Artículos de Opinión

05 PM | 18 Mar

Interludio de amor

Leyendo las declaraciones de Douglas Sirk en el libro que elaboró Jon Halliday a partir de sus declaraciones, este parecía no tener en demasiado afecto a INTERLUDE (Interludio de amor, 1957). Poco más o menos la define como un compromiso, señala que los exteriores fueron localizados previamente por su director de fotografía William Daniels y, aunque fuera en el ámbito de una producción de Ross Hunter, ni se contó con la aportación de Russell Metty como operador de fotografía –aunque la aportación de Daniels nada tiene que envidiarle-, ni el reparto contaría con intérpretes tan reconocibles del universo sirkiano en la Universal como Rock Hudson, Robert Stack, John Gavin, Jane Wyman, Lana Turner o Barbara Stanwyck. En su lugar, la pareja protagonista se limitaba a la siempre infravalorada June Allyson –espléndida en su rol protagonista- y el generalmente despreciado Rozanno Brazzi –que cierto es desentonaba cuando intentaba imitar los movimientos de un director de orquesta, pero resultaba convincente como galán más o menos otoñal-. Añadamos algo más; INTERLUDE no tiene esa mirada crítica sobre el puritanismo de la sociedad norteamericana que caracterizó algunos de los más célebres films de su realizador, e incluso la presencia argumental del relato de James Cain parece pesar como una losa. Sin embargo, me parece que todas estas miradas provistas de prejuicio, en modo alguno hacen justicia a esta espléndida película, que aunque es posible no podamos situar entre la cima de la obra de Sirk, sí personalmente ubicaría por encima de otros títulos más prestigiosos –y, si se me permite la expresión, efectistas, como WRITTEN ON THE WIND (Escrito sobre el viento, 1956)-. En realidad, considero INTERLUDE como la muestra más pura de melodrama que jamás firmara el director austriaco, su equivalente –a una pequeña menor escala- al AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo, 1957. Leo McCarey), o al en absoluto reconocido y previo SEPTEMBER AFFAIR (1950) de William Dieterle. Y cito esos dos ejemplos, en absoluto al azar, ya que se trata de referencias que guardan no pocas semejanzas con la esencia de esta elegante y delicada muestra del género, a la que incluso el prestigio de su realizador no ha conseguido todavía elevar a la notable consideración que merece.

Helen Banning (June Allison), es una norteamericana que decide viajar hasta territorio alemán, quizá con la secreta intención de encontrarse con ella misma. Con este deseo llega hasta Munich, donde se emplea en una biblioteca. Allí pronto será cortejada por el doctor Morely Dwyer (Keith Andes), sin gran interés por parte de nuestra protagonista. No obstante, un encuentro casual en un ensayo, le acercará de manera irresistible hacia un temperamental y prestigioso director de orquesta. Se trata de Tonio Fischer (Rozanno Brazzi), con el que incluso tendrá un encuentro desastroso. Sin embargo, algo ha prendido entre ellos. Envueltos ambos en constantes sones musicales, poco a poco ese inicial rechazo se irá convirtiendo en un amor sincero. Un amor en el que quizá influya en ella el encontrarse en otro ámbito vital, y para él la posibilidad de escapar de la gran tragedia de su vida; el estado creciente de enajenación sufrido por su joven esposa –Reni (Marianne Koch)-, aspecto este que Helen desconocerá hasta que su romance con Tonio sea un hecho consumado. El descubrimiento de ese matrimonio oculto, asustará a la norteamericana –que nunca ha dejado de ser cortejada de forma discreta por Dwyer-, aunque en un momento determinado, e incluso alentada por la aristócrata tía de Reni –la condesa Reinhart (maravillosa Françoise Rosay)-, acceda a prolongar su relación con el famoso concertista, admitiendo la posibilidad de que su amor contribuya a aliviar la tragedia que este sufre. Será no obstante una vana ilusión, que una dramática circunstancia mostrará en toda su crudeza, admitiendo Helen que su estancia en Alemania no ha sido más que un hermoso, pero irreal, cuento de hadas.

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12 AM | 08 Nov

CONFIDENCIAS EL VIERNES 10 A LAS 18 HORAS VILLA DE EL ESCORIAL

“CONFIDENCIAS”, película de Luchino Visconti

Tenía ganas de compartir con mis compañeros del club de  cine “Confidencias” de Luchino Visconti, una de mis películas más queridas. Desde que la vi por vez primera me ha acompañado –han pasado casi cuatro décadas, y ha llovido, ya lo creo que ha llovido, doy fe de que me han caído unos cuantos chaparrones-. Siempre que vuelvo a contemplarla me sorprende tanto como aquella primera vez y me refrenda en las bases de muchas de mis creencias sociales, y ratifica mi amor enorme por Visconti con quien no me relacioné en persona -como es natural- pero sí tuve el lujo de conocerle por su obra imperecedera.

No sabía cómo iba a funcionar el film, porque el paso del tiempo podría haberle afectado alejándolo del espectador, pero la respuesta fue brillantísima, sentí un orgullo enorme por cada una de las frases con las que me sorprendieron mis nuevos compañeros y la delicadeza y cuidado con que supieron acoger la película, sazonándola incluso y enriqueciéndola con aportaciones técnicas, nuevos enfoques y miradas que añadieron más luz a la luz.

Confidencias” es una película especial que vino envuelta en la turbulencia del tiempo en el que fue filmada y se salió de la pantalla para trascenderse por todo lo que acontecía en Italia en ese momento, y por lo que le estaba ocurriendo a su vez al propio Visconti.

El largometraje se estrenó en 1974, Italia vivía sobresaltada por los terribles atentados terroristas infligidos en su mapa. El terrorismo no tiene signo, es terrorismo puro y duro sin más, pero para que se entienda mejor os diré que en teoría los crímenes provinieron de ambos extremos: por un lado de Ordine Nuovo, una organización neofascista, -también se habló en aquel tiempo de la implicación de la liga anticomunista-,  y por otro de las Brigadas Rojas. En 1970 ya hubo un intento de golpe de estado, Junio Valerio Borghese, oficial de marina condecorado, fundó la organización de extrema derecha Fronte Nazionale y tras la fallida tentativa se refugió en España.

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11 AM | 08 Oct

Cerrar los ojos- Alfonso Peláez

Erice se nos ha hecho mayor

Alfonso Peláez

Cerrar los ojos, la última película de Víctor Erice, es la reflexión profunda y nostálgica del autor sobre el oficio de narrar historias en imágenes, a razón de 24 fotogramas por segundo, con destino al visionado colectivo en una pantalla grande. Dicho en plata: sobre el venerable acto de producir cine.

La he visto en una sala prácticamente vacía. Lógico. La conceptualización de Erice sobre el asunto ―como la mía, y como la de otros muchos aficionados de raigambre antigua― hace bastante tiempo que pasó a mejor vida. Las pantallas hoy están para superpoderes, muñecas de rosa que toman vida a favor del mainstream y zarandajas por el estilo, en digital y ahormadas a un espectador infantilizado.

Volviendo a Erice, diré que es conversación recurrente en el Colectivo la mítica bronca entre Querejeta y el director, cuyo resultado fue la película El Sur, de 1983, tal como la conocemos. De hora y media. De hora y media, porque el productor cerró el grifo y el director nunca pudo rodar la segunda parte. Félix, que nunca comprendió profundamente los mecanismos del materialismo dialéctico, es decir, que es un idealista irredento, añora lo que pudo haber sido (y no fue, como en el bolero) si Erice hubiera podido seguir rodando en el sur profundo. Yo, en cambio, creo que El Sur es una película perfecta (para mí, la mejor de todo Erice) tal cual es, que no necesita ni un minuto más para narrar con hondura y poesía una historia conmovedora de desolación personal. Pues bien, Cerrar los ojos viene a darme la razón. Dura casi tres horas y, a ratos, se echa de menos la tijera implacable de un eventual Querejeta. La historia, interesante, también conmovedora, degrada, a tramos, lo que es un eje narrativo sólido (la indagación sobre la supuesta desaparición de un actor) en un simple pretexto para navegar por un anecdotario casi costumbrista del personaje central: un director fracasado que malvive a salto de mata.

Lo que pasa también, es que hay tal cúmulo de referencias al oficio, a las películas de culto, al saber popular, a veces también a la sabiduría; hay tales personajes secundarios (Max, el montador; Levy, el judío; el pescador); es tal la maestría y la sensibilidad de Erice que uno no puede menos de lamentar que el tinglado, el cine que amamos, esté herido de muerte.

Porque amigos, hasta aquí hemos llegado: la sala de proyección que creó el abuelo cerró hace cuatro años. Max está refugiado entre latas de película que ya nadie podrá ver porque no hay proyectores en ninguna parte. Miguel, el director, en lugar de rodar, planta tomates. El galán de antaño se volvió loco y hoy ni sabe quién es…

Esta película, en mi opinión, es un testamento fílmico aterrador. Pero hay que verla.

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02 PM | 14 May

Presentación Furia, por Juan Torres.

Notas sobre Furia

Hola, buenas tardes. Gracias, Félix por tu presentación.

Aunque os quiero robar el mínimo de tiempo imprescindible, sería de muy mala educación no dedicar unos segundos a agradecer al Colectivo Rousseau y a todos los aquí presentes la deferencia de que hayáis acudido al reclamo de este nuevo ciclo, que me toca a mí inaugurar  por el dudoso mérito de que fui el primero que contestó a la pregunta que formuló Félix en las redes: ¿Cuál es la película que más te gusta? Tengo mucha facilidad de tecla, y a veces eso me juega malas pasadas (y os las juega a vosotros).

La película que vamos a ver es fundamental en la historia del cine por tres razones: por la trayectoria de su director, por la importancia de su lenguaje fílmico y por la complejidad y modernidad de su mensaje.

Fritz Lang: un austriaco nacido aún en el siglo XIX, en el marco, todavía, del imperio austrohúngaro. Destinado a ser arquitecto, como su padre, desechó esa idea y se decantó más bien por la pintura y la escritura. Pero le tocó vivir en unos años tremendos, tan líquidos como los de ahora, con unos cambios geopolíticos, tecnológicos y sociológicos que fueron al mismo tiempo fascinantes y terribles. En tres palabras, se vio metido en el cine por casualidad, se vio influido por casualidad por el expresionismo y se vio por casualidad en brazos del nazismo. De las dos primeras casualidades (cine y expresionismo) no se apartó nunca, pero del nazismo huyó como de la peste mucho antes de que el delirio hitleriano alcanzara su plenitud. Se fue a EEUU, siendo ya un reconocido director de cine alemán,  y supo convertirse en uno de los directores americanos más importantes de la historia.

Lenguaje fílmico: Lang había empezado a dirigir en pleno reinado del cine mudo, de modo que tuvo que aprender a contar historias solo con la imagen (y la música), sin ese incordio de las palabras. Y aprendió además cuando el expresionismo en pintura (y en literatura) marcaron la estética de la Alemania de entreguerras y él, junto con Murnau y algún otro, supo llevarlo al cine. ¿La clave del expresionismo? Subjetividad. ¿Sus herramientas en el cine? Iluminación por contrastes, sobregestualidad, dislocación de la cámara. Aprendió mucho y bien y filmó algunas de las obras maestras del cine mudo alemán (Metrópoli o El doctor Mabuse, por ejemplo) y transitó maravillosamente hacia el sonoro con algunos portentos como M. el vampiro de Dusseldorf).  Este bagage se lo trajo Lang a América y empapó con él el cine para siempre.

Modernidad de su mensaje: Furia es la primera película de Lang en Estados Unidos. La dirige cuando solo lleva dos años en el país y apenas habla inglés, pero se ha empapado bien de la cultura americana y él, que ya viene preocupado por lo que está sucediendo en Alemania, se alarma también por lo que sucede en su país de adopción. Su reflexión, su mensaje, se basa en algunos binomios esenciales: el valor del individuo frente a la masa; la importancia de las instituciones y su utilidad o peligro para el individuo según quién las gestione; la importancia y el riesgo de los medios de comunicación; la complejidad del ser humano, capaz al mismo tiempo de lo mejor y de lo peor…

Lo más admirable de Furia es que, en 94 minutos se condensa todo un tratado filosófico sobre quién somos, de dónde venimos y a dónde vamos que no  se despacha con simplezas. Como no podemos detenernos en un análisis detallado, ni Félix nos dejaría hacer espóiler , dejadme que os invite a ver la película con estas ideas esbozadas, pero que os pida que os detengáis en tres elementos narrativos básicos: la portentosa interpretación de Spencer Tracy, el uso expresionismo en las imágenes, que tiene su culmen en el gran incendio, pero que también vale para los diferentes elementos simbólicos (el anillo, los cacahuetes, etc), y el espléndido modo de hacer avanzar la historia mediante técnicas has entonces inéditas, como por ejemplo el modo en que en el pueblo se transmiten las noticias.

Os dejo con Furia

 

 

 

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