Todavía falta una, pero ya hemos visto lo suficiente como para desgranar unas cuantas anotaciones sobre René Clair. La primera es genérica: ¡qué conveniente es ver el cine por ciclos! Uno, que ya sufre problemas de memoria, y que además lleva a cuestas miles de películas, el único modo que tiene de evitar la confusión y el caos mental es ver a un autor, todo de seguido. Hablo por mí, naturalmente.
Fue leyendo Marienbad eléctrico de Enrique Vila-Matas como descubrí un libro de Alain Robbe-Grillet, Por qué me gusta Barthes. Un libro que Vila-Matas adora por su rareza, esa rareza que consiste en explicar por qué se admira a otro: frente a los que prefieren increpar o despreciar las obras de sus colegas. En el prefacio Olivier Corpet cuenta que Robbe-Grillet distinguía entre relaciones <<turbias, sospechosas>> y <<relaciones de novelista a novelista>> o <<relaciones amorosas>>. Imagino que esa relación entre Robbe-Grillet y Barthes que tanto adora Vila-Matas la habrá asociado con su relación con Dominique Gonzalez-Foerster.
Vísperas de la fiesta nacional, en un popular barrio parisino. Anna, florista, y Jean, taxista, son dos jóvenes vecinos que se aman. Pero Pola, una antigua novia que se mueve entre malas compañías, visita a Jean en su habitación, y se produce el equívoco. Anna cree que Jean está con esa mujer; la muerte de su madre y los enredos de Pola, hacen que la grieta que se ha abierto en la pareja se agigante, y ambos no vuelven a saber el uno del otro, pues cambian de casa. Hasta que…
Seguimos con mable película de René Clair, que nos demuestra ser un genio a la hora de cambiar el tono de la película. Puede moverse en la comedia bufa -el rico borrachín-, la crítica social -la familia burguesa de padres bien pensantes-, el suspense -toda la tentativa de robo en el café donde Anna empieza a trabajar de camarera- y, por supuesto, el romanticismo. Del reparto destaca la siempre encantadora Annabella, y Paul Ollivier en el divertido rol del borracho, con momentos estelares como el del salón donde amenaza a la gente hasta con dos pistolas.
Me gusta pasear y encontrarme con personas que porque sí, se sientan en un banco. Se permiten detenerse, demorarse y admirarse todavía por las cosas que tienen a su alrededor. Se detienen para detener el mundo o para ponerlo en marcha de otra manera. Para abrirse, si surge, a la confidencia y a la intimidad. Frente a las prisas, las distancias y lo utilitario: la lentitud, lo próximo y gratuito.
En un documental sobre Jim Jarmusch una voz introduce su filmografía así: