01 PM | 16 Abr

LO QUE HAY QUE DECIR

 A los 84 años, Grass adopta la forma poética y algunas prevenciones (“envejecido y con mi última tinta”) para quitarle hierro a una toma de postura ante la política exterior de Israel que sabe que levantará ampollas en Alemania, maniatada por un evidente complejo de culpa desde la Segunda Guerra y el Holocausto. Lo que tal vez no podía imaginar Grass es la reacción virulenta que su “poema en prosa” iba a suscitar en el gobierno israelí, quien por boca de su ministro de interior Eli Yishan le declara inmediatamente “personan non grata”, le aconseja poco menos que se exilie en Irán y pide incluso que se le retire el premio Nobel de Literatura. La Academia sueca, mintiendo, ya ha contestado que no tiene por costumbre mezclar la política con las consideraciones literarias.El escritor, que durante años ha criticado en Alemania el pasado nazi de algunos de sus compatriotas, el mismo que en 2005 (Pelando la cebolla) reconoce por iniciativa propia haber militado a los 17 años en las Waffen SS (durante nueve meses y “sin disparar un solo tiro”) vuelve a la carga ahora, tocando lo intocable. El mismo miedo que Grass aduce que usamos como “prueba” contra Irán es el que después se utilizará contra él en Alemania e Israel, un miedo que apenas permite leer con atención su famosos poema. Una vez más, la opinión oculta la verdad y el prejuicio impide leer un simple texto. Leyéndolo atentamente, ¿qué dice este documento que deba provocar escándalo? Si no fuéramos una sociedad tan hipócrita como las anteriores, prácticamente nada: Grass insiste en que el arsenal nuclear israelí, inaccesible a ningún control, es un peligro para la paz mundial; establece una equivalencia, en cuanto a esa opacidad, entre Irán e Israel; harto de la “hipocresía de Occidente”, recuerda que mañana podría ser demasiado tarde; habla de “juegos de guerra” que convierten a los ciudadanos, y a los intelectuales, en una nota a pie de página. No utiliza Grass, por ejemplo, el habitual argumento según el cual, frente a Irán y el resto del mundo musulmán, Israel es la “única democracia” de Oriente Medio. De hecho, después de las geniales declaraciones de Eli Yishan, quien posiblemente utiliza “Lo que hay que decir” con la mirada puesta en el electorado interno, Grass comenta que el gobierno israelí ha realizado en esta ocasión las prácticas represivas propias de las dictaduras, recordando que sólo la antigua RDA y Myanmar (Birmania) le han vetado anteriormente la entrada.¿Antisemita? Grass se manifiesta a favor del pueblo iraní, no de su régimen; a favor del país israelí, no de su nomenklatura. Se puede, por supuesto, estar de acuerdo o no con la posición del escritor, aprobar o rechazar la parte y el todo. Ahora bien, ¿dónde está, a parte del miedo, el motivo de una histeria que nos impide leer, pensar, escuchar? Y no se trata sólo de defender la “libertad de expresión” de cualquiera, sino de defender la necesidad de pensar un argumento nuevo, precisamente porque es distinto e incómodo. ¿No estábamos a favor del pluralismo? Éste no puede consistir en variaciones de la ya cristalizado por el consenso.

La prueba de fuego de la moral, decía Kant, es lo que irrumpe como singular y no tiene equivalencia. Esta posibilidad moral que interrumpe el curso reglamentado de la causalidad, decía el sabio alemán, es lo que diferencia a personas y cosas. Pero es como si los actuales regímenes democráticos estuviesen tan cosificados por la generalidad de lo estándar que cualquier opinión verdaderamente distinta pasa casi automáticamente al campo del terrorismo.Es de destacar que, en principio (hasta una desmedida reacción del gobierno israelí que provoca cierta simpatía hacia Grass), la postura de la izquierda alemana, verdes y socialdemócratas incluidos, fue igual de inquisitorial que el resto de la Alemania oficial, con sus periodistas y políticos otra vez hermanados frente a lo que no se puede decir. Es como si la condición de “recién llegada” a la democracia que tiene parte de la izquierda, acomplejada por su anterior estalinismo, hiciera particularmente furiosa su ilustración a la hora de cerrar filas en torno a los “valores de Occidente”. Por ejemplo, como ocurrió tantas veces en el caso Handke, la página que el 16 de abril le dedica El País a Grass (“intelectual mediático”, “probablemente multimillonario”, “archilaureado, mimado, baboseado premio Nobel”) es llamativamente despectiva y más inteligente de lo que es capaz la derecha. ¿Nos encontramos en un atavismo de las antiguas religiones?: a los herejes no se les escucha, con ellos no se habla. Volvemos a recordar aquel instinto gregario del que se habló en un tiempo, cerrando el cuerpo social como si fuera un organismo. Cierto, no hay sociedad que no sea represiva, que pueda ver los prejuicios que le permiten mirar.Aún así, ¿qué ocurre en las democracias occidentales para que se sientan amenazadas por la punta de un alfiler? Recordemos la reacción de Sarkozy y Hollande ante la masacre de niños y adultos perpetrada en Francia por un solo hombre, un inmigrante árabe convertido al integrismo y dispuesto a matar y morir: “La República ha salido airosa de una dura prueba”. ¿Qué ocurre hoy para que una nación entera tiemble ante la decisión de un hombre? Probablemente, como recordaba Baudrillard en un célebre artículo de hace años, en esta sociedad de la mediación infinita no estamos acostumbrados a que un hombre solo decida hasta el final. Probablemente, ocurre también que las democracias actuales, secuestradas por la especulación económica e informativa, se sienten como un globo hinchado, siempre a punto de desinflarse ante la aparición de una sola punta real. El miedo es a lo real, algo de lo que el texto de Grass (aunque se equivocase en todo) es una pequeña muestra.No entramos en el supuesto narcisismo de este escritor, obsceno y resbaloso argumento ad hominem que siempre se utiliza cuando se carece de otros. La cuestión clave es otra. Con todos sus posibles defectos, Grass todavía representa algo de lo que se le atribuía al intelectual clásico: ponerle palabras al sentimiento de otros. Por el contrario, el poder de los medios en estas situaciones parece representar la avalancha de una opinión que prohíbe sentir por cuenta propia.  ¿De qué pueden estar hinchadas las democracias para que reaccionen así ante cualquier disidencia? Probablemente, del vacío de una simple huida hacia delante. De otro modo no se explican estos reflejos agresivos, no sólo la reacción histérica del ministro Eli Yishan, sino también la hostilidad histérica de tantos medios y gobiernos europeos. Es como si la concatenación informativa de esta época colocase a cada nación, igual que lo hace la sensibilidad bursátil, al borde de un posible “efecto mariposa” ante cualquier evento anómalo.Si esta reacción casi militar se produce en Alemania sobre una respetada celebridad (en Francia ocurrió con Handke, con Debray y Baudrillard), ¿qué ocurriría con cualquiera de nosotros si cometiésemos el error fatal de dar un paso fuera de “lo que hay que decir” y caer del lado malo? En ese caso la inteligencia social sabe que la mejor arma es el silencio. La mayoría de los periodistas e intelectuales orgánicos ni se molestarán en discutir con una posición minoritaria, error que daría celebridad a un personaje todavía clandestino. Sólo se tomará nota y ese sujeto desaparecerá del mapa de lo visible.El resultado es que la combinación de silencio y amenazas ha logrado en la democracia actual una unanimidad que poco tiene que envidiar a la de las dictaduras. Algunos, por ejemplo, sentimos durante el bombardeo de Yugoslavia una atmósfera de incomprensión y hostilidad, incluso entre nuestros propios amigos, que tal vez no habíamos llegado a sufrir durante la dictadura de Franco, donde los bandos estaban más claros.Una democracia puede llevar el instinto policial de la vigilancia hasta el sistema neuronal y perceptivo del individuo, cosa que la tosquedad de una dictadura tiene más difícil. La apisonadora que logra el dictado informativo, machacándonos con imágenes e informaciones que son “distintas” mientras caminen en la misma dirección, es mucho más eficaz que la antigua propaganda desde un solo altavoz. Funcionando en bucle en torno a unas pocas consignas que se repiten, los medios funcionan desde hace tiempo como un Gran Hermano que no tiene rostro ni agencia central. De ahí que sus tambores de guerra se confundan con la misma dispersión conectada de los individuos.  Ignacio Castro Rey. Madrid, 16 de abril de 2012

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