02 PM | 11 Mar

¿Quién se acuerda hoy de Léon Blum?

Alfonso Peláez

Hoy no voy a escribir de cine. Sería casi indecente hablar de lo que nos complace, mientras las bombas rusas revientan maternidades en Ucrania. Voy a recordar una página de Historia, que no se repite, igual que las demás, pero que, como todas, enseña.
El 19 de julio de 1936, José Giral, nombrado ese mismo día presidente del Consejo de ministros de la II República Española, envió un telegrama desesperado a Léon Blum, su homólogo de la República Francesa. El texto decía: “Sorprendido por un peligroso golpe militar. Le ruego nos ayude inmediatamente con armas y aviones. Fraternalmente. Giral”.

Blum, un jurista brillante, judío apasionado de la literatura, lo que podríamos llamar un intelectual comprometido, encabezaba un gobierno de coalición entre socialistas y radicales desde el 5 de junio anterior. Había recibido el encargo de formar gobierno del presidente de la República, después de ganar las elecciones liderando un Frente Popular, parecido al que en España había ganado en febrero de ese mismo año.
El francés recibió el telegrama el día 20 por la mañana. Entendió cabalmente la legitimidad y la necesidad de la llamada de auxilio de Giral. Una parte de su gobierno adoptó la misma postura. Comenzaron los preparativos para el envío de aviones, armas ligeras y munición. Sí, armas. Material bélico para que un gobierno legitimado por los votos de la ciudadanía tuviera medios de defensa frente a un grupo de civiles y militares perjuros y golpistas.
Otra parte del gobierno francés, cuyo representante más significativo era Daladier, ministro de defensa, pusieron algunas dificultades, pero no impidieron totalmente el primer envío. Al tiempo, Blum preparó una entrevista para conocer la postura al respecto de Gran Bretaña, su principal aliado. El día 23, antes de comenzar la reunión formal, Anthony Eden le preguntó: “¿Enviar armas a la República española?” Blum fue rotundo: “Sí”. “Eso es cosa suya, pero he de pedirle una cosa: sea prudente”. Fue la réplica del diplomático inglés. Días más tarde el gobierno británico le comunicó formalmente que, si Francia se inmiscuía en el conflicto español, Inglaterra no se vería obligada a intervenir es su defensa frente a una eventual agresión de Alemania o Italia.

Los militares golpistas, por su parte, estaban recibiendo desde el primer momento aviones alemanes e italianos, y gasolina americana a crédito, sin ningún tipo de restricciones.
Blum, presionado desde Londres y temeroso de una guerra civil en su propio territorio por la agresiva violencia verbal de la extrema derecha, representado por L’Action Française y La Croix du Feu, creyó que si Francia dejaba de enviar armas a la República Española, el resto de las potencias, fundamentalmente la Alemania nazi y la Italia de Mussolini, harían lo propio con los golpistas, y el conflicto se extinguiría rápidamente, por la carencia de medios de ambos bandos para alimentarlo durante mucho tiempo. En ese sentido, el 2 de agosto de 1936, lanzó el Pacto de No-Intervención. Los embajadores franceses en Londres, Roma, Berlín, Washington… fueron presentándolo a sus homólogos y obteniendo respuestas envueltas en distintos grados de compromiso. El presidente Roosevelt, por ejemplo, pese a su evidente simpatía por la causa republicana, se doblegó ante el lobby derechista-católico y acuñó la fórmula del “embargo moral” que impidió la venta de aviones de combate a la república y sin embargo permitió, al mismo tiempo, el suministro ilimitado de combustible a los rebeldes por parte de la Texaco, ya que este no fue considerado material de guerra.

En consecuencia, a la vista del aparente éxito de su propuesta de no intervención, el 10 de agosto, Francia cerró la frontera pirenaica a todo tipo de armas y pertrechos bélicos con destino a la República Española.
Al poco tiempo, Alemania se burlaba cínicamente del Acuerdo de No-Intervención, utilizando un motivo tan burdo como la exigencia de la devolución previa de un avión Henkel, obligado a aterrizar por causas técnicas en zona republicana.

Es sabido que la Italia fascista y la Alemania nazi, a partir de un cierto punto ni siquiera se tomaron el cuidado de buscar pretextos. Se saltaron el Tratado de No-Intervención de forma contumaz. La República se vio forzada a caer en manos de la única potencia con capacidad real para armarla, la URSS. El precio a pagar, más allá de las reservas en oro del Banco de España, incluyó la influencia desmedida de los agentes estalinistas en el manejo de lo que pasó de ser un golpe militar a una guerra civil de tres años.

Léon Blum vivió el resto de su vida con la amargura de su traición involuntaria a la causa republicana. Los españoles sufrimos una dictadura interminable, que empezó al perder lo que muchos −entre ellos Juan Negrín− consideraron la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial.

No me extrañaría que los sectores pacifistas de nuestro gobierno actual ignoren quién fue Léon Blum. Ahora, incluso sin saber de Historia, resulta fácil comprender que, cualquier pueblo soberano tiene derecho a defenderse ante cualquier agresión, bien sea interior o extranjera. Y para ello, necesita medios.

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