
La película empieza cuando la cámara entra en una casa y se mueve nerviosa por sus habitaciones y patios. Busca, husmea, con algo animal en el afán; indaga de dónde salen unas voces, quiénes emiten esas voces.
Primero el sonido, luego un reflejo en una ventana, luego ellos: los hermanos gemelos, ese día en que a uno de ellos le da por correr, y al otro por seguirle pegado. Y, de pronto, el que va delante desaparece, a la vuelta de una esquina, en una calleja, como si se hubiera desintegrado.
Desaparecido, esfumado.
No se volverá sobre esa desgracia traumatizante, y cuando unos policías se presenten para comentar sus investigaciones no se les verá. Fuera del cuadro, sólo se oirán sus voces, procedentes de otra habitación.
Los años pasan y en la familia no parecen reaccionar. El dolor se adivina pero tiene contorno impreciso. La sensibilidad oriental late de otra forma, con otro pulso. Permanecen quietos, relativamente impasibles. Es la cámara la que se mueve sin cesar, en todo momento nerviosa.
El hermano superviviente dibuja a su prima, la lleva en bici por el laberinto de calles estrechas entre las casas bajas y los patios ajardinados de la barriada donde viven.
La madre se prepara para el nacimiento de un nuevo hijo. El padre se entrega a la organización de un festival de danza y afirmación vital, una oportunidad para el brillo.
El hermano superviviente vuelve una y otra vez a la esquina de la desaparición, la esquina de las caléndulas. No consigue entender lo ocurrido. Pinta en un lienzo al desaparecido.
Con grandes ideogramas, el padre representa las nociones de ‘Oscuridad’ y ‘Luz’. Cultiva flores en silencio y se esfuerza en aceptar las cosas como son; en continuar embarcado en la vida, que sigue su curso.
Con sensibilidad muy apartada del apasionado desgarro occidental, “Shara” insiste en señalar que cuando llega una desgracia terrible el dolor no se puede evitar, pero el sufrimiento sí.
La íntima dificultad de ese proceso de evitación es lo que relata.
En la sala Juan Negrín proyectamos la película Werckmeister Harmonies, y el blog sobre esta película comenzaría con lo que ha supuesto la publicación de las Melancolias de la Resistencia dice así el resumen que hace la editorial El Acantilado sobre la obra de
László Krasznahorkai “:
“Tragicómica y melancólica, esta novela nos presenta un mundo plúmbeo y totalitario, dominado por fuerzas ciegas e impersonales. Un escenario humano desolador en el que la inteligencia es anulado por la fuerza bruta y la violencia, y en el que el caos arrastra irremediablemente a unos personajes que, entre el conformismo y la insignificancia, no aciertan a crear un orden nuevo menos cruel y menos gris. El estallido de violencia no alcanza siquiera el rango de revolución y la vida transcurre, en esta pequeña y anónima ciudad húngara, sumida en una atmósfera de terror y amarga ironía. Melancolía de la resistencia es una obra maestra del humor negro.”
El director Béla Tarr adaptó la novela al cine en 2000, y desde luego sus lentas secuencias nos dejan huella. Lograr que con una sola cámara un grupo de borrachos desarrapados, en un espacio reducido, nos demuestren a ritmo pausado el fenómeno de los eclipses, el movimiento del cosmos, y que después de finalizar las más de dos horas de duración del film, salgas moviendo las manos imitando al sol es un logro significativo. Cuanto ganarían las escuelas si se lo explicaran así a los niños.
Hay dos secuencias fundamentales de la película que merecen nuestra reflexión: la llegada al pueblo del carromato con la ballena dentro del contenedor y esa multitud silenciosa que avanza con paso firme por las calles para llegar al hospital y apalear a los enfermos. Nada es la solución, ni la llegada del príncipe ni la generación de violencia. El cuerpo desnudo de un anciano encima de una bañera, hace retroceder a los manifestantes, y el orden, con la llegada del ejército y la policía se impone. La contemplación de la ballena destrozada en la plaza nos lleva al pesimismo, la armonía del mundo es afinada por los Werckmaister de la globalización, y el neoliberalismo.
La música excelente de Mihály Vig, que actuó en Satántango haciendo de Irimias

Si Alexander Kluge con su “Alemania en Otoño” nos cuenta a modo de documental la grave crisis política que se vivió en el año 1.977 con la aparición del grupo terrorista creado por Andreas Baader y Urike Meinhof, Volker Schlöndorff nos hace la siguiente pregunta en el relato triste que hemos tenido la oportunidad de ver: ¿Qué hacer con una terrorista arrepentida, cuando la República Federal y La RDA se convierten en una sola Alemania?
La perplejidad e indignación que nos provocan los actos terroristas nos incita a rechazar la idea de que sus ejecutores puedan ser personas normales y corrientes, Bibiana Benglau ,en una estupenda interpretación, se esfuerza, y a lo largo del film lo consigue, por demostrar que no existe ninguna patología o trastorno mental para ser componente de un grupo terrorista, la gran cuestión que nos deja el film es que el grupo Baader pretendía demostrar con sus acciones violentas la auténtica naturaleza represiva del estado germánico, y al final es el estado que los protege el que muestra la mayor represión dándoles la muerte.
La sordidez de la dictadura comunista nos es mostrada hasta por esos sonidos “cutres” de la fiesta de domingo después de unas jornadas agotadoras de trabajo. Las edificaciones, los coches, el color, los coros, las vacaciones de los niños…, demasiados parecidos con la España de Urtain, obra de teatro que vimos el día siguiente a la proyección.
Desde el año 1.989, fecha en que fue derribado el Muro de Berlín, han sido muchas las películas que nos han mostrado el ocaso de la dictadura comunista, veinte años después se ha desplomado Wal Street, y no estamos tan seguros de que en las pantallas se nos muestre el capitalismo desenfrenado y sus consecuencias en los trabajadores.
Esta peli la proyectamos en la sala Juan Negrín el pasado viernes dia 12
Si pregunto lo que valen una cubiertas Michelín para colocar en mi coche, visito Clermont-Ferrad sin parar de mirar al cielo para que caiga una nevada, me empeño en pasear por las playas de Biarritz y me embobo hasta perder un fotómetro con el que estaba intentando medir la luz, miro sin parar el cielo cada vez que estoy en un atardecer cerca del mar, y no pararé hasta veranear un año en Saint Malo, y además Mozart me acompaña en mis momentos mas íntimos, es desde luego por culpa de Rohmer.
No solamente a mí me ha trasmitido el gusto por la belleza, también fue capaz de regalárselo a todos lo que fui capaz de reunir en la proyección de Le genou de clair”, allí estaban, entre otros, Diego con Alex que no han parado de recordármelo .Rohmer siempre me pareció que nos contaba historias lineales que pasaban en el presente, su universo funcionaba con una construcción y un dominio extraordinarios del mundo real, parecía que estábamos “allí. Una de las cosas que mas me han gustado era la composición de los colores, son incalculables la cantidad de “kodacrome” que he gastado para algún día hacer una composición parecida, y debo decir que nunca lo he conseguido. Será que estoy obsesionado (como me machacan desde cerca) pero cuando estoy en un viñedo no puedo por menos que recordar a Isabell y Magali.