07 PM | 24 Nov

LAS TENTACIONES

He recorrido las salas casi desiertas del Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa buscando un solo cuadro, Las tentaciones de san Antonio,de El Bosco. He venido a verlo con treinta y tantos años de retraso. Cuando estaba en la universidad y me gustaba imaginarme una carrera profesional como estudioso de alguna rama a ser posible recóndita de la historia del arte le dediqué mucho tiempo a un proyecto de monografía o de tesina sobre los cuadros de El Bosco, y este tríptico de Lisboa era uno de mis preferidos. Cualquier tema en el que se ahonde un poco se revela inagotable. A mí me gustaba indagar en los significados posibles de esos hormigueros de criaturas, plantas, frutos, objetos, en los que se va perdiendo la mirada, pero también fijarme en la destreza meticulosa con la que estaba ejecutada la pintura, la solvencia con que un artista flamenco extiende diminutas pinceladas de óleo sobre una tabla, con una técnica tan distinta de la de los italianos.

Examinaba lo más de cerca que podía las láminas en color en la biblioteca de la Facultad, en Granada, mirando con envidia los nombres de los museos y de las ciudades en las que se encontraban los cuadros. Para quien no puede viajar por falta de dinero el nombre de una ciudad tiene la belleza de lo casi imaginado. La ciudad más tentadora, también imposible a pesar de su cercanía, era Madrid, donde una sala entera del Prado estaba dedicada a El Bosco.

El Bosco no era un genio solitario y marginal, sobre todo porque los genios solitarios son un invento posterior a él

Cuando al fin pude hacer ese viaje y ver los boscos del Prado todavía me acordaba de muchas de las cosas que había aprendido mientras hacía aquel trabajo, pero de mis expectativas sobre una carrera en la historia del arte no quedaba nada. Entonces sí que pude apreciar de cerca lo que antes sólo había intuido, esa calidad vibrante de la pintura, la fuerza de los colores no ensombrecidos por el paso de siglos, el contraste entre la modernidad del medio —el óleo— y la macabra imaginería medieval que representaba. Cuesta hacerse a la idea de que El Bosco es una generación más joven que Piero della Francesca y coetáneo casi exacto de Leonardo da Vinci. Comparado con ellos, parece muy anterior, menos cercano al Renacimiento que a los bestiarios fantásticos y a los capitales abigarrados de siglos anteriores. Y también pareció, en una época tan dada a la vanidad estética como el siglo XX, que era un predecesor de las alucinaciones y las irracionalidades del surrealismo, ese movimiento en el que abundaron tanto los expertos en autopromoción. El mérito de El Bosco, como el de los profetas del Antiguo Testamento, habría sido anunciar con quinientos años de anticipación a André Breton y sus amigos, y de paso el psicoanálisis y hasta la psicodelia.

En el prólogo a su excelente biografía de Marx, Jonathan Sperber dice que un historiador es alguien “dedicado a entender el pasado en sus propios términos, y cuidadoso de no jugarlo según las concepciones del presente”. En el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa, sentado delante del tríptico de Las Tentaciones de san Antonio, yo sentía la apelación turbadora y burlesca de esas imágenes que estaba mirando de cerca por primera vez, en ese estado creciente de excitación que tiene algo de embriaguez visual. Y también me acordaba de mi antiguo proyecto, de la necesidad de saber lo que el pintor y sus contemporáneos veían en ellas. El Bosco no era un genio solitario y marginal, sobre todo porque los genios, solitarios y marginales o no, son un invento varios siglos posterior a su vida. Vivía y trabajaba en su propio tiempo, no en un anticipo defectuoso del nuestro. Hijo y nieto de pintores, y miembro como ellos de un gremio, ejercía su oficio en un sistema de producción muy reglado, en el que ser pintor no tenía nada de particular. Probablemente esa posición estaba reforzada porque vivió siempre en una ciudad provincial, Hertogenbosch, no en uno de los centros que en Flandes o en Italia marcaban los caminos más renovadores en el arte. Y no hay tampoco indicios de que fuera un heterodoxo o un radical religioso o político. Lujos así no podía permitírselos un artesano de la pintura. Era un miembro respetado de la comunidad, y tenía una clientela variada e influyente. De modo que nada de visiones delirantes que no pudieran ser comprendidas por sus contemporáneos, y que debieran esperar varios siglos hasta merecernos a nosotros: la gran mayoría de esos seres que pueblan sus pinturas pertenecen a repertorios simbólicos que eran de conocimiento común en su tiempo. El Bosco no se dedicaba a escandalizar a los biempensantes, como aseguran que hacen algunos de los artistas más celebrados y mejor pagados de la actualidad, sino a representar el mundo de acuerdo con un idioma visual que nos parece indescifrable no porque lo sea, ni porque hubiera nacido de la fiebre visionaria o trastornada de su imaginación, sino porque se ha perdido una gran parte del conocimiento necesario para comprenderlo. De vez en cuando, sus imágenes son traslaciones literales de proverbios en holandés, o incluso de giros o juegos de palabras. Su mundo es el del milenarismo a la vez religioso y político de la tardía Edad Media, el de las danzas de la muerte, las celebraciones carnavalescas, la sátira de la desvergüenza de los frailes, la exigencia de una piedad interiorizada y contemplativa que poco después daría lugar a la Reforma.

El Bosco no se dedicaba a escandalizar a los biempensantes, como algunos de los artistas más celebrados

Durante meses leí en vano todo lo que pude sobre el mundo y los mundos de los tiempos de El Bosco, sobre símbolos alquímicos y figuras del tarot, sobre la cultura popular que asoma en Erasmo y en Rabelais, con su celebración de lo corporal y lo grotesco, según explicaba con erudición impetuosa el gran Mijaíl Bajtín. Creo que llegué a saberme casi palmo a palmo el tríptico de El carro del Heno, el de El jardín de las delicias, este de Las Tentaciones de san Antonio que no tenía ninguna esperanza de ver porque estaba en la lejanísima Lisboa.

 

No me sirvió de nada. En aquellos la historia del arte era unas veces un catálogo polvoriento de fechas y títulos y descripciones detalladas y superfluas, y otras veces un rumiar monono de palabrería marxista perfectamente intercambiable, fuera cual fuera la obra, la época o el artista del que se tratara. Había un marxismo rústico que veía la lucha de clases hasta en un apio de Sánchez Cotán y un marxismo de más altos vuelos intelectuales con muchas citas de Althusser y de retorcidos teóricos italianos. Daba igual. En los estudios de historia del arte no había casi nadie que se molestara en mirar una obra de arte o que nos alentara a hacerlo, a descubrir su materialidad irreductible, a intentar comprender el proceso por el cual había llegado a existir. Tan ocupados estaban en asignarles significados ideológicos que no tenían ninguna curiosidad por saber qué habían significado para quienes las hacían, las encargaban, las admiraban.

Ha pasado el tiempo y no sé si queda algún rastro de aquella palabrería estéril: en Lisboa, en la última sala del Museo de Arte Antiguo, permanecen inalterables la maravilla y el misterio de Las tentaciones de san Antonio. Ha valido la pena tardar tantos años.

www.antoniomuñozmolina.es

 

 

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06 PM | 24 Nov

MIQUEL BARCELÓ PERELLÓ

Tenc la forma d’una gran llàgrima.
No cerc ningú que em consoli. És que som
com el riu que no pot desitjar
res més que esser riu, encara
que vegi els arbres i les estrelles.
Res puc desitjar que no sigui possible.
Ignor de mi tota la carn
i tota l’ànima. Sols reconec
el meu nom dins les boques
dels homes que l’interpreten
amb una gèlida rialla.
Sé l’espai que ocup
quan els amics cínicament
m’assenyalen amb el dit.
¿Què som els homes?
Cans, per ventura.
¿I els amics?
Tal vegada cans
repentinament afamegats
de carn i sang amorosa.
Però jo, conscient,
vaig arrancant de l’aire
tot el que pugui esser
record meu. Meu per un instant.
Vull esser realment
com una roca que no ha
servit per aguantar una casa
i que els homes decebuts
tornen a la pedrera.
Vull esser inútil. Destruir.
Que se digui de mi que he destruït,
perquè les meves joguines
aquells cavalls de cartró
i aquells soldats de plom
essencialment solitaris,
ja no poden participar del cel
menut i simpàtic
que construïa per a ells.
Arrancat durament de mi,
vull esser a la mesura de tothom.

BARCELÓ, MIQUEL. Així Sia, 1957.

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01 PM | 24 Nov

LA MASACRE

Hemos visto recientemente dos óperas que tienen como punto de referencia la masacre de los aztecas a manos de los “españoles” durante la conquista, la primera  del compositor alemán Wolfgang Rihm, y la otra con una música maravillosa de Henrry Purcell :The Indian Quen, apostando por una épìca celestial. En ambos casos los que estaban al lado de mi butaca hicieron los típicos comentarios sobre la falta de veracidad de las opiniones vertidas sobre los conquistadores. Me linito a copiar el relato basado en la descripción realizada por el padre Bartolomé de Las Casas en su libro “Historia de las Indias”:

La masacre

“Debiste haber permanecido en el tejado del bohío. Has sido muy ingenuo dejándote embaucar por las promesas de ese hombre. El cielo ya había empezado a teñirse de rojo cuando acudiste a la plaza a ver a los hombres barbados venidos de Dios sabe dónde. Te han sorprendido sus extraños vestidos, que les tapaban todo el cuerpo, y su forma de hablar, grosera y ruidosa. Pero lo que más te ha maravillado han sido las descomunales bestias en que algunos venían. De esto último has tardado en darte cuenta: hasta el momento en el que los hombres que iban sentados sobre las bestias se han bajado para coger el pan y el pescado que les habéis ofrecido, hasta ese mismo momento has dudado si no te hallarías en realidad ante unos seres híbridos, mitad hombres y mitad animales. Superado el deslumbramiento inicial, pronto ha quedado patente la arrogancia de los extranjeros. En lugar de mostrarse agradecidos por el recibimiento que les habéis dispensado, han pagado con desprecio vuestra generosidad. Al ver cuan negro era su corazón te has preocupado y has corrido a refugiarte al bohío, desde donde, al cabo de un tiempo, has escuchado con terror unos gritos estremecedores que te han roto el alma. Espada en mano, los invasores descuartizaban a viejos, hombres, mujeres y niños. No ha habido piedad. Has sido el único de los vecinos que acudieron a recibirles que ha quedado con vida. Tu sabiduría te ha hecho percibir el peligro que os acechaba. Pero lo que no has podido ni remotamente imaginar, y lo que ya nunca sabrás, es que estos malditos invasores no albergan ningún odio hacía vosotros (su odio, si acaso, abarca a todos los hombres de estas tierras) y que el único motivo de la matanza ha sido el comprobar el filo de sus espadas.

Morir en paz

Finalmente los extranjeros han entrado en el bohío para continuar con la carnicería. Te has subido al tejado y has logrado esquivar a la muerte de nuevo. Cuando ya parecía que la furia de los intrusos se había apagado, ha aparecido el sacerdote y ha dicho que él estaba al mando y que podíais bajar sin cuidado alguno. Inmediatamente han venido a tu mente las habladurías que corren por la isla, las cuales aseguran que la única misión los sacerdotes es amansar a las poblaciones antes de que actúen los soldados. También aseguran esas habladurías que las cruces que enseñan los sacerdotes a fingir a los hombres en la cara y en el pecho no significan otra cosa que los nudos de las cuerdas con las que serán atados para llevarlos a sacar el oro, el cual es el verdadero dios de los extranjeros. A pesar de estar advertido, después de que lo hicieran los otros que estaban contigo en el techo, tú también has bajado. Nada más poner el pié en el suelo has recibido una cuchillada mortal. Moribundo, has salido del bohío dando tumbos, sin saber qué hacer ni adonde dirigirte. Entonces has visto correr al sacerdote, muy apurado, hacía donde tú estabas. Al principio has creído que su desasosiego era producto del arrepentimiento y que quería pedirte perdón. Lentamente, en la medida en que su escaso conocimiento del idioma se lo permitía, te ha ido diciendo que eras tú el que debías arrepentirte por todos los pecados que habías cometido, para de esa manera poder acceder al paraíso. Más por hacer que se callara que por otra cosa, no le has llevado la contraria en nada. Acto seguido te ha vertido un poco de agua en la frente y se ha tranquilizado. Después tú también has descansado.”

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07 PM | 19 Nov

HAKUNA MATATA

Si la película amor de Haneke era una reflexión sobre la vejez, la primera de la trilogía de Seild lo es sobre la soledad, sobre la búsqueda desesperada de un Georges a cualquier precio, para ir apagando la mirada al mundo en compañía, aunque haya que hacer un viaje a las playas de Kenia.
El paraíso de plástico de Ulrich Seild es un documental hiperrealista de austriacas y alemanas, en edad madura, en busca del sexo, con planos geométricos y sobrios. Historia paralela a la que nos cuenta Corine Hofman en su novela “La masai blanca”, en este caso de una joven suiza que después de un viaje por África tiene la imperiosa necesidad de ir a la búsqueda de Lemalian un masai que vive la dureza rural .Si en el caso de Teresa es recibida por el “hakuna matata”, Carola viaja hacía el sexo dejando atrás su vida burguesa, pero la pregunta que nos hacemos es: ¿hay libertad en la pobreza?

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09 PM | 18 Nov

Pasaporte para Matrix

Si uno va al cine en Londres estos días, por ejemplo al espléndido Curzon Cinema, con sedes en Mayfair y el Soho, tiene la oportunidad de ver The Pervert’s Guide to Ideology, la segunda incursión que el célebre filósofo Slavoj Žižek, en colaboración con la directora Sophie Fiennes, realiza en el campo del comentario cinematográfico escenificado. Lo que no sabe el espectador es que la publicidad que precede al filme contiene, involuntariamente, una glosa irónica del trabajo de Žižek, al que, de hecho, viene a anular. De manera que uno iba al cine y se encuentra con un revelador juego de espejos.

Vamos por partes. Al igual que The Pervert’s Guide to Cinema, estrenada en 2006, esta nueva propuesta hermenéutica nos ofrece la personal lectura que Žižek hace de un buen número de películas, algunas menores, otras canónicas: desde Carpenter hasta Scorsese, pasando por Kubrick o Lean. Y lo hace con su peculiar estilo argumentativo, hablando a toda velocidad, en simpáticos escenarios que replican los de las películas comentadas. Por supuesto, el pervertido del título es Žižek mismo, que juega a ser el enfant terrible de la filosofía occidental mediante un truco tan viejo como Platón: señalándonos que lo que vemos no es lo que parece. Y construyendo su edificio teórico sobre la base del concepto de ideología.

Tal es precisamente el método que emplea en su análisis cinematográfico. Esto queda claro cuando empieza glosando una obra interesantísima de serie B, dirigida por John Carpenter en 1988: They live!(Están vivos en nuestro país). Su protagonista encuentra unas gafas que le permiten conocer la realidad, a saber, que una buena parte de las elites humanas son, en realidad, extraterrestres dedicados a la tarea de dominar a los seres humanos, instilando en ellos el hábito ciego del consumo conformista. Žižek sugiere, claro está, que su propia iluminación crítica puede ayudarnos a ver el cine con otros ojos. Esa otra mirada desvela claves ocultas al espectador incauto, que, por ejemplo, ignora que Taxi Driversimboliza la energía revolucionaria generada por la castración ideológica del sujeto moderno; queTitanic trata sobre la imposibilidad del amor interclasista, no en vano destruido por un iceberg; o que el tema de Sonrisas y lágrimas es la ideología religiosa y su disfrute pecaminoso. Todo lo cual es divertido, ingenioso, mordaz: sin duda, pero, ¿algo más?

También son divertidos, ingeniosos y mordaces los dos anuncios que preceden a la película y, sin querer, vienen a anticiparla. En el primero, un proyeccionista nos explica, con entusiasmo, que La guerra de las galaxias es, evidentemente, una versión de El mago de Oz: «Luke Skywalker es Dorothy, Darth Wader es la Bruja Malvada del Oeste… y el mago, está claro, es Yoda». Después, una acomodadora, sentada a la puerta del cine, expone con total seriedad: «Toy Story es una meditación sobre las dificultades de la pubertad y la sexualidad», tesis que desarrolla en impecable vocabulario psicoanalítico. Hay muchos otros anuncios similares, todos hilarantes, parte de una serie patrocinada por Volkswagen bajo el títuloSee Films Differently.

Que es lo mismo que propone Žižek, lo que demuestra las virtudes y las limitaciones de su proyecto. Porque puede decirse casi cualquier cosa sobre cualquier película: basta con pensarlo un poco y explicarlo con convicción. De alguna forma, éste es el reproche que Chomsky ha hecho a Žižek, desde la propia izquierda: que desarrolla oscuras teorías manieristas sin apoyo ninguno en la realidad. Naturalmente, uno puede hacer esto for fun, como hace Volkswagen en sus anuncios; pero si se hace con seriedad teórica, se corre el riesgo de parecer caprichoso, o sea, nada serio. Žižek acaba así caricaturizándose a ojos del espectador como eso que los alemanes llaman un besser-wisser, aquél que cree saberlo todo y no equivocarse nunca, imponiendo su criterio a los demás, que nunca se enteran de nada.

Si algo demuestra este improbable paralelismo, es que puede abusarse fácilmente del concepto de ideología, hasta convertirlo en irrelevante: una caja de muñecas rusas, al fondo de la cual no hay nada. A bote pronto, Žižek arranca de Marx y llega hasta Débord, pasando por Berger y Luckmann, con parada en Gramsci y Foucault. Y lo hace para sostener la tesis de que nuestra percepción de la realidad está condicionada por los códigos culturales en los que nos socializamos, que construyen para nosotros el mundo, un mundo que corremos el riesgo de «naturalizar», dándolo como el único posible. Todos viviríamos, así, en Mátrix.

Sin duda, la crítica ideológica tiene una importante función que cumplir en la teoría y la vida contemporáneas, porque nos previene contra los sesgos de todo tipo –ideológicos también– que condicionan nuestra percepción y preferencias, tanto privadas como públicas. En esa dirección apuntan las versiones contemporáneas del concepto de autonomía individual, que sería la capacidad del sujeto para reflexionar sobre el uso que hace de su libertad y la forma que adoptan sus preferencias, a fin de poder modificarlas o refinarlas. Distinto es que esta capacidad sea de difícil ejecución o que su generalización no parezca probable. Pero de ahí a considerar que vivimos hipnotizados por el mundo del sistema, o fundar la propia tarea filosófica en la continua denuncia del velo ideológico que a todos, salvo a quien lo señala, consigue cegar, hay un trecho. Porque la sociedad moderna es más heterogénea, compleja e irreductible de lo que sugiere esta crítica ideológica ortodoxa. Y la libertad de elección individual en condiciones razonables, difícil de rebatir. ¿Quién puede obligar a nadie a ver el mundo o a decidir sobre su vida de otra manera? Se puede persuadir, influir, sugerir; un lento trabajo cultural en el que, con notable éxito, se ocupa Žižek. Pero, en último término, nada más.

Paradójicamente, las películas del filósofo esloveno, que cualquier aficionado a contemplar el cine desde un punto de vista teórico disfrutará con sano espíritu burlón, encuentran su más convincente paralelismo en la que quizá sea la última gran obra de Orson Welles, F de Fraude (1973). Se trata de un falso documental sobre el mejor falsificador de obras de arte de la historia, que Welles himself narra ante el espectador ataviado como un mago que despliega sus mejores artes1. ¡Nada es lo que parece! Pero ya lo dice el mago del Ocho y medio de Fellini al atribulado Marcello Mastroianni (frase que el mismo actor repite ante Toni Servillo, en el hermoso homenaje que Paolo Sorrentino rinde a su maestro en La gran belleza, cuando aquél hace «desaparecer» una jirafa): «Sólo es un truco».

1. ¿Había leído Welles The Recognitions, la monumental y difícil novela de William Gaddis, publicada en 1955, cuyo protagonista, Wyatt Gwyon, es también un falsificador superdotado, en su caso de pintura flamenca? 

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