11 AM | 28 Abr

SIN TECHO NI LEY

 

 

“Tu no existes”, le dirá en un momento de esta película un agricultor contracultural a Mona (Sandrine Bonnaire) al ver que no responde a las posibilidades de trabajo y relativa estabilidad que le ha ofrecido. Y es cierto; la protagonista de SANS TOIT NI LOI (1985) -con la que Agnès Varda logró uno de los mayores éxitos de crítica de su trayectoria como realizadora cinematográfica- inicia su presencia en la película apareciendo muerta en una cuneta y totalmente desarrapada.

Es a partir del descubrimiento de su cadáver como una voz en off –presumiblemente la propia realizadora- intenta redescubrir las últimas semanas de existencia de este singular personaje, libre, inconformista y sin ataduras, que en su deambular por un sur de Francia eminentemente rural mostrará su profundo escepticismo ante los personajes que con ella se encuentran, por más que a ellos su presencia si que marque de una u otra forma sus vidas. A partir de esa dicotomía se establece la génesis de una película que deliberadamente carece de conflicto dramático. En todo momento sabemos la conclusión de las andanzas y desde los primeros compases del metraje podemos advertir la verdadera mirada que la veterana realizadora francesa impone a sus fotogramas. Introduciendo actores semiprofesionales, afrontando una impronta visual que capta la sombría tristeza del campo, la psicología de unos personajes que sorprendentemente se entrelazan a partir de su relación con Mona.

Ella es una joven para la que aparentemente no importan los sentimientos, la estabilidad ni vinculo alguno de atadura a lo comúnmente establecido. Vistiendo en todo momento con una ropa gastada, abandonando toda norma de higiene, probando la droga cuando puede o trabajando esporádicamente únicamente para sobrevivir, la joven se pasea con su imperturbable hieratismo –al que la estupenda interpretación de la Bonnaire otorga toda su fuerza y naturalismo-, nuestra protagonista se pasea por antiguas mansiones rurales, contempla árboles enfermos, se hospeda en caravanas u hogares en ruinas, convive con inmigrantes y delincuentes y no deja de impresionar a personas de estabilidad económica y profesional con las que, sin embargo, no querrá transigir.

La cámara de Agnès Varda se ofrece contemplativa, con resonancias bressonianas, utilizando una sencilla planificación con predominio de panorámicas y un cierto regusto al detalle –esa imagen en la que vemos en una cafetería las manos cuidadas de la mujer que la porta en su coche, comparada con las encallecidas y sucias de Mona-. Es evidente que la sobriedad de la configuración de SIN TECHO NI LEY, esa ausencia de toma de postura, esa mirada limpia y sin prejuicios a lugares, personajes y situaciones marginales o poco tratadas en la pantalla, son las que otorgan la fuerza a un film que de una parte ofrece momentos tan sinceros, divertidos y entrañables como la complicidad que –mediante unos coñacs- se ofrece entre Mona y la anciana dueña de la mansión en el campo. Por otra parte, no es menos cierto que aquellos elementos que quizá en su momento pudieron ofrecer más impacto en el momento de estreno de la película –esas intermitentes miradas/confesiones de varios de sus personajes al espectador-, ahora aparezcan un tanto innecesarios.

Película sobria y sin concesiones pero al mismo tiempo concebida como un producto claramente “de prestigio”, es indudable que pese a todo SANS TOIT NI LOI ha logrado sobrellevar con entereza la prueba del paso del tiempo, con una mirada tan triste como verista de un universo rural y frío –en este elemento si que la fisicidad de sus paisajes traspasan la pantalla- y una dirección de actores sincera y creíble en la cual podemos encontrar ecos de ese cinema-verité en el que la realizadora se introdujo como directora muchos años atrás.

 

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