Análisis de Películas

10 AM | 31 May

Crítica Fanny y Alexander (1982)

Crítica Fanny y Alexander (1982)

Cuando éramos niños

Cuando éramos niños

1907. La familia Ekdahl sufre la desgracia de la muerte de Oscar, director de teatro. Le sobreviven su esposa Emilie, y sus hijos Fanny y Alexander. La joven viuda será cortejada por el obispo luterano Edvard Vergérus. Acabarán casándose, pero lo que prometía ser una nueva familia feliz, no lo es por el rigorismo excesivo de Edvard. Hasta el punto de que nace y crece el odio en Alexander, que desea la muerte de Edvard. Mientras, el resto del clan Ekdahl, consciente del sufrimiento que el pastor ha traído a la familia, pide ayuda al anticuario judío Isak Jacobi.

Absoluta obra maestra de Ingmar Bergman, con Hoffman y Dickens como “padrinos”, según el cineasta, tanto en su versión estrenada en cine (disponible en el edición sencilla y la del coleccionista) como en la televisiva, que dura casi el doble (se incluye en la edición del coleccionista). Resume bien las obsesiones y desesperanza del cineasta sueco, quien confesaba que con esta historia “puedo vencer la angustia, aliviar la tensiones y derrotar la destrucción”. Si en títulos anteriores de su filmografía éramos testigos de su búsqueda de Dios, aquí vemos en Alexander una rebelión brutal y blasfema, propiciada por la influencia negativa de Edvard; así las cosas, al igual que le ocurre a Bergman, sólo queda el refugio en la creatividad.

El film está primorosamente ambientado: exquisita fotografía de Sven Nykvist, buena selección musical, la elegancia de la época. Y los actores, también los niños, componen muy bien sus papeles.

Mirada a la infancia
Mirada a la infancia

“La prerrogativa de la infancia: moverse sin dificultad entre la magia y el puré de patatas, entre el terror sin límites y la alegría explosiva. No había más límites que las prohibiciones y las normas, unas y otras eran sombrías, la mayoría de las veces incomprensibles.” Así describe Ingmar Bergman su propia infancia, de la que bebe claramente el film, y que estuvo repleta de instantes mágicos, como los proporcionados por ese teatrillo de juguete, una ‘linterna mágica’. Le fascinó tanto siendo niño que dio título a uno de sus volúmenes de memorias, y da pie a una de las escenas más hermosas de la película, aquélla en que Alexander maneja las figurillas.

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10 AM | 23 May

PRESENTACIÓN SURCOS

 

 

Surcos de José Antonio Nieves Conde. 1951

El paradójico retrato de la miseria de una época.
Alfonso Peláez
Dirección: José Antonio Nieves Conde
Guion: J. A. Nieves Con

de, Gonzalo Torrente Ballester, Natividad Zaro, sobre un relato
original de Eugenio Montes.
Ya lo ha dicho alguien aquí. No existe la película de mi vida. En todo caso,
existen las películas de nuestra vida. Quien haya seguido mis ciclos sabe que las mías
son las de aventura de Hawks, los westerns poéticos de John Ford, las comedias ácidas
de Wilder, las bélicas de la Gran Guerra, los westerns nihilistas de Peckinpah, o todas
las de un tipo malencarado que llamaban Humphry Bogart.
¿Por qué traigo a colación, entonces, esta de hoy? Pues porque creo que Surcos

es un título imprescindible para gente como nosotros: cinéfilos de mente abierta.
Aunque, también, en segundo lugar, porque, más allá de las características de la
audiencia, estamos ante un film fundamental en la historia del cine español.
Y lo es porque sorprende; porque resulta paradójico, y porque sirve para
contradecir a los papanatas.
Sorprende su categoría técnica y su feroz contenido crítico. De factura
neorrealista, retrata sin contemplaciones la misérrima sociedad de la autarquía, de las

cartillas de racionamiento y del estraperlo, con una crudeza que prohíbe la indiferencia
al espectador. Cuesta trabajo creer que la censura del año 1951 dejara pasar esta
película. Desde luego, la podó parcialmente, sin embargo, consintió su exhibición en
las salas comerciales. Incluso, permitió que concurriera en festivales internacionales.
En parte, porque José María García Escudero, director general de Cinematografía, se
empeñó a título personal en dar visibilidad a la que él consideraba como la primera
película española con nivel suficiente para salir por ahí fuera.
Es paradójico. El relato original es de Eugenio Montes, un intelectual de aires
regionalistas gallegos, próximo a la generación del 27 y a Ortega y Gasset, que terminó
en la órbita del fundador de la Falange. El guion es de Natividad Zaro, esposa de
Montes; de Torrente Ballester, otro falangista de muy primera hora, y del propio
Nieves Conde. Si Montes y Torrente representaban la vena intelectual de la Falange,
Nieves iba sin disfraz: combatió como voluntario en la guerra, donde alcanzó el grado

de alférez provisional. Pues bien, esta gente rodó la película que nos ocupa.
Paradójico, verdaderamente paradójico. Los adalides del imperio, los redactores de la
falacia zarzuelera que arropaba a la dictadura, desnudando, ¡ellos mismos!, la miseria
que habían contribuido a alumbrar. Y lo hacen, la desnudan. Lo van a ver. Y los
premian. Y la película obtiene subvenciones, y es declarada de interés público.
¿Ustedes lo entienden?
También sirve para contradecir a ciertos papanatas, a esos que decían y dicen
“¡otra españolada!” o “¡yo nunca veo cine español!” Les aseguro que yo he utilizado

Surcos, varias veces, para tapar bocas. “¿Has visto Surcos?, les pregunto, luego añado:

Entonces déjate de majaderías hasta que no la hayas visto”
Ahora, si me permiten, voy cerrar este comentario con dos opiniones
completamente subjetivas.

Fundamentadas y razonadas, espero. Pero muy subjetivas.

Allá van:
Primera. En 1940, John Ford realizó Las uvas de la ira, adaptación de la novela
de John Steinbeck de igual título. Veinte años después, Luchino Visconti rodó Rocco y
sus hermanos, otro hito en la historia del cine social. Pues bien, entre ellas dos está
Surcos, donde, con similar propuesta narrativa: la familia, personificada en una madre
batalladora, como cobijo insuficiente para salvar a sus miembros del desarraigo y la
desgracia que supone el éxodo, se especifica la cruel realidad española de la
posguerra. Uno habla de okies americanos; el otro, de italianos del sur; Nieves Conde,
partiendo de nuestros aldeanos mesetarios dispara a la trágica realidad de la
dictadura. Y lo hace con tanta potencia visual y cinematográfica como Ford o Visconti.
Sin desmerecer ni un ápice.
Segunda opinión. Más arriesgada todavía. Esta película es el producto
indeseado del experimento que realizan unos falangistas, metidos a aprendices de
brujo sin dominar la fórmula. Yo creo que ellos jamás pretendieron hacer daño al
régimen. De hecho, nunca más volvieron a intentar algo parecido. Simplemente, para
Surcos tomaron el tópico falangista de la maldad de la urbe frente a la pureza
campesina y trataron de escenificarlo (neorrealismo obliga) en las horrendas y
reconocibles calles del Madrid de la época. Entonces, lo abstracto se hizo concreto y
les salió dinamita: casi un documental, donde quedó reflejada con un vigor inusual la
incompatibilidad entre la decencia y el salir adelante. Curiosamente, la dinamita no les
explotó en la cara. Paradójico. Ya se lo decía.
¡Reflexionen sobre ella!
AP220523

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