Hoy no voy a escribir de cine. Sería casi indecente hablar de lo que nos complace, mientras las bombas rusas revientan maternidades en Ucrania. Voy a recordar una página de Historia, que no se repite, igual que las demás, pero que, como todas, enseña.
El 19 de julio de 1936, José Giral, nombrado ese mismo día presidente del Consejo de ministros de la II República Española, envió un telegrama desesperado a Léon Blum, su homólogo de la República Francesa. El texto decía: “Sorprendido por un peligroso golpe militar. Le ruego nos ayude inmediatamente con armas y aviones. Fraternalmente. Giral”.
Blum, un jurista brillante, judío apasionado de la literatura, lo que podríamos llamar un intelectual comprometido, encabezaba un gobierno de coalición entre socialistas y radicales desde el 5 de junio anterior. Había recibido el encargo de formar gobierno del presidente de la República, después de ganar las elecciones liderando un Frente Popular, parecido al que en España había ganado en febrero de ese mismo año.
El francés recibió el telegrama el día 20 por la mañana. Entendió cabalmente la legitimidad y la necesidad de la llamada de auxilio de Giral. Una parte de su gobierno adoptó la misma postura. Comenzaron los preparativos para el envío de aviones, armas ligeras y munición. Sí, armas. Material bélico para que un gobierno legitimado por los votos de la ciudadanía tuviera medios de defensa frente a un grupo de civiles y militares perjuros y golpistas.
Otra parte del gobierno francés, cuyo representante más significativo era Daladier, ministro de defensa, pusieron algunas dificultades, pero no impidieron totalmente el primer envío. Al tiempo, Blum preparó una entrevista para conocer la postura al respecto de Gran Bretaña, su principal aliado. El día 23, antes de comenzar la reunión formal, Anthony Eden le preguntó: “¿Enviar armas a la República española?” Blum fue rotundo: “Sí”. “Eso es cosa suya, pero he de pedirle una cosa: sea prudente”. Fue la réplica del diplomático inglés. Días más tarde el gobierno británico le comunicó formalmente que, si Francia se inmiscuía en el conflicto español, Inglaterra no se vería obligada a intervenir es su defensa frente a una eventual agresión de Alemania o Italia.
Coup de torchon: Limpieza rápida, enérgica y sin mucho detalle con un trapo.
En sentido figurado, gresca, altercado serio, etc.
En esta película las singularidades empiezan desde el título. Tavernier desechó el de la novela que adaptaba. En España, por ejemplo, no se atrevieron a darle uno en castellano para comercializarla. Lo cierto es que Coup de torchon es una adaptación francesa de la celebérrima novela negra, 1280 almas, de Jim Thompson. Hablemos un poco de ella.
1280 almas supuso la consagración inesperada de un autor casi maldito. Thompson venía arrastrando una vida cargada de inestabilidades que pasaban por el alcohol, las disputas conyugales, los guiones de cine exitosos junto a directores como Kubrick (Atraco perfecto, Senderos de Gloria), los cambios de residencia frecuentes y las novelas y relatos de una calidad suprema que jamás alcanzaban el éxito. Entonces, llegó Marcel Duhamel, creador e impulsor de la prestigiosa Serie Noir de Gallimard, asignó el simbólico número 1000 de la colección a 1280 almas y, de golpe, convirtió a Thompson en un escritor de culto… En Francia.
COMENTARIO AL FILM “EL JUEZ Y EL ASESINO” DE TAVERNIER (POR EUGENIO)
Es evidente que esta película de Tavernier quiere colocarnos ante la diferencia de clases, utilizando el marco de un magistrado y un vagabundo, en el juego de la tensión entre representante de la ley del estado y asesino, con un espacio, también, para un debate sobre la locura del siglo XIX y su tratamiento, y la justicia penal de la época. Remata al final, este marco de clases, un tanto forzadamente, con la “conversión” repentina de la amante del magistrado a la tarea de líder agitadora de las clases subalternas, quizás, por rechazo al trato personal de un representante de la clase dominante judicial con ella, o, por convicción, ya digo súbita, de que esa es la clase con la que debe buscar su emancipación, y en su entrevista final con la victima del disparo del loco vagabundo.
Estupenda muestra del realismo poético de Marcel Carné, que sirve también para retratar los bajos fondos parisinos, algo que aprendió de la manó de René Clair, de quien fue ayudante de dirección en Le jour se lève, rodada seis años antes. El film adapta una novela de Eugène Dabit, cuya trama discurre alrededor de un modesto hotel en un barrio popular de París. Allí toma habitación para una noche una joven pareja con intención de suicidarse: Pierre matará a Renée de un tiro, y luego disparará contra sí mismo. Llegada la hora de verdad, Pierre sólo hiere a su amada, no se atreve a disparar contra sí mismo y huye. Renée salva la vida y Pierre se entrega a la policía; el joven será incapaz de aceptar las muestras de amor de su novia, avergonzado de su falta de determinación. Mientras Pierre está en prisión, Renée consigue empleo como camarera en el hotel; la joven fascinará a Edmond, un gángster que vive con una prostituta, hasta el punto de provocarle un cambio en su visión de la vida.
Como desde hace más de un año fotografío un banco, busqué en Google para ver si ya se le había ocurrido a alguien esa idea: la respuesta es que sí. La idea la tuvo un fotógrafo ucraniano que dedicó diez años de su vida a fotografiar el banco que está frente a la ventana de la cocina del piso de sus padres en Kiev. Se llama Yevgeniy Kotenko: simplemente, hago fotos de lo que veo desde la ventana. Y lo que ve desde la ventana es ese banco situado entre un parque infantil y un sendero donde va la gente a caminar. Un lugar bastante concurrido que le llevó a recoger unas 700 fotografías, unas 700 mini historias reunidas bajo el título On the bench. En ellas nos encontramos a personas de todas las edades, solitarias, en grupo, bebiendo, fumando, charlando, amando, riñendo… Un hermoso registro de la historia de un banco al que Kotenko presta sus ojos para que pueda ver cómo a su alrededor gira una multitud de personas. Unas se van, otras llegan y entre tantos vaivenes el banco sigue ahí, mientras los padres de Kotenko le recuerdan que no deje olvidada su cámara de fotos en la cocina.