Monitor Group: la empresa de relaciones públicas de Gadafi

Las revelaciones acerca de una campaña lanzada por una firma de consultoría de Massachusetts con el fin de mejorar la imagen pública de Muamar El Gadafi en todo el mundo han puesto de manifiesto los problemas éticos que surgen cuando se vuelve borrosa la distinción entre el cabildeo de los grupos de presión y el mundo universitario.
El Monitor Group, una empresa de consultores que cuenta con 1.500 empleados en 29 oficinas repartidas por todo el mundo, se disculpó por los errores cometidos en el curso de una campaña de relaciones públicas organizada por cuenta del líder libio entre 2006 y 2008. La campaña, valorada, se dice, en unos 3 millones de dólares, se centraba en pagar a figuras académicas de máximo nivel para que viajaran a Trípoli con el propósito de mantener conversaciones personales con Gadafi.
Entre ellas se contaban Francis Fukuyama, investigador de la Universidad de Stanford, Joseph Nye y Robert Putnam, de Harvard, y Benjamin Barber, otrora en la Universidad Rutgers. El profesor Philip Bobbitt, de la neoyorquina Universidad de Columbia University, fue abordado por Monitor con vistas a visitar Tripoli en julio de 2006, pero el viaje nunca llegó a materializarse. «Creo que los libios querían a alguien mucho más célebre que yo”, declaró Bobbitt. Me parece que Monitor propuso mi nombre y los libios respondieron: ‘¿Y qué tal Thomas Friedman? ‘ [el columnista del New York Times] De modo que ahí se acabó todo».
En consecuencia, Bobbitt nunca pisó Trípoli y no recibió ninguna suma de Monitor. Pero afirma que estaba dispuesto a ir, siguiendo el principio de que hablaría prácticamente con cualquier grupo que aceptara discutir sus ideas. «La cuestión moral importante es que yo hablaría con quien hiciera falta. Hablaba con los comunistas antes de la caída del muro de Berlín, con los yijadistas, con cualquiera, mientras no me tirasen nada. En resumidas cuentas, nunca hay que disuadir a los expertos universitarios de que hablen con quien sea, por odioso que parezca el régimen».
Lo que volvía éticamente problemático el proyecto del Monitor Group era que a los especialistas académicos se les pagaba por su tiempo y sus gastos con fondos que provenían directamente del gobierno libio. No se conoce cuánto dinero se destinó a cada uno de los ellos, pero el presupuesto de 3 millones de dólares presentado por el régimen libio a Monitor incluía 450.000 dólares para un “programa de visitantes”, que cubriría los «honorarios de los visitantes (…) los gastos de viaje de las visitas a Libia, incluyendo preparativos especiales, costes de informes y costes de seguimiento».
Uno de los expertos, Benjamin Barber, aparecía en una lista como «subcontratista» en una propuesta de libro sobre las ideas de Gaddafi y aparecía nombrado en un punto de una subsección del presupuesto valorado en 800.000 dólares. Barber ha reconocido que visitó Trípoli con fondos de Monitor, aunque declaró al Boston Globe que rechazó trabajar en el libro, proyecto posteriormente abandonado.
El Monitor Group ha reconocido haber cometido «graves errores» en su gestión del contrato libio. Pero también ha tratado de justificar el impulso general de la campaña, afirmando que «emprendimos estos esfuerzos con buena conciencia en el clima de optimismo por el futuro del país de aquel entonces».
Ed Pilkington es corresponsal en Nueva York del diario The Guardian , del que ha sido jefe de la sección de nacional e internacional. Es autor the Beyond the Mother Country.
ARTÍCULO DE LA REVISTA SIN PERMISO
UN CUENTO DE GRAMSCI

Erase una vez un niño que dormía .En la mesilla, junto a su cama, tenía un vaso de leche. Pero un travieso ratón se bebió la leche y el niño, cuando despertó, comenzó a llorar. Tenía hambre. Fue la madre en busca de una cabra. Pero la cabra le negó la leche hasta que no consiguiera hierba con la que saciar su apetito. Entonces la madre ordenó al ratón que la buscara en el campo. Pero, no la encontró. El campo estaba seco. El ratón decidió entonces buscar una fuente. Cuando la halló, esta no manaba agua a causa de la guerra. El ratón pensó que quizás un albañil podría reparar la fuente. Lo encontró en una pequeña aldea, pero éste le pidió piedras. Sin ellas no podría recuperar la fuente. El ratón decidió entonces subir a una montaña. Cuando alcanzó la cima se encontró con un páramo terrible. La montaña había sido talada. La ambición de los especuladores había hecho de ella un lugar desapacible y frio. El ratón desesperado le prometió a la montaña que si le daba piedras, convencería al niño para que cuando creciera sembrara árboles. La montaña confió en la palabra del ratón y el niño bebió leche en abundancia. Cuando el niño creció, cumplió su promesa y plantó arboles. La vida entonces regresó a la montaña.
En este cuento de Gramsci se visualiza un elemento muy significativo: la necesidad de buscar solución a los problemas en la raíz de los mismos. Cuando el niño no tiene leche no se culpa al ratón. El ratón también tiene hambre. Y es él quien trata de paliar su dolor yendo en busca de la leche, pese a los tropiezos y desengaños del camino. La búsqueda es constante hasta que se encuentra el núcleo del problema y se actúa sobre él.
¿buscamos ahora la raíz de los problemas?
PLINIO EL VIEJO

Hace unos días en la conferencia de Francisco Fernández Buey sobre ecología y marxismo recordando a la figura de Manuel Sacristán se recordó al público lo que parece obvio: “la clase trabajadora o es revolucionaria o no es nada” a propósito de las contradicciones sobre lo trabajadores de las centrales nucleares que estando en contra de lo nuclear defienden su puesto de trabajo cuando se quiere cerrar una central.
El recital de Raimon en el teatro Madrid me dio ocasión para saludar a Elías Díaz y Joan Garcés, no quise oír el concierto con nostalgia y me encantó la nueva canción:” mentre s’acosta la nit”
Fui a Segovia con Ignacio para ver una conferencia de Víctor Erice, no asistió y nos tuvimos que conformar con la exposición: “La Dama de Corinto. Un esbozo cinematográfico” de José Luis Guerin en las salas del museo Esteban Vicente, y que trata sobre la relación entre el cine y la pintura basado en un relato de Plinio “el viejo” en su Historia Natural. En él, se cuenta que ante la inminente partida de un muchacho a la guerra su amada decide trazar el contorno de su sombra proyectada en la pared por la luz de una vela.
Me da pereza hacer un recurso sobre la situación del PSOE en mi pueblo
LUZ CEGADORA
Luz cegadora Por Antoni Peris i Grao
Tal vez se deba a las repetidas dosis de cine asiático, reforzadas en el reciente festival de Sitges, o tal vez a la deformación de mi propia alma; pero, cualquiera que sea el motivo, disfruto cada vez más con aquellas cintas que nos revelan el lado oscuro de la humanidad, si es que ésta es una palabra todavía adecuada. Siento un placer sin duda perverso cuando directores de diversos ámbitos, y en diversos géneros, revisan y muestran el abanico de mezquindades que mujeres y hombres somos capaces de llevar a cabo. Es por ello que previas obras de Villaronga me habían resultado de gran interés. En Tras el cristal (1987) historia de dualidades y ambigüedad moral, los personajes luchaban entre sí y consigo mismos en torno a un nazi mantenido con vida en un pulmón de acero en un caserón oscuro. Villaronga aprovechaba el espacio de modo admirable para transferir la morbosidad moral de los personajes, contagiados del mal que el nazi parecía emanar, a las tinieblas del espacio físico. En El mar (2000) Villaronga alcanzó su nivel expresivo más alto alcanzando cotas de turbidez no igualadas en el cine español. En aquella cinta, malograda por una serie de amputaciones en la postproducción, unos personajes arrastraban una maldición nacida en la muerte de un amigo durante la infancia. A lo largo de los años, desarrollarían, como los personajes de Tras el cristal, una relación ambivalente, salpicada de traiciones y violencia, de odios y engaños, y que tenían su máxima representación en una fotografía luminosa que lejos de otorgar calidez a las vidas de sus protagonistas, les quemaba y asfixiaba en un contexto que siempre les iba a resultar opresivo.
Si me alargo en los comentarios de filmografía previa es para dar a entender la insatisfacción que Pa negre me ha producido. Hay también en la última cinta de Villaronga secretos inconfesables que determinan el destino de los personajes, hay traiciones, engaños y verdades ocultas, hay homosexualidad explícita y homosexualidad insinuada que determinará la tragedia, hay egoísmos y decisiones que causarán envidias y odios. Lamentablemente, lo que le falta a Panegre, es la atmósfera opresiva que el director había conseguido en las dos cintas citadas. La película arranca con una espectacular escena de asesinato (que funciona más como un Mcguffin que como auténtico motor de la historia puesto que el duelo de rencores e intereses ya era previo), pasa a mostrar, con gran precisión, una pequeña comunidad rural en la Cataluña azotada por el franquismo en los 40 y se complementa con la visión que de toda la historia tiene el protagonista, un niño a quien los terribles acontecimientos arrastrarán con brutalidad hacia la vida adulta. Y, si bien Villaronga y sus colaboradoras efectúan una gran labor en la recreación de época, ropa, atrezzo, actividades de protagonistas y secundarios, la película se queda en el papel, en las historias de enfermedad moral, de sociedad rota, descritas en las obras de Emili Teixidor en las que se basa.
Y aquí el problema no es el mismo que en tantas y tantas películas españolas sobre la postguerra. No hay decorados de cartón piedra ni fotografía plana. No hay falta de figurantes ni estatismo en las imágenes. La enfermedad de la película subyace en la incapacidad de trasladar a las imágenes la atmósfera malsana que infecta las vidas de los personajes ni transmitir la sensación de zozobra, miedo y expectación que vive el pequeño protagonista (y a través de cuyo punto de vista conocemos la historia). Hay, en una historia tan oscura, en tan turbio ambiente, tan lleno de incertidumbres para un niño, demasiada luz, demasiada claridad expositiva. Parece que la voluntad narrativa empleada en concentrar una historia tan compleja (tal vez excesiva para el metraje de la cinta) no va de la mano de la puesta en escena. Las miserables cabañas de los protagonistas, la cárcel o las cuevas tienen puntos de luz insospechados que iluminan inadecuadamente a los torturados personajes, ciegan al espectador y no le transmiten las sombras de la historia, de la sospecha, del temor, de las conductas agresivas. Del mismo modo, la evolución del niño, desplazado de su casa paterna a la masía familiar, dónde se verá lanzado a la edad adulta mientras atisba el sexo, la homosexualidad y las mentiras de la vida está narrada de modo excesivamente neutro. No hay espacio para la fantasía en su exploración de la buhardilla o de las cuevas. No hay la necesaria ambivalencia en su frustrada iniciación sexual con su prima o en su relación con el joven tuberculoso. Villaronga se concentra en una claridad expositiva que, lejos de beneficiar la película, la perjudica. ¿Es un lastre de su pase por las telemovies, un peaje a pagar por alcanzar audiencias mayores o la ausencia de Jaume Peracaula (responsable en las otras películas citadas) en la dirección de fotografía? Tal vez nada de ello. Pero en su esfuerzo por hilar la narración, Villaronga parece olvidar que una historia tan negra precisa más sombras que luces, más cabos sueltos que aclaraciones, más oscuridad. Tal vez no la habríamos comprendido tan bien pero habríamos sentido más el dolor y la turbación. Al igual que las víctimas de aquella época.