11 PM | 30 Nov

CORAZONES SOLITARIOS

                                                                                              VIVOLEYENDO
Cuando escuchamos la música de un violín, no solemos reflexionar acerca de la enorme dificultad y habilidad que supone arrancar alguna nota armoniosa de ese estilizado instrumento. El violín requiere más que práctica, no se contenta con una dedicación absoluta. Exige talento, un esfuerzo constante y, por encima de todo, pasión. El violín es exigente por naturaleza, no se conforma con la mediocridad ni con la tibieza. Quien lo toca, debe amarlo hasta el tuétano. Debe sudar sangre y vaciarse de lágrimas de frustración hasta lograr obtener los sonidos más puros.
El violín no se entrega con facilidad, no cede su virtuosismo a quien no sea merecedor.
También fabricarlo es todo un arte. Es una mezcla entre la ebanistería más sofisticada y consagrada, la ciencia de la precisión milimétrica que alcanza cotas casi crueles, la paciencia más desarrollada, una especie de ignota intuición, un cúmulo de experiencia y, por supuesto, la entrega de los cinco sentidos a la tarea.
Quien fabrica un violín, al igual que quien lo toca, es un artista, dicho en palabras mayores; un alquimista que en lugar de transmutar los metales en oro, convierte unos trozos de madera y de cuerda en vehículos para el prodigio.
¿Magia o ciencia?
La música es matemática pura. Ya lo dijo Pitágoras. Desde luego, pocas formas tan sublimes hay de embellecer algo tan árido (para mí al menos) como las matemáticas. La música es la manera en que esa ciencia exacta traspasa los límites de la razón para entrar en los dominios del corazón.
Muchas manifestaciones de la belleza requieren un sacrificio, y la perfección de la música lo reclama para sí.
Una violinista y un fabricante de violines. Dos genios cada uno a su manera, personas volcadas en sus particulares vertientes de la precisión más severa. Ella, hermosa, pasional, vibrante, dura, dulce, elegante y desbocada, como su forma de tocar el violín. Él, comedido, reservado, calculador, frío, silencioso, paciente y solitario, las cualidades necesarias para un gran fabricante. ¿Qué melodía puede surgir de esta combinación de caracteres tan opuestos?
Sutil historia de amores difíciles y frustrantes, del choque entre una voluntad ardiente y otra fría en un duelo amargo en el que la música del violín es la voz de las almas que buscan alimento espiritual y consuelo para las heridas y carencias afectivas.
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