EL ENORME DESPROPÓSITO DE MENZEL EN TRENES RIGUROSAMENTE VIGILADOS
Hay cosas que uno aprende sin que nadie se las enseñe. Son artificios humanos, pero se incrustan de tal modo en la corteza cultural de nuestro cerebro que terminan por parecernos de índole natural.
¿Quién puede poner en cuestión que el norte en un mapa impreso coincide con la parte superior del papel? Consecuentemente el sur con la inferior, el oeste con el margen izquierdo, y el este con el derecho. Será por asimilación que en la pantalla de cine, cuando hay referencia geográfica al servicio de la trama, ocurre lo mismo. ¿Alguien recuerda algún plano de avión volando de Los Ángeles a Nueva York, de derecha a izquierda? ¿A que no? Y en las mil y una secuencias del desembarco en Normandía los cañones alemanes siempre esperan a la derecha de la pantalla apuntando a los barcos aliados que se aproximan desde la izquierda, o desde arriba. Y así sucesivamente, los ejemplos podrían multiplicarse por cien.
Divertida, amena, perspicaz, crítica… una joya de película ideada como una forma punzante de desenmascarar algunos vicios de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi y lo hace despertando una simpatía desbordante, bajo un humor natural y la máscara de las primeras experiencias sexuales de un chico con algún problemilla de eyaculación precoz ante las chicas un tanto ‘facilonas’ que se le ponen por delante. Humor grácil, delicioso, sencillo, tierno, que se desparrama en forma de sexo (o intentos del mismo) en el ambiente de un pueblo controlado por el nazismo y que esconde mucho más de lo que aparentan sus juegos con braguitas de risueñas señoritas que se dejan tocar. Leí en una crítica que tal vez la eyaculación precoz sea “la impotencia del pueblo checo” y que mejor forma de expresarlo que a través del sexo “¿Qué mejor que el sexo para romper el himen del silencio?”. Lo cierto es que tras ese desparpajo narrativo, esa aparente frivolidad de coqueteos, nalgas que asoman por debajo de la ropa, y sonrisitas cómplices acolchadas por carnosos labios, se esconde toda una declaración de intenciones, de la lucha por la libertad de un pueblo y de una realidad que se palpa (nunca mejor dicho) con el paso del tren, que descubre las ruinas, los tejados de chapa, los uniformes manchados por las excreciones de palomas, que dejan entrever muy sutilmente las desgracias de la guerra. Pero esto requiere de una segunda lectura porque la película es todo encanto. La utilización de la mordaz ironía también tiene un efecto embaucador en la película y las metáforas visuales (imagínense a una mujer acariciando el largo cuello de un cisne mientras el protagonista intenta buscar a un ‘madurita’ para su primera experiencia sexual) son sorprendentes y poco comunes. Esta cautivadora obra tiene a personajes magníficamente definidos en detalles y soberbiamente interpretados, especialmente el protagonista, torpe , debilucho, ingenuo que empieza a despertar en la vida. El soniquete de la musiquilla en forma de sátira de himno militar es pegadizo y se queda danzando en la cabeza horas después de haber visto la película. Y en este mundo mágico y envolvente que se crea bajo el prisma del humor, la tragedia también viaja soterradamente, los acontecimientos dibujan un futuro peor, pero es imposible escapar de la sonrisa que despiertan estos personajes pintorescos que remolonean por el filme, hasta que, justo antes del The End y de forma inesperada, todo estalla en una tragedia, ni aún así fui capaz de perder la sonrisa.
La película de Elem Klimov, el autor de Masacre, sobrecogedor viaje al horror nazi, nos muestra en “Agonía” el personaje de Rasputín sobre el telón de fondo de los últimos años del zarismo, interpretado por Aleksei Petrenko, el general en “El Barbero de Siberia”. El monje loco, que creció de manera salvaje cerca del rio Tura en Siberia, pasó de ladrón de ganado a confidente de la zarina después de pasar por la secta de los Khlysty,a la fe por el dolor y si es a base de orgias mejor. Rasputín llega a la corte, por mediación de un Santón, para salvar la vida del heredero del Zar que es enfermo de hemofilia, si no es salvado el hijo, la especulación sobre el heredero se ponía en marcha, el éxito del “flagelante” por mediación de la hipnosis es palmario para todos y a partir de ese momento la corrupción se instala en la corte de los Romanov. Klimov nos muestra a un personaje tosco, grosero, con una mirada penetrante, en una clara desmitificación del personaje creado a partir de la biografía interesada de su hija María. El Zar es presentado por Klimov como una persona tímida y de carácter poco propicio que esta al albur de las manipulaciones de su mujer. La película que podemos definir de carácter histórico nos muestra a un Zar recuperado del pánico de 1.905 que pretendió perfilarse como autócrata de todas las Rusias. La destrucción de estereotipos es siempre un proceso dramático. Hubo gente que se opuso a la película y otra que la defendió. Inicialmente, vencieron los primeros. Luego la situación ha cambiado”, añadía Klimov en una reciente entrevista.
La historia de la caída de los Romanov está superpuesta con imágenes reales de la pobreza del campesinado, de la desigual distribución de la tierra, con escenas vibrantes de una marcha de campesinos, obreros y en general gentes del pueblo, descontentos por sus condiciones de vida. Exigiendo mejoras y el establecimiento de un programa de reformas políticas que al menos suavizara el régimen autocrático.se les ve llegar al Palacio, la familia imperial ausente, permaneciendo en el mando el príncipe Sviatpolsk Mirski, que recibe instrucciones por teléfono con un regimiento de infantería de la guardia y un escuadrón de cosacos de la guardia. Ordena abrir fuego y cargar contra la muchedumbre. Con el triste final de más de un centenar de muertos.
Sorprendentes escenas de los lesionados en la guerra que son repuestos como muñecos con nuevas piernas ortopédicas. Una buena lección de historia con elementos surrealistas, y un misticismo que hace estragos al lado del poder.
De todas formas, qué sería Gran Bretaña sin sus fantasmas, Italia sin sus adoradores del diablo, Alemania sin sus duendes, Estados Unidos sin sus conspiraciones OVNI sus predicadores, España sin sus apariciones marianas, sin sus masones…
“Es una película”, dice su director, “sobre los cambios de pensamientos y mentalidad de una nación a lo largo de un siglo. Estos cambios siempre van seguidos de sufrimientos, porque comprenden la destrucción de algo que existe. Es el problema de lo antiguo y lo nuevo. He querido captar el reflejo de estos cambios en la vida cotidiana de un pueblo perdido en la taiga siberiana, muy aislado, muy lejos de la civilización, que vive una vida natural, primitiva, muy fuerte y sana, porque sus habitantes tienen una relación directa con la naturaleza. Cada diez años se producen cambios bajo la presión de las fuerzas económicas y políticas que cada vez desarraigan más a sus habitantes y les alejan de sus tierras”.
Argumento
Inicios del siglo XX. En la aldea siberiana de Elan viven dos familias: los humildes Ustyuzhanin y los Solomin, que viven holgadamente. Afanasi, el patriarca de los Ustyuzhanin, era antiguamente el mejor cazador de la taiga. Ahora trabaja cortando leña. Su hijo Kolya se decide a robar comida de un almacén perteneciente a los Solomin. Natya Solomina, de su misma edad, lo descubre in fraganti durante el hurto, pero accede a darle pelmeni, a cambio de que Kolya corra desnudo por la nieve, momento en que la joven arroja la ropa de Kolya a un perro encadenado. Más tarde, Kolya acompaña a casa a Rodion, un terrorista fugitivo que le habla sobre la idea de la Ciudad del Sol, y que causa una fuerte impresión al joven. Los miembros de esta generación conocen al “abuelo eterno”, un misterioso habitante del bosque que, invariablemente conocerán también los miembros de las siguientes generaciones a lo largo de sesenta años.
Años 20. Nikolai y Nastya se han enamorado, pero Nikolai conoce el estallido de la Revolución de Octubre, que es recibida con júbilo por los Ustyuzhanin. Pero los dos jóvenes discuten. Nastya se siente ofendida, y toma la decisión de casarse con un familiar lejano, Filipp Solomin. Éste es consciente de que Nastya actúa así por despecho y de que no le ama. Nikolai le pide disculpas a Nastya, pero ésta no le perdona, y los Solomin le pegan una paliza, y lo arrojan dentro de una barca que dejan libre en la corriente del río. Ese mismo día, Afanasi, el padre de Nikolai, que ha sido capturado por el Ejército Blanco, muere de un ataque al corazón. Mientras tanto, Nastya reflexiona sobre lo ocurrido y se marcha de casa, alcanzando la barca en la que han arrojado a Nikolai y huyendo con él de la aldea. Ambos partirán con la idea de unirse al movimiento revolucionario que se extiende por el imperio ruso.
“KRABAT. El Aprendiz de Brujo”, es el décimo largometraje de Karel Zeman, de 1977, y quizá la mejor muestra de su retorno de los 70 a una animación más clásica, de lápiz y pincel. Escribe el guión siguiendo la obra, “Krabat y el molino del diablo”, publicada en 1971 por el checo-germano, Otfried Preussler, que nació en la actual Bohemia checa (Liberec), en 1923, y falleció en Alemania en 2013, hace ahora seis años.