02 PM | 26 Oct

THE ACT OF KILLING

The Act of Killing es, en contenido, esta reflexión, una de las más poderosas de la historia del cine, repetida hasta la saciedad. Pero esto es solo el principio. El film está centrado en los responsables de las matanzas de Indonesia a mediados de los 60, quienes deciden recrear a petición de los responsables del documental sus asesinatos en una serie de películas donde participan familiares de las víctimas. Este escenario, que a servidor le parte la cintura porque nunca se ha encontrado algo así, plantea un viaje en dos partes: primero, explora el crimen sin arrepentimiento, sin complejos, sin dudas y sin temores. Habla del poder absoluto. Pero después –y aquí llega una parte aún más fascinante– explora cómo el cine es capaz de transformar al individuo. “Tus crímenes”, dice, “no son crímenes hasta que los ves reproducidos en una pantalla, ficcionalizados. Es en ese momento cuando te sientes culpable”. Y en ambas mitades supera con creces todo lo que he visto en este año y solo un milagro impediría que se convirtiera en lo mejor que voy a ver en 2013. Extraordinaria, sin paliativos.


The Act of Killing es muchas cosas. Yo prefiero destacar que es un ejemplo de que el cine REALMENTE cambia el mundo. Pocas veces a lo largo de mi vida lo he experimentado de forma tan distintiva como me ha sucedido con esta obra.


Lo cierto es que su director, Joshua Oppenheimer, se encontró con el tema por casualidad. Una investigación de crímenes de guerra en Indonesia durante los años 60 se convirtió, inesperadamente –y bajo las recomendaciones de las víctimas– en un estudio de las bandas de gángsters (o, como ellos se definen, “los hombres libres”) que han aterrorizado a la población durante los últimos 40 años. Todos ellos han ignorado las amenazas de la comunidad internacional, y muestran constantemente a lo largo del documental su orgullo por haber participado en las numerosas purgas contra el enemigo comunista –largo tiempo aniquilado (ver El Año que Vivimos Peligrosamente), y que desde entonces se ha convertido en una suerte de excusa para prolongar su dominio–.

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The Act of Killing abraza sin prejuicios esta parte de realidad (digo “esta parte” porque algunos expertos políticos en Indonesia han tachado esta pieza de “tan poderosa como descaradamente manipuladora”, tema que abordamos en un momento). Los protagonistas son un estrambótico dúo, Anwar Congo (padre fundador de las milicias de ultraderechaPemuda Pancasila) y su compadre, Herman Koto. Llevados por su afán de protagonismo, ambos deciden recrear para Oppenheimer los asesinatos de los que formaron parte. Pasean por las calles en uniformes paramilitares de brillante camuflaje anaranjado reclutando a residentes atemorizados, muchos de los cuales se niegan a intervenir. Ambos deciden representar sus crímenes ante la cámara, contando con la ayuda obligada de hijos o hijas de las víctimas reales. The Act of Killing es, al mismo tiempo y en sus momentos más poderosos, el “acto” de matar y es “la actuación” de matar. Vemos a uno de los actores bromeando con Anwar y su compadre, los mismos que mataron al padre del “actor” hace 40 años. No hay ni rastro de incomodidad entre los asesinos. Ni culpa, ni dudas, ni complejos. La víctima es más que eso, si es posible: ha terminado aparcando su dignidad  y su capacidad de respuesta humana por puro terror. Su sumisión es completa.

Estos momentos evocan una sensación de repulsión por motivos iba a decir extraños pero la verdad es que sé de dónde salen y salen de un lugar bastante repugnante. Veo en Anwar y en Koto la alegría del poder sin medida. La ausencia de remordimientos y “moralidad”. Comprendo la existencia de seres humanos que justifican, defienden y reviven el genocidio. Mi mente de señorito me hace regates. The Act of Killing llama a mis instintos más bajos. Presenta un contexto, la Indonesia contemporánea, dominado por la impunidad, donde los gángsters caminan libres, desdeñan el Derecho Internacional, se cagan virtualmente en los principios de la justicia social y no solo no son castigados, sino que son objeto de sumisión por parte de las víctimas, de admiración por sus superiores (varios funcionarios y periodistas defienden la actuación de estos individuos) y viven como reyes. Y la cámara de Oppenheimer aguanta en todo momento.

Empatizo, y me pone enfermo.

Me pongo enfermo conmigo mismo.

No con el documental. En este punto, el documental no es culpable de nada. Solo me ha enseñado cosas.

Estoy enfermo conmigo mismo porque estoy en la piel de asesinos contentos de serlo.

Estoy contento de serlo y estoy asqueado por estar contento.

Me siento como si pisara terreno desconocido.

Además, se da la particularidad de que la propia idiosincrasia cinematográfica de los protagonistas es un elemento importante en el film. Las “películas” sobre las masacres están marcadas por las peculiaridades de sus responsables. Este “cine de carniceros” exagera las claves del cine de género estadounidense, parodia los éxitos del cine nacional (en su mayoría cine de terror con importantes simbolismos religiosos o espirituales) ignra la figura de la mujer –Koto se trasviste constantemente para suplir esta falta– y describe las plegarias de las víctimas con el objetivo de provocar humor y refocilamiento. Todo es peor por ello. No solo vemos el mundo como ellos lo ven a través de la cámara de Oppenheimer, sino que percibimos una visión exagerada del mismo a través de las películas que componen. No solo nos hablan como personas. Nos hablan de “cineastas a espectadores”. De directores a audiencia. El impacto es doble. Les veo en diferentes planos de realidad: una en la que existen, y otra en la que la perciben a través de una lente. Están convencidos de sus actos en ambos planos. Estoy indefenso ante ello.

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The Act of Killing se inmiscuye en esa dinámica. Termina intentando cerrar una narrativa para proporcionarnos algo de confort. Sucede cuando Anwar y Koto ven las películas que han rodado. En ese momento, se juzgan ellos solos. Obras que les hacen revivir sus recuerdos. A nadie se le escapa el gancho: las películas que han hecho para vanagloriarse de sus crímenes se terminan volviendo en su contra. Para mí es un mensaje extraordinariamente bien ganado, coherente y pertinente con la dinámica del documental, pero las críticas de algunos medios indonesios condenan la presunta complicidad de Oppenheimer a la hora de colaborar con Congo y Koto a la hora de trasladar su visión de los asesinatos. “Es difícil no sentirse traicionado”, escribe Robert Cribb en Inside Indonesia, “porque parece que Congo y sus socios parecen haber sido atraidos por Oppenheimer; es imposible que obras de esta calidad hayan salido exclusivamente de sus habilidades: son fantasías extrañas, carentes de gusto, sin ningún otro motivo que el ridículo”.

Pero Cribb escribe también que “por muy manipulador y desorientador que pudiera ser, el film es extraordinariamente poderoso”. Lo es al enfrentar a estos hombres con sus propios actos a través de las películas que han hecho de los mismos, condenados a través de las películas que han producido, el cine como forma de hacer lo que entendemos que es justicia. No te jode, claro que es poderoso. The Act of Killing no solo es observador. Es un documental que actúa contra los individuos que describe. Viola lo que he entendido por un documental hasta ahora. No se limita a mirar. El “acto” de matar, la “actuación” de matar, y la “actuación” de intervenir para modificar una realidad. Hemos oído hablar millones de veces del poder transformador de las imágenes. Bien. Es hora por fin de verlo en acción. Espero que el resultado os cambie, como lo hizo conmigo.

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