07 PM | 14 Abr

SAYAT NOVA

 

La vida de un poeta: Sayat Nova

Un poeta puede morir, pero jamás lo hará su musa.

 

Existe cierto tipo de obra de arte ante la cual es fácil sentirse admirado sin entender ni siquiera su propósito inicial. Son obras que son reverenciadas sin la menor intención de llegar a comprenderlas. Algunos ejemplos son las obras de James Joyce, Igor Stravisnky, György Ligeti, etc. En el cine, como en las demás artes, existen estos trabajos condenados a la academia en el mejor de los casos, tratados con respetuosa indiferencia en la mayoría. Tal es la situación de Sayat Nova (conocida internacionalmente como The Color of Pomegranates), obra cumbre de Sergei Parajanov, prohibida en su época y hoy dejada de lado por los críticos e investigadores de cine. Pero al preguntarle a algún crítico cualquiera que qué opina de esta película, dirá con certeza que se trata de una de las más hermosas películas jamás filmadas. Y sin mayor preámbulo, lo es.

La película, de forma no narrativa, cuenta una versión abstracta del mayor poeta armenio, Sayat Nova (Rey de las Canciones), nacido Harutyun Sayatyan en Tiflis, hoy en Georgia. Vivió como poeta, cantante y experto en el kamancheh, instrumento típico de cuerdas. El poeta inició su vida en el campo, tiñendo telas con su familia. Llegó a ser poeta de la corte de Erekle II de Georgia, hasta que se enamoró de su hermana y fue expulsado. Pasó a un monasterio, y vivió como monje el resto de su vida. Fue ejecutado por negarse a rechazar su fe cristiana y hoy en día es reconocido como uno de los mayores artistas de la rica cultura de Armenia

 

 

El filme se construye como una serie de retablos vivientes. La cámara se mueve muy poco (acaso un par de veces, y son movimientos mínimos), así que los actores encarnan imágenes vivas de un pasado rico culturalmente y explosivo en color y textura. Del mismo modo, el diálogo es inexistente: sólo hay cantos, recitaciones sueltas de poesía, líneas pronunciadas por personajes silenciosos en la imagen. El director deja que su poesía hable por sí sola, con una sensibilidad que como pocas veces antes o después, recaptura la atmósfera del cine mudo, una purificación del cine similar a la de Robert Bresson, aunque claro, en un estilo opuesto en casi todos los sentidos. Mientras la obra de Bresson es austera y minimalista, la de Parajanov es opulenta, texturizada, cuadros vivos de color que giran en torno a relaciones simbólicas entre los elementos dispuestos en el plano. De esta manera, aunque se suprime el movimiento de la cámara, no así la acción, que se sucede de forma lenta y rítmica, resaltada por música hipnótica y sobrecogedora. Los actores desarrollan una coreografía simbólica y sencilla en gestos, narrando poco a poco, más que la vida del poeta, su estado de ánimo en diversos momentos de su existencia.

Sayat Nova es una vida cíclica y sensible, que empieza y termina en el mismo punto: las telas teñidas de rojo. Por las dagas, las granadas reventadas, los tintes. Como si la existencia tiñera lentamente la poesía del protagonista, de forma imparable e involuntaria. El poeta acepta su destino de artista, acostado en una posición muy similar a la de Cristo en la cruz, entre libros antiguos cuyas páginas las pasa el viento. Sentencia el monje que lo educa al principio que la vida está en los libros, y que sin ellos todo sería ignorancia. Pero la película logra extrapolar este juicio a la totalidad de la cultura: los vestidos, las canciones, las construcciones, las esculturas, los iconos, los cuadros. De este modo llega a los dos aspectos que provocaron la prohibición del filme y el posterior arresto del director: que la cultura debe ser preservada, por encima de cualquier gobierno temporal; y segundo, que el artista debe aceptar su responsabilidad como un sacrificio. Sayat Nova aceptó su legado cultural (el cristianismo fue adoptado en Armenia desde el siglo IV, aproximadamente), y por él murió, hecho representado sin la menor violencia en el filme, simbolizando una aceptación voluntaria y total del destino.”Soy el hombre cuya vida y alma son tortura”, se repite al principio de la película.

El paralelismo con la vida del director no puede ser un accidente. Parajanov defendió la riqueza cultural del Cáucaso contra la sociedad unificante de la Unión Soviética, y por ello fue arrestado y sufrió 4 años en campos de trabajo. Una campaña internacional gestionada por diversos artistas no consiguió su liberación cuando se dio a conocer el arresto. Fue hasta que su condena casi estaba cumplida que fue liberado, y que sus filmes empezaron a ser disfrutados en el extranjero.

El comienzo del filme es la infancia del poeta. La inocencia de la juventud, y el descubrimiento progresivo de la belleza se reflejan en varias escenas hipnotizantes del joven poeta viviendo en el medio de su cultura original.

 El nacimiento de la poesía y del arte (la cultura) se equipara con la creación del mundo en una secuencia que es como un sueño. Los acontecimientos de la vida del poeta se convierten, desde este punto, en accesorios para su poesía: el poeta subyugado a su obra, una imagen poderosa y que puede ser polémica. El foco de la película no está en la vida del poeta precisamente, sino en los vestidos, la música, las pinturas y las diversas tonalidades de Armenia. Con un ojo inocente Parajanov captura esta hermosura en el filme, de un modo innovador e inimitable.

La vida del poeta se narra como un sueño, como un poema, realmente. Emociones, sensaciones, recuerdos, colores, sonidos, más que palabras. En películas como ésta es que descubrimos por qué el cine es un arte tan grande como la literatura, y cuáles son las cosas que puede revelarnos, allá atrás, lejos del ruido ensordecedor de las super producciones. El lenguaje cinematográfico parte de expresiones como ésta, y es extraño que nos impacte ver una obra de este tipo, ya que, en realidad, todas deberían ser así. Supongo que es complicado ver el cine así, pero ya que la calidad de las películas oscila entre tan violentos extremos, a veces hay que tomar partido por algún lado. O justificar bien en el que uno se sitúe. Después de todo, hay grandes directores en todo tipo de cine, y obras de arte tanto en la poesía-filme puros como en las comedias más “superficiales” en apariencia.

Los símbolos presentes en el filme son muchos, algunos, indescifrables para ignorantes de la cultura armenia, y entre ellos me incluyo. Pero que esto no represente una barrera para el espectador: no hay otra película como esta, su belleza es misteriosa, sublime. Hablar de Sayat Nova no le hace justicia, se le hace sonar aburrida e incomprensible.

 Es una experiencia, mística como un trance religioso, que debe ser apreciada como un sacrificio en el altar más que un filme; o como una pintura, más que una narración sostenida de los hechos. No importa cuánto esté contando o revelando acá de un filme que de por sí no tiene suspenso, en el sentido tradicional. Aún sabiendo todo sobre él, es una experiencia espiritual y sensorial, más que una aventura intelectual. En su abstracción consigue la fuerza de un himno religioso, de una confesión, la transfiguración de una trama en la defensa inmortal de la cultura, la tradición, la riqueza de los pueblos. Claro que fue prohibida: le decía al pueblo armenio que resistiera, que conservara su tradición, que aceptara el destino terrible que, como a Cristo, le había sido entregado, uno de sufrimiento y desesperación. Y ya vemos como a lo largo de los siglos, el pueblo armenio ha contribuido de forma increíble a la cultura universal. Este rincón el mundo merece más de la atención de los amantes del arte. Y este filme es una buena justificación de por qué hacerlo.

 

 

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