Análisis de Películas

09 PM | 21 Nov

LA BANCA GANA

La banca gana

El capital

Le Capital. Constantin Costa-Gavras. Francia, 2012.

El capital de Costa GavrasSeguro que cada cual recuerda de su infancia algún juguete elevado a la categoría de preferido. O tal vez algún juego, también valen los inventados, con el que disfrutaba solo o en compañía de los más fieles compañeros. Aquellas actividades, que hoy no tardaríamos en denominar distracciones, han sido esenciales en nuestro desarrollo. De adultos las desechamos como un trasto, propias de chiquillos y no aptas para gente madura, sin darnos cuenta que aunque crezcamos seguimos jugando. Es verdad que lo hacemos de manera diferente (tal vez más pautados) pero continuamos haciéndolo.

Para unos pocos, el juego se convierte en su trabajo, en su forma de vida y no hay que referirse al jugador profesional (sea de póquer, tragaperras…), sino a  aquellos a los que retrata Constantin Costa-Gavras en su última película. Los banqueros son su diana, pero seguro que el realizador también añadiría al broker o al empresario como sujetos lúdicos. Su diversión, el dinero. En los primeros minutos de metraje, todos estos conceptos quedan apuntalados a través de la mirada de su protagonista y de una frase que paladeará con gusto: «El dinero es un perro que no pide caricias. Le lanzas la pelota más y más lejos, y él la trae sin pensar».

Costa-Gavras nos sumerge en los entresijos del sistema a través de Marc Tourneuil, un empleado de banca  que, aupado al cargo de director del mayor banco de Francia, intentará hacerse un hueco en este mundo y, cómo no, sacar beneficio. Tourneuil, brillantemente interpretado por Gad Elmaleh, se convierte en el astuto y despiadado personaje, si realmente no residía en él esta faceta,  ávido por el vil metal y dispuesto a conseguirlo de formas diversas.

El capitalEl realizador greco-francés firma un alegato contra la banca, reprochando sus modos, sus maneras y el fin mismo de esta institución. El Capital no deja de ser la crítica a uno de los sectores responsables de la actual crisis económica, filmada por un director siempre crítico, algo que ha demostrado a lo largo de su carrera con títulos como  Amén (2002) o la laureada Z (1969). Gavras no quería permanecer callado frente a este juego, en el que quien menos escrúpulos tiene es el que gana. Hay que recordar que en este pasatiempo la gran mayoría de las personas, entre las que también se incluye el que escribe, no están invitadas.

El selecto club de ricos y poderosos que retrata la cinta son aquellos que compran, venden, especulan, a los que no les tiembla la mano a la hora de despedir a su personal o no les importan las consecuencias que tendrán sus acciones fuera de su órbita. El dedo acusador del director les señala desde muy cerca. Tan cerca, que el maniqueísmo parece pulular en el argumento y en la narración. Se echa de menos alguna sutileza que amplíe el campo de visión, dejando atrás o, tal vez canalizando de alguna otra forma, ese enfado tan visceral que nos gastamos los mediterráneos, sobre todo si hablamos de estos temas.

El CapitalAlgo no cuadra en el filme, cojea pese a su historia bien contada, pese a la buena interpretación de su protagonista, y esto es un mero sentimiento como espectador, que también de sensaciones va el cine. Parece una historia ya contada, tal vez vista en otra película o en alguna página de cualquier diario y eso es peor, porque el agotamiento informativo ante las noticias sobre la crisis tiene un límite. El Capital se enmarca dentro del los filmes que han elegido la actual crisis económica occidental como materia argumental. En este sentido podríamos situar a Inside Job (Charles Ferguson), película documental que ganó un Oscar en 2010, como referente en este asunto.  No sé si cabría decir que fue la primera  -desconozco desde cuándo se comienza a contar-  pero sí fue la que apuntaló conceptos, convirtiéndose en precursora de esta subtrama.

El Capital no aporta una perspectiva muy fresca, sobre todo a aquellos espectadores concienciados y sabedores de cómo funcionan los engranajes del actual sistema capitalista, aunque haya lugar para sorpresas. La visión de Costa-Gavras siempre es interesante, pero esta vez es renqueante  y aporta un justo salvoconducto para sentarse y ver la cinta sin esperar sobresaltos.

Así que, parafraseando a Dante, pierdan toda esperanza aquellos que se atrevan a ver la película. A pesar de los pesares la banca siempre gana.

Tráiler:

Compártelo:
08 PM | 21 Nov

COSTA GAVRAS

El veterano cineasta Constantin Costa Gavras (Loutra Iraias, Grecia, 1933) nacionalizado francés en 1956, a mediados de los sesenta debutó como director con “Los raíles del crimen” (1965), gracias a la ayuda prestada por algunos amigos actores que accedieron a intervenir en la película sin cobrar sueldo. Basada en una novela de Sebastien Japrisot, este largometraje se articularía como un thriller opresivo que mostraba los aspectos más siniestrosdel entorno cotidiano, un «noir” de los buenos, e interpretado con convicción por el clan familiar compuesto por Simona Signoret, Ives Montand y Catherine Allègret, fruto del matrimonio entre Simonee Ives Allègret.

Le siguió “Sobra un hombre” (1966), una potente evocación de la resistencia francesa como telón de fondo que incide en el análisis de las relaciones humanas y la turbiedad moral que puede ocultar la persona más aparentemente anodina, una temática antifascista que cuenta con un particular homenaje almaquis republicano español a través de una potente voz que canta Carmona tiene una fuente… El mismo contenido antifascista que vuelve a surgir de manera recurrente en otros títulos comenzando por “Z”, que se convirtió en una suerte de película-manifiesto del cine militante aupado por el mayo del 68, que dio lugar a interminables colas en el París en el que todavía se olían las barricadas. Esta película es también un ejemplo de cómo el “noir” ayuda a crear una trama policíaco-política con la que describir el “caso Lambrakis” (Ives Montand convertido en su actor fetiche). Con ella Constantin consiguió el Oscar (1969) a la mejor película en su condición de habla no inglesa. En “El sendero de la traición” (1988), refleja el racismo latente de alguien que parece un buen tipo en la Norteamérica profunda. Aunque su obra maestra quizás sea La caja de música (1989), un melodrama con actores magníficos que gira alrededor de los genocidas nazis ocultados en (y por) los Estados Unidos tras la caída del régimen de Hitler, una historia que tiene abundantes paralelismo hispanos.

Leer más…

Compártelo:
01 AM | 26 Oct

FACES, LA INCOMUNICACIÓN DE LAS PAREJAS

Faces’, la incomunicación de las parejas'Faces', la incomunicación de las parejas

El paisaje más fascinante del mundo es el rostro humano -John Ford

Existe un cierto tipo de directores que, aparte de lograr conmovernos o no con las bondades de sus películas, poseen otra característica igualmente importante: hacen avanzar el arte del cine, en el sentido de que son directores que crean nuevos caminos por los que transitarán más cineastas de ahí en adelante. Abren puertas, son cineastas-llave. Quizás Quentin Tarantino sea uno de ellos. Otro fue John Cassavetes, padre del cine independiente ahora conocido por el irritante apodo “indie”. Sus películas podrán gustar más o menos, pero la importancia de su cine llega hasta nuestros días. El cine de Ken LoachFernando León de Aranoa, los hermanos DardennePedro Almodóvar , el Festival de Sundance y otros tantos directores no existiría (o sus películas serían otras) sin John Cassavetes. También ejerció de mentor espiritual de un tal Martin Scorsese.

Para el gran público, Cassavetes siempre será el actor que hizo de marido de Mia Farrow en ‘La semilla del diablo’ (‘Rosemary’s Baby’, Roman Polanski, 1968). Pero detrás de ese nervioso intérprete de rostro antipático, se esconde un realizador como la copa de un pino. Después de debutar con una sensacional ‘Shadows’ (id, 1959), sucumbió a los cantos de sirena de Hollywood y realizó allí dos películas que serían un fracaso de crítica y taquilla. Así que el señor Cassavetes volvió a sus orígenes y realizó una poderosa película en rabioso blanco y negro y sin estrellas en el reparto. La película fue nominada a tres Oscars. Su nombre: ‘Faces’.

John Cassavetes cultiva el naturalismo. Es el suyo cine áspero, rugoso, vivo. Desde el primer momento, el estilo marca a fuego lo que la pantalla nos muestra: movimientos sincopados de la cámara, planos irregulares, rostros al límite del encuadre. La imagen tiene un grano brutal: nos transmite inmediatez, verismo, cercanía. Los diálogos se suceden sin tregua. Algunas cosas de las que oímos son interesantes, otras no, la película no hace distinciones, tampoco la vida.

Nada más comenzar el film, asistimos a una reunión entre hombres de negocios y poco a poco nos damos cuenta de que trabajan en el cine y van a ver el primer copión de una película llamada ‘Faces’. A la salida, el protagonista Richard ForstJeannie Rapp —Gena Rowlands, la musa de Cassavetes— y un amigo común, quedan enmarcados por un cartel luminoso que hay en la calle: “losers”. Las cosas claras desde el principio. La iluminación de las escenas tanto de exteriores como de interiores es prodigiosa. Pocas veces el blanco y negro ha lucido tanto. Me recuerda a ‘Let´s get lost’., el apabullante documental sobre Chet Baker realizado por el fotógrafo Bruce Weber. Nuestro trío de perdedores se reúne en casa de una Gena Rowlands que representa la aventura para Richard, su vía de escape frente a un matrimonio que no le aporta nada nuevo. Los personajes están borrachos y hablan de Ingrid Bergman, de la TV, de música. Viven en el mundo real, y lo que el espectador entiende por película se viene abajo. Las imágenes son demasiado reconocibles. Este no es el mundo del cine. Es nuestro mundo.

La reunión de borrachos empieza a degenerar cuando los dos machos comienzan a disputarse a la chica. El alcohol habla por boca de los personajes y no hacen más que herirse unos a otros. Las borracheras sin literatura no son divertidas, son tan idiotas como en la vida real, e igual de hirientes. Cassavetes no se lo pone fácil al espectador. Los seres humanos no son tan interesantes vistos desde la lupa de entomólogo del realizador americano. El sonido es directo, no hay música que no sea diegética. El guión es laxo, el realizador aprovecha cualquier ocurrencia de los actores y el film gana en verdad. Las relaciones son contradictorias, y las conversaciones, procaces. A la vuelta a casa, Richard pide el divorcio, pero no hay manera de saber si lo dice en serio o es otra broma de borracho. Su mujer —una fantástica Lynn Carlin— abrumada, decide disfrutar también de una “night off”. Acude a un club donde hay un concierto de rock. Allí conoce a un chico con aires de playboy y joven rebelde, y en compañía de unas amigas lo lleva a su casa, con una mezcla de despecho y tristeza. Los personajes de Cassavetes son seres nocturnos, parecen recién salidos del cuadro de Edward Hopper “Nighthawks”.

Las acciones transcurren en paralelo, y la mujer de Richard despide a todas sus visitas menos al playboy en un fantástico plano secuencia, mientras apaga todas las luces de la casa, en metáfora meridianamente clara. Richard está de nuevo en casa de su amante. Ella intenta retenerlo, pero sólo será el madero al que agarrarse en medio del naufragio que es la vida de Jeannie, quizá el personaje mas patético de la película, en una cinta que no escasea precisamente de patetismo. El rostro de Gena Rowlands es el desamparo en persona.

Mientras tanto, las cosas salen mal en casa de la mujer de Richard. Después de la borrachera y la infidelidad, llega el arrepentimiento, y tras una abrupta elipsis, descubrimos que la esposa cornuda e infiel ha intentado quitarse la vida. Y el Cine con mayúsculas se enseñorea de la pantalla: su pareja de una noche se lanza a rescatarla de la muerte, obligándola a vomitar, a andar, a ducharse, a vivir, y la señora Forst resucita ante nuestros ojos en una escena de una fuerza dramática arrebatadora. Al poco, el marido arrepentido vuelve a casa a tiempo para ver a su rival huyendo por la ventana. No sabe nada de lo que ha pasado instantes atrás. Sólo importa el rencor y la acritud. Poco a poco, el matrimonio, mediante medias palabras y miradas doloridas, deja de discutir. Quizás se separen para siempre, Quizás sólo ha sido una noche más. La fiesta más triste ha terminado por hoy.

Leer más…

Compártelo:
02 PM | 17 Oct

valeri peli de JAROMIL JIRÉS

VALERIE Y SU SEMANA DE LAS MARAVILLAS

Acercarse a un film de las características de “Valerie y su Semana de las Maravillas” no es un ejercicio apto para cualquier cinéfago. Su ruptura de la lógica narrativa, su vocacional onirismo en los límites de lo real, su discurso pleno de imaginería y simbolismo hermético y la aproximación peligrosa a tabúes sociales, son escollos insalvables para espectadores poco avezados en estos vericuetos. Valerie habita en esa edad frutal, entre la aparición del primer menstruo y el adiós definitivo a la infancia. Recorre parajes edénicos, de un claro paganismo bucólico, “locus amoenus” alejados del mundo urbano, desprejuiciados y henchidos de una embriagadora belleza naif.

Leer más…

Compártelo: