04 PM | 09 Jun

ESTUDIO ESTILISTICO DE ROHMER

 

      PARA LOS ESTUDIOSOS NOS BAJAMOS DE MIRADAS DE CINE UN ESTUDIO
      ESTILISTICO DE ERIC ROHMER.VAMOS A TERMINAR CON ROHMER EL CICLO DE CINE.

Realizar un estudio estilístico de cualquier realizador siempre conlleva un ejercicio rayante en el sadismo sobre el afortunado (o no) crítico responsable. Para que éste pueda llevar a buen término un mínimo coherente de estilemas y reflejos autorísticos, no sólo a de haber entendido y aprehendido la obra completa del realizador, si no que además, debe como mínimo, aportar su pequeña dosis de juicio sobre obras, en ocasiones, más que estudiadas. De hecho, la mayoría de la insufrible crítica española básicamente se apoya en los cuatro clichés canonizados, y a partir de ellos, enarbolan toda una serie de verdades ya dichas, que a la postre, acaban por aburrir hasta al mayor fan de Manoel de Oliveira. Pongamos unos ejemplos: Howard Hawks como el hombre que ponía la cámara a la altura de los ojos, Hitchcock como el hombre que describía sus torturadas pasiones a través de suculentas intrigas, Ozu como el fundador del plano fijo, Godard como el intelectual de izquierdas que ha acabado siendo devorado por sus propias teorías… Es aburridísimo leer según qué estudios críticos, incluso, algunos de los que yo mismo realicé en mis inicios como crítico, pues al ser un estudiante autodidacta, uno acaba cometiendo los mismos o peores errores de los críticos que lee. En este aspecto, y sé que no tiene nada que ver ni con Eric Rohmer, ni con la nouvelle vague, es realmente encomiable el libro de Carlos Losilla La invención de Hollywood, ofreciendo nuevas miradas a cineastas demasiadas veces retratados. Así que me he obligado a hacer esta introducción al estudio de Eric Rohmer, pese a que peque de cierto yoísmo , porque creo necesario abordar en este artículo la figura de Eric Rohmer de una manera plenamente subjetiva. No creo necesario realizar el mismo cúmulo de tópicos tantas veces escrito, por que al final ni mi texto resultará interesante, ni el lector conseguirá conectar con Rohmer a través de este crítico. Así quien quiera abordar a Rohmer en toda su complejidad, con un análisis tan completo como detallado, puede encontrar su mejor referencia en la obra de Carlos F.Heredero y Antonio Santamarina Eric Rohmer editado por Cátedra en 1991.

Por eso me habréis de permitir que empiece desde el principio y desde el final, para elaborar un flash-back que nos lleve desde Triple agente (Triple agent, 2004) a Le signe du lion (Ídem, 1963), y descubramos así una de las principales virtudes, al menos una de las que a mi más fascina, del realizador de Mi noche con Maud (Ma nuit chez Maud, 1969): su absoluta coherencia como crítico, cineasta y ser moral. Y es que los principios plásticos de la obra rohmeriana, ya estaban presente s incluso en sus postulados como crítico cinematográfico, función, por cierto, que ejerció como máximo heredero de André Bazin, teniendo en cuenta que para sus compañeros de la nouvelle nague, el interés por la crítica era muy variable: Tanto Chabrol como Truffaut reconocieron que se habían aprovechado de la crítica cinematográfica, no sin armar el suficiente ruido como para provocar toda una revolución tanto en la crítica como en el propio cine, para saltar a la dirección, Godard simplemente no ve diferencia cualitativa entre escribir y dirigir, únicamente cuantitativa, y Rivette, bueno, Rivette, que estaría más cercano a Rohmer en lo crítico y en lo fílmico, fue posiblemente el más radical, y a la vez errático, a la hora de llevar sus postulados y afinidades críticas a la gran pantalla. Eric Rohmer, no es ajeno a este aprovechamiento de la función crítica, aunque él jamás se definió como crítico, sino que definió al grupo como «cineastas que hemos hecho un poco de crítica para empezar» (3), lo que implica cierta modestia de un realizador que ya en sus primeros textos alababa a cineastas como Hawks, Renoir o Rossellini, de los que heredó un gusto por el naturalismo subjetivo, proveniente de la puesta en escena objetiva que diera la mayor sensación de transparencia. Rohmer es un realizador absorbido por la composición espacial de sus obras, pero nunca se plantea la puesta en escena como herramienta cinematográfica, como un truco gramatical usado con inteligencia. Para Rohmer, el espacio retratado es tan importante como los abundantes diálogos presentes en sus películas, y de dicha conjunción, queda al desnudo no su complementación, sino su significación: es tan relevante la contradicción de los personajes morales de Rohmer entre lo que piensan y dicen de sí mismos con lo que finalmente acaban haciendo, como la manera en que se desenvuelven en el interior del plano, nunca de un modo efectista, pero igualmente cargado de sutiles connotaciones metafóricas. Quizás uno de los ejemplos más evidentes sea el de la violación en La marquesa de O (Die Marquise Von O, 1975), donde Rohmer emula al cuadro de J.H. Füssli La pesadilla, sustituyendo del plano el elemento perturbador y poniendo en contraplano al soldado interpretado por Bruno Ganz (4). Esta búsqueda por la transparencia Rohmer la resume a la perfección ya en uno de sus primeros textos críticos, hablando sobre la figura de Orson Welles, uno de los puntos de discusión con su maestro Bazin: «La misión del cine es más la de dirigir nuestros ojos hacia los aspectos del mundo para los que todavía no tenemos una mirada, que la de situar ante nuestros ojos un espejo deformante, por muy buena calidad que tenga» (5).

Si ejecutamos el flash-back temático, evidentemente, lo primero sería lo último, es decir, que habría que centrarse en Triple agente y La inglesa y el duque (L’Anglaise et le Duc, 2000), para señalar los rasgos estilísticos que el cineasta ha mantenido durante más de cuarenta años con un inapagable tesón. Aquí quizás habría que injerir un matiz, pues la puerta abierta en este ensayo es fácilmente atacable: que un cineasta sea coherente no es en sí mismo una virtud, si no fuera por la búsqueda continua de la belleza que implica esa coherencia. «La meta primera del arte fue la de reproducir no el objeto, sin duda, sino su belleza; lo que se llama realismo no es más que una búsqueda más escrupulosa de esta belleza» (6). Esta búsqueda posee un ejemplo bastante relevante en sus dos últimas obras, que según Heredero, conforman un nuevo ciclo abierto, aunque no confeso por el realizador, que vendría a llamarse “Tragedias de la historia”. Siendo dos films de época, una rareza en un realizador siempre ceñido a lo contemporáneo, están emparentadas en la búsqueda de la representación con sus otros films de época: La marquesa de O y Perceval le Gallois (Ídem, 1978), y es que si Rohmer busca en los relatos contemporáneos una transparencia más allá del realismo empírico, la forma de aproximación a los relatos del pasado , no es a través de una construcción naturalista de la época, sino mediante la asunción de los “modos de representación” que poseemos de dicha época, en palabras de Enrique Alberich: «…no como una operación puramente esteticista, sino que resulta coherente con su postura moral ante el cine: el realizador sabe que no filma el pasado, sino su recreación arbitraria». Por eso si La marquesa de O busca la realidad pictórica de una época, de la misma forma que otras películas como Barry Lindon (Ídem, 1975. Stanley Kubrick) o La joven de la perla (Girl with a Peral Earring, 2003. Peter Webber), y Perceval le Gallois es representada con formas estrictamente teatrales, con unos decorados que no tienen nada que envidiar a los de El Casanova (Il Casanova di Federico Fellini, 1976) o El satyricon (Satyricon, 1969) de Federico Fellini, La inglesa y el duque y Triple agente prosiguen en la misma indagación estética, haciendo de la primera de ellas, posiblemente una de las obras más radicalmente modernas del nuevo siglo, sin nada que envidiar a los logros formales de cineastas tan vanguardistas como Alexander Sokurov o Lars Von Trier.

Sin duda estos dos últimos films de Eric Rohmer sitúan a éste, junto a otros cineastas tan atractivos como Manoel de Oliveira. Michelangelo Antonioni o Shohei Imamura, en el extraño paraíso de cineastas que superan los ochenta años y aún así siguen siendo capaces de realizar obras cumbre. Curiosamente a Eric Rohmer siempre se le ha tachado de cineasta adulto, cuando no directamente viejo, incluso en sus inicios dentro de la nouvelle vague , donde hasta fueron más llamativos los primeros films de Alain Resnais –no en vano se trata de dos joyas como Hiroshima, mon amour (Ídem, 1959) y El año pasado en Marienbad (L’anneé dernière a Marienbad, 1961)– que sus tres primeras obras: Le signe du lion, La panadera de Monceau (La Boulangère de Monceau, 1963) y La carrière de Suzanne (Ídem, 1963). Jean Marie Maurice Sherer, transmutado en Eric Rohmer para Cahiers du Cinema, fue, junto con Rivette, como he dicho antes, uno de los cineastas más incomprendidos del movimiento, sino el que más, de los más tardíos en despuntar. El bello Sergio (Le Beau Serge, 1958. Claude Chabrol), Los 400 golpes (Les quatre-cents coups, 1959. Francois Truffaut) y Al final de la escapada (A bout de soufflé, 1959. Jean-Luc Godard) fueron los films abanderados de un movimiento en el que Rohmer no se vio plenamente reconocido hasta el éxito de Mi noche con Maud. Curiosamente, y esto sí que es un apunte meramente personal, sus films más apegados al estilo de la nouvelle vague –en términos de producción y de estilo–, son los que menos interesantes me parecen: sus dos primeros cuentos morales citados antes, y las posteriores El rayo verde (Le rayon vert, 1985) y Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle (Quatre aventures de Reinette et Mirabelle, 1986). Habría que ser sincero y reconocer que la nouvelle vague oficialmente acabada a partir del enfrentamiento entre Jean-Luc Godard y Francois Truffaut, casi a la misma vez que Rohmer dejaba el cargo de redactor jefe de Cahiers, para que le sucediera Jacques Rivette, prácticamente sólo existió durante diez años: de 1959 a 1969, pues poco o nada tienen que ver entre sí films tan dispares como Domicilio conyugal (Domicile conjugal, 1970. Francois Truffaut), Todo va bien (Tout va bien, 1972. Jean-Luc Godard), La década prodigiosa (La decade prodigiouse, 1972. Claude Chabrol), Celine y Julia van en barco (Céline et Julie vont en bateau, 1974. Jacques Rivette) o La mujer del aviador (La femme de l’avaiteur, 1980. Eric Rohmer); sin embargo, como cinéfilo kamikaze y autodestructivo, no puedo más que sentir una tremenda admiración por unos cineastas que incluso en sus últimas obras no bajan de la maestría: Nuestra música (Notre musique, 2004. Jean-Luc Godard), La dama de honor (La demoiselle d’honneur, 2004. Claude Chabrol), Histoire de Marie et Julien (Ídem, 2004. Jacques Rivette) y Triple agente (40 años después de su debut, 20 años después de la muerte de Francois Truffaut).

Dice Olivier Assayas que «la generación de la Nouvelle Vague fue históricamente la primera en considerar que hacer películas era más digno de sus ambiciones que escribir libros» (7), curiosamente, Eric Rohmer, que empezó defendiendo el cine como un arte independiente de la pintura, el teatro o la literatura, con el paso del tiempo ha ido matizando dichas afirmaciones, hasta el punto de llegar a renegar de la cinefilia, entendida esta como alejar el cine de las otras artes y valorar únicamente por sí mismo. «Ahora, por desgracia, ocurre que en la actualidad hay gente que la única cultura que tienen es cinematográfica, que piensan sólo en el cine, y que cuando hacen películas, hacen películas en las que hay seres que solamente existen en el cine» (8), quizás por ello la mirada sobre la historia planeada en sus dos últimos films, no sólo beba de los modos de representación existentes sobre la época, si no que añada un punto de vista moral sobre lo narrado, mediante cierta atracción tanto por la historia como por los diferentes medios artísticos que la han abordado. Quizá haya en Rohmer algo de indignación ante cineastas, muchos coetáneos suyos, que hacen del cine cita y contexto, con lo que enmarañan la naturalidad buscada en la obra (en caso de que se busque). Lo curioso es que el realizador consigue mostrar su discurso usando la misa coherencia estética ya aludida antes, por cierto, dicha constancia es la que hace que el colectivo antirohmeriano se vea incapaz de disfrutar de ninguno de sus films, bien achacándolo de teatral (¿?), discursivo (¿?¿?) o reaccionario (¿?¿?¿?).

Justo antes de estas dos “tragedias de la historia”, Rohmer construyó sus “Cuentos de las cuatro estaciones”, a mi parecer, su mejor ciclo junto con “Los cuentos morales”. Quizás dicha atracción me venga dada por una constancia que noto en casi toda la filmografía del realizador de La rodilla de Clara (Le genou de Claire, 1970), y es que, ya sea comedia o drama (tanto da en Rohmer el encuadramiento genérico, pues ya se sabe que ni las comedias son comedias puras, ni los proverbios son metáforas o, simplemente, moralejas), siempre hay una mirada bastante amarga sobre el ser humano, su afinidad moral y su final rendición ante lo apacible. Esto no tiene nada que ver con la presencia en el film de un happy end al uso, de hecho, tildar de convencional a Rohmer por que sus protagonistas de los “Cuentos Morales” acaben siempre tomando la opción de la mujer que representa la estabilidad y la seguridad, por encima de las mujeres que representan la tentación (moral y erótica), no es hacerle justicia, Rohmer jamás toma partido en lo narrado, el único demiurgo es el protagonista, que con sus divagaciones sobre lo que quiere y lo que es, en contraposición con lo que se acaba convirtiendo, deja realmente una visión pesimista sobre la vida, que Rohmer no tiene por qué compartir. A su manera, es pura comedia, pero de un humor bastante más complejo que el que se puede discernir en films tan melancólicos como La mujer del aviador (La femme de l’aviateur, 1980) o El amigo de mi amiga (L’ami de mon amie, 1987), primer y último episodio de sus “Comedias y proverbios”. Quizás por ello veo cierto cambio en la mirada de Rohmer sobre el mundo en los “Cuentos de las cuatro estaciones”, donde sus protagonistas, más tenaces que en el resto de su ciclos, a su manera, ven recompensada esa coherencia con la que enfocan sus dilemas éticos con el logro de sus aspiraciones románticas. Tomemos como ejemplo la protagonista de Cuento de invierno (Conte d’hiver, 1992) –este film, por cierto, posee un arranque realmente extraño, con un prologo musical (¡!), totalmente inusual en Rohmer(9)–, una joven persistente hasta posiblemente caer en lo ridículo, manteniendo la esperanza de poder encontrarse de nuevo con un amor del pasado, dicha cabezonería, que la lleva a rechazar a sus dos candidatos a pareja –seres totalmente antagonistas, que le sirven a Rohmer para reírse tanto de la intelectualidad como de la torpeza mental-, acaba por darle la razón, al, por ese azar tan rohmeriano, encontrarse con el joven en un autobús. ¿Es Cuento de invierno un film capriano? En absoluto, o al menos, en la misma medida que lo pueden ser los otros cuentos, donde sus protagonistas –Cuento de primavera (Conte de printemps, 1989) sería más ambiguo al respecto– acaban obteniendo lo que esperan, en el que caso del Cuento de verano (Conte d’eté, 1996), el protagonista librándose de una encrucijada a la que su indeterminación le tiene atrapado y, en Cuento de otoño (Conte d’automme, 1998) –mi preferido, en muchos aspectos–, llevando a buen término un juego de relaciones casi hitchcockiano, que de nuevo sorprende por su definición optimista.

El azar presente en Cuento de invierno y Cuento de verano, también encontrado en el film intermedio Les rendez-vous de Paris (Ídem, 1995), curiosa mezcla de “Comedias y Proverbios” (los dos primeros capítulos) y “Cuentos Morales” (el tercero) –menos interesante encuentro El árbol, el alcalde y la mediática (L’arbre, le maire et la mediatéque, 1993), film discursivo, netamente político y de estética desmañada (por supuesto, totalmente consciente), de un realizador que, por cierto, se confiesa como «en todo caso, no soy de izquierdas» (10)–, así como las abundantes conversaciones que entablan sus protagonistas, generalmente en los films del francés presentados como filósofos, etnólogos, profesores, etc., y que suelen versar frente a temas como filosofía, moral, tentación, fidelidad, religión, … nos sirven más que para acompañar la imagen o completarla, como una declaración de intenciones encubierta de los narradores. Me explico, el personaje puede estar deseando algo mucho más prosaico, simplemente, entablar relaciones con su compañera, pero para ello, Rohmer hace hablar a los personajes sobre Pascal, Balzac, Sartre, numerología, etc., define parcialmente a los personajes mediante su lenguaje, otra parte mediante sus actos físicos y finalmente por su enjundia moral. Este azar más el abundante uso del lenguaje emparentan a Rohmer con dos cineastas tan actuales como Richard Linklater, cuya Antes del atardecer (Befote Subset, 2004) es un Rohmer algo exhibicionista, o Quentin Tarantino (no en vano, el realizador de Kill Bill siempre ha alabado la nouvelle vague y sus componentes), porque puede que los personajes de Rohmer sean verborreicos, pero en la misma medida que lo son los de Tarantino, eso sí, cada uno habla de lo que conoce, ya sean conversaciones sobre el individuo y la individualidad, o sobre Big Mac y superhéroes.

Aunque El rayo verde esté contabilizado como la quinta “Comedia y proverbio”, sería lo justo englobarla junto con Cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle, aunque sólo sea por las condiciones de rodaje: 16mm, cuatro mujeres (actriz, operadora, sonido, producción), sin subvención, orden cronológico, sin guión ni diálogos e improvisando. Ambas obras conectan también con los “Cuentos de las cuatro estaciones” en su relación con la naturaleza, que si bien siempre está presente en el cine de Rohmer, es en estos cuentos y estas indefinidas obras, donde cobra especial relevancia. Existe también un vínculo entre estos dos films y la segunda “Comedia y proverbio” La buena boda, y es en lo cargantes que resultan todas sus protagonistas. Posiblemente influenciadas por el verdadero carácter de sus intérpretes (Marie Rivière, Joëlle Miquel y Béatrice Romand), la consistente tozudez de estas protagonistas en encontrar el novio perfecto, mantener su ética desclasada intacta y encontrar marido a cualquier precio, respectivamente, resultan de lo más agresivo escrito nunca por Rohmer en la definición de personajes. Eso sí, el realizador da rienda suelta a su vena más malévola en La buena boda (La Beau mariage, 1982) cuando enfrenta directamente a su protagonista con el idílico pretendiente, que ciertamente, no tiene ya interés en casarse, sino ni siquiera en tener una simple relación amorosa.

Esta crueldad en La buena boda, expresada como bofetada a las más bien incorrectas poses morales de sus protagonistas, recordemos, mujeres en toda la serie de “Comedias y proverbios”, que al terminar el film han recibido un escarmiento del que no acaban por entender todas sus connotaciones. Como bien dice Serge Daney: «Un personaje rohmeriano no evoluciona, no cambia, no resuelve nada: es al final del film lo que era al comienzo y era al comienzo lo que era el actor más allá del film», y ni el protagonista de La mujer del aviador, ni cualquiera de los personajes de Pauline en la playa (Pauline a la plage, 1983) (librando al mefistofélico y, a su manera, brillante, Henri), o la protagonista de Las noches de la luna llena (Les nuits de la pleine lune, 1984), se ven capaces de interpretar los designios de sus avatares. Quedan en el más simple de los ridículos al verse superados por su circunstancia, sus estúpidos celos y su creencia a poder desenvolverse en la vida muy por encima de sus afecciones emocionales. Posiblemente la comedia más rica, entendida en su vertiente más hawksiana, sea Pauline en la playa, film brillante en su descripción de un corpúsculo de personajes definidos bien prontos en la película (en una secuencia brillantemente rodada, nada que envidiar a Jean-Luc Godard), y su caótico devenir, cuya culpa vendría repartida entre lo irreflexivo de sus actos y, cómo no, el azar poco casual habitado en los guiones de Eric Rohmer. La comedia se alargará en el tiempo bajo una mutación en nombres y geografía, y en el Cuento de verano podremos ver a una Pauline convertida en Margot, cuya novio habita en la Polinesia (no olvidemos que Henri vivía en Oceanía). ¿Es que la única manera de triunfar en la vida es ser definitivamente amoral? Quizá, pero para ello, esta amoralidad debe ser plenamente íntegra.

El amigo de mi amiga, El amor después del mediodía (L’amour après-midi, 1972), y a su manera, Les rendez-vous de Paris, funcionan como epílogos a las “Comedias y proverbios” y los “Cuentos morales” (la tercera es como un epílogo simpático), representando de manera menos sutil y quizás más agresiva los principios estéticos y dramáticos de las series. El amor después del mediodía es entonces el “Cuento moral” en que menos matices entran en juego, y cuyo protagonista es si cabe, el más perdido de la colección de los seis films. Si consideramos La panadera de Monceau y La carriere de Suzanne como films ingresados en lo temático, por más que la segunda tenga unos personajes inusualmente antipáticos en la filmografía de Eric Rohmer, pero alejados en la estética del grupo, sin duda, La coleccionista (La collectionneuse, 1966) queda como un film híbrido. Por una parte posee la ambigüedad moral de sus compañeras, pero a nivel de forma seguramente es lo más cerca que han estado nunca Eric Rohmer y Jean-Luc Godard. Los “Cuentos morales”, los ya citados más las magníficas Mi noche con Maud y La rodilla de Clara, es posiblemente lo mejor del trabajo de Eric Rohmer como cineasta. De hecho, como dice Enrique Alberich, la mítica secuencia en la que Jerôme por fin acaricia la deseada rodilla resume casi toda la filosofía de este jansenista del placer(11) a quien debe tanto el cine, el arte y la belleza: «La incidencia del azar que siempre es relativo, el aplazamiento del deseo como modo de objetivizarlo, la cerebralidad como vía para moderar la pasión, la táctica del autoengaño y, desde luego, la perversión de la moral al tomarla en vano, al acudir a ella como pretexto» (12).

(1) ROHMER, Eric. El cine, arte del espacio. Me permito, como homenaje a Rohmer, abrir el artículo de estudio con su primer párrafo publicado como crítico. Publicado en La Revue du cinéma, nº14, junio de 1948. Extraído de Eric Rohmer, el gusto por la belleza. La memoria del cine. Ed.Paidós. Barcelona, 2000.

(2) BAZIN, André. De la política de los autores . Cahiers du Cinema, nº 70, Abril de 1957. Extraído de La política de los autores. Pequeña antología de Cahiers du Cinema. Ed. Paidós Comunicación 145. BCN, 2003.

(3) Eric Rohmer a Jean-Claude Biette, Jacques Bontemps y Jean-Louis Comolli. Cahiers du Cinéma, Nº 172, noviembre de 1965.

(4) Pedro Almodóvar realizaría una fuga similar en Hable con ella, introduciendo un cortometraje con estética del cine mudo, para que funcionase tanto “como una metonimia de la violación, como una metáfora de la elipsis”, en palabras de Pascal Bonitzer.

(5) ROHMER, Eric. Orson Welles: Mr.Arkadin. Cahiers du Cinema, nº61, Julio 1956. Extraído de Eric Rohmer, el gusto por la belleza. La memoria del cine. Ed.Paidós. Barcelona, 2000.

(6) ROHMER, Eric. Vanité que la peinture, Cahiers, núm 3, junio 1951. Extraído de F. HEREDERO, Carlos; SANTAMARINA, Antonio. Eric Rohmer. Ed. Cátedra. Signo e imagen/Cineastas. Madrid 1991.

(7) ASSAYAS, Olivier. ¡Cuantos autores, cuantos autores! Sobre una política. Cahiers du Cinema, nº352-352, octubre y noviembre de 1983. óp. cit. en (2)

(8) Entrevista a Eric Rohmer por Jean Narboni. óp. cit. en (1) .

(9) «No veo para qué puede servir la música, si no es para arreglar una película mala. Sin embargo, una película buena puede perfectamente no necesitarla», óp. cit. en (3)

(10) Óp. cit. en (3)

(11) Cortesía de Jöel Magny

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12 PM | 19 Feb

! AL FIN, UN ESTADO MAFIOSO¡

Nos parece de interés, por lo polémico, este artículo de Gregorio Moran publicado en la Vanguardia el dia 12 de enero, mucho antes de la declaración de independencia de Kosovo.

La experiencia de la humanidad en la creación de estados es riquísima y va desde la tragedia a la comedia. Ahí está Andorra. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin Andorra? No sé muy bien si el estatuto andorrano es el de nación, Estado, principado o sociedad anónima, pero a ciertos efectos Andorra funciona como un Estado, o por mejor decir, tiene casi todo lo que uno exigiría a un Estado. Para mí es ideal, porque nunca he oído el himno de Andorra y desconozco de qué color patriótico es su bandera, que de seguro los tendrán y serán muy bonitos. También me gusta Gibraltar, y lo digo sinceramente, me parecería mal que dejara de existir, con su estatuto especialísimo, y sus monitos, y sus comerciantes británicos con acento andaluz. ¿Qué hubiera sido de tantos liberales españoles de no tener cerca Gibraltar para salvar su vida y su hacienda? Tienen gracia los patriotas que sacaban pecho por un Gibraltar español y entregaban enterito el país a quien quisiera alquilarlo. Hay más territorio fuera del control del Estado español en Marbella que en Gibraltar.

En Luxemburgo no he estado nunca, o para ser más exacto, quise una vez detenerme y cuando me di cuenta ya había cruzado el país y debía volver atrás. Me gustaría tomar un café en Liechtenstein, pero hasta ahora no he podido. Carezco de curiosidad por Mónaco, porque nunca se me ha perdido nada en un casino. Fuera de Europa hay incluso estados sin la más mínima concepción de algo parecido a una nación o a varias. Países incluso con mucho pasado y ningún futuro. Pero lo que desconocíamos hasta ahora era la constitución de una sociedad mafiosa en Estado. Hubo un intento fallido en Sicilia, durante el periodo que va del desembarco aliado en 1943 hasta el asesinato del bandido Salvatore Giuliano en 1950. Los diversos poderes de la mafia trataron de constituirse en Estado independiente, primero, y luego en estado asociado de los Estados Unidos de América, propuesta del propio Giuliano antes de que sus compinches le liquidaran.

La primera aportación del siglo XXI al derecho internacional – que sospecho debe ser la rama que se ocupa de estas cosas- es la constitución de una sociedad, que sólo existe bajo la forma de comunidad mafiosa, en Estado. Ya sé que la clase política y los ministros de Asuntos Exteriores se lo explicarán de otra manera porque esas cosas tan obvias no se dicen. Del tamaño de Asturias, Kosovo es una sociedad que tiene dos fuentes de ingresos. Una, muy limitada, procede de los miles de trabajadores albanokosovares que se rompen los cuernos trabajando honrada e intensamente por América y Europa – sólo en Suiza hay doscientos mil- y que mandan buena parte de sus ahorros a los familiares que se quedaron. Lo demás es mafia en su triple campo de actuación: droga, prostitución y armas. Sin descuidar los diversos mercados subsidiarios de los tráficos de vehículos, falsificaciones, gasolinas… Kosovo no produce nada. Repito, nada de nada. Y usa como moneda el euro, con una particularidad, son euros enteros,sin posibilidad de fracciones. No existe moneda fraccionaria de euro.

Kosovo no es sólo un producto de la última guerra balcánica y de la deriva del naufragio de Milosevic. Pocas veces en la historia un megalómano asesino sirvió a tal cantidad de intereses, inconsciente de su doble papel, de criminal y de destructor social. (La historia está llena de criminales que construyeron estados, y no voy a citar nombres para no herir sensibilidades.) La destrucción de Yugoslavia no fue obra de Milosevic, sino de las potencias interesadas en que Croacia fuera estado. Milosevic consiguió hacer de Serbia un país odiado, cosa que tenía escasos precedentes. Luego quedó todo ese puzzle que ahora no se sabe muy bien cómo encajar. La República de Macedonia, una invención tan frágil como las probetas de los laboratorios. Bosnia-Herzegovina, en trance de replantearse qué hacer con sus límites y dónde meter la verruga serbia de Srpska. Montenegro, aislada, como estuvo siempre; acabarán declarándola parque natural europeo y sus habitantes se disfrazarán de guardabosques con cargo a la Unión Europea. Eslovenia es otro mundo y siempre lo fue; seiscientos años vieneses le dejaron un aire triestino, bello y calmo.

Es curioso, todos los sionistas de regadío que pululan por estas tierras consideran que el derecho a decidir de los kosovares va a misa, nunca mejor dicho, pero el de los palestinos, que llevan más de medio siglo intentándolo, no es posible por razones históricas, tan legendarias como la Biblia. Kosovo forma parte de la historia serbia con una evidencia tal que no tiene parangón con nuestras identidades exageradas, cuando no inventadas, por los historiadores del siglo XIX. No es sólo la batalla del Campo de los Mirlos, que ya reseñé hace un par de años durante mi visita a Kosovo, son las iglesias ortodoxas más representativas y antiguas, muchas de las cuales han sido arrasadas por los militantes albaneses del UCK, el ejército montaraz de base mafiosa sobre el que se construyó el partido vencedor de las ultimas elecciones. Y su primer ministro, Hashim Thaci, más conocido por sus hombres como la Serpiente,cuyo único bagaje político consiste en hablar inglés fluidamente y servir como intermediario pagado de las fuerzas de Estados Unidos.

¿Qué hacemos cuando un territorio cambia de habitantes? ¿Construimos estados según el sueño neocon,a partir de las creencias? Kosovo tenía hasta los años veinte un 60% de mayoría serbia. La Gran Albania que promovió Mussolini invirtió los términos y la expulsión de serbios los convirtió en minoría que fue aumentando durante el régimen de Tito, porque se trataba de una región pobre y abandonada del poder central en Belgrado. Basta para comprobarlo con pasear por las dos grandes avenidas que conforman Pristina, la una se llama Madre Teresa – Teresa de Calcuta nació aquí- y la otra, Presidente Clinton; los bombardeos norteamericanos consiguieron la retirada del ejército serbio. Las manifestaciones independentistas en Kosovo exhiben la enseña de Estados Unidos. Ahora están en el trance de ir pensando en una bandera propia, un himno, una historia para adoctrinar a los niños, incluso el idioma, un albanés muy diferente al que normalizó el siniestro Enver Hoxha en 1972 y que respondía a la variante dialectal de su lugar de nacimiento, en el sur de Albania.

No es fácil encontrarle un encaje a Kosovo porque ni siquiera la peculiar independencia de este enclave mafioso supondrá cambio alguno fuera del corte umbilical con Serbia. Habrán de seguir los 17.000 soldados de la OTAN y toda la inmensa tropa de empleados y funcionarios de organizaciones que tratan de ordenar lo inordenable, conviviendo cotidianamente con las mafias locales sin las que no podría ni hacerse servir el móvil. Hasta el jefe de Gobierno albanokosovar Hashim Thaci, la Serpiente,sostiene que deberían quedarse como mínimo hasta el 2015, pues nadie mejor que él sabe que las votaciones que abocaron a su victoria y a la independencia tuvieron una participación que no alcanzó el 40% en un país donde los censos y los registros de vida y defunción han sido quemados.

Ni es el derecho a decidir, ni la autodeterminación, ni la identidad albanesa, ni demás zarandajas que nos inventemos. La creación del estado de Kosovo es una decisión de Estados Unidos de América, que desde 1992 se propuso convertir Albania en su cabeza de puente hacia el sudeste de Europa. La base más importante del ejército norteamericano en la región está situada al sur de Tirana. Todo parece preparado para que la declaración unilateral de independencia tenga lugar tras las inminentes elecciones en Serbia, para evitar que la auténtica razón de la medida – cerrar todas las vías a Serbia, aliado histórico de Rusia- genere una reacción en los comicios serbios que vuelva a hacer aparecer el espantajo de la guerra.

De un tiempo a esta parte, la diplomacia no es la forma de resolver conflictos entre estados, sino el modo de crearlos para darle una oportunidad a la guerra.
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12 PM | 19 Feb

La desproporción

EL PAÍS, publicó el pasado 16/2/2008 esta interesante Tribuna. En la línea de meditar sobre la baja calidad de la democracia en los países occidentales, no estaría de más empezar por lo más básico, la autentica proporcionalidad de nuestra representación y la igualdad de nuestros votos. Otras consideraciones “mas finas”, pueden venir después. Aunque ahora, quizá, no sea el momento más oportuno para salir con estas reivindicaciones, mi opinión es que este debate no puede dejarse de lado en próximas Legislaturas.

TRIBUNA: JORGE URDÁNOZ GANUZA

El maquiavélico sistema electoral español

Nuestro sistema es desproporcional, impone el bipartidismo, fomenta la polarización y hace casi imposible que surja un tercer partido moderador. Los nacionalistas quedan como única alternativa para pactar

JORGE URDÁNOZ GANUZA 16/02/2008

El sistema electoral español es infinitamente más original de lo que parece a primera vista, y es bastante maquiavélico”. Quien así habla no es ni un desinformado ni un antisistema resentido, es Óscar Alzaga, uno de los padres del propio sistema. Los dos adjetivos que utiliza describen a la perfección la criatura que él y otros miembros de la UCD alumbraron durante la Transición y que todavía perdura.

Su originalidad es tal que los especialistas no acaban de catalogarlo. Aunque la Constitución habla de “representación proporcional”, lo cierto es que las desproporciones en los resultados son de las mayores de la escena internacional. No sólo no se garantiza una proporción más o menos ajustada entre votos y escaños, es que ni siquiera se salvaguarda el mero orden en el que los votantes colocan a los partidos: una formación con menos votos que otra puede conseguir más escaños. Por eso muchos estudiosos del sistema no lo consideran proporcional sino mayoritario atenuado.

Pero un sistema mayoritario se caracteriza por sobrerrepresentar al partido ganador facilitando así que forme gobierno. Y nuestro sistema no siempre beneficia al primer partido: en 2004 las elecciones las ganó el PSOE, pero el más beneficiado fue el PP. Mientras los votantes socialistas recibieron un 3.3% de escaños por encima de lo que hubiera sido proporcional, los populares se vieron agraciados con un 3.7%. De hecho, con el actual empate técnico puede suceder que el PP quede segundo en votos pero primero en escaños, perdiendo y ganando a la vez las elecciones (¡!). Las más elementales leyes de la semántica impiden denominar “mayoritario” a un sistema que posibilita semejante resultado.

Entonces, ¿qué es? Bien, ya se ha dicho: es original. De hecho, lo es tanto que puede afirmarse que su esencia consiste en su inexistencia. El “sistema electoral español” es una construcción meramente verbal que carece de una realidad empírica a la que aplicarse con sentido. Lo que hay son 52 sistemas electorales (50 por provincia más Ceuta y Melilla). Los sistemas en los que se eligen muchos escaños son proporcionales. Los sistemas en los que se eligen 3, 4 o 5 escaños no. La ciencia política suele estimar que estos últimos tienen efectos “mayoritarios”, algo que a mi juicio no merece el noble principio de mayoría. Por eso, si me permiten la licencia, yo les voy a denominar “distorsionantes”. Porque lo que hacen esos sistemas es distorsionar, y por partida doble y superpuesta.

Pensemos en Teruel, con 3 escaños. Un sistema así distorsiona en primer lugar el propio voto de muchos ciudadanos. Un voto útil no es otra cosa que una emisión de preferencias distorsionada: “Yo prefiero A, pero he de votar por B”. Y distorsiona, en segundo lugar, los resultados. Porque el reparto de escaños va a ser prácticamente siempre de 2 a 1 -aunque el partido vencedor lo sea sólo por un voto- y porque todos los votos a terceros partidos se quedan sin representación.

Conviene entonces no claudicar ante la magia de las palabras: no hay “un sistema electoral español”, y es preferible hablar, como empiezan a hacer los especialistas, de “los sistemas electorales para el Congreso”. La imagen mental adecuada no es la de una entidad más o menos unívoca, sino más bien la de una escala. Una escala en la que se sitúan 52 posibilidades y cuyos límites son por un lado la distorsión y por otro la proporcionalidad.

Soria, con 2 diputados, es un extremo de esa escala; Madrid, con 35, es el otro. Y cada provincia se sitúa de acuerdo a su número de escaños. El 62% de los españoles votan en circunscripciones de 10 escaños o menos, por lo que saben que si su primera preferencia no supera aproximadamente el 10% de los votos, su voto será electoralmente inútil. En ellas se impone a fuego el bipartidismo, ya que sólo el PP y el PSOE pueden en la práctica verse representados (o, en su caso, los nacionalistas). En las cinco provincias en las que habita el 38% de españoles restante serían a priori posibles nuevos partidos e iniciativas, pues la proporcionalidad es elevada. Pero recordemos a Alzaga: no sólo original, también maquiavélico.

Como en un taller de alquimia, la escala que acabamos de describir se encuentra salpicada con unas cuantas gotas de sufragio desigual. Las provincias más pequeñas eligen más escaños de los debidos, disfrutando así de un poder de voto mayor. En las últimas generales el precio del escaño basculó desde las 20.000 papeletas de Soria hasta las 100.000 de Madrid. Tenemos así dos escalas que corren paralelas pero en sentido contrario. La primera nos divide en 52 grupos de acuerdo a nuestra mayor o menor proporcionalidad (sistemas electorales diferentes). La segunda nos divide en otros tantos grupos de acuerdo a nuestro mayor o menor poder de voto (sufragio desigual).

Maquiavelo habría tomado apuntes: los electores cuyos votos son fuertes se hallan en los sistemas “distorsionantes” y por tanto presionados para votar útil o, lo que es lo mismo, a los dos grandes; los votantes eximidos de esa losa psicológica son libres, pero sus votos son débiles. En cifras: en Teruel bastan 25.000 votos para alcanzar un escaño, pero es que eso es un 33% de los votantes turolenses y por tanto sólo el PP y el PSOE pueden permitirse tales escaños de saldo. En Madrid un 3% de los votos suponen 3 escaños, pero es que eso equivale nada menos que a 300.000 votantes.

Aunque centrarse sólo en ellos es ya a mi juicio parte del problema, los efectos del entramado son obvios. Por un lado se impone el bipartidismo y se fomenta la polarización, siendo casi imposible que surja un partido de centro que pueda ejercer un factor moderador. Por otro, la única alternativa para pactar la ofrecen los nacionalistas.

¿Qué hacer? La decisión sobre el sistema electoral configura una situación en buena medida excepcional desde el punto de vista de la filosofía política. Nadie defiende, por ejemplo, que sean las empresas las que redacten las leyes anti-monopolio: esa labor ha de corresponder a instituciones que, situadas por encima de ellas, vayan más allá de sus intereses. Pero el sistema electoral lo deciden los partidos y, ¿qué hay por encima de ellos? “La ley y el Estado de Derecho”, se dirá, pero es que la ley y por tanto el derecho son, empezando por la propia Constitución, creaciones suyas.

Si hay otro cuerpo en el Estado que comparte esa situación soberana de los partidos es el militar. El ejército no tiene por encima nada que pueda controlarlo, lo que explica el destacado papel que el honor y la obediencia han desempañado siempre en su código moral: son nuestra única garantía. De ahí que, de la misma manera que la democracia sólo germinó cuando las cúpulas militares interiorizaron de verdad su acatamiento al poder civil, compartieran o no sus designios, la regeneración de la democracia sólo será posible cuando las cúpulas partidistas asuman ciertos principios, convengan o no a sus intereses.

Por eso, a pesar de que de ellos no se escuche ya últimamente ni el más leve susurro, resulta fundamental volver a hablar de principios. Cuando uno lee a los viejos defensores del ideal de la proporcionalidad descubre los valores que la nutren: a los electores les garantiza libertad; a los resultados, justicia. Y cuando uno vuelve a los clásicos de la democracia, recuerda que hay un valor que bajo ningún concepto puede claudicarse: la igualdad del voto. Son las élites de los grandes partidos las que han impedido que esos tres valores sean hoy y ahora una realidad entre nosotros. Llevar los principios al centro del debate y recordar lo que significa “inalienable” es el primer paso para evitar que puedan seguir haciéndolo.

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12 PM | 18 Feb

Ángel González

 

Cuando un poeta se muere sus versos se llena de luces extrañas, se iluminan igual que el fuego de San Telmo ilumina los barcos en la “calma chicha” del inmenso océano.

Y en esa ya permanente soledad, y en esa ya irreversible distancia, se escucha el lento chapoteo de una barca cuyos remos mueve la parca con gesto de ganancia. Pero el poeta vive en sus poemas después de muerto (lo que nos queda) y vive para siempre en la definitiva rúbrica de sus sueños.

Todos sus poemas son el poeta (tal vez todos los poetas sean un único poema), pero hay algunos poemas en los que su presencia es más desnuda, más descarnada; se hace más visible su tiempo, su memoria, su compromiso, su ironía y su desasosiego.

De entre toda la importante obra poética de Ángel González, he escogido un itinerario corto por cinco poemas que, a mi parecer, nos aproximan a su perfil de poeta-hombre o viceversa.
                                                 ANTONIO HERRANZ

 

De ÁSPERO MUNDO

 

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

hombres de todo mar y toda tierra,

fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes

en otro cuerpo nuevo.

Solsticios y equinoccios alumbraron

con su cambiante luz, su vario cielo,

el viaje milenario de mi carne

trepando por los siglos y los huesos.

De su pasaje lento y doloroso

de su huida hasta el fin, sobreviviendo

naufragios, aferrándose

al último suspiro de los muertos,

yo no soy más que el resultado, el fruto,

lo que queda, podrido, entre los restos;

esto que veis aquí,

tan sólo esto:

un escombro tenaz, que se resiste

a su ruina que lucha contra el viento,

que avanza por caminos que no llevan

a ningún sitio. El éxito

de todos los fracasos. La enloquecida

fuerza del desaliento…

 

(Identidad consciente. Herencia y estirpe con nombre y apellidos. Memoria oculta de la que el hombre aprende. Viaje imaginario hasta reconocerse. Se percibe lo sublime en el justo momento de la aceptación. Hijo del limo.)

 

De SIN EPERANZA / CON CONVENCIEMIENTO

 

YO MISMO

 

Yo mismo

me encontré frente a mí en una encrucijada.

Vi en mi rostro

una obstinada expresión, y dureza

en los ojos, como

un hombre decidido a cualquier cosa.

 

El camino era estrecho, y me dije:

“Apártate, déjame

paso,

pues tengo que llegar hasta tal sitio”.

 

Pero yo no era fuerte y mi enemigo

me cayó encima con todo el peso de mi carne,

y quedé derrotado en la cuneta.

 

Sucedió de tal modo, y nunca pude

llegar a aquel lugar, y desde entonces

mi cuerpo marcha solo, equivocándose,

torciendo los designios que yo trazo.

 

(Lucha interior, herida siempre abierta. El enemigo siempre somos nosotros mismos. No llegar llegando para sobrevivir. La encrucijada de toda disyuntiva se hace transparente humanidad. El error no lleva necesariamente a la derrota.)

3. De TRATADO DE URBANISMO

 

CIUDAD CERO

 

Una revolución.

Luego una guerra.

En aquellos dos años -que eran

la quinta parte de toda mi vida-,

yo había experimentado sensaciones distintas.

Imaginé más tarde

lo que es la lucha en calidad de hombre.

Pero como tal niño,

la guerra, par mí, era tan sólo:

suspensión de las clases escolares,

Isabelita en bragas en el sótano,

cementerios de coches, pisos

abandonados, hambre indefinible,

sangre descubierta

en la tierra o las losas de la calle,

un terror que duraba

lo que el frágil rumor de los cristales

después de la explosión,

y el casi incomprensible

dolor de los adultos,

sus lágrimas, su miedo,

su ira sofocada,

que, por algún resquicio,

entraban en mi alma

para desvanecerse luego, pronto,

ante uno de los muchos

prodigios cotidianos: el hallazgo

de una bala aún caliente

el incendio

de un edificio próximo,

los restos de un saqueo

-papeles y retratos

en medio de la calle…

Todo pasó,

todo es borroso ahora, todo

menos eso que apenas percibía

en aquel tiempo

y que, años más tarde,

resurgió en mi interior, ya para siempre:

este miedo difuso,

esta ira repentina,

estas imprevisibles

y verdaderas ganas de llorar.

 

(El punto de partida. Estigma de la experiencia en la ciudad cero de la muerte. Tragedia extraordinaria de la vida. Los ojos recogen los prodigios, los ojos se anegan en el llanto. El poeta y su memoria en una dolorosa unidad indestructible.)

 

4. De BREVES ACOTACIONES / PARA UNA BIOGRAFÍA

 

MERIENDO ALGUNAS TARDES

 

Meriendo algunas tardes:

no todas tienen pulpa comestible.

 

Si estoy junto al mar

muerdo primero los acantilados,

luego las nubes cárdenas y el cielo

-escupo las gaviotas-,

y para postre dejo a las bañistas

jugando a la pelota y despeinadas.

 

Si estoy en la ciudad

meriendo tarde a secas:

mastico lentamente los minutos

-tras haberles quitado las espinas-

y cuando se me acaban

me voy rumiando sombras,

rememorando el tiempo devorado

con un acre sabor a nada en la garganta.

 

(Calma y desasosiego. A la luz ambigua de la tarde, en la hora violeta, cuando se siente hambre de ser y el alimento es un simple ejercicio de autoestima. Sarcástico mantel donde se sirve como un plato frío la existencia.)

 

 

 

 

 

 

5. De POESÍAS SIN SENTIDO

 

DATO BIOGRÁFICO

 

Cuando estoy en Madrid

las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las

noches.

La luz no las anima a salir de sus escondrijos,

y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por

mi dormitorio.

lugar hacia el que

-por oscuras razones-

se sienten irresistiblemente atraídas.

Ahora hablan de presentar un escrito de queja al presidente

de la república.

y yo me pregunto :

¿en qué país se creen que viven?,

estas cucarachas no leen los periódicos.

 

Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache

y baile tangos hasta la madrugada,

para así practicar sin riesgo alguno

su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas

por las anchas baldosas de mi alcoba.

 

A veces las complazco,

no porque tenga en cuenta sus deseos,

sino porque me siento irresistiblemente atraído,

por oscuras razones,

hacia ciertos lugares muy mal iluminados

en los que me demoro sin plan preconcebido

hasta que el sol naciente anuncia un nuevo día.

 

Ya de regreso a casa,

cuando me cruzo con sus pequeños cuerpos que se evaden

con torpeza y con miedo

hacia las grietas sombrías donde moran,

les deseo buenas noches a destiempo

-pero de corazón, sinceramente-,

reconociendo en mí su incertidumbre,

su inoportunidad,

su fotofobia,

y otras muchas tendencias y actitudes

que -lamento decirlo-

hablan poco a favor de esos ortópteros.

 

(Quiere ser lo que dice. Quiere nombrar para resucitarse. En la similitud un resto de esperanza, en la confesión un resto de conciencia maltratada. Desde lo oscuro y en lo oscuro la ironía se enciende y nos redime. Metamorfosis.)

(Antonio Herranz)

Febrero 2008

 

(Nota: Estos poemas de Ángel González están en su antología “Palabra sobre Palabra”, publicada en la Editorial Seix Barral.)

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