Artículos de Opinión

12 AM | 04 Feb

EUROPA

Miradas: “Europa” de Lars von Trier.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Leo Kessler, un ingenuo joven americano de raíces alemanas, viaja a Alemania para trabajar con su antipático tío en una compañía de ferrocarriles. Su empleo le permitirá viajar, fascinado, por un país destruido por la guerra pero que para él conserva la hermosura que tenía anteriormente; sin embargo también tendrá que encarar poco a poco a las atrocidades de la barbarie nazi, una situación que le generará repulsión debido al poco respeto por la vida humana que encuentra y se planteará qué está haciendo allí realmente. Además, se verá inmerso en una intriga política difícil de salir.
Este es el argumento de la tercera película teatral del realizador danés Lars von Trier, el autoproclamado heredero de Carl Theodor Dreyer, y la última de su trilogía europea llamada precisamente “Europa”, después de “El elemento del crimen” (1984) y “Epidemic” (1987). “Europa” (1991) se distribuyó en el mercado norteamericano retitulada como “Zentropa” (el nombre de la compañía de ferrocarriles de la película que aquí nos ocupa) para evitar confusión con “Europa Europa” (1990) de Agnieszka Holland. Así pues, con esta odisea intelectual llena de emoción, cierra un trío de largometrajes realmente diferentes a todo lo demás, sugerentes, provocativos y arrebatadores.
“Europa” es inquietante, laberíntica y extraña y en ella poco a poco se van dibujando todas las vergüenzas y secretos de Alemania. Esto comienza cuando Leo (Jean-Marc Barr) conoce a una atractiva millonaria (Barbara Sukova) que inmediatamente lo seduce de manera misteriosa en el tren. Lo invita a cenar a su mansión para que conozca a su familia, que además es propietaria de la compañía fabricante de los trenes. Estos ferrocarriles fueron los mismos que llevaron a los judíos durante la guerra y una serie de extraños sucesos en los que se incluyen asesinatos en el seno familiar pondrán en juego la ética de Leo.
Lars von Trier presenta en esta comedia muy negra una propuesta interesante y sugestiva dentro del cine contemporáneo, quizás algo pretenciosa pero en todo momento un trabajo diferente. En “Europa” los recursos técnicos que utiliza para contarnos esta historia que parece sacada de un mundo kafkiano regido por el existencialismo no son en absoluto innovadores, pero sí sabe emplearlos con una acertada maestría lejos de lo común. Logra crear un nuevo estilo narrativo y un universo visual propio con el uso de proyección trasera, superposiciones, efectos ópticos, trucos de fotografía y cambios dramáticos entre escenas en blanco y negro, en color y combinadas. Se trata de una experiencia cinematográfica única y un viaje a lo desconocido y lo inesperado acompañado de unas yuxtaposiciones asombrosas.
Aunque la película simboliza la agonía del nazismo y la culpabilidad de unos americanos que quizás llegaron demasiado tarde para ayudar a las personas que viajaban en esos trenes, y algunos sus mejores momentos son los puramente visuales y las hipnóticas imágenes de las vías del tren junto con la narración de Max von Sydow son tremendamente seductoras, “Europa” no solamente es un ejercicio de estilo impecable y una delicia visual. Hace pensar. Y mucho.
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02 PM | 29 Dic

Lenin, la Revolución como Ciencia

Por Rafael Fraguas.- | Diciembre 2017

lenin2Vladimir Illich Ulianov, Lenin (1870-1924) ha sido, sin duda, una de las personalidades más influyentes de la Historia contemporánea. Y ello gracias al descomunal esfuerzo desplegado por este joven revolucionario y futuro abogado nacido en Simbrisk, para descifrar y recodificar el intrincado álgebra de la Política. Transformada ésta en Ciencia revolucionaria, supo ponerla al servicio no solo de las clases dominadas, señaladamente la clase obrera y campesina, sino también de tod@s cuant@s quisieran formar parte, con aquellas, de lo mejor del género humano.

Sus lecturas y estudios incesantes acompañan su combativa vida desde los albores adolescentes de la racionalidad, cuando descubre en su inquietud moral la necesidad de una militancia organizada –sancionada con tres años de destierro siberiano y un exilio de lustros- en lucha contra la opresión zarista, para ver cristalizada poco después su conciencia en una teoría entrañada permanente en la praxis, siguiendo la pauta de sus tan conocidos como queridos maestros, Karl Marx y Friedrich Engels, a los que solo conoció a través de sus obras. Tal conexión, de teoría y práctica –fusión en él irrompible, sintetizada en la organización política- sería el axioma inscrito en el arquitrabe de su vida, asociada inextricablemente a la actividad política.

Lenin convierte la Política, más precisamente, la política orientada hacia la Revolución, en una Ciencia que puede ser aprendida y explicada gracias a la aplicación de la metodología marxista al estudio de la Historia y a su praxis social. Este fue su principal hallazgo y su principal contribución ideopolítica, ya que su método cabía aplicarlo en cualquier latitud a cualquier situación política que cumpliera determinadas condiciones. Estas condiciones se referían, en lo táctico, a la correlación de fuerzas existente en el momento histórico concreto y, en lo estratégico, hacían referencia a los cambios que el modo de producción, permanentemente cambiante, determinara en el ámbito de los valores, las instituciones, la ideología en suma.

lenin7Quizás la singularidad más específica del quehacer político-ideológico de Lenin consistió en percibir que la revolución era posible en un país como Rusia, donde el desarrollo capitalista era meramente incipiente y no se trataba de un sistema plenamente desarrollado, requisito éste que Marx -y sobre todo Engels- consideraban el pórtico necesario e ineludible para que el despliegue del socialismo y del comunismo fuera viable. Con una intuición política fuera de serie, basada en una codificación precisa de sus profundos estudios sobre el marxismo, la Ciencia y la Historia, Lenin supo hallar en el precapitalismo ruso la brecha por la cual introducir el puño de la revolución hasta horadarlo profundamente. Este atajo descubierto por Lenin le dotaría de la estela de genialidad política que le fuera atribuido incluso por sus más encarnizados enemigos. Sin embargo el genio real de Lenin, siendo una persona de evidente inteligencia, no procedía de ninguna sobredotación personal en clave individualista, tan del gusto de los pensadores burgueses; más bien derivaba su capacidad para dar forma a los intereses mayoritarios de las clases desposeídas de todo el mundo, con las cuales su praxis y su teoría se mantuvieron en permanente conexión comprometidas.

Observador incesante del curso de los acontecimientos, Lenin aplicó a sus conocimientos una epistemología basada en los principios de la dialéctica hegeliana actualizada filosóficamente por Marx en una clave social hondamente progresista. Batalló paladinamente por desmontar el corpus teórico, filosófico y científico construido durante siglos por las élites dominantes y reaccionarias para justificar cualquier forma, toda forma, de explotación de la clase obrera y campesina. Y lo hizo así puesto que, para él, la lucha política se hallaba indisociablemente unida al combate ideológico.

Al igual que sus maestros, Lenin atribuyó a la clase obrera un poder emancipatorio no solo para la propia clase trabajadora sino también capaz de lograr la liberación de toda la sociedad en su conjunto, en su lucha contra la desigualdad y su reproducción por el capitalismo; capitalismo que él concebía como sistema supremo y refinado de desigualdad y esclavitud social, ideado y esgrimida por y para la burguesía, clase que él entendía como categoría asocial parásita, detentadora de un poder político y económico hasta entonces omnímodos.

lenin5En la lógica dialéctica ínsita en su discurso marxista, en su impronta profundamente internacionalista, la teorización realizada por Lenin sobre el Imperialismo cobra un vigor inigualado dentro de la Ciencia Política tanto, que llegó a convertirse en guía emancipadora y posible para los pueblos del mundo sometidos al yugo colonial que de él quisieron desprenderse.

Su teoría del Estado partía de considerarlo como cristalización política de los intereses de la burguesía, que concebía la esfera de lo estatal como la de su propio Consejo de Administración. Hay en el primer Lenin, en sintonía con el primer Marx, un sentir antiestatal profundamente libertario, que sitúa en la destrucción del Estado la meta postrera de la revolución socialista. En esa dirección avanza el incipiente Estado de los Soviets, con un horizonte dibujado alrededor de la disolución del Estado burgués mediante la fórmula de la democracia directa, de obreros, soldados y campesinos. Tal anhelo se revela pronto como una -en verdad deslumbrante- quimera. Súbitamente sobreviene la certeza de la imposibilidad de perpetuarla, pese a su extraordinario empuje sociopolítico inicial y a la soberbia energía creadora surgida der aquel ideal en las Artes, la Ciencia, el Pensamiento, la Poesía…de los primeros años de la Revolución: la reacción antirrevolucionaria, fuertemente asentada intramuros de las élites del país y en algunas capas del campesinado esclavizadas durante siglos, lleva a 21 países a adentrar otros tantos ejércitos extranjeros en el territorio ruso para yugular la que consideran terrible afrente infligida por l@s revolucionari@s no solo contra el decadente zarismo sino, sobre todo, contra el sistema capitalista en su conjunto. El saldo de aquella agresión organizada se mide en siete millones de muertos.

Hostigada permanentemente desde el minuto cero de su existencia, rodeada, boicoteada, agredida y asaltada, la Revolución soviética debe blindarse frente a las asechanzas de sus poderosos enemigos internos y externos. Unos y otros adversarios son derrotados en una gesta colectiva, militar-popular y obrera, sin precedentes; pero dejan en la piel de la Revolución heridas muy profundas, algunas de las cuales no cicatrizarán nunca. Y ello habida cuenta de que la defensa de la Revolución exigió a sus representantes políticos vivir como si lo hicieran en un estado de excepción permanente, que generó, ciertamente, terribles exacciones.

La propaganda capitalista ha cebado su crítica inacabada contra la revolución socialista en esta tremenda secuencia de fases críticas políticas y económicas vividas por el pueblo soviético, como si se tratara de algo propio e implícito en los procesos revolucionarios. Sin embargo, se ha cuidado muy mucho de admitir que aquella excepcionalidad, en ocasiones tan criminal y desquiciante, obedeció, en su mayor parte, al enloquecedor hostigamiento cruelmente inducido por los Estados capitalistas contra el Estado soviético desde su mismo origen: no hubo hacia él ni una sola hora de tregua.

lenin-posterLa veloz industrialización del país; la salida de los ciclos del hambre; la supresión de la usura y del crédito bancario privado; la igualdad entre mujeres y hombres; la legalización del aborto; la carrera espacial; las llegada de la URSS al rango de superpotencia, fruto de la victoria de la Revolución orientada por Lenin, fueron observadas por los intelectuales progresistas de Occidente y del mundo como avances de la Humanidad –miles de ellos abrazaron el socialismo y el comunismo-, mientras las élites reaccionarias del Occidente capitalista las percibía como gravísimas afrentas contra sus intereses, que demandaban una respuesta militar: la Guerra Fría.

La dinámica resolución política de Lenin, explícita en sus incesantes y movientes alianzas, no obedeció al tacticismo, al pragmatismo o bien a cualquier otra suerte de deformación política; era más bien consecuencia de su extraordinaria rapidez para descubrir la dialecticidad de lo político, la deslizante naturaleza que va urdiendo la historia a costa de contradicciones. Lenin nunca haría primar la lógica de la política, concebida como mera técnica de poder, sobre la lógica social de las masas; más bien, pese a conocer tal técnica, invertirá su sentido y superará dialécticamente esta contradicción mediante una praxis trenzada a la realidad social de las masas con el sólido aporte de la teorización marxista.

Gravemente herido por los tres disparos en el cuello y el hombro que le hizo la desequilibrada Fanny Kaplan en 1918, Lenin iniciaría un declive físico que le llevaría a la muerte seis años después. Pese a aquellas gravísimas heridas, combatió hasta su último aliento contra el capitalismo. Éste, aún hoy, se muestra asustado por el temor hacia la dignidad de la clase obrera, del campesinado y de las capas medias recobrada por las luchas colectivas como la dirigida por la acción política de Lenin, expresión y anhelo de un pueblo que hace ahora un siglo asumió el protagonismo de la liberación propia y se convirtió, entonces, en ejemplo de emancipación para los demás pueblos.

Artículo publicado en la revista ENTRE LETRAS   http://entreletras.eu/

 

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10 AM | 04 Dic

Ciclo Nietzsche, Martes 5 19 horas

                                                                                                                                  La modernidad de Descartes: Autoconciencia y certeza.

Oscar Quejido Alonso

El diálogo crítico nietzscheano con la llamada Modernidad tiene como punto de partida el pensamiento de Descartes; en particular el tema de la conciencia. La Modernidad pondrá en juego una determinada manera de entender la racionalidad, así como la subjetividad a partir del conocido dictum cartesiano “cogito, ergo sum”. En esta sesión nos detendremos en la crítica llevada a cabo por parte de Nietzsche a la noción cartesiana de conciencia, así como al dualismo que conlleva, ya sus consecuencias

para la noción de verdad entendida como certeza autoevidente. Por otra parte, trataremos de dibujar las principales líneas que en la actualidad tiene este debate en la filosofía de la mente

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05 PM | 16 Nov

Cataluña: paz por territorios

Para salir del bucle nihilista en el que estamos hace falta restablecer toda la presencia del Estado que sea compatible con una autonomía y una Constitución reformadas. No hay que dar otro paso atrás y ceder a la presión independentista

Cataluña: paz por territorios
EULOGIA MERLE

Paz por territorios fue la fórmula acuñada por la Conferencia de Paz celebrada en Madrid en octubre de 1991 para encauzar el problema palestino mediante una transacción que parecía razonable: los palestinos renunciaban a la destrucción del Estado de Israel y este cedía una parte de su territorio para que sus adversarios pudieran disponer de una administración propia. A simple vista, la aplicación del caso palestino al problema catalán no hace más que confundir las cosas, más aún que otras analogías al uso, como el paralelismo con Quebec o con Escocia. Ni hay un problema de ocupación por la fuerza, ni —de momento— un conflicto entre comunidades enfrentadas, ni es fácil identificar al soberanismo catalán con uno de los bandos en litigio en el problema de Oriente Próximo. Al contrario, en ese magma heterogéneo que es el independentismo se puede reconocer un sector prosionista, vinculado al catalanismo histórico, y otro propalestino en la CUP. El símil, sin embargo, tiene alguna utilidad para intentar dar una respuesta a las dos grandes preguntas que plantea la crisis institucional en Cataluña: cómo hemos llegado a esto y cómo podríamos salir de aquí.

El modelo autonómico establecido por la Transición supuso en parte el regreso a la fórmula ensayada por la Segunda República. El nacionalismo catalán, representado entonces por Esquerra Republicana, abdicaba de la independencia y el Estado aceptaba reducir su presencia en Cataluña al ceder a las instituciones autonómicas buena parte de sus competencias. El nacionalismo ofrecía la paz al Estado, abandonando cualquier pretensión secesionista, y este renunciaba a ejercer como tal en aquella parte del territorio nacional. Paz por territorios. No se puede decir que el experimento de la Segunda República colmara las esperanzas que sus dirigentes depositaron en el Estatuto de Autonomía de 1932. Dos años después de su aprobación, la Generalitat se sublevaba contra un Gobierno republicano que cumplía todas las formalidades constitucionales. Ya en la Guerra Civil, Manuel Azaña señaló la necesidad imperiosa de que la República recuperara las competencias que había perdido en Cataluña por la deslealtad y la política de hechos consumados del Gobierno de Companys. Así lo declaró Azaña ante el presidente Negrín y sus ministros en mayo de 1937: “Les dije que el Gobierno estaba obligado a trazarse con urgencia una política catalana, que no puede ser la de inhibirse y abandonarlo todo. (…) El Gobierno debe restablecer en Cataluña su autoridad en todo lo que le compete”.

El pacto de la Transición se inspiró en gran medida en eso que el propio Azaña llamó “la musa del escarmiento”, la voluntad de no incurrir en viejos errores que podían tener las mismas consecuencias que en los años treinta. Los pocos representantes activos de la generación de la República, como Tarradellas, lo entendieron perfectamente: “Mai mès un trenta-quatre” (“nunca más un 34”). El procedimiento empleado por la Segunda República para resolver el problema catalán tenía esta vez a su favor el efecto pedagógico de la musa del escarmiento y el convencimiento de que las dos partes respetarían un principio no escrito del pacto estatutario, que podría expresarse mediante la fórmula paz por territorios. El nacionalismo catalán renunciaba a su programa máximo —la independencia— y el Estado a estar presente en los ámbitos fundamentales de la vida pública catalana. Ocurrió, sin embargo, que la solución autonómica creaba una dinámica expansiva difícil de contener y que, pasado cierto tiempo, las nuevas generaciones nacionalistas se sintieron desligadas del pacto fundacional de la autonomía catalana. De esta forma, el repliegue del Estado, en vez de servir de garantía a la vigencia del pacto, fue una tentación constante a su incumplimiento. Sólo un impensable alarde de lealtad por parte del nacionalismo y su renuncia voluntaria a más altos empeños podían impedir la ruptura del marco estatutario, porque el Estado carecía de capacidad de coacción o hacía dejación de ella para no irritar al catalanismo, a menudo, necesario para contar con mayoría en las Cortes. No era sólo la ausencia de instituciones que no tenían competencias que ejercer en el territorio catalán, sino su falta de autoridad para hacer cumplir la ley y las sentencias judiciales. Frente a un Estado en retirada emergía una Administración autonómica que se jactaba, con razón, de estar creando unas “estructuras de Estado”. Cuando se elaboró el segundo Estatuto, su principal artífice, Pasqual Maragall, anunció que, tras su aprobación, el Estado tendría una presencia “marginal” en Cataluña. No se podía decir más claro.

Era cuestión de tiempo que el orden constitucional quedara reducido a la impotencia y fuera sustituido por una estructura de poder alternativa desarrollada por las instituciones autonómicas y sustentada en una formidable capacidad de movilización propia de un régimen totalitario, reforzada por un movimiento populista de apariencia asamblearia. Esa multiplicidad de impulsos, desde arriba y desde abajo, explica la sorprendente disfuncionalidad de la declarada y suspendida República catalana, mitad ácrata, mitad totalitaria, business friendly y anticapitalista al mismo tiempo, incapaz en todo caso de crear un marco de convivencia estable y pacífico ni siquiera para la Cataluña independentista. Se entiende que ante la perspectiva de vivir bajo ese proyecto de Estado fallido el mundo empresarial esté buscando amparo en territorios más seguros.

Poco importa a estas alturas si todo respondió a un plan preconcebido o ha sido fruto de una inercia natural del nacionalismo, que se encontró el campo despejado para hacer realidad sus ensoñaciones identitarias. El hecho es que la transacción paz por territorios nos ha traído adonde estamos. El Estado cumplió su parte al abandonar virtualmente el territorio catalán, fiándolo todo a la buena fe del nacionalismo, que aprovechó ese vacío para hacer de la autonomía un Estado embrionario, a punto de ver la luz tras una larga gestación.

Los últimos acontecimientos han puesto de manifiesto el agotamiento del pacto autonómico en Cataluña según se concibió en la Transición, como una renuncia al programa máximo de cada parte. La retirada del Estado ha alimentado el irredentismo en vez de apaciguarlo. Si hay una forma de salir del bucle nihilista al que se ha llegado en Cataluña es restableciendo toda la presencia del Estado que sea compatible con una autonomía y una Constitución reformadas. Por el contrario, conviene evitar la tentación de dar un nuevo paso atrás y ceder a la presión independentista, porque ese intento de apaciguamiento, en vez de traernos la paz, aunque fuera una paz deshonrosa, nos situaría ante una nueva exigencia: esta vez, los países catalanes. Y de esta forma, al final, no tendríamos ni paz ni territorio.

Juan Francisco Fuentes es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.

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