07 PM | 24 Nov

COMO DESEES

No sabría explicar la sensación que te deja durante y después de su visionado… tiene una magia similar a “La historia interminable” pero con un excelente guión que entrelaza buenas dosis de humor para no resultar empalagosa. Una película de aventuras, con espadachines, gigantes, granjeros enamorados de bellas damas y príncipes malvados, y entre todos ellos formarán el gran elenco de personajes que formarán parte de tus recuerdos. Personajes tan entrañables como Iñigo Montoya, Westley, Buttercup, Vizzini, Humperdinck y Andre el gigante… magníficos todos ellos…
Quien desee saber que es eso del amor verdadero…. la causa más noble después de un bocadillo de cordero con lechuga y tomate cuando el cordero es rico y magro y el tomate está en su punto… que no se pierda ésta gran película 😀
Lo dicho, un relato mágico con aventuras, humor y entretenimiento a raudales sostenido todo ello por un gran romanticismo medieval…. El cuento más grande jamás contado a través de una pantalla!!

DRAGONDAVE

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07 PM | 24 Nov

OZU

Diez de la mañana en Barcelona. Lluvia suave y día gris, sensación de alegría, ayer vimos Open Range y es sencillamente cojonuda. Mi compañero Emilio y yo hemos quedado para hacer un café antes de reunirnos con el resto de la redacción (Alejandro G. Calvo, Manu Yañez y Jorge Mauro de Pedro) con los que iremos a ver los dos films de Ozu que pasan para la prensa y que se repondrán para conmemorar el centenario del nacimiendo del cineasta nipón.Dudas. Ver seguidas dos películas en el cine nunca nos ha convencido, y de todas las veces que lo hemos hecho, sin duda la mejor fue ese díptico El hombre que mató a Liberty Valance yCentauros del desierto non stop, casi nada. Esta vez toca Buenos días Cuentos de Tokio , casi nada.

Pedimos los cafés, teorizamos un poco sobre Open Range y clamamos al cielo por los últimos veinte minutos de El hombre sin sombra de Verhoeven…entramos en el cine, los dos camaradas están allí. Jorge Mauro nos ha fallado y lo siento por él.

Entramos en la sala, acogedora como todas las salas del cine del mundo, nos acomodamos. Me siento extraño, algún que otro critico de prestigiosa revista nos revela sus más sinceras (e irreproducibles aquí) opiniones acerca de lo último de Vicente Arana, me pregunto porque después serán tan pelotas.

Se apagan las luces, emoción, mi primer Ozu en cine. Comienzan los títulos de crédito y aparece el primer plano del film, la cosa se pone seria. A los veinte minutos ya estoy planteándome si Ozu no es el más grande. Prosigue la película, Buenos Días, mi primera sensación bascula entre el humor fordiano y la sobriedad de la puesta en escena de Bergman o Antonioni, pero seria injusto buscar un referente para referirse al cine de Ozu, su personalidad tras la cámara es propia, o en todo caso son los demás los que se parecen a él. Hace poco comentábamos en la redacción sobre otro film de Ozu,Las hermanas Munakata, la teoría de la puesta en escena matemática se confirma, Ozu es enorme.

Argumento aparentemente nimio, sencillo, inocente, en el fondo es profundo, sobre como los pequeños detalles producen grandes cambios, “From small things, big things one day come ” que cantaba aquél.

Ni un solo movimiento de cámara, ni un solo primer plano y la película fluye como pocas veces he visto, jamás se traba, en continua progresión gracias a esa puesta en escena matemática. Alegría, alegría al darme cuenta de que si el que esta detrás de la cámara sabe, hasta los pedos se convierten en poesía (y quién haya visto el film sabrá a lo que me refiero).

Termina la película, impresionado. Salimos al vestíbulo y formamos un pequeño círculo donde la admiración hacia Ozu no se expresa, seguimos hablando de Open Range , en parte porque el western es como el aire para los que escribimos aquí, en parte porque sobran las palabras ante lo que acabamos de ver. Cine puro, ni más ni menos que cine.

Con un poco de miedo entro de nuevo en la sala. Ya conozco el siguiente film, sé que es duro de ver y no estoy en las condiciones más optimas, miedo a quedarme dormido o no prestarle la atención que merecen esos 136 minnutos de arte.

Títulos de crédito, comienzo a relacionar el primer film con este. Dirigido por Yasujiro Ozu. Dos o tres planos recurso y primer encuadre compuesto con una maestría digna de coger el fotograma, ampliarlo y colgarlo en todos y cada uno de los museos del mundo.

Si el anterior film es en apariencia sencillo, este quizás no lo sea tanto. De todos modos, como en Buenos días el tema de la película queda en un segundo término, ocultado por la mano maestra de Ozu, que reflexiona acerca del paso del tiempo y las relaciones familiares (y por extensión humanas)… bajo la excusa de una simple visita asistimos a la desintegración de un núcleo vital. Igual que en el film anterior, pero bajo otro prisma. Ozu es autor. Ozu hace la misma película una y otra vez.

Se confirma otra de las teorías planteadas acerca de Las hermanas Munakata , quizás si existe la película perfecta en términos de puesta en escena. Admiración, confieso haber soltado un par de “que cabrón” al ver ciertos planos, colocados donde tocan, como tocan y porque tocan.

Somnolencia, llevo una hora de película y atravieso un momento de crisis, tengo sueño y hambre. No pasa nada, de la mano de Ozu reacciono. Las borracheras fordianas y hawksianas me encantan, súmenle las de Ozu. Sus personajes respiran humanidad por los cuatro costados. Si alguien tenia dudas sobre la función del arte como puente entre culturas el visionado de este film le sacará de ellas.

Sorpresa, contamos el segundo (y último) movimiento de cámara, un lentísimo travelling lateral. Entramos en los últimos tres cuartos de hora de la película, puedo contar con los dedos de una mano las veces en que he visto una cosa igual, el funeral, la cena y la despedida son cosas que me hacen creer en el cine. Una vez visto el último plano, que resume todo el film si se piensa en él como complemento del primero, intento reflexionar.

Una vez vistas en pantalla grande debo confesarme de nuevo. Olvido las películas de Nicholas Ray, François Truffaut y Francis Ford Coppola. Las de Renoir, Ford y Welles. Las de Ophüls, Becker y Mann. Las de Hawks, Rossellini y Hitchcock…

Es una tontería, es imposible olvidar películas inolvidables. Pero debo quedarme con lo poco que he visto de Yasujiro Ozu, o como mínimo, otorgarle un puesto de honor en el lugar donde se guardan las obras que nos conmueven.

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07 PM | 24 Nov

LAS TENTACIONES

He recorrido las salas casi desiertas del Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa buscando un solo cuadro, Las tentaciones de san Antonio,de El Bosco. He venido a verlo con treinta y tantos años de retraso. Cuando estaba en la universidad y me gustaba imaginarme una carrera profesional como estudioso de alguna rama a ser posible recóndita de la historia del arte le dediqué mucho tiempo a un proyecto de monografía o de tesina sobre los cuadros de El Bosco, y este tríptico de Lisboa era uno de mis preferidos. Cualquier tema en el que se ahonde un poco se revela inagotable. A mí me gustaba indagar en los significados posibles de esos hormigueros de criaturas, plantas, frutos, objetos, en los que se va perdiendo la mirada, pero también fijarme en la destreza meticulosa con la que estaba ejecutada la pintura, la solvencia con que un artista flamenco extiende diminutas pinceladas de óleo sobre una tabla, con una técnica tan distinta de la de los italianos.

Examinaba lo más de cerca que podía las láminas en color en la biblioteca de la Facultad, en Granada, mirando con envidia los nombres de los museos y de las ciudades en las que se encontraban los cuadros. Para quien no puede viajar por falta de dinero el nombre de una ciudad tiene la belleza de lo casi imaginado. La ciudad más tentadora, también imposible a pesar de su cercanía, era Madrid, donde una sala entera del Prado estaba dedicada a El Bosco.

El Bosco no era un genio solitario y marginal, sobre todo porque los genios solitarios son un invento posterior a él

Cuando al fin pude hacer ese viaje y ver los boscos del Prado todavía me acordaba de muchas de las cosas que había aprendido mientras hacía aquel trabajo, pero de mis expectativas sobre una carrera en la historia del arte no quedaba nada. Entonces sí que pude apreciar de cerca lo que antes sólo había intuido, esa calidad vibrante de la pintura, la fuerza de los colores no ensombrecidos por el paso de siglos, el contraste entre la modernidad del medio —el óleo— y la macabra imaginería medieval que representaba. Cuesta hacerse a la idea de que El Bosco es una generación más joven que Piero della Francesca y coetáneo casi exacto de Leonardo da Vinci. Comparado con ellos, parece muy anterior, menos cercano al Renacimiento que a los bestiarios fantásticos y a los capitales abigarrados de siglos anteriores. Y también pareció, en una época tan dada a la vanidad estética como el siglo XX, que era un predecesor de las alucinaciones y las irracionalidades del surrealismo, ese movimiento en el que abundaron tanto los expertos en autopromoción. El mérito de El Bosco, como el de los profetas del Antiguo Testamento, habría sido anunciar con quinientos años de anticipación a André Breton y sus amigos, y de paso el psicoanálisis y hasta la psicodelia.

En el prólogo a su excelente biografía de Marx, Jonathan Sperber dice que un historiador es alguien “dedicado a entender el pasado en sus propios términos, y cuidadoso de no jugarlo según las concepciones del presente”. En el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa, sentado delante del tríptico de Las Tentaciones de san Antonio, yo sentía la apelación turbadora y burlesca de esas imágenes que estaba mirando de cerca por primera vez, en ese estado creciente de excitación que tiene algo de embriaguez visual. Y también me acordaba de mi antiguo proyecto, de la necesidad de saber lo que el pintor y sus contemporáneos veían en ellas. El Bosco no era un genio solitario y marginal, sobre todo porque los genios, solitarios y marginales o no, son un invento varios siglos posterior a su vida. Vivía y trabajaba en su propio tiempo, no en un anticipo defectuoso del nuestro. Hijo y nieto de pintores, y miembro como ellos de un gremio, ejercía su oficio en un sistema de producción muy reglado, en el que ser pintor no tenía nada de particular. Probablemente esa posición estaba reforzada porque vivió siempre en una ciudad provincial, Hertogenbosch, no en uno de los centros que en Flandes o en Italia marcaban los caminos más renovadores en el arte. Y no hay tampoco indicios de que fuera un heterodoxo o un radical religioso o político. Lujos así no podía permitírselos un artesano de la pintura. Era un miembro respetado de la comunidad, y tenía una clientela variada e influyente. De modo que nada de visiones delirantes que no pudieran ser comprendidas por sus contemporáneos, y que debieran esperar varios siglos hasta merecernos a nosotros: la gran mayoría de esos seres que pueblan sus pinturas pertenecen a repertorios simbólicos que eran de conocimiento común en su tiempo. El Bosco no se dedicaba a escandalizar a los biempensantes, como aseguran que hacen algunos de los artistas más celebrados y mejor pagados de la actualidad, sino a representar el mundo de acuerdo con un idioma visual que nos parece indescifrable no porque lo sea, ni porque hubiera nacido de la fiebre visionaria o trastornada de su imaginación, sino porque se ha perdido una gran parte del conocimiento necesario para comprenderlo. De vez en cuando, sus imágenes son traslaciones literales de proverbios en holandés, o incluso de giros o juegos de palabras. Su mundo es el del milenarismo a la vez religioso y político de la tardía Edad Media, el de las danzas de la muerte, las celebraciones carnavalescas, la sátira de la desvergüenza de los frailes, la exigencia de una piedad interiorizada y contemplativa que poco después daría lugar a la Reforma.

El Bosco no se dedicaba a escandalizar a los biempensantes, como algunos de los artistas más celebrados

Durante meses leí en vano todo lo que pude sobre el mundo y los mundos de los tiempos de El Bosco, sobre símbolos alquímicos y figuras del tarot, sobre la cultura popular que asoma en Erasmo y en Rabelais, con su celebración de lo corporal y lo grotesco, según explicaba con erudición impetuosa el gran Mijaíl Bajtín. Creo que llegué a saberme casi palmo a palmo el tríptico de El carro del Heno, el de El jardín de las delicias, este de Las Tentaciones de san Antonio que no tenía ninguna esperanza de ver porque estaba en la lejanísima Lisboa.

 

No me sirvió de nada. En aquellos la historia del arte era unas veces un catálogo polvoriento de fechas y títulos y descripciones detalladas y superfluas, y otras veces un rumiar monono de palabrería marxista perfectamente intercambiable, fuera cual fuera la obra, la época o el artista del que se tratara. Había un marxismo rústico que veía la lucha de clases hasta en un apio de Sánchez Cotán y un marxismo de más altos vuelos intelectuales con muchas citas de Althusser y de retorcidos teóricos italianos. Daba igual. En los estudios de historia del arte no había casi nadie que se molestara en mirar una obra de arte o que nos alentara a hacerlo, a descubrir su materialidad irreductible, a intentar comprender el proceso por el cual había llegado a existir. Tan ocupados estaban en asignarles significados ideológicos que no tenían ninguna curiosidad por saber qué habían significado para quienes las hacían, las encargaban, las admiraban.

Ha pasado el tiempo y no sé si queda algún rastro de aquella palabrería estéril: en Lisboa, en la última sala del Museo de Arte Antiguo, permanecen inalterables la maravilla y el misterio de Las tentaciones de san Antonio. Ha valido la pena tardar tantos años.

www.antoniomuñozmolina.es

 

 

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06 PM | 24 Nov

MIQUEL BARCELÓ PERELLÓ

Tenc la forma d’una gran llàgrima.
No cerc ningú que em consoli. És que som
com el riu que no pot desitjar
res més que esser riu, encara
que vegi els arbres i les estrelles.
Res puc desitjar que no sigui possible.
Ignor de mi tota la carn
i tota l’ànima. Sols reconec
el meu nom dins les boques
dels homes que l’interpreten
amb una gèlida rialla.
Sé l’espai que ocup
quan els amics cínicament
m’assenyalen amb el dit.
¿Què som els homes?
Cans, per ventura.
¿I els amics?
Tal vegada cans
repentinament afamegats
de carn i sang amorosa.
Però jo, conscient,
vaig arrancant de l’aire
tot el que pugui esser
record meu. Meu per un instant.
Vull esser realment
com una roca que no ha
servit per aguantar una casa
i que els homes decebuts
tornen a la pedrera.
Vull esser inútil. Destruir.
Que se digui de mi que he destruït,
perquè les meves joguines
aquells cavalls de cartró
i aquells soldats de plom
essencialment solitaris,
ja no poden participar del cel
menut i simpàtic
que construïa per a ells.
Arrancat durament de mi,
vull esser a la mesura de tothom.

BARCELÓ, MIQUEL. Així Sia, 1957.

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01 PM | 24 Nov

LA MASACRE

Hemos visto recientemente dos óperas que tienen como punto de referencia la masacre de los aztecas a manos de los “españoles” durante la conquista, la primera  del compositor alemán Wolfgang Rihm, y la otra con una música maravillosa de Henrry Purcell :The Indian Quen, apostando por una épìca celestial. En ambos casos los que estaban al lado de mi butaca hicieron los típicos comentarios sobre la falta de veracidad de las opiniones vertidas sobre los conquistadores. Me linito a copiar el relato basado en la descripción realizada por el padre Bartolomé de Las Casas en su libro “Historia de las Indias”:

La masacre

“Debiste haber permanecido en el tejado del bohío. Has sido muy ingenuo dejándote embaucar por las promesas de ese hombre. El cielo ya había empezado a teñirse de rojo cuando acudiste a la plaza a ver a los hombres barbados venidos de Dios sabe dónde. Te han sorprendido sus extraños vestidos, que les tapaban todo el cuerpo, y su forma de hablar, grosera y ruidosa. Pero lo que más te ha maravillado han sido las descomunales bestias en que algunos venían. De esto último has tardado en darte cuenta: hasta el momento en el que los hombres que iban sentados sobre las bestias se han bajado para coger el pan y el pescado que les habéis ofrecido, hasta ese mismo momento has dudado si no te hallarías en realidad ante unos seres híbridos, mitad hombres y mitad animales. Superado el deslumbramiento inicial, pronto ha quedado patente la arrogancia de los extranjeros. En lugar de mostrarse agradecidos por el recibimiento que les habéis dispensado, han pagado con desprecio vuestra generosidad. Al ver cuan negro era su corazón te has preocupado y has corrido a refugiarte al bohío, desde donde, al cabo de un tiempo, has escuchado con terror unos gritos estremecedores que te han roto el alma. Espada en mano, los invasores descuartizaban a viejos, hombres, mujeres y niños. No ha habido piedad. Has sido el único de los vecinos que acudieron a recibirles que ha quedado con vida. Tu sabiduría te ha hecho percibir el peligro que os acechaba. Pero lo que no has podido ni remotamente imaginar, y lo que ya nunca sabrás, es que estos malditos invasores no albergan ningún odio hacía vosotros (su odio, si acaso, abarca a todos los hombres de estas tierras) y que el único motivo de la matanza ha sido el comprobar el filo de sus espadas.

Morir en paz

Finalmente los extranjeros han entrado en el bohío para continuar con la carnicería. Te has subido al tejado y has logrado esquivar a la muerte de nuevo. Cuando ya parecía que la furia de los intrusos se había apagado, ha aparecido el sacerdote y ha dicho que él estaba al mando y que podíais bajar sin cuidado alguno. Inmediatamente han venido a tu mente las habladurías que corren por la isla, las cuales aseguran que la única misión los sacerdotes es amansar a las poblaciones antes de que actúen los soldados. También aseguran esas habladurías que las cruces que enseñan los sacerdotes a fingir a los hombres en la cara y en el pecho no significan otra cosa que los nudos de las cuerdas con las que serán atados para llevarlos a sacar el oro, el cual es el verdadero dios de los extranjeros. A pesar de estar advertido, después de que lo hicieran los otros que estaban contigo en el techo, tú también has bajado. Nada más poner el pié en el suelo has recibido una cuchillada mortal. Moribundo, has salido del bohío dando tumbos, sin saber qué hacer ni adonde dirigirte. Entonces has visto correr al sacerdote, muy apurado, hacía donde tú estabas. Al principio has creído que su desasosiego era producto del arrepentimiento y que quería pedirte perdón. Lentamente, en la medida en que su escaso conocimiento del idioma se lo permitía, te ha ido diciendo que eras tú el que debías arrepentirte por todos los pecados que habías cometido, para de esa manera poder acceder al paraíso. Más por hacer que se callara que por otra cosa, no le has llevado la contraria en nada. Acto seguido te ha vertido un poco de agua en la frente y se ha tranquilizado. Después tú también has descansado.”

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