La omisión de la familia Coleman es una auténtica fiesta escénica. El joven director argentino la creó a partir de las experiencias de la escuela de actores que montó en su casa.Disfrutada en el Carlos III, recuperamos una crítica de Marcos Ordoñez.
Es una auténtica fiesta teatral y una lección para estos tiempos de crisis. Tolcachir tiene treinta y pocos años. Es, por así decirlo, el benjamín de la formidable generación de Daulte, Spregelburd y Tantanian. En Argentina, el teatro siempre es “el magnífico enfermo”, como decía George Kauffmann: nunca hay dinero, pero las ganas no faltan. Harto de llamar a las puertas de siempre, Tolcachir convirtió su casa en escenario. Y en escuela. Una escuela de actores, cuentan, sin horarios, sin apertura ni cierre: se estudiaba por la noche o de madrugada, cuando todos se habían liberado de sus quehaceres alimenticios. Así nació Timbre 4, en Boedo 640, en un piso grande y destartalado, al final del pasillo de una casa de vecindad. Durante meses, Tolcachir y sus alumnos se impusieron la dura pero gozosa tarea de construir el retorcido árbol genealógico de la familia Coleman y de ese modo brotó su primera obra dramática, una pieza de una apabullante madurez. Crearon la familia y vivieron como familia, y en aquel piso se estrenó, en agosto de 2005, para convertirse en un fenómeno teatral: cincuenta personas por sesión, apiñadas en el comedor, durante cuatro años. La omisión de la familia Coleman se llevó todos los premios de Buenos Aires, y giró por media Suramérica, y fue a Nueva York, y a Miami, y recaló en Cádiz, en Almagro, en Girona, en Madrid, siempre con críticas ditirámbicas.
Comienza la comedia y durante los diez primeros minutos creemos pisar un territorio demasiado conocido: el grotesco porteño, primo hermano de nuestro esperpento. Personajes al límite, situaciones absurdas, diálogos delirantes. Otra familia desorbitada, pensamos, como en La nona, o Esperando la carroza, o Postales argentinas, o La escala humana, o Mujeres soñaron caballos. También cuesta un poco rastrear las reglas del juego de los Coleman, definir sus vínculos. En la primera parte, el juego consiste en atrapar las esquivas pistas de una historia pasada y secreta. Una vez recompuesta la foto familiar con todas sus zonas de sombra, veremos cómo se desintegra de nuevo ante nuestras narices. En la foto hay una abuela, una hija y cuatro nietos, pero el suelo de la casa se ha movido. La abuela (Araceli Dvoskin) ocupa el lugar de la madre. La madre, Memé (Miram Odorico), es una niña absoluta, que parece vivir en su propia fantasía. Hay dos mellizos, Damian y Gabi. Damian (Diego Faturos) calza en el hueco oscuro del padre ausente: violento, alcohólico, ladrón. A Gabi (Tamara Kiper) le ha tocado el rol de la madre ideal: es la única que trabaja y trae dinero a una casa que se hunde. Los dos hermanos mayores se encuentran en los polos opuestos del arco. Vero (Inda Lavalle) vive una vida aparte: escapó de la telaraña; se casó, prosperó. Y Marito (Lautaro Perotti) encarna, nunca mejor dicho, todo el dolor de lo no dicho: su trastorno mental es hijo directo de la omisión titular, de la decisión fatal que dividió a la familia. Contado así parece un furibundo melodrama de Torre Nilsson, entre gótico y freudiano. Nada más lejos de la realidad. Macarena Trigo, que firma el prólogo del texto, clava la mariposa: “En la función no hay espacio para la melancolía. Un perfecto equilibrio entre drama y humor negro, que persigue la veracidad sentimental, revelará lo mejor y lo peor de cada personaje”. La carcajada da paso al calambrazo amargo y viceversa, y a cada nuevo dato, a cada giro de la trama, los protagonistas ganan en complejidad: nuestra simpatía pasa de uno a otro y hemos de reevaluar cualquier conclusión provisional. Tolcachir muestra, no juzga. Memé puede ser encantadora y un monstruo de egoísmo e irresponsabilidad, casi la versión desglamourizada de Blanca, la madre de Nunca estuviste tan adorable, de Daulte. La todopoderosa abuela, aparentemente hosca y sarcástica, es la que más sabe, la que más comprende, la que más ama: el verdadero cemento del grupo. Tampoco Vero es la pija fría y calculadora que parece ser, ni están pintados de un plumazo los “externos”, el doctor (Jorge Castaño) y Hernán (Gonzalo Ruiz), ese visitante-observador, presunto bobalicón (muy jardielesco, como la función misma) que aterriza en el epicentro del conflicto. Y todos los códigos, todos los apriorismos saltan por los aires ante el extraordinario personaje de Marito, el que más sufre y el que más ve a través de su locura, cumpliendo una función similar a la de Leopoldo María Panero en El desencanto (y en la vida). El tapiz argumental es muy denso, pero en ningún momento da la impresión de recargamiento, ni siquiera cuando recurre a las duplicidades simbólicas (los dos padres ausentes, los dos mellizos, los dos amantes, los dos hijos pequeños de Vero), gracias a unos diálogos elípticos pero en constante efervescencia, y, desde luego, a un equipo de intérpretes que cortan el hipo, maravillosamente dirigidos por el propio autor. Por cierto: Tolcachir acaba de estrenar en Buenos Aires su nueva obra, Tercer cuerpo. Ya estamos tardando en verla, señores.
Conferencia de Joan Garcés (asesor del presidente Salvador Allende) en Cursos de Verano de El Escorial 2008. Presentación a cargo del director del curso, Marcos Roberto Roitman.
Intervención íntegra: 1 hora 11 minutos
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Manuel castell escribe en la Vanguardia de hoy dia
27 un artículo sobre la crisis que nos parece interesante
para este colectivo.
Vivimos la crisis más profunda de la economía mundial desde 1929. Es una crisis financiera relacionada con una crisis del mercado inmobiliario.
Tiene su epicentro en EE. UU. pero se difunde mundialmente mediante la interdependencia de los mercados financieros globales. Sus raíces están en la desregulación de las instituciones financieras que fue acelerándose desde 1987. Surgió un nuevo sistema financiero que aprovechó las tecnologías de información y comunicación y la liberalización económica para innovar sus productos y generar una expansión sin precedentes de los mercados de capital. Se afanó en transformar cualquier valor, actual o potencial, en activos financieros, rentabilizando tanto el tiempo (mercados de futuros) como la incertidumbre (mercados de opciones) y procediendo a la titularización financiera (securitization)de cualquier tipo de bienes y servicios, activos y pasivos financieros y de las propias transacciones financieras.
Así, uno de los mecanismos más perniciosos en la crisis actual es la compraventa de valores a corto plazo, una práctica especulativa en la que se opera sin cobertura alguna de capital (naked short shelling).Un ejemplo de desregulación financiera son los fondos de cobertura (hedge funds)que escapan a cualquier control y administran inversiones de grandes capitales en operaciones de alto riesgo. Son sobre todo compañías de seguros y fondos de pensiones quienes invierten en estos fondos frecuentemente localizados en paraísos fiscales. Pero el cambio más profundo es la generalización de los derivados financieros, productos sintéticos que integran distintos tipos de activos de distintos orígenes y se mezclan en un producto nuevo cuya cotización depende de múltiples factores distribuidos globalmente. La complejidad de estos productos hace imposible su identificación, por lo cual desaparece la transparencia financiera, base de una contabilidad rigurosa capaz de informar a los inversores.
En algunos productos se mezclan valores sólidos con lo que en la jerga bancaria española se llaman chicharros o valores basura. En último término, el ahorro mundial (el suyo también) está en manos de gestores financieros apenas regulados que operan en la oscuridad contable mediante mecanismos cada vez más desligados de la economía y de la auditoría. Cierto que en una época de alto crecimiento de la productividad hace una década el dinamismo de los mercados financieros permitió una expansión económica global que creó empleo y demanda, incorporando a la economía mundial a grandes economías emergentes y ampliando la base del capitalismo.
Así, entre 1950 y 1980 por cada dólar generado por el crecimiento económico en la OCDE, se crearon 1,5 dólares de crédito. En el 2007 la proporción era de de 1 a 4,5. Pero el precio pagado por ese aumento de liquidez para empresas y hogares ha sido el endeudamiento masivo y la inseguridad financiera. La titularización financiera representó el 70% del aumento de los mercados de deuda entre el 2000 y el 2007.
Era un ejercicio de alto riesgo. Y se rompió por el punto más débil: la burbuja inmobiliaria.
Cuando la gente tiene algo de dinero (o lo puede conseguir fácilmente) piensa primero en comprar una casa.
Y como las financieras hacen tanto más dinero cuanto más dinero venden relajaron los controles de sus hipotecas aprovechando su libertad. Así surgieron las hipotecas basura (subprime)que se hicieron impagables para cientos de miles de familias que arriesgaron más de lo que podían. Como el mercado inmobiliario se hundió, el valor de las casas que los bancos usaban como garantía de préstamos no pudo compensar las pérdidas, poniendo en peligro las instituciones detentoras de hipotecas. En EE. UU., Fannie Mae y Freddie Mac, los bancos hipotecarios con garantía federal, no pudieron absorber la deuda con sus propios fondos y tuvieron que ser nacionalizados. Además esos activos inmobiliarios devaluados servían de garantía para los valores de fondos de inversión que vieron rebajada su cotización. Los inversores, con razón temerosos de la seguridad de su dinero, lo desviaron hacia bonos del Tesoro garantizados a plazo fijo o al oro y otros activos típicos de tiempos inciertos. Lo cual sustrajo una enorme masa de capital a los bancos de inversión que ya estaban inmersos en una vorágine de inversiones no garantizadas mediante fondos que ni ellos mismos sabían de dónde salían o dónde estaban.
Y es que el conjunto del sistema estaba basado en el principio de hacer girar la inversión cada vez más deprisa, expandiendo el mercado a base de inyectar dinero y recogiendo los frutos de esa expansión a través de la transformación inmediata de beneficios y ahorros en activos financieros. A partir del momento en que se genera incertidumbre se quiebra la base del sistema financiero. Y cuanto más alto volaba un banco más dura fue la caída, por la dimensión de su descubierto. Así han ido cayendo los cinco grandes bancos de inversión del mundo (todos estadounidenses) y aunque algunos, como Goldman Sachs, han sido rescatados por el Gobierno y los inversores, sólo sobreviven como bancos de depósito. Se acabó pues, aunque el proceso aún está en curso, la gran banca de inversión que había caracterizado la globalización financiera de nuestro tiempo. La falta de regulación permitió también a las aseguradoras, empezando por el gigante mundial AIG, especular con los fondos de sus asegurados, llegando al borde de la bancarrota cuando su capital propio sólo cubrió una pequeña parte de sus obligaciones. Si ni siquiera se puede estar seguro de los que aseguran, la desconfianza se generaliza. Por eso el Gobierno estadounidense refinanció AIG porque su caída hubiera tenido consecuencias trágicas.
Pero la tragedia sigue acechando. Porque si la incertidumbre continúa, nadie invierte y nadie presta. Y sin dinero, las empresas reducen actividad, aumenta el paro, cae la demanda y la espiral recesiva se convierte en torbellino destructor de economía y vidas. De eso hablan en Washington, mientras algunos intentan irse de rositas de lo que provocaron y otros medran con los despojos. Continuará.
MERECE LA PENA LEER “TEORIA DEL SUR” DE LUIS
GARCIA MONTERO.
NOS VISITÓ EN LOS CURSOS DE VERANO EN EL HOMENAJE
A ANGEL GONZALEZ.
Los atardeceres en la playa de Punta Candor, situada en un extremo de la Bahía de Cádiz, son lentos y no tienen prejuicios. Familias de aire tradicional pasean entre mujeres y hombres desnudos sin que nadie pierda el tiempo en indignarse con la piel, el deseo y las costumbres de los demás. Las dunas asaltadas por los pinos son una lección de bienestar y de paciencia. Perder el tiempo está bien, pero conviene elegir los motivos. No es lo mismo un ataque de cólera que un cielo desteñido en rojo, deshilvanado en matices, con la complicidad de alguna nube lejana. La tarde cae como una herencia, igual que un esplendor fatigado, mientras el horizonte parece dispuesto a demostrar la existencia de Dios. El pasado domingo vi a mucha gente cuidar en silencio el espectáculo natural de la luz, el cielo y el mar. Cuando el sol se hundió por fin en el agua, los bañistas rezagados y los paseantes empezaron a aplaudir.
Merece la pena tomar en serio ese aplauso. Como carezco de extremidades religiosas, la plenitud no supone para mí un testimonio de la divinidad. Pero los atardeceres de Punta Candor me han ayudado a recordar que el sol no es una institución con ánimo de lucro y que el derecho a la belleza debería ser el resumen último de los demás derechos humanos. No conviene confundir a Andalucía con el Sur. Andalucía es una realidad geográfica y política, y el Sur es una metáfora. Cuando Luis Cernuda se atrevió a elegir las características de un territorio ideal, escribió una evocación romántica de Andalucía. Pero tuvo el cuidado de advertir que su Andalucía no estaba en ningún sitio concreto, porque sólo existía en las ilusiones y los sueños de algunos de sus amigos poetas. Andalucía era una metáfora que Cernuda identificaba, por agradecimiento personal, y porque siempre conviene darle a las metáforas una indicación geográfica, con las playas de la costa malagueña. Claro que el poeta celebraba recuerdos de los años veinte y treinta. Por eso digo que, en estos tiempos, conviene no confundir a Andalucía con el Sur.
Andalucía es una realidad que puede llenarse de edificios sórdidos, alcaldes corruptos y especuladores decididos a devorar cualquier resto de belleza. Antonio Machado, otro poeta andaluz que buscaba realidades y metáforas, ya nos avisó de que sólo el necio confunde valor y precio. A eso se ha dedicado con una disciplina sombría la Costa del Sol durante los últimos 40 años, a confundir el progreso con la especulación y los puestos de trabajo con las concejalías de Urbanismo. La corrupción costera ha llegado a tales extremos de notoriedad que las causas penales no suponen sólo un problema para los delincuentes sorprendidos con las manos en el ladrillo, sino también para la economía turística andaluza, que paga la factura de su mala fama. Dentro de los cambios estructurales que debemos asumir los poderes públicos y los ciudadanos, quizá no esté de más volver a tomarse en serio la metáfora del Sur. Una metáfora resulta a veces una buena infraestructura, y en Andalucía quedan, más allá de los escándalos urbanísticos, valores reales que considero imprescindibles en la metáfora política del Sur. Me lo han recordado los atardeceres y los aplausos de Punta Candor.
Aplaudir una puesta de sol implica comprender el valor ético de la lentitud. La caricatura social de los andaluces se cebó durante años en su propensión a la pereza. La ilusión paradisíaca de que, al juntarse demasiado, la esencia y la existencia emiten una invitación a la quietud, se transformó en chiste barato sobre la vagancia de unos jornaleros que, sin embargo, demostraban su capacidad de trabajo si emigraban a las ciudades del Norte. El chiste no sólo aludía a la situación histórica de una tierra limitada por la falta de iniciativas económicas, sino a una idea de la existencia marcada por el desarrollismo, la moral productiva, el vértigo triunfalista del dinero y las prisas. Y con tantas prisas en la existencia, no hay esencia que resista.
Vivir con prisa es una peligrosa costumbre, porque nos hace dogmáticos al mismo tiempo que nos impide ser dueños de nuestras opiniones. El dogmatismo es la prisa de las ideas, el acomodo a discursos establecidos por encima de nuestra conciencia, el sacrificio de la responsabilidad propia en el altar de una verdad nacionalista, religiosa, partidista o mediática. Quien vive con prisa dice lo primero que se le ocurre, lo que corre al lado de él. Así que anda de cabeza y piensa con los pies. Si tuviéramos tiempo de pensar dos veces lo que decimos y, sobre todo, lo que nos dicen, otro gallo cantaría en el mundo. Sin caer en la caricatura de la pereza, por supuesto, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ámbito de responsabilidad propia, el único ámbito que permite los paseos largos y las buenas decisiones. En el Sur no deben tener prisa ni los pensamientos, ni los coches, ni los desnudos. La sensualidad y la belleza requieren su tiempo.
La falta de prisas resulta imprescindible también para el cuidado de los otros. Cuidar, cuidarse, recibir cuidados, elegir con cuidado, son actos de una vida incompatible con la velocidad. La prisa no hace bien sus tareas, sale del paso por culpa de los acelerones de la ética productiva y del individualismo exacerbado. Quien no quiere deberle nada a los demás, como si los demás fuesen entidades financieras, no puede ser una buena persona. Hay que cuidarse de él. Es verdad que en Andalucía el cuidado del otro nos lleva a las barras de los bares, a los corros en la puerta de la calle, a lo que podemos escuchar en la mesa de al lado, a lo que se ve detrás de los pinos y las dunas. Pero del mismo modo que entre las prisas y la vagancia queda un punto intermedio llamado lentitud, entre la curiosidad desmedida y la soledad calvinista hay un valor importante para el Sur: el cuidado de los otros. Evitar la chismosería no debe confundirse con el aislamiento. Pedir tiempo para pensar en uno mismo, significa aprender a cuidar a los demás.
El buen humor es otro requisito imprescindible del Sur que puede encontrarse también en Andalucía. En este caso, la caricatura ha desquiciado el humor, presentándolo como gracia, salero o alegría costumbrista. Pero la irritación que provocan los chistosos profesionales no debe hacernos comulgar con obsesiones corrosivas, que no permiten ni una sonrisa. Hay territorios que, por su historia, facilitan la conversión de los conflictos en obsesiones, hasta el punto de que hacen perder la cabeza a los que llevan razón en las discusiones. No quisieron caer en la mentira, pero son injustos desde su verdad. En vez de cambiar de aires, los obsesionados cambian de condición, y siempre para peor. El quiebro a tiempo, como una salida ingeniosa o un golpe elegante de humor, ayuda a huir de los dogmas y de las identidades en favor de un pensamiento mesurado. Entre la solemnidad de los sermones y la gracia irritante, cabe una negociación discreta con la alegría.
La metáfora del Sur no es útil sólo en las habitaciones oscuras del invierno, conviene reivindicar la lentitud del Sur como un ámbito de responsabilidad propia. Al narcisismo del conflicto se le puede oponer la sabiduría de vivir la vida. Las metáforas ayudan a buscar un futuro más habitable, son una obra pública. Cuando Luis Cernuda llegó por primera vez a México, después de muchos años de exilio en potentes ciudades anglosajonas, escribió el libro Variaciones sobre tema mexicano, para dar testimonio de una experiencia en la que se mezclaban las sorpresas y el recuerdo. Le dedicó un poema al español, porque para un escritor es importante oír su idioma en la calle. Dedicó otro poema a la pobreza, vivida de niño en Andalucía y reencontrada en México. Se preguntó el poeta si alguna vez sería posible escapar de la miseria sin caer en la prepotencia del lujo. Quizá la respuesta dependa de las metáforas que busquemos. Conviene, en cualquier caso, saber aplaudir una puesta de sol.
El 26 de junio del 2008. Joan E. Garcés realizó la intervención que puedes leer a continuación en el homenaje a Salvador Allende celebrado en la Casa de America.
Cien años sobrepasan el ciclo vital activo de los seres humanos pero son un pestañeo en el de los pueblos. Así podría resumir el sentido de la historia de Salvador Allende, una sucesión de etapas que se condicionan unas a otras en las que el progreso de la humanidad resulta de la acumulación de organización, experiencia y esfuerzos colectivos e individuales.
Sus bisabuelos, los hermanos Allende Garcés, combatieron junto a O’Higgins y Simon Bolívar en Chile y Nueva Granada por una América republicana que aspiraba a ser dueña de sus destinos. Su abuelo, Allende Padín, sirvió a la sociedad como médico y Gran Maestre de la Masonería, su padre como jurista. Allende Gossens nacido en 1908 consagró su vida a combatir la explotación social y defender la causa de las libertades. Sus postulados los enraizaba, como en sus antecesores, en libertad, igualdad, fraternidad, humanismo universalista. Sus acciones, naturalmente, hay que considerarlas en su interacción con las realidades en que tuvieron lugar.
Allende y la coalición del Frente Popular
Para Allende ni las frustraciones ni los éxitos eran permanentes, pero sí debían serlo los principios que postulaba. Daré algunos ejemplos. En la segunda y tercera década del siglo XX la crisis del sistema económico capitalista mundial afectó muy severamente a la estructura librecambista de la economía chilena. Las consecuencias sociales internas fueron devastadoras para los trabajadores. Los remedios a esta crisis fueron en Chile equivalentes a los buscados en otras latitudes. A la sazón estudiante universitario, Allende se enfrentó con las políticas de la dictadura del general Ibáñez del Campo y la derecha criolla inspiradas en los fascismos europeos; como diputado en 1937, ministro de Salud en 1939-1940 y senador desde 1945, cooperó en la obra social, económica y cultural de los tres sucesivos gobiernos de Frente Popular elegidos entre 1938 y 1946.
La coalición del Frente Popular fue destruida en 1947 al ser enrolado Chile en la guerra entre las potencias que derrotaron al III Imperio Alemán entre 1939 y 1945 (guerra esta última en la que el gobierno de Chile se declaró neutral). Como senador elegido sucesivamente por todas las circuns- cripciones del país, Allende defendió el no alineamiento en la guerra hegemónica y que los recursos del país debían ser dedicados a mejorar la situación social y cultural del pueblo chileno. Para lograrlo consideró necesario restablecer y actualizar la coalición social en que se habían sustentado los programas de los gobiernos del Frente Popular.
En 1952, el ex dictador y general Ibáñez del Campo presentó su candidatura presidencial influenciada por la experiencia del general Perón, a la sazón presidente de Argentina. Ibáñez del Campo recibió el apoyo del Partido Socialista de Chile, a lo que Allende se opuso por considerar que el populismo no era un camino a seguir, levantando como alternativa la alianza social que en las elecciones de 1958 le situaron a 30 mil votos de ganar la jefatura del Estado. En la noche del escrutinio el suministro eléctrico se interrumpió durante varias horas. Antes del apagón iba en cabeza del recuento de votos. La sospecha de fraude fue tal que dirigentes del Partido Socialista pidieron al candidato que desconociera el resultado. Allende, que en su fuero interno también creía que se había cometido fraude, respondió que no pudiendo probarlo su responsabilidad era salvaguardar las instituciones republicanas y aceptar la derrota.
A fin de detener a la coalición social liderada por el doctor Allende en las elecciones presidenciales de 1964, el gobierno de Estados Unidos invirtió secretamente en apoyo del candidato democristiano Eduardo Frei una suma de dinero por votante superior a la hasta entonces jamás gastada en las elecciones presidenciales estadunidenses. Frei obtuvo menos votos que Allende entre los varones pero muchos más entre las mujeres y fue proclamado presidente hasta 1970. Antes de formar su gobierno, sin embargo, Eduardo Frei encargó a un amigo común, el senador democristiano Rafael Agustín Gumucio, que visitara a Allende en su casa y le formulara tres preguntas: qué tres socialistas de su confianza podía nombrar ministros en su primer gabinete; qué planes personales de futuro tenía; cómo estaba su situación económica personal. El doctor Allende le acompañó hacia la puerta diciéndole: “Rafael Agustín, te estimo demasiado para responder como merecen las preguntas de Frei”.
Desde la oposición, entre 1964 y 1970, el senador Allende impulsó el fortalecimiento del proyecto nacional alternativo y la ampliación de su base social. Cuando en 1969 se amotinó el regimiento Tacna de Santiago contra el presidente Frei y un senador socialista –Erik Schnake– acudió al cuartel a reunirse con los amotinados, el senador Allende exigió, y logró, que la dirección del Partido Socialista condenara la iniciativa de Schnake por ser contraria a los principios democráticos que defendían.
Elegido jefe del Estado en 1970 hasta noviembre de 1976 por votación directa y por el Congreso Pleno, logró que éste aprobara por unanimidad nacionalizar las cuatro más grandes empresas de cobre y creó con ellas la primera exportadora de cobre del mundo, cuyos beneficios nutren desde entonces los presupuestos públicos de Chile. Rechazó las “fronteras ideológicas” y estableció relaciones diplomáticas con todos los países del mundo: en 1971 fue el primero en la América continental que reconoció a la China Popular, a la sazón marginada por Estados Unidos y la Unión Soviética, y a Vietnam en lucha por liberar su territorio de tropas extranjeras.
“El mundo podía estar cayéndose en pedazos a su alrededor, pero era Chile quien asustaba (a Kissinger”), dice Robert Morris, su colaborador en el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos (citado por S. M. Hersh: The Price of Power, Summit Books, 1983, p. 269: “All kinds of cataclysmic events rolled around, but Chile scared him. (…) The fear was not only that Allende would be voted into office, but that-after his six-year term-the political process would work and he would be voted out of office in the next election”. Ver resumen en
www.thirdworldtraveler.com/Kissinger/Chile_Hardball_TPOP.html).
El desarrollo de las libertades, de la igualdad social, de la democracia económica, de la independencia de un país latinoamericano, angustiaban al gobierno del presidente Nixon. Observaba la simpatía que despertaba el gobierno de Allende en los lugares más diversos del mundo. El padre Arrupe, general de la Compañía de Jesús, el socialista francés François Mitterrand, acudían a Santiago a mostrarle su solidaridad. Gobiernos neutrales como el de Suecia dirigido por Olof Palme, no alineados como el de Argelia bajo Boumedienne y el de México de Luis Echeverría, revolucionarios como el de Fidel Castro, anticomunistas como el del general Franco en España, militares como el de Argentina bajo el general Lanusse, comunistas en Europa oriental, etcétera, se negaron a sumarse a la intervención de la administración Nixon en el país andino.
Lo que en Chile estaba en juego era el derecho de los países a ser independientes, a decidir pacífica y democráticamente su sistema económico, sus opciones internas y externas en conformidad con los valores humanos fundamentales y el derecho internacional. Ese era el simbolismo de Allende que Nixon y Kissinger ordenaron sabotear y desestabilizar para finalmente aplastarlo mediante la destrucción de las libertades e instituciones republicanas en que se sustentaba. Allende, sus colaboradores, todos los responsables de las instituciones del Estado, fueron plenamente conscientes de los designios liberticidas. El jefe del ejército de Chile en octubre de 1970, el general René Schneider, se negó a amotinar las tropas para frustrar el resultado de las elecciones presidenciales, como le exigían Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio, y el gobierno de Estados Unidos. Fue asesinado. El presidente Allende compartía el postulado del jefe militar: un dirigente no abandona sin defenderlo el puesto que el pueblo y la república le han confiado legítimamente.
Allende ante la insurrección de 1973
En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973 los partidos de la coalición del gobierno de Allende aumentaron en número de senadores y votos, llegando al 44 por ciento del total nacional (frente a 36.4 por ciento en 1970). Pero en mayo siguiente el sector liderado por Eduardo Frei y Patricio Aylwin recuperó el control del partido democristiano (perdido desde 1969), y sumó este partido a la acción desestabilizadora financiada por la administración Nixon.
La respuesta del presidente Allende fue múltiple. Por un lado, envió una delegación a Estados Unidos ofreciendo negociar una solución a los diferendos existentes entre ambos gobiernos. Por otro lado, incrementó en 4 mil carabineros las unidades estacionadas en Santiago bajo el mando del ministro del Interior, para disuadir y en su caso hacer frente a eventuales amotinamientos mientras la inminente Junta de Calificación anual de las fuerzas armadas pasaba a retiro a oficiales que conspiraban contra la república. Dio instrucciones de aplicar, en caso de necesidad, el Plan Hércules elaborado por el alto mando para hacer frente a una eventual sedición.
Simultáneamente, ofreció un acuerdo al partido democristiano (que Patricio Aylwin y Eduardo Frei rechazaron). Trató de aumentar la base del gobierno incorporando al gabinete a dos destacados dirigentes demócratas cristianos (la dirección del PDC se lo prohibió), mientras que el 11 de septiembre de 1973 debía hacer público un conjunto de medidas económicas de emergencia y la convocatoria de un referéndum para que la nación escogiera democráticamente el camino que deseaba seguir, en paz y libertad.
En paralelo, el doctor Allende había iniciado el camino hacia la elección de un nuevo presidente de la república (la Constitución prohibía su relección). En las circunstancias entonces existente, ¿a quién vislumbraba Allende con posibilidad de tratar de reunir apoyo político y social bastante para ganar las elecciones presidenciales? El 31 de agosto me confidenció que nadie parecía haber entendido que una semana antes hubiera aceptado la dimisión del general Carlos Prats a la comandancia en jefe del ejército cuando pronto sería la persona más importante de Chile.
Camarillas fascistoides asesinaron en octubre de 1970 al comandante en jefe del ejército, general René Schneider, con armas ingresadas en la valija de la embajada de Estados Unidos, al presidente Allende, al general Carlos Prats y a miles de otras personas.
Hoy rendimos homenaje a quienes cayeron en el campo del honor en defensa de valores y principios que trascienden generaciones y pueblos.