Análisis de Películas

08 PM | 21 Nov

COSTA GAVRAS

El veterano cineasta Constantin Costa Gavras (Loutra Iraias, Grecia, 1933) nacionalizado francés en 1956, a mediados de los sesenta debutó como director con “Los raíles del crimen” (1965), gracias a la ayuda prestada por algunos amigos actores que accedieron a intervenir en la película sin cobrar sueldo. Basada en una novela de Sebastien Japrisot, este largometraje se articularía como un thriller opresivo que mostraba los aspectos más siniestrosdel entorno cotidiano, un «noir” de los buenos, e interpretado con convicción por el clan familiar compuesto por Simona Signoret, Ives Montand y Catherine Allègret, fruto del matrimonio entre Simonee Ives Allègret.

Le siguió “Sobra un hombre” (1966), una potente evocación de la resistencia francesa como telón de fondo que incide en el análisis de las relaciones humanas y la turbiedad moral que puede ocultar la persona más aparentemente anodina, una temática antifascista que cuenta con un particular homenaje almaquis republicano español a través de una potente voz que canta Carmona tiene una fuente… El mismo contenido antifascista que vuelve a surgir de manera recurrente en otros títulos comenzando por “Z”, que se convirtió en una suerte de película-manifiesto del cine militante aupado por el mayo del 68, que dio lugar a interminables colas en el París en el que todavía se olían las barricadas. Esta película es también un ejemplo de cómo el “noir” ayuda a crear una trama policíaco-política con la que describir el “caso Lambrakis” (Ives Montand convertido en su actor fetiche). Con ella Constantin consiguió el Oscar (1969) a la mejor película en su condición de habla no inglesa. En “El sendero de la traición” (1988), refleja el racismo latente de alguien que parece un buen tipo en la Norteamérica profunda. Aunque su obra maestra quizás sea La caja de música (1989), un melodrama con actores magníficos que gira alrededor de los genocidas nazis ocultados en (y por) los Estados Unidos tras la caída del régimen de Hitler, una historia que tiene abundantes paralelismo hispanos.

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01 AM | 26 Oct

FACES, LA INCOMUNICACIÓN DE LAS PAREJAS

Faces’, la incomunicación de las parejas'Faces', la incomunicación de las parejas

El paisaje más fascinante del mundo es el rostro humano -John Ford

Existe un cierto tipo de directores que, aparte de lograr conmovernos o no con las bondades de sus películas, poseen otra característica igualmente importante: hacen avanzar el arte del cine, en el sentido de que son directores que crean nuevos caminos por los que transitarán más cineastas de ahí en adelante. Abren puertas, son cineastas-llave. Quizás Quentin Tarantino sea uno de ellos. Otro fue John Cassavetes, padre del cine independiente ahora conocido por el irritante apodo “indie”. Sus películas podrán gustar más o menos, pero la importancia de su cine llega hasta nuestros días. El cine de Ken LoachFernando León de Aranoa, los hermanos DardennePedro Almodóvar , el Festival de Sundance y otros tantos directores no existiría (o sus películas serían otras) sin John Cassavetes. También ejerció de mentor espiritual de un tal Martin Scorsese.

Para el gran público, Cassavetes siempre será el actor que hizo de marido de Mia Farrow en ‘La semilla del diablo’ (‘Rosemary’s Baby’, Roman Polanski, 1968). Pero detrás de ese nervioso intérprete de rostro antipático, se esconde un realizador como la copa de un pino. Después de debutar con una sensacional ‘Shadows’ (id, 1959), sucumbió a los cantos de sirena de Hollywood y realizó allí dos películas que serían un fracaso de crítica y taquilla. Así que el señor Cassavetes volvió a sus orígenes y realizó una poderosa película en rabioso blanco y negro y sin estrellas en el reparto. La película fue nominada a tres Oscars. Su nombre: ‘Faces’.

John Cassavetes cultiva el naturalismo. Es el suyo cine áspero, rugoso, vivo. Desde el primer momento, el estilo marca a fuego lo que la pantalla nos muestra: movimientos sincopados de la cámara, planos irregulares, rostros al límite del encuadre. La imagen tiene un grano brutal: nos transmite inmediatez, verismo, cercanía. Los diálogos se suceden sin tregua. Algunas cosas de las que oímos son interesantes, otras no, la película no hace distinciones, tampoco la vida.

Nada más comenzar el film, asistimos a una reunión entre hombres de negocios y poco a poco nos damos cuenta de que trabajan en el cine y van a ver el primer copión de una película llamada ‘Faces’. A la salida, el protagonista Richard ForstJeannie Rapp —Gena Rowlands, la musa de Cassavetes— y un amigo común, quedan enmarcados por un cartel luminoso que hay en la calle: “losers”. Las cosas claras desde el principio. La iluminación de las escenas tanto de exteriores como de interiores es prodigiosa. Pocas veces el blanco y negro ha lucido tanto. Me recuerda a ‘Let´s get lost’., el apabullante documental sobre Chet Baker realizado por el fotógrafo Bruce Weber. Nuestro trío de perdedores se reúne en casa de una Gena Rowlands que representa la aventura para Richard, su vía de escape frente a un matrimonio que no le aporta nada nuevo. Los personajes están borrachos y hablan de Ingrid Bergman, de la TV, de música. Viven en el mundo real, y lo que el espectador entiende por película se viene abajo. Las imágenes son demasiado reconocibles. Este no es el mundo del cine. Es nuestro mundo.

La reunión de borrachos empieza a degenerar cuando los dos machos comienzan a disputarse a la chica. El alcohol habla por boca de los personajes y no hacen más que herirse unos a otros. Las borracheras sin literatura no son divertidas, son tan idiotas como en la vida real, e igual de hirientes. Cassavetes no se lo pone fácil al espectador. Los seres humanos no son tan interesantes vistos desde la lupa de entomólogo del realizador americano. El sonido es directo, no hay música que no sea diegética. El guión es laxo, el realizador aprovecha cualquier ocurrencia de los actores y el film gana en verdad. Las relaciones son contradictorias, y las conversaciones, procaces. A la vuelta a casa, Richard pide el divorcio, pero no hay manera de saber si lo dice en serio o es otra broma de borracho. Su mujer —una fantástica Lynn Carlin— abrumada, decide disfrutar también de una “night off”. Acude a un club donde hay un concierto de rock. Allí conoce a un chico con aires de playboy y joven rebelde, y en compañía de unas amigas lo lleva a su casa, con una mezcla de despecho y tristeza. Los personajes de Cassavetes son seres nocturnos, parecen recién salidos del cuadro de Edward Hopper “Nighthawks”.

Las acciones transcurren en paralelo, y la mujer de Richard despide a todas sus visitas menos al playboy en un fantástico plano secuencia, mientras apaga todas las luces de la casa, en metáfora meridianamente clara. Richard está de nuevo en casa de su amante. Ella intenta retenerlo, pero sólo será el madero al que agarrarse en medio del naufragio que es la vida de Jeannie, quizá el personaje mas patético de la película, en una cinta que no escasea precisamente de patetismo. El rostro de Gena Rowlands es el desamparo en persona.

Mientras tanto, las cosas salen mal en casa de la mujer de Richard. Después de la borrachera y la infidelidad, llega el arrepentimiento, y tras una abrupta elipsis, descubrimos que la esposa cornuda e infiel ha intentado quitarse la vida. Y el Cine con mayúsculas se enseñorea de la pantalla: su pareja de una noche se lanza a rescatarla de la muerte, obligándola a vomitar, a andar, a ducharse, a vivir, y la señora Forst resucita ante nuestros ojos en una escena de una fuerza dramática arrebatadora. Al poco, el marido arrepentido vuelve a casa a tiempo para ver a su rival huyendo por la ventana. No sabe nada de lo que ha pasado instantes atrás. Sólo importa el rencor y la acritud. Poco a poco, el matrimonio, mediante medias palabras y miradas doloridas, deja de discutir. Quizás se separen para siempre, Quizás sólo ha sido una noche más. La fiesta más triste ha terminado por hoy.

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02 PM | 17 Oct

valeri peli de JAROMIL JIRÉS

VALERIE Y SU SEMANA DE LAS MARAVILLAS

Acercarse a un film de las características de “Valerie y su Semana de las Maravillas” no es un ejercicio apto para cualquier cinéfago. Su ruptura de la lógica narrativa, su vocacional onirismo en los límites de lo real, su discurso pleno de imaginería y simbolismo hermético y la aproximación peligrosa a tabúes sociales, son escollos insalvables para espectadores poco avezados en estos vericuetos. Valerie habita en esa edad frutal, entre la aparición del primer menstruo y el adiós definitivo a la infancia. Recorre parajes edénicos, de un claro paganismo bucólico, “locus amoenus” alejados del mundo urbano, desprejuiciados y henchidos de una embriagadora belleza naif.

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11 PM | 07 Mar

LOLA

En los créditos iniciales de Lola (1961), su director Jacques Demy añade una dedicatoria a Max Ophüls que es una clara declaración de intenciones cinéfilas de su parte. No solo la protagonista se llama Lola, como el personaje central de Lola Montès (1955), el último largometraje de Ophüls, sino que además ambas mujeres están involucradas, cada una a su manera, en el mundo del espectáculo. Además, la estructura circular de la cinta de Demy evoca a otro filme de Ophüls, La ronda (La ronde, 1950). Hay otro personaje homónimo del cine en el que Demy pensó a la hora de bautizar a su heroína, la Lola Lola que interpretó Marlene Dietrich para Josef von Sternberg en El ángel azul (Der blaue Engel, 1930), que, como esta Lola suya, también trabaja en un cabaret. Demy la viste de manera similar, con unos corsés que también recuerdan los que usa Marilyn Monroe en Río sin retorno (River of No Return, 1954), de Otto Preminger. Y a Marilyn esta Lola hace referencia explícita en un momento dado de la película.

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12 AM | 07 Mar

Jacques Demy

La dulce tragedia de Jacques Demy
Ricardo Marín

Jacques Demy hizo películas donde la tristeza y la felicidad son dos caras de la misma moneda.

Anna Biller, realizadora conocida por su exquisito diseño de producción y por ser una alquimista del cine de género, dijo lo siguiente sobre Jacques Demy: “Ver las películas de Jacques Demy me permitió hacer las películas que yo hago hoy”. La influencia se refleja en que los largometrajes de ambos tienen una preocupación por la iluminación de estudio profesional y exagerada, por explotar la saturación de los colores que filmar en película permite, así como aventurarse a proyectar una sensibilidad femenina; alejada del mundo viril y agresivo que se antepone a la visión y las fantasías de una mujer.

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