cae en la cuenta de que su compañera de iniciaciones amorosas es hermana de una de las asesinas. Esta asesina, cumplida la pena, recibe un sentido homenaje -con acordeón y trajes regionales- organizado por la cosa abertzale. ‘Maritxu’ y ‘Golpes en la puerta’ muestran respectivamente el vía crucis que pasa la madre de un etarra y el relato que hace un terrorista de cómo llegó a serlo.
No son retratos alentadores. Pero reflejan la regresión que se ha producido, en buena parte del territorio, al modelo represivo del primer franquismo -o de cualquier populismo nacionalista-: delaciones, amenazas, insultos, depuraciones raciales, exclusión social, consignas homicidas (¡ETA mátalos!), chismorreos convertidos en acusaciones y acusaciones convertidas en sentencias. En resumen, historias terribles que despiertan el hechizo que sienten los hombres ante la representación compulsiva del horror.
El valor histórico de estos diez
relatos reside en que documentan la sociedad de castas identitarias modelada en el País Vasco por el nacionalismo. Para quienes se interesen -hoy y dentro de cien años- por la vida cotidiana en Euskadi a finales del siglo XX y principios del XXI, no tendrá precio. Su valor literario, hay que insistir, descansa en la representación sobrecogedora de los conflictos que ha traído consigo la imposición de este modelo social. Los peces de la amargura, con la humildad deliberada de su costumbrismo lingüístico, transmite magistralmente la resignación y la culpa inducida en los parias; y también la desgracia de los educados en el odio asesino y en el mesianismo de “salvar a Euskal Herria”. A Fernando Aramburu le debemos esta crónica templada y llena de futuro, tan humilde como soberbia y tan esencial como imprescindible
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El libro contiene cuatro relatos centrados en la Guerra civil española y en los años inmediatamente posteriores:
“Primera derrota: 1939 o Si el corazón pensara dejaría de latir”: la historia de un militar durante la Guerra civil española, del bando franquista en la batalla de Madrid, que se rinde a los republicanos en cuanto supo que éstos iban a rendir sus armas a su bando.
“Segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido”: el diario de un hombre que huye de las tropas franquistas. Que, en su viaje hacia Francia, se ve atrapado en una cabaña en las montañas entre Asturias y León, alejada de todo, donde ve morir a su mujer en el parto, quedándose al cuidado de su bebé, sin ayuda ni medios, .
“Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos: relato sobre una cárcel franquista, de la vida en ella, de la derrota y de los hilos alargados de la guerra, de la muerte, de los fusilamientos, del final, de la nada…
“Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos”: historia de “un topo” -un republicano oculto en un escondite de su casa-, y de su familia, en la ciudad de Madrid en los años posteriores al fin de la guerra civil; contada a través de los ojos de su hijo y de un sacerdote que circula por los alrededores de la vida de su familia.
“Los girasoles ciegos” habla de derrotas en la derrota, habla de personas concretas, de desastres individuales debajo del gran caos de la pérdida de la guerra. De pequeños retales que no aparecen dentro de la gran tela quemada, pero que son parte de ella.
Se rompieron las cuerdas de los violines cuando la orquesta desapareció, nadie dio parte de ello, nadie reclamó por su suerte, nadie pareció notar que nada había, pero las cuerdas de los violines se rompieron, nadie las volverá a oír sonar. Ellos, los protagonistas, eran cuerdas que sonaban como el pulso del corazón; sus vidas, sus familias, sus hijos, fueron la orquesta que sonaba con ellos, la música ya no sólo era la defensa de sus ideas republicanas, sino de la razón justa, de la que ellos sentían como la recta, la que debía ser. La huida, la cárcel, no son más que el rumbo hacia la nada, el camino hacia el llanto del moribundo, al quejido del niño que va a morir, la nieve que lo tapa todo, las rejas que no volverán a cerrarse, el paredón que no volverás a mirar, el trigo donde no volverás a esconderte… y, al final, el abismo que ves derrumbarse delante y te arrastra. Te lleva sin miramientos, sin posibilidad de salvación.
Pero Méndez, no sólo habla de republicanos en el límite, en el momento justo en el que están a punto de romperse, sino que también habla de un capitán del bando nacional, que ve que las cosas no son así, no debían serlo, y descubre que su bando debe ser el otro, pero no por razones políticas, su punto de vista moral le dice que aquel debe ser su lado, puesto que ve que su bando no quiere ganar la guerra sino matar al enemigo. Pero en su caso la derrota es doble derrota, ya que no es de ningún bando; es traidor para unos y enemigo para los otros. Es él en realidad el reflejo real de un pueblo que lucha contra sí mismo.
Pero “Los girasoles ciegos” también incluyen a los vencedores: al que se ensaña, al dominante que cree disponer sobre la vida y la muerte, al dueño de la represión, a la madre de la venganza, al sacerdote de la iglesia de la muerte. Los vencidos deben serlo dos veces para orgullo del patrón de la guerra. La muerte acompaña a los palios y las botas, la vida parece olvidar a los vencidos.
Los cuatro relatos están unidos íntimamente en la trama y en el tema entre ellos. Y si la derrota amarga tuviera un lado aun más apesadumbrado, éste sería el que cuenta Méndez. Nada es posible en la caída, ya ni el destino puede salvarte, es imposible hacer nada contra él.
El pasado 28 de abril se creó una subcomisión en el Parlamento español para estudiar las posibilidades de implantación de la renta básica (RB) en el Reino de España. Una RB, es decir, una asignación monetaria incondicional para toda la población, sin otro requisito que la ciudadanía o residencia acreditada. Esta propuesta ha sido estudiada y discutida a lo largo de las últimas tres décadas en distintos ámbitos académicos, políticos y sociales. En una situación de crisis económica profunda como la que estamos inmersos en la actualidad, ¿qué papel podría desempeñar una RB? Me limitaré a tres aspectos Empecemos por las consecuencias del desempleo. Perder el puesto de trabajo provoca una situación de inseguridad económica y vital bien estudiada. Pocos podían imaginar que la tasa de desempleo llegaría al 17,3% en el primer trimestre de 2009, como ahora constatamos. Existen previsiones de algunos investigadores (Edward Hugh, entre otros) que llegan a estimar hasta el 30% de desempleo para finales de 2010. “Ya vendrá la recuperación”, repiten algunos como loros. Y es verdad, pero cuando se acabe produciendo, no podrá absorber en pocos años este monumental ejército de parados.Si se pierde el puesto de trabajo, pero se dispone de una RB indefinida, el futuro se presenta de forma menos preocupante. En momentos de crisis, donde el desempleo crece aceleradamente, esta característica de la RB cobra mayor importancia social.Consecuencia inmediata del gran incremento de desempleo, la pobreza aumentará profusamente. Han sido necesarias tasas de crecimiento económico sustancial a lo largo de los últimos lustros para mantener una proporción de pobres de alrededor del 20%. La RB representaría un buen dique de contención de esta oleada de pobreza.La percepción de una RB supondría una reducción del riesgo en el momento de iniciar determinadas actividades de autoocupación.A grandes trazos, hay dos tipos de emprendedores: aquellos que tienen un respaldo (familiar, muchas veces) que les permite plantear un pequeño proyecto empresarial de forma razonablemente segura, y aquellos para los cuales la autoocupación es la única salida laboral. En el segundo caso, el riesgo en el que se incurre no es sólo perder la inversión, sino perder los medios de subsistencia, lo que hace que cualquier decisión de inversión resulte mucho más azarosa. Pero el riesgo no termina aquí: en muchos casos, la falta de un capital inicial mínimo retrae a potenciales emprendedores. En una situación depresiva, la RB, además de representar un incentivo, en cualquier caso mayor que sin ella, para emprender tareas de autoocupación, supondría una mayor garantía para poder hacer frente, aunque fuera parcialmente, a las eventualidades de los que el pequeño negocio les ha ido mal. Así como la posibilidad de iniciar otro con más posibilidades que el anterior.Mucha gente que conoce la propuesta de la RB objeta: “Todo esto es muy bonito, pero ¿cómo se financia una RB?”.Una RB que tenga sentido debe significar una redistribución de la renta de los ricos a los pobres. Y esto significa hablar del papel de los impuestos. “Los impuestos, lejos de ser una obstrucción de la libertad, son una condición necesaria de su existencia”, es la forma de expresarlo del constitucionalista estadounidense Cass Sunstein. Los impuestos y el dinero público pueden emplearse para usos muy diferentes. Cabe recordar que los rescates y las ayudas a los bancos realizadas hasta el momento en Estados Unidos suman 12,8 billones de dólares (hasta abril). O lo que es lo mismo: 42.105 dólares por habitante. Además, esta cantidad es igual a 14 veces el efectivo en circulación (casi 900.000 millones). Y se trata de una cantidad muy próxima al conjunto del valor del PIB estadounidense.Sorprende constatar lo rápido que aflora el dinero público en determinadas circunstancias y lo tiñoso que resulta cuando se trata de garantizar la existencia material de toda la población. En Estados Unidos se ha llegado a esta increíble situación: los tipos impositivos nominales a los más ricos se han reducido del 91% en el año 1961 al 35% de la actualidad, pero si se trata de beneficios empresariales la tasa marginal aún es inferior. Esta gran rebaja continuada de los impuestos a los más ricos es parte de la explicación de la tremenda redistribución de la renta de los pobres a los ricos en las tres últimas décadas. El que fue ministro del presidente Clinton, Robert B. Reich, escribía en el diario The Washington Post del pasado 1 de febrero que si en 1976 el 1% más rico de EE UU acaparaba el 9% de la renta nacional, en el 2006 ya acumulaba el 20%.De los más interesantes estudios realizados para financiar una RB, se concluyen dos aspectos de suma trascendencia: es posible financiarla y los sectores de la población con rentas más bajas saldrían ganando claramente respecto a la situación actual.Con la creación el 28 de abril de esta subcomisión parlamentaria para tratar de estudiar la necesidad y la viabilidad de una RB, se abre la posibilidad de que esta propuesta social sea conocida por el Parlamento y por buena parte de la población.Daniel Raventós es presidente de la Red Renta Básica (www.redrentabasica.org) y profesor titular de la Facultad de Economía y Empresa de la UB.