Críticas
LO OCULTO
Lo primero que sabemos de Andrei Zvyaginstev es que en su cine hay una relación espiritual en que las emociones no deben someterse a las palabras, y si somos capaces de encontrar analogías entre el cuerpo tumbado del padre cuando llega a su casa después de doce años de ausencia y el Cristo de Mantegna, la película nos muestra inmediatamente su dimensión “tarkoskiana” sobre la naturaleza humana, donde la admiración,el recelo,la valentía, la dignidad, el deseo y la desconfianza se ponen en primer plano, fotografiando paisajes gélidos y desérticos en tonos frios,conseguidos por el director de fotografía Mikhail Kritchman,quien nos cuenta en una entrevista al recibir el premio en Venecia que aprendió los secretos de la misma leyendo el American Cinematographer,la revista de la sociedad americana de directores de fotografía. Pero,a nuestro juicio no sólo eso, pues es indudable que el director de nombre impronunciable ha tomado como referencia,” La Infancia de Iván”, en el momento que los niños encuentran un pez en un barreño del barco,” El Espejo” en las imágenes del bosque al finalizar la película, y la isla como la zona de” Stalker”, la presencia constante del agua…Sin embargo,y a pesar de algunas críticas no veo a Sokurov por ningún lado.
El potente guión está realizado por los mismos de la película “Quemados por el So”l, y el ritmo dramático es conseguido a la perfección, con una interpretación excelente de los niños a los que se les nota su paso por una escuela de Teatro. La ausencia del padre en la vida de los hijos tiene, en la inmensa mayoría de los casos, repercusiones negativas que se manifiestan en diferentes planos del ajuste adaptativo de los niños, no sería ese el único planteamiento de la película, pero está claro que el tema de la ausencia mantiene una presencia constante, hasta en la caja encontrada que simbolizaría lo oculto, lo que no está
LA MENTIRA
La narración se desgrana con parsimonia, atención al detalle y el apoyo de elementos que aportan indicaciones y sugerencias basadas en analogías, simbolismos y paralelismos, como el problema que plantea al chico y a la familia la resolución del rompecabezas de cartón. El gusto por el sobrentendido, la elipsis y la sugerencia, alcanza su máxima expresión en una escena magistral, en la que Chabrol no explica lo que está ocurriendo, sólo lo da a entender mediante silencios, gestos contenidos, miradas desde la distancia y sobrentendidos que ha de componer el espectador en unos pocos instantes. En nuestra opinión, ésta es la secuencia culminante de la obra y una de las mejores escenas creadas por el realizador.
La acción transcurre en escenarios exteriores de Paris, Neuilly y Versalles, y en escenarios interiores. Los primeros inundan la escena de luz, color, monumentos, jardines, fenómenos atmosféricos (tormentas, lluvia …) y espacios abiertos, por los que siente predilección. Los segundos se presentan construidos con abundancia de elementos que reflejan o glosan el estilo de vida, los valores y las aspiraciones de la burguesía francesa de los años 60. Los temas ampulosos, eróticos, mitológicos y barrocos de las cuadros de la residencia de Versalles hablan de la artificiosidad, vanidad y convencionalismos de los personajes que lo ocupan. De igual modo, la acotación de la figura de la Libertad, de Delacroix, que preside la estancia principal del apartamento de Neuilly-sur-Seine habla de ruptura de lo convencional, de emergencia de nuevos valores para una nueva época, de superación de antiguos y caducos prejuicios.
El film capta la atención del público y la mantiene sobre ascuas a lo largo de un desarrollo complejo, pero asequible y convincente, en el que lo más importante es la transformación que se opera en el interior de los personajes. Por lo demás, la obra constituye un buen ejemplo del valor que para Chabrol tienen las figuras de estilo y las formas de contar las cosas.
AÑOS LENTOS
Fernando Aramburu ganó el Tusquets 2011 con este libro, no obstante, el verdadero premio es el que recibe el lector al disfrutar de su lectura. Pocos libros cada año tienen el calado que el autor vasco despliega en su obra quien, sin alardes, con personajes sencillos, de barrio, es capaz de retratar la sociedad vasca del tardofranquismo y los comienzos de ETA con una pasmosa cotidianidad, tan sincera que parece ser la nota de un suicidio y, en gran parte lo es.
Esta obra breve, escrita en la madurez del autor, apenas sobrepasa las doscientas páginas y mantiene el formato cerrado del género teatral. La vivienda obrera de los tíos del protagonista en el barrio donostiarra de Ibaeta es el escenario sobre el que el elenco ejecuta la acción. A finales de los sesenta Txiki, el sobrino, cuyo verdadero nombre incluso ignoramos, en un niño navarro que por problemas familiares viaja a San Sebastián para aliviar la carga que su madre tiene con sus tres hijos. Allá la familia de su tío Vicente le acoje buscándole hueco en la habitación de Julen, el hijo mayor quien aleccionado por el cura, don Victoriano, se irá adentrando en los círculos germinales de ETA. Mientras la hermana de Julen, Mari Nieves, gorda y fea chica, no cejará en su empeño de ganar popularidad ‘dándoselo’ a todo chaval que se le cruza. El segundo acto está dictado previamente y podemos colegir que una tripa importante y un coche de los grises aparecen pronto en escena.
Aramburu ha compuesto su obra desde un formato dual, por un lado las supuestas memorias de Txiki, quien con pocas luces desde niño recopila sin mucho conocimiento lo acontecido y, por el otro lado los supuestos -o reales- apuntes del propio escritor sobre la creación de su futura novela. A fuer de querer evitar la veracidad de la misma no paramos de creérnosla más, y aunque muchas de las cosas contadas no sucedieron realmente, seguro que son arquetipos de lo realmente acontecido.
Años lentos es el efecto en el tiempo que el franquismo dejó en la sociedad española, especialmente en la vasca, donde “un minuto, duraba minuto y medio o más” según el punto de vista de sus protagonistas. Aramburu demuestra un exquisito equilibrio en la obra donde los buenos y los malos no aparecen separados sino que cada personaje se comporta así según van las cosas, más bien obligados a ejercer un papel que es la sociedad o el barrio quien lo impone. Fiel retrato de lo que cualquier hijo de vecino nacido en los cincuenta o sesenta haya vivido en cualquier ciudad pero que ubicado en Donosti y en la época que lo hace cobra una dimensión especial gracias al impresionante trabajo de su autor.
¡Lectores, el premio es vuestro! Leedlo
Pepe Rodríguez
CORAZONES SOLITARIOS
El violín no se entrega con facilidad, no cede su virtuosismo a quien no sea merecedor.
También fabricarlo es todo un arte. Es una mezcla entre la ebanistería más sofisticada y consagrada, la ciencia de la precisión milimétrica que alcanza cotas casi crueles, la paciencia más desarrollada, una especie de ignota intuición, un cúmulo de experiencia y, por supuesto, la entrega de los cinco sentidos a la tarea.
Quien fabrica un violín, al igual que quien lo toca, es un artista, dicho en palabras mayores; un alquimista que en lugar de transmutar los metales en oro, convierte unos trozos de madera y de cuerda en vehículos para el prodigio.
¿Magia o ciencia?
La música es matemática pura. Ya lo dijo Pitágoras. Desde luego, pocas formas tan sublimes hay de embellecer algo tan árido (para mí al menos) como las matemáticas. La música es la manera en que esa ciencia exacta traspasa los límites de la razón para entrar en los dominios del corazón.
Muchas manifestaciones de la belleza requieren un sacrificio, y la perfección de la música lo reclama para sí.
Una violinista y un fabricante de violines. Dos genios cada uno a su manera, personas volcadas en sus particulares vertientes de la precisión más severa. Ella, hermosa, pasional, vibrante, dura, dulce, elegante y desbocada, como su forma de tocar el violín. Él, comedido, reservado, calculador, frío, silencioso, paciente y solitario, las cualidades necesarias para un gran fabricante. ¿Qué melodía puede surgir de esta combinación de caracteres tan opuestos?
Sutil historia de amores difíciles y frustrantes, del choque entre una voluntad ardiente y otra fría en un duelo amargo en el que la música del violín es la voz de las almas que buscan alimento espiritual y consuelo para las heridas y carencias afectivas.