
En las pasadas vacaciones de Semana Santa, tuve ocasión de escuchar al grupo The Sixten, el Officium Defunctorum de Tomas Luis de Victoria y, cosas de la vida, me puse a cantar interiormente como si estuviera en el coro con el padre Paulino las maravillosas músicas de Tomás. En el Ateneo, invitado por el Presidende de Arco Europeo, tuve el atrevimiento de querer superar la famosa frase de Gramsci defendiendo la necesidad de compaginar:”el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”, proponiendo “optimismo de la inteligencia y de la voluntad”, claro que a las primeras de cambio, y tomando un café con Matias, me voy al pesimismo, seguramente porque me pilló reciente la lectura de un artículo de Ramonet sobre la derrota de la socialdemocracia, está perdiendo su capacidad de dirigirse a los obreros desechables, a los neopobres de los suburbios, a los mileuristas, a los excluidos, a los jubilados en plena actividad activa, a las capas populares y medias damnificadas por el shok neoliberal.
Este viernes continuamos con el ciclo de cine árabe, y proyectamos Bab Aziz, el sabio sufí, su director, el tunecino Nacer Khemir, nos dice que según un proverbio Tuareg: “hay tierras que están llenas de agua para el bienestar del cuerpo, y tierras que están llenas de arena para el bienestar del alma”. Nos vamos al desierto y nos olvidamos de la campaña electoral.
Mucho después de que hayan remitido las sublevaciones políticas de Oriente Medio, seguirán dejándose sentir en muchos retos subyacentes que no aparecen hoy en las noticias. Entre ellos sobresalen el rápido aumento de la población, la escasez cada vez más extendida de agua y una creciente inseguridad alimentaria.
En algunos países, la producción de cereal se está reduciendo conforme se vacían los acuíferos, zonas rocosas de agua subterránea. Después del embargo petrolífero árabe de los años 70, los saudíes se dieron cuenta de que, puesto que eran enormemente dependientes de la importación de cereal, eran vulnerables a un contraembargo cerealero. Utilizando la tecnología de perforación petrolífera, dieron con un acuífero bastante profundo en el desierto con el que producir trigo mediante regadío. En cuestión de pocos años, Arabia Saudí se volvió autosuficiente en lo tocante a su régimen alimenticio básico.
Pero tras más de veinte años de autosuficiencia de trigo, los saudíes anunciaron en enero de 2008 que este acuífero se encontraba en buena medida agotado y que se abandonaría gradualmente la producción de trigo. Entre 2007 y 2010, la cosecha de casi 3 millones de toneladas cayó en más de dos tercios. A este ritmo los saudíes podrían recoger su última cosecha de trigo en 2012 y acabar dependiendo del cereal importado para alimentar a su población de casi 30 millones de personas.
El abandono inusualmente rápido de la agricultura del trigo en Arabia Saudí se debe a dos factores. En primer lugar, en este árido país existe poca agricultura que no sea de regadío. En segundo lugar, el regadío depende casi por competo de un acuífero fósil, que, a diferencia de la mayoría de acuíferos, no se realimenta de forma natural del caudal de lluvia. Y el agua marina desalada que el país utiliza para aprovisionar a las ciudades es demasiado costosa para su uso en regadío, hasta para los saudíes.
La reciente inseguridad alimentaria de Arabia Saudí le ha llevado a comprar y arrendar tierras en diversos países, entre los que se encuentran dos de los más hambrientos, Etiopía y Sudán. En efecto, los saudíes están planeando producir alimentos por si mismos con los recursos de la tierra y el agua de otros países para incrementar unas importaciones que crecen cada vez más rápidamente.
En el vecino Yemen, los acuíferos que pueden realimentarse se están bombeando por encima de su tasa de reposición y los acuíferos fósiles más profundos se están agotando rápidamente. Los índices hídricos de Yemen están descendiendo en cerca de dos metros por año. En la capital, Sana’a – hogar de dos millones de personas – se dispone de agua corriente sólo una vez cada cuatro días. En Taiz, una ciudad más pequeña situada al sur, es una vez cada 20 días.
Yemen, con una de las poblaciones del mundo que crece a mayor velocidad, se está convirtiendo en un caso perdido hidrológicamente hablando. Al caer los índices hídricos, la cosecha cerealera se ha reducido en un tercio en los últimos cuarenta años, mientras que la demanda ha seguido aumentando de manera regular. Como resultado, los yemeníes importan más del 80% de su cereal. Mientras desciende su magra exportación petrolífera, sin ninguna industria que merezca ese nombre y con casi el 60% de su población infantil físicamente atrofiada y crónicamente malnutrida, este país, el más pobre de los árabes se enfrenta a un futuro sombrío y potencialmente turbulento.
El resultado probable del agotamiento de los acuíferos de Yemen – que llevará a una mayor contracción de su cosecha y extenderá el hambre y la sed – es el colapso social. Siendo ya un estado fallido, puede volver a convertirse en un grupo de feudos tribales que guerreen por los escasos recursos hídricos que queden. Los conflictos internos de Yemen podrían extenderse por su dilatada frontera sin vigilancia con Arabia Saudí.
Siria e Irak – los otros dos países populosos de la región – también tienen problemas con el agua. Algunos provienen del caudal reducido de los ríos Eufrates y Tigris, de los que dependen para el agua de regadío. Turquía, que controla la cabecera de ambo ríos, está inmersa en un programa masivo de construcción de embalses que está reduciendo el caudal río abajo. Aunque los tres países forman parte de un programa para compartir el agua, los planes de Turquía de ampliar la generación de energía hidroeléctrica y sus zonas de regadío se están cumpliendo a expensas en parte de sus dos vecinos corriente abajo.
Dado el incierto futuro de los suministros hídricos fluviales, los agricultores de Siria e Irak están perforando más pozos para el regadío, lo cual está llevando a un exceso de bombeo en ambos países. La cosecha cerealera de Siria ha caído una quinta parte desde que alcanzó un máximo aproximado de 7 millones de toneladas en 2001. En Irak, la cosecha cerealera ha bajado una cuarta parte desde que llegó a un máximo de 4,5 millones de toneladas en 2002.
Jordania, con seis millones de personas, está al límite agrícolamente hablando. Hace unos cuarenta años, más o menos, producía más de 300.000 toneladas de cereal por año. Hoy produce sólo 60.000 toneladas y debe por tanto importar más del 90% de su cereal. Sólo el Líbano ha logrado evitar el descenso de la produción cerealera.
Así pues, en el Oriente Medio árabe, donde la población crece rápidamente, el mundo está asistiendo a la primera colisión entre crecimiento demográfico y suministro de agua a escala regional. Por primera vez en la historia, la producción cerealera está disminuyendo en una región en la que no se ve nada en el horizonte que detenga ese descenso. Debido al fracaso de los gobiernos en conjugar las medidas políticas relativas a población y agua, cada día que pasa deja 10.000 personas más que alimentar y menos agua de regadío con la que alimentarlos.
Lester R Brown es presidente del Earth Policy Institute y autor de Plan B 3.0: Mobilizing to Save Civilization
“Tu no existes”, le dirá en un momento de esta película un agricultor contracultural a Mona (Sandrine Bonnaire) al ver que no responde a las posibilidades de trabajo y relativa estabilidad que le ha ofrecido. Y es cierto; la protagonista de SANS TOIT NI LOI (1985) -con la que Agnès Varda logró uno de los mayores éxitos de crítica de su trayectoria como realizadora cinematográfica- inicia su presencia en la película apareciendo muerta en una cuneta y totalmente desarrapada.
Es a partir del descubrimiento de su cadáver como una voz en off –presumiblemente la propia realizadora- intenta redescubrir las últimas semanas de existencia de este singular personaje, libre, inconformista y sin ataduras, que en su deambular por un sur de Francia eminentemente rural mostrará su profundo escepticismo ante los personajes que con ella se encuentran, por más que a ellos su presencia si que marque de una u otra forma sus vidas. A partir de esa dicotomía se establece la génesis de una película que deliberadamente carece de conflicto dramático. En todo momento sabemos la conclusión de las andanzas y desde los primeros compases del metraje podemos advertir la verdadera mirada que la veterana realizadora francesa impone a sus fotogramas. Introduciendo actores semiprofesionales, afrontando una impronta visual que capta la sombría tristeza del campo, la psicología de unos personajes que sorprendentemente se entrelazan a partir de su relación con Mona.
Ella es una joven para la que aparentemente no importan los sentimientos, la estabilidad ni vinculo alguno de atadura a lo comúnmente establecido. Vistiendo en todo momento con una ropa gastada, abandonando toda norma de higiene, probando la droga cuando puede o trabajando esporádicamente únicamente para sobrevivir, la joven se pasea con su imperturbable hieratismo –al que la estupenda interpretación de la Bonnaire otorga toda su fuerza y naturalismo-, nuestra protagonista se pasea por antiguas mansiones rurales, contempla árboles enfermos, se hospeda en caravanas u hogares en ruinas, convive con inmigrantes y delincuentes y no deja de impresionar a personas de estabilidad económica y profesional con las que, sin embargo, no querrá transigir.
La cámara de Agnès Varda se ofrece contemplativa, con resonancias bressonianas, utilizando una sencilla planificación con predominio de panorámicas y un cierto regusto al detalle –esa imagen en la que vemos en una cafetería las manos cuidadas de la mujer que la porta en su coche, comparada con las encallecidas y sucias de Mona-. Es evidente que la sobriedad de la configuración de SIN TECHO NI LEY, esa ausencia de toma de postura, esa mirada limpia y sin prejuicios a lugares, personajes y situaciones marginales o poco tratadas en la pantalla, son las que otorgan la fuerza a un film que de una parte ofrece momentos tan sinceros, divertidos y entrañables como la complicidad que –mediante unos coñacs- se ofrece entre Mona y la anciana dueña de la mansión en el campo. Por otra parte, no es menos cierto que aquellos elementos que quizá en su momento pudieron ofrecer más impacto en el momento de estreno de la película –esas intermitentes miradas/confesiones de varios de sus personajes al espectador-, ahora aparezcan un tanto innecesarios.
Película sobria y sin concesiones pero al mismo tiempo concebida como un producto claramente “de prestigio”, es indudable que pese a todo SANS TOIT NI LOI ha logrado sobrellevar con entereza la prueba del paso del tiempo, con una mirada tan triste como verista de un universo rural y frío –en este elemento si que la fisicidad de sus paisajes traspasan la pantalla- y una dirección de actores sincera y creíble en la cual podemos encontrar ecos de ese cinema-verité en el que la realizadora se introdujo como directora muchos años atrás.

Mercedes Arancibia
“” es el título elegido, supongo, por la editorial Lumen para publicar tres novelas –El amor molesto, Los días del abandono y La hija oscura– de la escritora italiana Elena Ferrante; una autora que es también un misterio ya que nunca se ha dejado fotografiar, aunque se han publicado algunas entrevistas, y hay incluso quien asegura que el nombre es un pseudónimo tras el cual podrían ocultarse los escritores Goffredo Fofi o Domenico Starnone, que se habrían inventado esa identidad para tener una segunda vida literaria. No estoy convencida de lo acertado del título, aunque me ha gustado.
A estas alturas, y tras casi treinta años de carrera literaria, parece poco probable la hipótesis. Así que, hasta que se demuestre lo contrario, yo creo que Elena Ferrante es una mujer, que además escribe de mujeres y se detiene a pormenorizar en el destino individual de algunas de ellas.
Desde esta perspectiva, las tres novelas tienen una continuidad narrativa.
Publicada en 1992, la novela “El amor molesto” es una especie de pesadilla, de sueño, de vagabundeo en el que la protagonista está, a la vez, en fuga y buscándose a sí misma, a través de la atormentada relación madre/hija (verdadero leit-motiv de las tres partes que componen el libro). El libro tiene un comienzo que parece un clásico de novela negra: “Mi madre se ahogó la noche del 23 de mayo, día de mi cumpleaños, en el trecho de mar frente a la localidad que llaman Spaccavento…”. El cuerpo desnudo que unos chicos encuentran al día siguiente lleva solo un sujetador, el anillo de compromiso y la alianza, y unos pendientes que le regaló su marido medio siglo antes. Todo hace pensar en un suicidio.
Cuando la hija regresa a Nápoles para los funerales indaga acerca de los últimos días de la vida de la mujer, lo que le lleva a registrar la casa, recordar el pasado de una familia encerrada en un mutismo casi absoluto y reflexionar sobre la vida de ambas y los celos del padre, a veces brutales.
El amor molesto no se refiere solo a esa brutalidad sino también a la forma de amor/odio con que la hija revive las relaciones familiares. ¿La historia de Delia, la protagonista, es la de la Ferrante?, se preguntaba la crítica italiana cuando se publicó el libro hace ya casi veinte años y se estrenó una película, con el mismo título, dirigida por Mario Martone, acogida muy favorablemente por el público femenino. Otra incógnita más que añadir a la misteriosa biografía de la autora.
En 2003 Elena Ferrante publicó “Los días del abandono”, que supuso la confirmación de una escritora y la continuación de una carrera literaria que ya contaba con un primer éxito. De lo que se habla en este segundo libro es de la separación de la pareja. Una tarde, mientras recogen la mesa y los niños juegan, Mario anuncia a Olga que la deja…De repente, sin explicaciones, sin decir a donde, sin despedirse de los niños, se marcha en silencio acabando con veinte años de convivencia.
En suma, que es la tragedia de una crisis conyugal y el pretexto para que la mujer se plantee nuevos interrogantes, con el tiempo como verdadero protagonista: los años que se suceden veloces marcando las estaciones de la vida; los momentos, que pasan lentamente arrastrando evocaciones de la memoria. Todo se confabula para hacer más dolorosos si cabe los días del abandono. En el fondo es una historia conocida: una mujer, un hombre, el final de una historia, el abandono. La mujer no puede con su pesadilla, desaparecen las certezas, hay que aceptar una nueva realidad para convertirla en punto de partida. Alguien ha escrito que “los días del abandono” es un himno a la mujer y, como era alguien italiano, ha dicho que es también un himno a la mamma.
La tercera de las novelas incluidas en el libro, “La hija oscura”, es una historia de emancipación, cumplida ya la mitad de la vida, en la que se repiten los modelos de las anteriores: vuelven a aparecer los fantasmas en femenino, un pasado que se quiere negar y rechazar, las difíciles relaciones con la madre y los hijos y todo lo que nunca se dice, lo que se calla… Una historia que excava en los sentimientos que se establecen entre las generaciones

Las consecuencias del terremoto de Japón -especialmente la actual crisis en la central nuclear de Fukushima- traen recuerdos sombríos para los observadores de la crisis financiera estadounidense que precipitó la Gran Recesión. Ambos acontecimientos ofrecen duras lecciones sobre los riesgos y sobre lo mal que pueden manejarlos los mercados y las sociedades.
Naturalmente, en cierto sentido no hay comparación entre la tragedia provocada por el terremoto -que ha dejado más de 25.000 personas muertas o desaparecidas- y la crisis financiera, a la que no se puede atribuir un sufrimiento físico tan agudo. Pero cuando se trata de la fusión del reactor nuclear en Fukushima, los dos acontecimientos tienen algo en común.
Los expertos tanto de la industria nuclear como de las finanzas nos aseguraron que la nueva tecnología había eliminado prácticamente el riesgo de una catástrofe. Los hechos demostraron que estaban equivocados: no solo existían los riesgos, sino que sus consecuencias fueron tan grandes que eliminaron fácilmente todos los supuestos beneficios de los sistemas que los líderes de la industria promovían.
Antes de la Gran Recesión, los gurús económicos de EE UU -desde el presidente de la Reserva Federal hasta los gigantes de las finanzas- se jactaban de que habíamos aprendido a dominar los riesgos. Mediante instrumentos financieros innovadores, como los derivados y los credit default swaps (seguros contra el impago de la deuda), se había logrado distribuir el riesgo en toda la economía. Ahora sabemos que no solo engañaron al resto de la sociedad, sino que incluso se engañaron a ellos mismos.
Resultó que estos magos de las finanzas no entendieron las complejidades del riesgo, por no hablar de los peligros que plantean las «distribuciones de cola ancha», un término estadístico que se refiere a situaciones raras que tienen consecuencias enormes, y a las que a veces se llama «cisnes negros». Eventos que supuestamente suceden una vez en un siglo -o incluso una vez en la vida del universo- parecían ocurrir cada diez años. Peor aún, no solo se subestimó enormemente la frecuencia de estos acontecimientos, sino también el daño desmesurado que causarían -más o menos como las fusiones que siguen agobiando a la industria nuclear.
Las investigaciones económicas y psicológicas nos ayudan a entender por qué gestionamos tan mal estos riesgos. Tenemos pocas bases empíricas para juzgar los acontecimientos raros, por lo que es difícil hacer cálculos precisos. En tales circunstancias, no solo empezamos a pensar lo que queremos, sino que puede ser que tengamos pocos incentivos para pensar en absoluto. Por el contrario, cuando los demás cargan con los costes de los errores, los incentivos favorecen el autoengaño. Un sistema que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias está condenado a gestionar mal el riesgo.
En efecto, todo el sector financiero estaba plagado de problemas con las agencias y las externalidades. Las agencias de calificación tenían incentivos para dar buenas calificaciones a los títulos de alto riesgo que producían los bancos de inversión que les pagaban. Los creadores de las hipotecas no cargaban con las consecuencias de su irresponsabilidad, e incluso quienes se dedicaron a dar préstamos abusivos o crearon y comercializaron valores diseñados para perder, lo hicieron de manera que quedaron protegidos de acusaciones civiles y penales.
Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿están a punto de aparecer otros «cisnes negros»? Desafortunadamente, es probable que algunos de los riesgos realmente grandes a los que nos enfrentamos hoy día ni siquiera sean eventos raros. Lo bueno es que esos riesgos se pueden controlar con poco o ningún coste. Lo malo es que hay una fuerte oposición política para hacerlo, porque hay personas que se benefician del statu quo.
En los últimos años hemos visto dos de los grandes riesgos, pero hemos hecho poco para controlarlos. Según algunas personas, la forma en que se manejó la última crisis puede haber aumentado el riesgo de un colapso financiero en el futuro.
Los bancos demasiado grandes para quebrar y los mercados en los que participan saben ahora que pueden esperar rescates si tienen problemas. Como resultado de este riesgo moral, esos bancos pueden pedir créditos en condiciones favorables, lo que les da una ventaja competitiva que no se basa en un rendimiento superior, sino en la fuerza política. Si bien se han frenado algunos de los excesos que se cometían al asumir riesgos, los préstamos abusivos y las operaciones no reguladas de oscuros derivados extrabursátiles continúan. Las estructuras de incentivos que fomentan la toma de riesgos excesivos se mantienen prácticamente sin ningún cambio.
De la misma forma, mientras que Alemania ha cerrado sus reactores nucleares más viejos, en EE UU y otros lugares incluso las plantas que tienen los mismos defectos de diseño que la de Fukushima siguen operando. La existencia misma de la industria nuclear depende de subsidios públicos ocultos -los costes que paga la sociedad en caso de desastres nucleares, así como los costes de la eliminación de los residuos radiactivos que aún no se aborda-. ¡Viva el capitalismo sin restricciones!
Para el planeta hay un riesgo adicional que, al igual que los otros dos, es casi una certeza: el calentamiento global y el cambio climático. Si hubiera otros planetas a los que pudiéramos irnos a bajo coste en el caso de que ocurriera el resultado casi seguro que prevén los científicos, se podría argumentar que se trata de un riesgo que vale la pena tomar. Pero no los hay, por lo que no lo es.
Los costes de reducir las emisiones palidecen en comparación con los posibles riesgos a que se enfrenta el mundo. Y eso se aplica incluso si descartamos la opción nuclear (cuyos costes siempre se subestimaron). Ciertamente, las industrias del carbón y del petróleo resultarían perjudicadas, y obviamente los países que son los grandes contaminadores -como EE UU- pagarían un precio más alto que los que tienen un estilo de vida menos derrochador.
A fin de cuentas, quienes apuestan en Las Vegas pierden más de lo que ganan. Como sociedad, estamos apostando -con nuestros grandes bancos, con nuestras instalaciones de energía nuclear, con nuestro planeta-. Al igual que en Las Vegas, los pocos afortunados -los banqueros que ponen en peligro nuestra economía y los propietarios de las empresas de energía que ponen en riesgo nuestro planeta- pueden ganar mucho dinero. Pero en promedio, y casi con seguridad, nosotros como sociedad, al igual que todos los jugadores, vamos a perder.
Por desgracia, esa es una lección que se desprende del desastre de Japón que seguimos ignorando por nuestra cuenta y riesgo.
Joseph E. Stiglitz es catedrático de la Universidad de Columbia y ha sido galardonado con el Premio Nobel de Economía. Traducción de Kena Nequiz