Análisis de Películas

01 AM | 26 Abr

Declaración de Raúl Ruiz – Sobre Misterios de Lisboa

El profesor estadounidense David Bordwell consideró que todas las estrategias narrativas aplicables a los filmes modernos están basadas en una cierta noción de verosimilitud (o evidencia narrativa). Gracias a ellas, las ficciones más desenfrenadas son aceptables y aceptadas. Y esta misma verosimilitud, se dice, es contraria a cualquier desvío de una línea que guíe (lo que se denomina comúnmente la flecha que guía la acción), con sus variaciones en intensidad y sus torsiones y giros turbulentos.

Esta teoría, que depende de un cierto número de reglas frecuentemente atribuidas a Aristóteles, se convirtió finalmente en lo que algunos puristas han llamado ingenuamente “el paradigma Bordwell”; totalidad de estrategias narrativas que derivan del impulso, de la presunción de verosimilitud.

Aquello que se denomina “drama moderno” o “drama burgués”, o también el “postulado Ibsen Shaw”, ha dado pie a esta superstición. En el drama moderno la estructura y la construcción dominan, incluso más allá de la incoherencia poética o de los hechos irrelevantes que estas suponen. El autor es un arquitecto que construye albergues para las ficciones, variados eventos que se vuelven creíbles y relevantes sólo porque están protegidos de la lluvia de lo improbable.

Cada una de estas ficciones o estructuras móviles es guiada por una flecha narrativa. Pero cuidado, solo una por cada ficción: William Tell es una historia bien contada porque sólo una flecha corta en dos una sola manzana, pero la batalla de Azincourt no lo es, porque el enjambre de flechas de Robin Hood y su pueblo no nos permiten leer el tiempo en el reloj narrativo, cubierto por nubes de flechas, cada una guiada por su pequeña intriga independiente. “Nubes y no relojes”, diría Karl Popper.

En el drama moderno, la proliferación de hechos truncados no es aceptable porque nos extravía de la noción de causalidad inherente en la idea de verosimilitud, sin la cual no habría historia alguna.

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08 PM | 23 Abr

La emperatriz Yang Kwei-fei.

ciclo KENJI MIZOGUCHI
La emperatriz Yang Kwei-fei

Casa de cultura san lorenzo de el escorial

salón de actos

COL E CT I V O RO U SS E A U
25 de abril 2024 – a las 18 horas

 

FICHA TÉCNICA
Título original: Yôkihi.
Título español: La emperatriz Yang Kwei-fei.
Nacionalidad: Japón. Año de producción: 1955.
Dirección: Kenji Mizoguchi.
Guión: Matsutaro Kawaguchi, Masashige Narusawa, Yoshikata
Yoda, Ching Doe.
Producción: Daiei Studios, Shaw Brothers.
Productor: Masaichi Nagata, Run Run Shaw.
Fotografía: Kohei Sugiyama.
Montaje: Kanji Suganuma.
Ayte. de dirección: Yasuzô Masumura.
Música: Fumio Hayasaka.
Sonido: Kisaburô Aida, Katsutarô Hanaoka, Kunio Hashimoto.
Dir. artístico: Hiroshi Mizutani.
Vestuario: Tsugio Tôgô.
Maquillaje: Masao Makino.
Decorados: Dai Arakawa, Iwao Iwami.
Intérpretes: Machiko Kyô, Masayuki Mori, Sô Yamamura, Eitarô
Shindô, Eitarô
Ozawa, Haruko Sugimura, Yôko Minamida, Bontarô Miyake.
Duración: 98 min. Versión: v.o.s.e. Color.

 

SINOPSIS
Ambientado en la China del siglo VIII. Narra la historia de amor entre el emperador Hsuan Tsung, viudo desde hace algunos años, y una joven plebeya que se parece mucho a su mujer.
COMENTARIO
Uno de los más hermosos films rodados sobre el sentimiento amoroso, sobre su permanencia en el tiempo, sobre su irrealidad y sobre las obsesiones gene- radas por él. El film está definido inicialmente, por medio de dos movimientos de cámara en sentido inverso y de distinto carácter. Uno es la panorámica ini- cial que nos acerca al envejecido emperador para mostrar su negativa a aca- tar la orden de reclusión dada por su hijo. El otro es un memorable “trave- ling” sobre sedas, a través del cual nos deslizamos en el tiempo para encon- trar al emperador en su juventud llorando en y con música, la prematura muerte de su esposa. Narrada en un largo “flash back”, China en el siglo VIII, el emperador Hsuan Tsung (Masayuki Mori) está triste por la muerte de la emperatriz Yang Kwei – Fei, de quien sigue enamorado. Mientras en la ciudad de Shangai unos hom- bres conspiran para derrocar a la dinastía Tang, pues el emperador desatien- de los asuntos de estado. Con la complicidad de una poderosa abadesa, el codicioso general An Lu-Shang le llevará a palacio a una chica, de sorpren- dente parecido físico con la difunta emperatriz. El emperador quedará sor- prendido de la belleza de Yokihi, creyendo reencontrar a su estimada esposa. Uno de los más bellos cuentos tristes de amor de la historia del cine. La tras- tornada melancolía del emperador Hsuan Tsung inspiró leyendas y poemas, un hipnótico y sensual relato sobre la búsqueda de la felicidad, la añoranza y el delirio por amor. El maestro Mizoguchi se aproxima con buen gusto y una estética magistral sobre el tema de la necrofilia romántica, antes que lo hicie- ra Hichcock en “Vértigo” y Truffaut en “La habitación verde”.
Lo del empera- dor es un amor obsesivo y malsano por una esposa fallecida. Cegado por el deseo de recuperarla, creerá encontrarla en la plebeya Yohiki una atractiva y sensual mujer, explotada por su familia que encarna en la pantalla Machiko Kyo. La actriz que había sido descubierta por Kurosawa en “Rashomon”, en Hollywod formó pareja con Marlon Brando en “La casa de té de la luna de Agosto” de Daniel Mann.
Narrada desde una utilización sabia de la elipsis, el talento para crear imá- genes pictóricas en su primera película en color, filmando una historia de una belleza artística extraordinaria y asombrosa expresividad. Obra maestra del cine romántico, la evocación melancólica de una historia de amor con insinuaciones sobrenaturales. Hubo quien la tachó de blanda y demasiado sentimental, esa opinión depende en cualquier caso, de la dureza de quien hable de ella. Por lo demás, ¿cómo no va ser sentimental la evoca- ción de un amor perdido hecha por un anciano a quien

Organiza: Colectivo Rousseau www.colectivo-rousseau.org Colabora: Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial

C

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01 AM | 15 Abr

El Intendente Sansho (1954)

el intendente sansho posterDirección: Kenji Mizoguchi.
Intérpretes: Kinuyo Tanaka, Yoshiaki Hanayagi, Kioko Kagawa, Eitaro Shindo.


Zushio (Yoshiaki Hanayagi) y su hermana, Anju (Kyôko Kagewa), son separados de su madre (Kinuyo Tanaka) y recluidos en un campo de trabajo regido por el intendente Sanshô Dayû (Eitarô Shindô).
Las durísimas condiciones impuestas por el intendente harán que los hermanos tomen una drástica decisión para cambiar el rumbo de sus vidas.

Es muy difícil, por no decir imposible, pronunciarse acerca de cuál pudiera ser la mejor película que rodó Kenji Mizoguchi, sobre todo, teniendo en cuenta la cantidad de títulos suyos que se han perdido y que nunca podrán recuperarse, para desgracia del séptimo arte.

intendente sanshoLo que sí se puede afirmar es que “El Intendente Sansho” es una de las obras maestras que dirigió Mizoguchi en los últimos años de su vida.Con un guión firmado, entre otros, por Yoshikata Yoda, habitual en las cintas de Mizoguchi, la acción se centra en el descenso a los infiernos de una noble familia por causa de la honradez e ideales preconizados por el cabeza de familia.

La historia, ya de por sí atractiva, se ve realzada por la magnífica puesta en escena, rubricada con la estudiada y perfecta colocación de la cámara y la preciosista fotografía en blanco y negro de Kazuo Miyagawa, responsable también de las imágenes de “Cuentos De La Luna Pálida” (1953).

“El Intendente Sansho” cuenta, entre sus numerosos intérpretes, con una de las actrices niponas más afamadas de todos los tiempos y predilecta de Mizoguchi, Kinuyo Tanaka, quien ya trabajara a las órdenes del director japonés en “Vida de Oharu, Mujer Galante” (1952) y en “La Mujer Crucificada” (1954).Una vez más, como ya hiciera a lo largo de su cinematografía, Mizoguchi refleja la sensibilidad de su elevado arte fijando su mirada en la mujer, en esta ocasión representada en la abnegación y sacrificio hasta la extenuación de una madre y una hermana.

Alberto Alcázar       La ponemos el jueves día 18 a las 18 horas Casa de Cultura San Lorenzo.

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02 PM | 04 Abr

Claves para ver a Mizoguchi

Por MaxiMiliano CurCio

El cine europeo y el norteamericano dominaron la primera parte del siglo XX en su esplendor
cinematográfico. Desde Oriente, una generación de cineastas comienza a destacar situando a Japón en el mapa
cinematográfico. Los maestros del celuloide Yasijiro Ozu, Akira Kurosawa y Kenji Mizoguchi realizan,
coincidentemente, sus primeros films hacia la década del cuarenta.

Nacido en Tokio, en 1898, Kenji Mizoguchi creció en una familia
desestructurada e inició su vida laboral como ilustrador de un diario.
Debuta como director en 1922, retratando los barrios populares de su
ciudad natal con una clara influencia expresionista. Después de su
notable éxito en 1936 (obtiene reconocimiento local por Elegía de
Naniwa y Las Hermanas), enfoca su carrera en melodramas de
reivindicación feminista. La formación pictórica se traslada a su puesta
en escena, heredera de las láminas del pintor de estampas Utamaro y
del artista imperial Tessai. Adapta conceptos naturalistas de autores
franceses, de la literatura Meiji y de las tragedias griegas, para
continuar con sus melodramas de la estirpe de La Historia del Último
Crisantemo (1939). También, admira el carácter observacional y
humanista de Robert Flaherty, el dramatismo humano del
expresionismo alemán, la mirada costumbrista del cine neorrealista
italiano, el carácter legendario de los dramas sociales de John Ford y la
elegante puesta en escena de Max Ophuls.
Argumentalmente, su cine se divide en dos bloques: los temas épicos
y de carácter romántico ambientado en la época Meiji (1898-1916),
basados en la literatura de Izumi Kyoka; y, por otro lado, los dramas costumbristas de
tratamiento contemporáneo y gran dosis de sentimentalismo. Trata ambos géneros desde un prisma feminista que
denuncia la tradición histórica de humillación, visibilizando la situación
de maltrato atávico. Las protagonistas son heroínas ordinarias (geishas,
prostitutas) que intentan sobrellevar y superar con sacrificio un destino,
a priori, insalvable que las empuja a la marginación, encontrándose en
conflicto entre sus obligaciones familiares y los preceptos morales, de
acuerdo a las convenciones sociales.
Mizoguchi evita esquemas maniqueístas, rehúsa finales felices y
rechaza los típicos conceptos moralizantes del drama más elemental.
Emplea la belleza estética como símbolo de esperanza en medio de
historias sórdidas y trágicas, narradas con un romanticismo lírico formal.
Apuesta al placer estético de una composición delicada de la imagen,
mediante recursos como el plano secuencia, al que recurre de modo
habitual. El travelling lateral emula más de un sentido ideológico: rechaza
la frontalidad y apuesta por un segundo plano que transmita una idea enonjunto.

El cineasta oriental distancia la cámara del escenario para transmitir mayor comprensión emocional, aspecto
que podemos certificar en obras magnas como La Vida de Oharu (1953), Cuentos de la Luna Pálida (1954) y Calle de
la Vergüenza (1956). Con frecuencia, innova en perspectivas visuales
que simulen espiar la acción, al tiempo que desafía la centralidad
del intérprete respecto a la cámara sin importar que rompa el
esquema preestablecido ante el ojo del espectador. Es destacable
el valor documental etnográfico intrínseco a las películas de esta
generación y en referencia a la cual, dentro de la obra del nipón,
pueden destacarse El Intendente Sansho, La Mujer Crucificada y Los
Amantes Crucificados (todas estrenadas en 1954).
En tiempos de su preminencia autoral, y en busca de una verdad
más realista, en el cine de Japón resurgen las vertientes de la
tradición literaria teatral. Prolifera una tipología de drama
protagonizado por samuráis durante el período Jidaigeki —que
abarca desde 1603 a 1863—, cuya puesta en escena es austera y
menos artificiosa para transmitir la mayor verosimilitud posible,
con encuadramientos más delicados que acentúan los colores
elegidos. Posteriormente, encontramos films como La Emperatriz
Yang Kwei Fei y El Héroe Sacrílego (ambas de 1955). Destaca, de
igual manera, la apenas más tardía La Calle de la Vergüenza (1956).
Mizoguchi, a lo largo de su obra, practica un importante juego
de picados y contrapicados que generan una poderosa plástica interior del plano; repletos de color, adquieren
un componente dramático extra. Junto con Yasijiro Ozu y Akira Kurosawa, este maestro narrador de historias
conforma el selecto triunvirato del cine oriental clásico.

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