12 AM | 28 Ene

MALI, UNA GUERRA LLEVA A LA OTRA

Es preocupante el apoyo y la indiferencia que el intervencionismo militar en países lejanos encuentra hoy en Europa. 

Una guerra lleva a la otra. La integridad territorial de Mali quedó definitivamente destruida por la intervención militar occidental en Libia. Activó una reacción en cadena fácilmente previsible. La Unión Africana reunida en Mauritania advirtió en marzo de 2011, al día siguiente del inicio de la intervención francesa contra Gadafi, de que el cambio de régimen en Libia desetabilizaría la situación en toda la región. Se alertó expresamente de que los arsenales libios iban a alimentar otras guerras en la región. Eso es lo que ha pasado.  

“El cuerpo de mercenarios tuaregs del caudillo libio estaba formado por casi toda la juventud de Gao, Tombuctú y Kidal, atraída a Libia por el dinero y la droga”, explica Christof Wackernagel, un alemán con nueve años de residencia en Bamako. Tras la caída de Gadafi ese ejército regresó al país armado hasta los dientes. “Mientras Mauritania, Niger o Burkina Faso cerraron sus fronteras a ese arsenal, que incluye misiles tierra-aire, el presidente de Mali, Amadú Tumaní Touré, permitió su ingreso”, explica Wackernagel, según el cual los dirigentes del secesionismo tuareg (MNLA), que viven en Francia o Marruecos, carecían de base de apoyo en el país para crear su estado tuareg, el Azawad.

Los tuareg no son lo mismo que los salafistas. Si con los primeros se puede dialogar, con los segundos no hay más relación que la guerra, se dice. Pero resulta que estos mismos salafistas, a cuyas manos llegaron algunas de las armas que los occidentales lanzaron sobre Libia en paracaídas para los adversarios de Gadafi, son nuestros amigos de toda la vida en el Golfo Pérsico. Los adversarios del satánico Irán, cuyo régimen es infinitamente más liberal y civilizado que el de esas monarquías de cabreros alineadas con nuestra geopolítica energética.

Nuestros amigos del Golfo son los grandes inspiradores y financiadores del integrismo militante en todo el mundo. Precisamente ellos, desde Qatar y Arabia Saudí, financian ahora mismo a los adversarios de el Azad en Siria. Éste los denuncia como “terroristas”, de la misma forma en que se hace con los de Mali ahora, pero los de Siria son honestos luchadores contra la tiranía,  y a diferencia de los otros reciben toda la ayuda logística, militar y política de las potencias occidentales, porque el régimen de Azad no está en la órbita occidental.

 

Las consecuencias del cambio de régimen en Libia se repetirán con creces en Siria. Lo de Mali puede ser bien poca cosa al lado del gran incendio entre sunitas y chiítas que occidente apoya en Siria y que potencialmente extiende el conflicto en una amplia región que va desde Líbano hasta Irak, pasando por Turquía y Jordania, con Irán como traca final. Las armas de Gadafi son poca cosa al lado de las del régimen sirio. La indecente gestión de un conflicto nos lleva al siguiente.

Hay un nexo que une el Afganistán de la guerra fría con el 11-S neoyorkino. La coalición de occidente con lo que hoy se llama salafismo duró mucho en el Hindukush hasta que algunos de sus sujetos radicalizados se revolvieron treinta años después y mordieron la mano de su socio en Nueva York. También aquella matanza neoyorkina sirvió para justificar otras intervenciones bélicas de mayor envergadura con centenares de miles de muertos, un resultado peor que el inicial y un total desprecio de la legalidad internacional.

Esta vez hay una petición expresa de intervención a Francia por parte del gobierno de Malí, se dice. Pero, ¿qué es el gobierno de Malí?, se pregunta el experto alemán Uli Cremer. Desde luego mucho menos de lo que era el gobierno afgano pro-soviético que pidió ayuda a la URSS y que en gran parte enredó a Moscú para que enviara tropas allá en 1979.

En marzo de 2012 el Presidente Amadou Toumani Touré sufrió un golpe militar. Los golpistas no fueron reconocidos y quedaron aislados internacionalmente. El jefe de los golpistas era el oficial Amadou Sanogo, con tres años de formación militar en Estados Unidos. Pese al aislamiento sigue mandando. En el lugar de Touré se colocó a Dioncounda Traoré como presidente y a Cheick Modibo Diarra, ex jefe de Microsoft en África, como primer ministro, ambos sin apoyo popular. Traoré tuvo que ser llevado a Francia a principios de año después de que sufriera una paliza en la que resultó herido. Diarra fue detenido por los militares a mediados de diciembre y obligado a dimitir con su gobierno. Traoré fue forzado a nombrar como nuevo primer ministro a Django Sissoko, funcionario del Fondo Monetario Internacional. Así pues, concluye Cremer, este es el gobierno de Mali que ha solicitado la intervención militar francesa: “un país sin estado y una nación sin gobierno”. Para gran satisfacción de Areva, el gran consorcio nuclear francés que extrae su uranio en la región, con perspectivas en el norte de Mali.

Todo eso es ahora secundario, se dice. Los intereses inconfesables existen, pero lo que está en primera línea es otra cosa. Gadafi, decían, iba a pasar a cuchillo a la población de Bengazi. Ahora se trataba de salvar Bamako, la capital de Mali, y a la población del norte del país.

“Quienes están contra la intervención militar en Mali deben aclarar si les trae sin cuidado la suerte de esas mujeres a las que cortan las manos por salir solas de casa, las lapidaciones por infidelidad matrimonial, el hostigamiento por fumar y todo el catálogo de esos islamistas de la edad de piedra financiados por la droga y el secuestro que si se hacen con el control del estado serán un peligro para toda África Occidental y también para Europa”, observa un viejo colega de la prensa berlinesa. Estos días estas cosas se leen por doquier en los periódicos de Berlín y París. Forman parte del sentido común en las redacciones de los medios de comunicación europeos. En todas ellas tenemos hoy un  Bernard-Henri Lévy colectivo: un cretino belicista. “La integridad de Mali es decisiva para la seguridad de Europa”, dice el ministro francés de defensa, Jean-Yves Le Drian, parafraseando la inmortal frase de su colega alemán Peter Struck, “la libertad de Alemania se defiende en el Hindukush”.

Siempre un “deprisa, deprisa”, una extrema e inmediata premura, una causa justa y un peligro inminente para nuestra civilización que impiden toda disidencia. Sucede en cada intervención militar: Afganistán, santuario del 11-S, Irak, armas de destrucción masiva, Pakistán, el estado fallido y a la vez nuclear, Yemen, potencial base operacional, Somalia, la piratería en una vital ruta marítima, Libia, Siria y ahora Mali. Y siempre con los medios de comunicación llamando a la sagrada cruzada belicista. Al final de la batalla, miles de muertos una situación estancada y que manifiestamente no ha mejorado (Afganistán, Irak, son casos de manual), y condiciones para nuevos conflictos: guerras que llevan a otras.

En Alemania, donde el gobierno mantiene una actitud prudente mitad por recelo a la cooperación militar franco-británica -vista como reacción al arrogante dominio económico de Berlín en Europa- mitad por prevención electoralista ante una ciudadanía aún poco entusiasta con las guerras, el papel de acicate de la prensa es particularmente remarcable. En un cuarto de siglo, políticos y medios de comunicación han logrado que una nación mayoritariamente pacifista y alérgica al militarismo, se comiera cada vez con mayor silencio la transformación del ejército alemán en una máquina de intervención mundial. ¿Hay ahora en Berlín un deseo malsano de sangrar a Francia, dejándola sola en Mali para disciplinar más el frente de la contrarrevolución neoliberal liderada por Merkel? La prensa y la oposición socialdemócrata y verde de Alemania están, en cualquier caso, más bien llamando con entusiasmo a sumarse a la batalla. No hay tiempo ni espacio para valorar todas las circunstancias y consideraciones que impiden sumarse a la alegría de esos tambores de guerra. Deprisa, deprisa.

En primer lugar, la política europea en el mundo no debería contribuir a incrementar los conflictos y las guerras con sus intervenciones militares, sino practicar la diplomacia y el compromiso. Su norma rectora debería ser el principio hipocrático de no dañar aún más al enfermo, aunque vistas las responsabilidades de los grandes incendios bélicos que se declaran en el mundo hay que preguntarse quien es aquí el principal pirómano.

En segundo lugar, las alianzas y los apoyos de esa política deberían venir determinados por la salvaguardia de la estabilidad y de la paz, no por bastardos intereses políticos, energéticos, empresariales o del complejo militar. En tercer lugar, la defensa de los derechos civiles y humanos universales debería tener más peso en la proyección internacional y no ser constantemente violada y pervertida por la política de derechos humanos occidental, es decir: por la utilización hipócrita y selectiva de los derechos humanos para justificar la agresiva tradición militar imperialista europea.

El apoyo social y la indiferencia que el intervencionismo militar y la guerra en países lejanos encuentra hoy en la población europea, es un  problema central de la actual crisis europea.

Rafael Poch (Barcelona, 1956), amigo y colaborador de SinPermiso, es el corresponsal de  La Vanguardia en Berlín. Durante veinte años fue corresponsal en Moscú y en Pekín. Antes estudió historia contemporánea en Barcelona y Berlín Oeste, fue el corresponsal en España de ‘Die Tageszeitung‘, redactor de la DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este (1983 a 1987).

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12 AM | 28 Ene

EL VIAJE

                                                                                                                                                           FELAS
El mismo día que hemos visto la película de Shomei Imamura: “La balada de Narayama”, el actual ministro de finanzas de Japón Taro Aso declaraba que el sistema médico debe cambiar “para que los viejos se mueran pronto”. No sé si estas afirmaciones son fruto de secuelas del folclore y los relatos populares de Japón, pero desde luego tienen que ver con la cultura de la muerte en ese país. Ya nos sorprendió Marker en su película “Level Five” sobre lo ocurrido en los suicidios de la Batalla de Okinawa, aunque estamos seguros que a pesar de lo que dice el ministro, el proceso de industrialización y concentración de la población en áreas urbanas ha tenido que secularizar las creencias, sin embargo, el shintoismo debe estar aún presente en su cultura. La película hace contra planos con el mundo animal, como si quisiera demostrarnos que los personajes del drama rural también pertenecen a ese mundo. A primera vista nos puede parecer muy duro la aplicación de la ley, pero si analizamos determinamos tendencias modernas de lo que se ha venido en llamar derecho penal del enemigo, constataremos que hoy también se “entierra” a los malos.
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07 PM | 23 Ene

HART CRANE

Interior

 

It sheds a shy solemnity,

This lamp in our poor room.

O grey and gold amenity, —

Silence and gentle gloom!

 

Wide from the world, a stolen hour

We claim, and none may know

How love blooms like a tardy flower

Here in the day’s after-glow.

 

And even should the world break in

With jealous threat and guile,

The world, at last, must bow and win

Our pity and a smi

Esta lámpara dejó caer una tímida

Solemnidad en nuestro pobre cuarto.

¡Oh dorada y gris amenidad

Tristeza intensa y gentil!

 

 

A lo largo y ancho del mundo

Reclamamos las horas robadas ya que ninguno puede saber

Cuanto le agrada al amor florecer como una flor tardía

En los días posteriores a la incandescencia.

 

Y aunque el mundo deba despedazarse

Con celos y engaños

Al menos podrá  reverenciar y conquistar

Nuestra piedad con una sonrisa.

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10 AM | 21 Ene

NATURALISMO A LA JAPONESA

                                                                                        JAVIER CASTRO

El maestro Shohei Imamura no es precisamente un alumno convencional de los grandes directores japoneses clásicos. Aunque pueda tener coincidencias temáticas con los Kurosawa, Ozu y compañía, cierta visión humanista que lo emparente con ellos, Imamura va más allá. En las películas que nos han llegado de él, sobre todo a partir del gran éxito internacional que supuso esta balada de Narayama y posteriormente la anguila ( Unagi , 1997), e incluso en la anterior Eijanaika (Id, 1981), su interés va más hacia las cualidades animales que a las humanas. Una visión naturalista, casi entomológica, cercana más a –o incluso más allá de– un Zola o un Clarín que a sus teóricos maestros (lo digo desde un total desconocimiento de la literatura japonesa, aunque tengo entendido que autores como Nagai Kafu, Kosugi Tengai, Tayama Katai o Shichirô Fukazawa �autor de las historias en las que está basada esta película-, pertenecen a la corriente japonesa adscrita a este movimiento literario). Y en la película que sublima este aspecto es precisamente la que ahora nos ocupa (1). Porque si en Lluvia negra (Kuroi ame, 1989), su otra gran obra maestra de los 80, por el tema tratado su mirada es más dulce (aunque tremendamente dura en muchos momentos, y cruel en las secuencias del bombardeo), por momentos la amargura y la crudeza con que retrata las penurias –y algunas alegrías– de sus protagonistas nos alejan de ellos, en el sentido de que asumir la existencia de gente en su situación es aceptar, no sólo nuestra propia impotencia, sino también nuestra indiferencia por los hechos que les acontecieron, sin dejar por ello de sentirlos además tremendamente cercanos. Bendita contradicción que ejemplifica el poder de sugestión de Imamura. Por no hablar de Doctor Akagi (Kanzo Sensei, 1998), en la que la obsesión, la abnegación, el sentido del deber y hasta el sacrificio no dejan de tener algo de patético y ridículo, a la vez que heroico. Es maravilloso este doctor, sí, pero cuantas tonterías hace y dice. Pero todo ello no impide que Imamura, en todas las obras suyas que conozco, sienta un respeto total y un gran cariño por los tipos que retrata, pero para amar hay que saber reconocer y asumir las debilidades y defectos de aquello que se ama.

 

Imamura además mezcla con total naturalidad, mucho más sorprendente e irracional, tan lógica y a veces tan brutalmente como un Kitano o un Miike, el lirismo más poético y la violencia más salvaje. Pero sin abusar nunca de una u otra; mostrándolas como actitudes naturales en el trascurso de la vida. Como un gatito puede ser lo más cariñoso del mundo y al momento transformarse en el depredador más fiero y sin escrúpulos (pues estos son sólo imputables a –algunos miembros de– la especie humana). En ocasiones esta violencia estalla por sorpresa y sin medida, como en la matanza final de Eijanaika, el asesinato al comienzo de la anguila o el bombardeo nuclear de Lluvia negra. A veces, especialmente en la película que nos ocupa, esta violencia no viene tanto de mostrarnos unos hechos violentos como de la actitud, casi despreciativa, casi comprensiva, hacia los personajes que retrata. Parece casi un cámara de los documentales de la BBC mostrando y comparando las actitudes de las distintas especies protagonistas del documental de turno, siendo la especie humana solamente una de ellas. Por eso el salvaje linchamiento al que es sometida una familia del lugar acusada de robo estremezca por su crudeza y frialdad.

En la balada de Narayama Imamura nos mete en un pueblecito situado en medio de las montañas, en lo que hoy consideraríamos un paraíso, pero que en la época en que está ambientada la película (¿en que época? –no hay nada que nos lo indique salvo ese fusil que sólo un experto en armas podría datar–, podría ser cualquier momento entre los siglos XVII y XIX), un infierno en el que la vida era prácticamente imposible. Allí los humanos conviven no sólo en el espacio, sino sobre todo en la actitud ante la vida, en su modo de enfrentarse a los problemas, en su idiosincrasia y en su (ir)racionalidad, con las bestias amaestradas o salvajes. Y es tan grande la semejanza en sus comportamientos y actitudes, la afinidad entre los seres, ya caminen o se arrastren o vuelen o naden, que Imamura no deja de hacer paralelismos y enfrentamientos, mostrando con precisión, a veces con ensañamiento, las similitudes de esta forma de enfrentar la supervivencia.

La película se centra en una familia cuya matriarca está llegando a la edad en la cual es deshonroso vivir, y más aun en su estado de perfecta salud. Está empeñada en que su hijo primogénito, siguiendo la tradición, la lleve a morir a la cima de la montaña sagrada, el Narayama. Este no está por la labor, pues quiere demasiado a su madre (lo cual es muy deshonroso también), y además ha encontrado la felicidad en un matrimonio reciente en segundas nupcias. Los demás miembros de la familia, en actitud en general sumisa como los miembros inferiores de una manada, intentan buscarse la vida para tener algún día su propio clan. Y claro, esta manada humana convive en cierta tensión con las manadas vecinas del poblado; se necesitan unas a otras como los perros de las praderas, pero ¡ay de quien se salga del tiesto! Porque la supervivencia es un asunto tan serio, y la vida tan precaria, que romper la armonía puede significar la muerte para el grupo. Y lo más importante para la supervivencia es sin duda alimentarse y reproducirse; en ello emplean todos sus medios los protagonistas (hombres y animales) de la película. Y los estorbos, por ejemplo, escamotear alimento al grupo, comer demasiado, tener hijos a los que no se puede alimentar, o vivir demasiado tiempo sin ser plenamente productivo.

Así, Imamura nos pinta un cuadro desolador de la idiosincrasia japonesa en general, y del Japón rural en particular. Nada que ver con las aventuras de samuráis tan del gusto de Kurosawa. El romanticismo de aquellas está tan lejos de esta película como el más lejano cuasar. Una visión totalmente desmitificada, opuesta a la autoindulgencia, ajena al efectismo y, por tanto, mucho más verosímil que cualquier otra visión del Japón medieval que yo conozca. Y una de las películas que con más precisión han descrito las grandezas y miserias de una de tantas especies animales que habitan la Tierra: el hombre.

(1) Existe una versión anterior de esta misma historia y con el mismo título, Narayama bushiko (1958) de Keisuke Kinoshita, de la que parece que la que nos ocupa es básicamente un remake. Desconozco esta versión, parece ser que rodada a imitación del teatro Tabuchi, aunque desde luego me gustaría mucho verla.

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07 PM | 20 Ene

LO OCULTO

                                                                                                                                                             FELAS

Lo primero que sabemos de Andrei Zvyaginstev es que en su cine hay una relación espiritual en que las emociones no deben someterse a las palabras, y si somos capaces de encontrar analogías entre el cuerpo tumbado del padre cuando llega a su casa después de doce años de ausencia y el Cristo de Mantegna, la película nos muestra inmediatamente su dimensión “tarkoskiana” sobre la naturaleza humana, donde la admiración,el recelo,la valentía, la dignidad, el deseo y la desconfianza se ponen en primer plano, fotografiando paisajes gélidos y desérticos en tonos frios,conseguidos por el director de fotografía Mikhail Kritchman,quien nos cuenta en una entrevista al recibir el premio en Venecia que aprendió los secretos de la misma leyendo el American Cinematographer,la revista de la sociedad americana de directores de fotografía. Pero,a nuestro juicio no sólo eso, pues es indudable que el director de nombre impronunciable ha tomado como referencia,” La Infancia de Iván”, en el momento que los niños encuentran un pez en un barreño del barco,” El Espejo” en las imágenes del bosque al finalizar la película, y la isla como la zona de” Stalker”, la presencia constante del agua…Sin embargo,y a pesar de algunas críticas no veo a Sokurov por ningún lado.
El potente guión está realizado por los mismos de la película “Quemados por el So”l, y el ritmo dramático es conseguido a la perfección, con una interpretación excelente de los niños a los que se les nota su paso por una escuela de Teatro. La ausencia del padre en la vida de los hijos tiene, en la inmensa mayoría de los casos, repercusiones negativas que se manifiestan en diferentes planos del ajuste adaptativo de los niños, no sería ese el único planteamiento de la película, pero está claro que el tema de la ausencia mantiene una presencia constante, hasta en la caja encontrada que simbolizaría lo oculto, lo que no está

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