01 PM | 10 Abr

heimat, una cronica alemana

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Edgar Reitz es un clásico vivo de la cinematográfica alemana. Fue uno de los firmantes del “Manifiesto de Oberhausen” el que dio carta de defunción al “Viejo Cine Alemán” Su cine es novelesco, literario, poético, pero también profundamente cinematográfico, en el que parecen caber todas las artes en perfecta conjunción. Nuevamente despliega todo su talento en esta extraordinaria precuela cinematográfica de su monumental saga televisiva Heimat, en la que cuenta la vida de la familia Simon en un pueblo del siglo XIX. Combina la intimidad del relato familiar y romántico, con la épica de contenido crítico-histórico, haciéndonos habitar un tiempo y un lugar que sentimos tan legendario como inmediato, tan fabulado como real.

1919. Un soldado alemán regresa a su pueblo, un lugar imaginario próximo a la frontera con Francia y el río Rin. Sin hacer mucho ruido, sin llamar demasiado la atención. De la misma manera en que el pueblo en cuestión, con alguno de sus habitantes en concreto, toca de refilón la historia alemana: sin dejar demasiada huella, desde cierta distancia y viéndose afectado de refilón. Un poco como nos ocurre a la mayoría de los que por aquí pululamos en relación a lo que ocurre a nuestro alrededor: sí, vamos al bar y hablamos, llegamos a la oficina y nos creemos con todo el derecho del mundo para opinar y quejarnos de esta guerra o aquél reverso político, y poco a poco vamos conformando un lienzo social que define la sociedad actual y redefine la historia. Por ahí anda Heimat, evento de difícil etiquetaje (es una serie, pero no responde a una estructura como tal, por lo que se la considera película, si bien dure 15 horas sólo su primera temporada) que retrata toda la historia alemana desde ese punto de vista. El de un pueblo pequeño y tranquilo, con habitantes del todo mundanos con sus pareceres, sus vivencias, sus batallitas. Una familia, con el principal eje en la figura de Maria Simon, capitanea el interés de su primera temporada, que abarca de los 20 a principios de los 80: justamente hasta la muerte de la protagonista.

Es cuando se logra este efecto acordeón, ese por el que el interés pasa de lo global a lo mínimo a lo global otra vez sin perder un ápice de su intensidad, cuando una producción de corte histórica y casi documentalista (el responsable de la serie, Edgar Reitz, quería hacer originariamente un producto) adquiere la categoría de mito. No por nada, alguna de las figuras más relevantes del cine y la televisión (Kubrick, David Simon; pero es que su influencia es evidente también en, por ejemplo, La cinta blanca) la definen como la mejor serie de la historia de la televisión. Y es que haciendo suyos algunos de los lugares comunes de, justamente, la corriente literaria de principios de siglo denominada Heimatkunst (esa que se centra en la patria, la casa, el pueblo… heimat vendría a significar algo así), Reitz se traslada al pueblo en cuestión y desde ahí retrata su tierra desde una miríada de miradas de la que se extrae un discurso tan elogiador como crítico desde la cierta indiferencia, cotidianidad, que infiere a cada una de ellas la mentada distancia desde la que observan lo que ocurre en su país. La misma con que, en verdad, reciben al soldado retornado que abría la serie. Una historia que tiene que ver tanto con la Segunda Guerra Mundial como con la llegada de progresos tecnológicos a la sociedad; todo recibe un trato parejo porque todo influye en la vida de los vecinos y, por extensión, de la población entera.

Heimat: Una crónica de Alemania. Temporada 1

La estrategia del director, que le dedicó hasta 25 años a su proyecto total (seguiría con otras dos temporadas y una película recientemente estrenada en cines), evidente desde el principio: parecería limitarse a colocar la cámara ante los actores/pueblerinos y dejar que la acción fluyera con la mayor de las normalidades, lo que se traduce en largos planos secuencia con conversaciones que viran de una temática a otra según el vecino que pueda hacer acto de presencia en escena, o el titular del periódico que alguno de ellos recoja. Parecería limitarse, sí, porque en la práctica cuesta poco apreciar la loable, contenida, sobria labor de un cineasta ducho en materia, deudor de los grandes del cine europeo, y con apenas un capricho formal, el paso del blanco y negro al color una y otra vez, para enfatizar algunas escenas pero, según el propio Reitz, porque le daba la gana. Sea como sea, el protagonismo se lo llevan íntegro unos personajes, principales y secundarios, que tardan poco en adquirir unas formas sumamente bien definidas, y que van adquiriendo lecturas y dimensiones conforme avanza el tiempo, ya sea al paso de unos días, como en las elipsis de varios años que en ocasiones tienen lugar. Y es que la ruptura de esa formalidad sin aparentes concesiones que luego se descubre caprichosa en lo que al uso del color se refiere, tiene su reflejo también en lo argumental, vía una linealidad temporal que se preocupa por el desarrollo de los entramados más que por seguir algún tipo de lógica más esquemática.

Sea como sea, da en la diana: de este relato costumbrista de los últimos 100 años alemanes tan a priori inabarcable, no sólo consigue el espectador empaparse de una apasionante historia, conociendo detalles nuevos a cada episodio y, sobre todo, sensaciones de un pueblo movido por una marejada de la que muchas veces no tiene control alguno; también se engancha a sus diversos protagonistas interesándose activamente por sus respectivos devenires con el paso de los años, logrando, en definitiva, unas 15 horas (recordemos: de momento al menos, nos centramos en la primera temporada) de una épica producción compacta, intensa, y sumamente gratificante: y es que por encima de todo, es un excelente ejemplo de buen, Gran cine. Excepcional regalo el de los amigos de Karma films, que por fin editan en DVD tamaña empresa.

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