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07 PM | 09 Oct

la semana triste del socialismo español

tezanosbis031016

La semana del 25 de septiembre al 1 de octubre ha sido una de las semanas más tristes y bochornosas de la larga historia de un partido como el PSOE, que en su trayectoria ha conocido confrontaciones internas de una gran dureza y dificultad.

Sin embargo, lo que ahora se ha vivido produce, sobre todo, un enorme bochorno y posiblemente va a tener consecuencias negativas en la trayectoria de esta organización a corto y medio plazo. Y lo peor de todo es que lo que ha ocurrido se podría haber evitado si un sector importante del partido hubiera pensado bien lo que pretendía hacer y, sobre todo, si lo hubiera hecho ateniéndose a los cauces democráticos establecidos en la normativa interna del PSOE.

Desde luego, no se debe dejar de reconocer que la situación política actual en España es de una enorme complejidad –y dificultades de gobernabilidad− y que el PSOE, al igual que otros partidos socialdemócratas de nuestro entorno, está atravesando una etapa de desgastes y retrocesos electorales que conducen a nuevos escenarios y posibilidades (a la baja). Por eso, se entiende que en las filas socialistas hayan surgido diferentes enfoques sobre cómo encarar, e intentar superar, las dificultades existentes, contribuyendo a que los problemas no se pudran.

Evidentemente, tal como estaban las cosas, resultaba inevitable dilucidar en un Congreso o votación quién lidera el PSOE en estos momentos. Es difícil que un líder pueda trabajar eficazmente si varios otros líderes salen continuamente a poner en cuestión sus posturas y opiniones. Así no hay quien gane elecciones, porque nadie puede saber quién lidera dicho partido ni cuáles son sus posturas. En esta necesidad había bastante consenso, pero no en el método seguido para afrontarlo.

A su vez, hay que tener en cuenta que, durante los últimos años, en la organización y funcionamiento cotidiano del PSOE se han desarrollado vicios –o costumbres, como prefieren decir algunos− que implican comportamientos propios de un “aparatismo” abusivo: se blindan lealtades y clientelismos, se fuerzan dimisiones (a veces por cansancio y desesperación), se disuelven organizaciones para buscar nuevos equilibrios internos de fuerza y, en definitiva, se implanta un modelo de comportamiento jerarquizante y clientelar, que en el fondo y la forma está en las antípodas de la cultura democrática propia de los partidos socialistas. Es evidente que si no se quiere asfixiar y ver languidecer una organización política, es necesario erradicar estos comportamientos y no elevarlos a categoría central. Entre otras razones porque tales prácticas, en lo que tienen de prescindir de la voluntad y el criterio de los afiliados, tienden a desanimarles, a provocar su inhibición o incluso a alejarlos de la organización. Todo lo cual puede apuntar a un declive del clásico modelo de los partidos socialdemócratas y a una inflexión hacia procedimientos más propios de los partidos de cuadros y de notables.

Estos asuntos justificaban un debate a fondo suficientemente clarificador y ordenado como para que la opinión pública y los propios afiliados y cuadros del PSOE lo entendieran y lo asumieran sin mayores problemas y desgarros.

Sin embargo, todo se ha hecho tan mal y con tantas tensiones y desgarros que al final ha resultado inevitable causar la sensación de que se estaba ante un golpe palaciego, con ciertos componentes de esperpento. Esa es, precisamente, la imagen que ha llegado a la opinión pública y a los afiliados y votantes del PSOE. Imagen que plausiblemente irá en aumento a medida que se desvelen y se conozcan más detalles de lo que sucedió en la borrascosa sesión del Comité Federal del 1 de octubre. Algo que ha llevado a reputados miembros del PSOE a hacer pública su conclusión de que “este ya no es mi partido”. Lo cual es sumamente grave.

Lo menor que puede decirse del grupo que organizó la conspiración contra Pedro Sánchez y que llevó a cabo las acciones de la semana triste es que son –o parecen− un tanto chapuceros e impulsivos en su manera de proceder. Como advirtió un prestigioso ex candidato del PSOE, elegido también por las urnas y defenestrado con movimientos irregulares –también con el concurso activo de ciertos grupos mediáticos−, si eso ha sido “un Golpe de Estado”, ha sido un Golpe urdido y planificado por un “sargento chusquero”. Y que nos perdonen los muy dignos sargentos chusqueros.

Si los adversarios –casi a muerte− de Pedro Sánchez que querían su defenestración y eran miembros y cuadros importantes del PSOE hubieran respetado los procedimientos y la legalidad democrática interna del partido, habrían obtenido el mismo resultado en casi todo, sin causar los enormes desgarros que han causado y sin llevarnos a un espectáculo tan bochornoso. Es decir, una vez que se había convocado un Comité Federal ordinario, hubieran podido presentar un voto de censura al Secretario General, que si obtenía el respaldo mayoritario hubiera dado lugar a su cese y a la convocatoria de un Congreso que hubiera elegido un nuevo Secretario General y una nueva Comisión Ejecutiva, de manera clara, legítima y democrática. En ese caso, es muy probable que algunos sectores y medios de comunicación social hubieran criticado al PSOE por sus divisiones internas –otra vez− y por introducir elementos de cambio e inestabilidad en un panorama tan complejo como el de la España actual que, sin duda, requiere esfuerzos y cesiones mutuas para formar un gobierno. Cuanto antes mejor.

Pero esto no se ha hecho así, no se ha querido hacer así, lo cual nos obliga a preguntarnos, ¿por qué? Una de las respuestas más fáciles e inmediatas a esta pregunta es la que ya hemos señalado: porque algunos de los “directores” de la operación son demasiado chapuceros, o están demasiado creídos de sí mismos como para pensar que nadie podía atreverse a ponerse delante y no hincar su rodilla ante ellos.

Sin embargo, esta es una interpretación que desconoce, o no valora lo suficiente, algunos de los elementos que han estado concernidos en la conspiración. Y que parece que afecta a cuestiones bastante más de fondo.

En el argumentario de los conspiradores contra Pedro Sánchez, los dos principales tópicos que se han venido utilizando contra él desde el primer momento han sido que es un líder que “no gana elecciones”, frente al que se pretende oponer la imagen de otros líderes que “ganan elecciones” (es decir, ellos/as). El segundo tópico es que Pedro Sánchez y los suyos estaban dispuestos a alianzas de Gobierno que podrían ser especialmente peligrosas. Algo a lo que era necesario oponerse con todos los medios y todas las armas. Hay que suponer que lo de “todas las armas” ha sido un mero recurso retórico.

Pues bien, de estos dos argumentos el primero es una falacia que no resiste el más mínimo contraste con los datos. Ya que lo cierto es que el PSOE desde hace años está perdiendo votos en todos los lugares. Al igual que les ocurre a otros partidos socialdemócratas europeos. Lo cual se debe a múltiples causas, como la mala imagen de los políticos (incluidos los socialdemócratas), las dificultades para diferenciar bien las posiciones de los partidos socialdemócratas respecto a las de los conservadores y, sobre todo, a la emergencia de nuevos partidos que están logrando atraer los votos de los sectores de izquierdas y más indignados y deteriorados socialmente, que antes votaban a partidos como el PSOE. El caso de España es evidente. Ahí tenemos a Podemos, en todas las Comunidades Autónomas.

Por solo referirnos al caso de Susana Díaz, desde los comicios de 2008, que ganó aún Manuel Chaves, ya algo desgastado, con un 45% de los votos, los sucesivos candidatos del PSOE han perdido en las elecciones autonómicas 770.000 votos; y solo en las últimas, ya con Podemos en escena, Susana Díaz ha perdido un 7,8% de los votos anteriores (118.800). Lo cual ha conducido a que el otrora todopoderoso PSOE andaluz, que alcanzaba proporciones de más del 50% de los votos, últimamente se haya tenido que conformar con un modesto 35% de los votos, menos aún en las elecciones generales (31,2% en las últimas), de forma que el efecto de “voto compensatorio” del PSOE en Andalucía, como su bastión nuclear, ya no opera de la misma manera y con la misma fuerza que en Galicia lo hace a favor del PP.

Y lo mismo se podría decir de todos los demás territorios en los que el PSOE gobierna gracias al apoyo de otros partidos políticos que compensan la debilidad actual del PSOE. Sobre todo, gracias al apoyo de Podemos, y en Andalucía, hoy por hoy, de Ciudadanos. ¿Y quién ha dimitido en todos estos lugares? ¿Por qué, pues, tendría Pedro Sánchez que dimitir automáticamente debido al mismo patrón descendente, que es anterior a su período de gestión? ¿De qué se nos está hablando, pues? ¿Acaso piensan algunos que los demás somos tontos?

Y si esta no es la razón, ¿a qué obedecen conspiraciones tan desmedidas y desgarradoras, y en las que tantos han echado sus cuartos de espadas desde el primer momento? ¿Cómo se explica la enorme proyección y agresividad desplegada, de manera aparentemente bien coordinada por Felipe González, el Grupo PRISA y otras plataformas mediáticas? Desde luego, el contraste con la discreción pública de otros líderes históricos del PSOE ha sido muy reseñable.

Tal como han sucedido las cosas, es inevitable pensar que alguien dio la señal de “a por él y a degüello”, y a partir de ahí se desencadenó una operación sistemática y despiadada de descalificación y caza del hombre. El hecho de que en un editorial de El País se llegara a calificar a Pedro Sánchez como un “insensato sin escrúpulos”, al tiempo que la información sobre el asunto se llevara a extremos de intoxicación e inveracidad propios de culturas autocráticas y de procedimientos de “caza del hombre”, no solo es un baldón para este grupo mediático –aunque no el primero ni único−, sino que ha forzado a muchos de sus profesionales a tragar con un papelón penoso.

La “atípica” dimisión en masa de 17 miembros de la Comisión Ejecutiva orientada a desestabilizar a la dirección del PSOE, la pintoresca lideresa andaluza, presentándose en la sede de Ferraz poco menos que a ocupar la casa bajo la pretensión de ser “la única autoridad legítima”, y competente, por supuesto, las maniobras obstruccionistas en la reunión del Comité Federal del 1 de octubre, la negativa a aceptar cualquier solución de compromiso, las voces destempladas que se escucharon fuera y dentro de Ferraz (ambas criticables) y el final “propio de película de Berlanga” –como se decía antes− de varios Presidentes Autonómicos y muchos cuadros de la Administración local y regional suspendiendo una votación con urna y papeletas que ya estaba en curso, con bastantes votos depositados, al grito de “¡pucherazo, pucherazo!”, componen un rosario de despropósitos difíciles de digerir por personas mínimamente razonables y templadas. ¿Cómo se puede calificar de “pucherazo” a una votación legítima con urna y con papeletas para decidir un asunto importante? ¿Qué implican procederes tan extremistas? Algunos sostienen que la razón era bastante obvia, como se vio después con la votación pública. Es decir, evitar que algunos miembros del Comité Federal se dejaran llevar por el corazón o por sus propios razonamientos y criterios en el voto, optando por lo que les pareciera mejor, o más adecuado a la lógica democrática establecida en el PSOE, y no por las “órdenes” e “indicaciones” que les habían dado sus superiores en las Alcaldías, las Consejerías y Direcciones Generales de los respectivos gobiernos autonómicos. Lo cual nos remite a un fenómeno de clientelismo político, que algunos vieron en peligro en el Comité Federal del 1 de octubre, cuando la votación secreta, con urnas y papeletas, ya estaba en curso. Y, desde luego, alguna razón tenían para esta suspicacia. Al tiempo que en ese momento lograron que algunos miembros indignados del Comité Federal abandonaran la reunión. Todo lo cual contribuyó a la derrota de Pedro Sánchez, por un estrecho margen de diferencia que bien hubiera merecido parar el reloj, volver atrás y consensuar una salida sensata y razonable a la situación.

Lo peor de todo es que, siguiendo las normas establecidas, los críticos a Pedro Sánchez, si tan seguros estaban de tener mayoría, podían haber procedido de manera ordenada y clara, obteniendo resultados similares, sin hacernos pasar por tal bochorno, ni realizar presiones tan desmedidas sobre diversos miembros del Comité Federal. ¿Por qué se han asumido tantos costes?

Algunos suspicaces piensan que todo ha sido deliberado y que lo que se ha producido –y logrado− es controlar la dirección de un partido sin tener que pasar previamente por los “trámites” de unas elecciones primarias y de un Congreso que tiene muchos requerimientos democráticos difíciles de “controlar”. Los que así piensan se recelan que las elecciones primarias pasarán a la historia y que, a partir de ahora, unos pocos tomarán las decisiones por muchos, sean estas aceptadas o no aceptadas por los afiliados y por los votantes del PSOE, y que tendremos que acostumbrarnos a que un órgano excepcional gobierne el PSOE durante bastante tiempo, mientras intenta la pacificación interna. Habrá que ver cómo se entiende este propósito pacificador interno.

Mientras esto ocurre y se retorna a la normalidad democrática interna en el PSOE –esperemos que sin mutilaciones, ni retrocesos−, la Gestora, a la que algunos querían calificar como Comité Político, tendrá que tomar decisiones trascendentales y muy sensibles, que podrían implicar desafecciones internas y costes electorales y de imagen muy notables. Ahora, tal como han acabado las cosas, a ver quién se atreve a poner al PSOE en la tesitura de tener que concurrir a nuevas elecciones generales en Diciembre. ¿Cuántos votos y escaños tendrían ahora los que tanto presumían de que ellos eran los que “ganaban” elecciones?

El malestar entre los afiliados y los votantes del PSOE es muy grande, existiendo una sensación bastante extendida –e inevitable− de que se nos ha quitado el derecho a votar y a codecidir, y que se nos ha metido deliberadamente en una situación de excepcionalidad que hubiera sido perfectamente evitable. Y que se han tensionado los debates y las posturas hasta extremos impropios de una cultura democrática. Por eso, ahora, uno de los mayores peligros para el PSOE es que se produzcan movimientos de decepción, frustración e incluso de abandono, por muy comprensibles que sean. De ahí que habrá que ver quiénes son los que realmente tienen la capacidad y la credibilidad política y personal necesaria para coser las heridas y los desgarros creados.

JOSE FELIX TEZANOS

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03 PM | 22 Sep

TRES VIAS CANADIENSES

PEDAGOGÍA PARA LOS FOROFOS DEL “DERECHO A DECIDIR” (FELIX DIXIT)derecho-a-decidir

Tiempo habrá el año que viene de elogiar cabalmente ese admirable país que es Canadá, en el 150º aniversario de su nacimiento como federación. Por ahora, ampliemos el campo de lo que el socialismo catalán llama “vía canadiense”. Porque, si bien discrepo del PSC en sus recetas, sí creo que la peripecia política de Canadá ofrece interesantes lecciones para España. A fin de cuentas, Canadá es la única democracia que ha gestionado con éxito un intento de separación de raíz identitaria y eminentemente lingüístico, que es lo que tenemos nosotros, por más que se lo pretenda revestir de motivos más augustos. Consideremos tres instancias:

El referéndum y la ley de claridad. Reina aquí una confusión interesada. Lo primero que hay que aclarar es que la Constitución canadiense, que no reconoce el derecho a la secesión unilateral, sí permite la celebración de referendos de independencia. Ello hace de Canadá una excepción en el universo de las democracias, que se fundan en el principio republicano de indivisibilidad del territorio, sin que ello cancele sus credenciales democráticas. Ahora bien, para evitar la inestabilidad política que conlleva esa facultad, el federalismo canadiense ideó un mecanismo restrictivo. El hoy ministro de Asuntos Exteriores, Stéphane Dion, solicitó de la Corte Suprema de Canadá un dictamen sobre las condiciones en que tal ejercicio del derecho de autodeterminación se podía practicar. En su respuesta el Tribunal concluyó: que Quebec no tiene un derecho a la secesión unilateral sino a entablar negociaciones con la federación al efecto de separarse; que sólo habría lugar a esas negociaciones tras un referendo con una pregunta clara (en 1980 y 1995 no lo habían sido); y que, en todo caso, la negociación no tenía por qué abocar necesariamente a la separación si Ottawa y Quebec no alcanzaban un acuerdo. Tal doctrina fue luego llevada a ley mediante la Clarity Act del año 2000. Es decir, y esto es lo crucial: la Ley de Claridad no nació para facilitar referendos, sino para dificultarlos, al explicitar el largo y complicado proceso de la ruptura pactada.

La cuestión de la plurinacionalidad y el estatuto especial. ¿Pero no es cierto acaso, dirán los nacionalistas, que Ottawa reconoce a Quebec como nación? No exactamente. En ningún lugar de la Constitución canadiense de 1982 se habla de Canadá como un Estado plurinacional, y la doctrina, aunque no es pacífica, no suele considerar que lo sea. Lo que ocurrió es que en 2006, en una hábil jugada del Gobierno de Stephen Harper, el Parlamento Federal, neutralizando una moción del Bloc Québequois, reconoció que “les quebequois forman una nación en un Canadá unido”. Adviértase el matiz: se dice “los quebequenses”, y no “Quebec”, y se dice en lengua francesa, tanto en la versión francesa como la inglesa de la declaración. Con esto se quería significar: a) Que la cuestión es demasiado compleja como para llevarla a la Constitución. b) Que el reconocimiento de nación, en su acepción sociológica y no política, se circunscribe a los descendientes francófonos de los primeros colonos franceses, dejando fuera a quebequenses de lengua inglesa que no quisieran sentirse por aludidos. c) Que el reconocimiento de esta nación histórica y cultural se lleva a cabo dentro de un Canadá unido. Compárese este sutil, eficaz e inteligente gesto con las apresuradas e irreflexivas llamadas a reconocer la plurinacionalidad del Estado español, sin saber siquiera cuántas y cuáles son las naciones que lo compondrían. Porque en realidad, en Canadá, lo que se ha desplegado en los últimos 50 años no ha sido una política de plurinacionalidad sino de multiculturalidad y, sobre todo, de bilingüismo.

La cuestión de la lengua. Si el ardor secesionista se ha apagado en Quebec, no es porque haya obtenido rango legal de nación, ni porque se haya reconocido su derecho de autodeterminación. La razón del éxito en la gestión territorial ha sido la correcta localización del problema, a partir de los años sesenta del pasado siglo, en la cuestión de la lengua. La élite política en Ottawa entendió, no sin resistencias, que si los quebequenses veían adecuadamente representada su lengua en las instancias federales de gobierno, su desafección disminuiría y el nacionalismo se vería privado de su principal instrumento de hegemonía. Fue así como en 1972, la Official Languages Act dio igual rango federal a inglés y francés. Gracias a esa medida, gradualmente implementada, hoy indiscutida, el soberanismo quebequés llegó a sus referendos con la pólvora mojada. Pero de nuevo compárese esto con las ideas dominantes en España: los federalistas hicieron suyo el francés, pero ni por un momento hubieran aceptado blindar la exclusión del inglés en Quebec. Tanto cuidado puso Ottawa en que los francófonos no se sintieran excluidos, como que los anglófonos no sufrieran merma en sus derechos en Quebec (la Sección 13 de la Constitución garantiza el derecho a ser escolarizado en ambas lenguas, bajo ciertas condiciones). Muchos somos los que defendemos que esta es la vía que debería seguir España: resolver el contencioso lingüístico a través de una Ley de Lenguas Oficiales que, realzando el lugar público de las lenguas cooficiales, siente de manera justa e inclusiva los derechos lingüísticos de todos los ciudadanos españoles.

Llegamos así a la enseñanza final. Canadá y España presentan puntos de tangencia en sus crisis territoriales. Pero divergen en algo importante: la actitud política de sus federalistas. En Canadá, los federalistas no promueven referendos de autodeterminación: hacen lo posible por evitarlos y los desacreditan como mecanismos anómalos en democracia, porque obligan a seleccionar a una parte de los conciudadanos como extranjeros; en España, por contra, a muchos aparentes federalistas, el derecho a decidir les parece bálsamo de todo mal territorial. Los federalistas canadienses defienden el bilingüismo, así en Canadá como en Quebec, y considerarían una aberración las políticas de exclusión del español practicadas, cada día con más violencia verbal y simbólica, en más de una comunidad autónoma española; nuestros falsos federalistas se sueltan con afirmaciones lisérgicas como que el “el bilingüismo es un atentado a la convivencia”. Y es que en Canadá el tajo es claro: o se es federalista o se es nacionalista. En España, la mediación del “catalanismo” ha permitido hacer pasar por legítima reivindicación lo que, a partir de 1978, no era más que ramplón nacionalismo. Lo que hace falta en Cataluña y en el conjunto de España, en suma, es un verdadero líder federalista, alguien que nos arengue con el mismo claro mensaje que Pierre Trudeau dirigió a su país el siglo pasado. En el conjunto de España sonaría así: “Españoles, debemos culminar el reconocimiento público de nuestras cuatro lenguas principales, hoy todavía parcial y fragmentario”. Y en Cataluña: “Catalanes, tras la aprobación de la Constitución democrática nuestra identidad está protegida; digamos adiós para siempre a la cultura morbosa del agravio perpetuo y hagamos definitivamente nuestro este gran país, España, lleno de potencial, que por tradición y legado nos pertenece”.

Juan Claudio de Ramón Jacob-Ernst es ensayista.

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01 PM | 03 Sep

odio de madre

Odio de madre

Entre los crímenes de Stalin hay dos que afectan a España y/o a los españoles. Por supuesto, hay más, pero estos dos son especialmente repugnantes: los asesinatos de Andreu Nin por agentes soviéticos y quizá también españoles en 1937 y el de Leon Davidovich Bronstein (Trotsky) por Ramón Mercader en México D.F., en 1940. Los dos son atroces y demuestran la profunda inmoralidad y perversión del estalinismo y, por extensión del comunismo. Alguien dirá que se trata de una extrapolación injusta y que una cosa era estalinismo y otra muy distinta el comunismo. No discutiré esta distinción en la que no creo. Me limitaré a señalar un dato pertinente. Stalin, principal beneficiario del asesinato de Trotsky, siendo hombre agradecido, concedió la orden de Lenin in absentia a Mercader mientras este cumplía su sentencia de veinte años en México. Parece bastante odioso otorgar una condecoración a un criminal como premio por su inhumano asesinato, por mucho que este haya beneficiado la causa del condecorador. No obstante también se dirá que, al fin y al cabo, Stalin, ya se sabe, era un asesino y estos entre sí se protegen y premian. No es moralmente admisible, pero tiene su lógica. Sin embargo, al cumplimiento de la condena de Mercader, en 1961, la Unión Soviética le confirió el título de héroe de la Unión Soviética. Y ya no era Stalin, que llevaba ocho años muerto. Eran los comunistas para los cuales, como se ve de forma irrefutable, un asesino puede ser un “héroe”.
Los dos crímenes mencionados -Nin y Trotsky- son dos de los episodios más siniestros de la historia del comunismo y, por razón de sus respectivas circunstancias tienen una faceta literaria que ha sido muy explotada y, al menos en el caso de Nin (detenido ilegalmente, secuestrado después, torturado, asesinado y enterrado en algún lugar cercano a Alcalá de Henares) hay suficientes incógnitas para seguir alimentando investigaciones. En el caso de Ramón Mercader, por el contrario, casi toda la historia es conocida, pueden faltar matices y toda información posterior será siempre bienvenida pero, en lo que hace a la cuestión en sí, el caso está cerrado: el Partido Comunista y la GPU o policía política soviética, reclutaron a Ramón Mercader, militante del partido español, para que asesinara a Trotsky, cosa que Mercader hizo clavando una piqueta de alpinista en el cráneo del revolucionario ruso en su casa de Coyoacán, hoy convertida en museo.
Así que la película es una versión cinematográfica más de un hecho que ha sido abundantemente investigado, relatado, novelado y filmado, incluso como documental. La obra de Chavarrías (director y guionista) no se aleja del relato canónico y mantiene un tono medio discreto, tratando de casar dos espíritus, ambientes, relaciones muy dispares. De un lado, el fondo del asunto, esto es, la moral comunista bolchevique tradicional que se basa en una anulación absoluta de los factores individuales de la personalidad que ha de someterse ciegamente a las directrices del “partido”. Este ente cuasi mítico, cuyo solo nombre era objeto de veneración por sus militantes, verdaderos creyentes fanáticos, no era otra cosa que la habitual asociacion humana en cuyo seno se ventilaban polémicas y conflictos de intereses personales. Resuelta la controversia, generalmente mediante la purga, la expulsión o el simple asesinato, el vencedor elevaba su consigna a categoría universal dogmática que todo militante debía seguir ciegamente incluso al extremo de asesinar a sus seres queridos o hacerse matar él mismo si el “partido” lo ordenaba.
De otro lado, el director  ha querido dar a la peli una factura de thriller, una obra policiaca, de suspense de un preparativo de un atentado mezclado con un relato de amor de final muy amargo. El obvio intento es aligerar la historia, no incidir demasiado en las miserias del mitificado bolchevismo en acción, ya muy depresiva. Consigue trasmitirnos ese agobiante clima moral del comunismo en las relaciones entre los militantes individuales (a los que cabía asesinar, así como a los enemigos) y el ente abtracto del “partido”. Todo ello, a su vez, sin heroísmo alguno, sino en una realidad sórdida como sórdido y vulgar era el propio Mercader. Y lo hace con algunos diálogos muy duros sobre todo entre la madre y el hijo o de este con sus superiores de la GPU. Y también con algún episodio que juzgo invención del director, como el del asesinato del viejo compañero del 5º Regimiento en México, especialmente dramático. La historia de amor entre la infeliz trotskysta neoyorquina y Ramón Mercader (alias Jacques Mornard) que la instrumentaliza para sus fines es muy relevante en el episodio en su conjunto, pero está simplificada en exceso, como también están simplificados los personajes de Trotsky y Natalia Sedova, su mujer. En general, la película parece haber contado con pocos medios para su realización y se resiente de ello. Demasiados interiores y poca acción exterior.
El mayor acierto del director, a mi juicio, es haber subrayado especialmente la importancia de la madre de Ramón, Caridad del Río, que era la verdadera fanática comunista, incondicional del estalinismo y la que convence, prepara y anima a su hijo a cumplir su misión. Ramón Mercader fue solamente el ejecutor material de un designio que, habiendo nacido en el Kremlin, pasó por el cerebro fanatizado de su madre, en el que solo anidaba un culto idolátrico a Stalin y un odio inextinguible al enemigo de este, Lev Davidovich. Aunque la película no recoge esta posibilidad, ni la insinúa, no está muy claro que Caridad estuviera bien de la cabeza. De hecho, su esposo, de quien se separó, consiguió recluirla en algo como una clínica mental. Pero según la interpertación al uso (con probable influencia comunista) esa decisión fue una especie de venganza del marido.

Los demás elementos de la conocida historia están discretamente tratados. Tampoco acaba de verse con claridad la interpretación que el film hace del fracasado atentado previo a cargo del pintor David Alfaro Siqueiros, y su desarrollo es confuso. Las actividades de los comunistas mexicanos en los años treinta siguieron al pie de la letra -como en los demás países del mundo- los zigzags de la política soviética, las depuraciones, las farsas judiciales de Moscú en 1934, 1936 y 1938, la “lucha” contra el trotskismo, etc. También se echa mucho de menos siquiera fuera alguna referencia a la vida de los Trotsky en México que no consistió solamente en vivir enclaustrados en la casa de Coyoacán. Parece mentira que la peli dure dos horas para lo magro de los contenidos. Tanto los preparativos del atentado (con influencia de los films de espías estilo James Bond) como el romance entre Mornard y Ageloff están sobredimensionados.
La que sí queda clara es la naturaleza esencialmente inhumana, inmoral de la cacareada “disciplina revolucionaria” de los comunistas. Solo por esto merece la pena ver El elegido.
RAMÓN COTARELO
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12 AM | 24 Ago

ANIVERSARIO DE UN ENVILECIMIENTO

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03 PM | 07 Ago

ANDREA CAMILLERI, 100 LIBROS

El novelista italianOAndrea Camilleri ha publicado hasta hoy 100 libros y, a sus 90 años, posee una media de 4,17 libros por año. Su personaje insignia, Salvo Montalbano, es conocido por todo el mundo.

El también escritor Antonio Manzini y discípulo de Camilleri escribe para EL MUNDO sobre la personalidad de su maestro.

  • ANTONIO MANZINI

Andrea Camilleri ha llegado al libro número 100. Parecería un resultado excelente si estuviésemos calculando los libros leídos por una persona de edad madura. Pero no, él los ha escrito. Y cada uno de estos 100 libros se ha sedimentado en el corazón de sus miles de lectores esparcidos por todo el mundo. Hasta ahora, nada que no se haya dicho. ¿Podríamos tan sólo añadir que Andrea Camilleri no empezó a escribir de manera continuada hasta 1992, y que, por tanto, esos 100 libros los ha escrito en 24 años? Son cifras que le darían dolor de cabeza a cualquier escritor vivo, y no digamos ya a uno como yo, que tengo la desdicha de haber sido alumno suyo y de haber acabado luego en su misma editorial. Es como si, de adolescente, uno se mudase de bloque y se esforzase todo lo posible por ir bien en los estudios, para, más tarde, descubrir que el muchacho que vive enfrente se llama Albert Einstein.

¿Comprenden mi frustración? Tú luchando por el aprobado, partiéndote los cuernos con la tercera declinación o con El infinito de Leopardi, mientras él hace una valoración cuantitativa del movimiento brown-iano formulando al mismo tiempo la hipótesis de su aleatoriedad. En la naturaleza, la justicia no existe, eso ya se sabe. Dios reparte cerebro y belleza al azar. Y así acaba uno encontrándose con Camilleri. Primero es tu profesor en la Academia Nacional de Arte Dramático y resulta que ha publicado cuatro libros, pero nunca habla de ellos. Con él trabajas en el teatro y participas en montajes fabulosos; eres un joven actor y tienes la sensación de estar en un teleférico que te lleva hacia arriba, hacia arriba, sin saber por qué estás subiendo por encima de los picos nevados. ¿Adónde vas? El teleférico se detiene entonces y se abren las puertas: ¡tienes ante ti el espectáculo de las cumbres de los Alpes! Y quien te ha llevado hasta ahí arriba ha sido ese hombre que habla poco, fuma mucho y con el que básicamente uno se ríe.

Llega después el día en que estás intentando tener la oportunidad de hacer un texto para que lo dirija Andrea. Y él te suelta un montón de folios en la mano y te dice: “¿Te importaría leer esto que he escrito?”. Eres joven, inculto, y le preguntas: “No sé, Andrea, ¿no sería mejor que lo leyera alguien con más…?” “Mis amigos están todos muertos”, te interrumpe. Total: que te sientas y te pones a leer. Es un libro sobre un policía que se llama como un gran escritor de Barcelona. “Se lo he puesto en su honor -te explica Andrea-. Siempre me ha gustado Montalbán“. Lees como loco, el manuscrito es maravilloso, se llama La forma del agua, el título ya de por sí es un viaje lisérgico, y el protagonista, un irónico comisario siciliano, es espléndido. Tras dos horas que se han pasado volando, le devuelves los folios y le dices: “¡Es buenísimo, Andrea! Pero eso ya lo sabías, ¿no? ¡Ni una sola corrección en todo el manuscrito! ¡Es la copia buena!” “¡No! -te responde, sencillo como él sólo-. Es la primera versión”.

Entonces se te plantea la duda: o Andrea Camilleri es un genio puro y duro, o ese hombre que tienes ante ti con un cigarro en la boca y la cerveza en la mesita de noche está poseído por el espíritu de Balzac o algo parecido.

Ahora ha llegado al libro 100 y no piensa parar. He investigado largo y tendido sobre el tema y me he dado cuenta de que Andrea Camilleri no está poseído por ningún escritor de una época anterior. Tampoco practica misas negras en la Piazza Mazzini. No es miembro de ninguna logia perversa, no tiene un ejército de escritores trabajando para él (en su época sólo contaba con una Olivetti Lettera 22), ni tampoco pertenece al Mossad o a la Stasi ni está imbuido de santidad. Conclusión: es un genio. Y punto. ¡Honremos a este talento puro de la narrativa con un aplauso de 100 libros de largo!

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