03 PM | 24 Oct

BOLETUS REGIUS

Antes de tomar las gallinejas con Tomás, al que no veía hace muchos años, estuve disfrutando en el Valle Inclán con la Iliada dirigida por Livanthinos. Me preparé la función con una lectura precipitada de una edición reciente de Domingo Plácido, basada en una traducción del griego del poeta francés René Leconte de Lisle. No se me hizo largo el espectáculo y fui capaz (o al menos eso es lo que conté) de identificar las 24 rapsodias.

Fuimos a la búsqueda de la amanita cesárea (no se puede decir el sitio) y para reafirmarme en mi narcisismo (por supuesto rusoniano) encontré el boletus regio, que según los libros es una seta de difícil localización .Solo hay una en la inmensidad del bosque.

 

Paramos en Castañar de Ibor, donde nació mi abuela. Pregunté por ella y conté lo especial de su historia: anduvo descalza hasta los quince años, se mosqueó con su madrasta y tuvo el valor de marchar a Madrid, para lo que tuvo que ir andando a Navalmoral. En Madrid casó con Lorenzo al que despidieron de la fábrica Ibis. Se les ocurrió la idea de venir al Escorial a poner una gasolinera y un taller de coches, llenaron el depósito para el verano del 36, pero el 18 de julio ya sabéis lo que pasó (bueno, no todos) y los de la consigna  UHP (mis amigos trotskistas) venían cada día con unos vales, que nunca fueron efectivos al cobro, hasta que vaciaron las existencias. En fin, Jacinta, que así se llamaba, era una señora con muchos bemoles que aprendió a leer y a escribir de mayor y que era capaz de recitarme de memoria poesías de Santa Teresa.

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