Críticas

06 PM | 10 Oct

GENERACION


Generación
fue el primer largometraje de Andrej Wajda, figura paradigmática del cine polaco de posguerra que se erigió como el más representativo de una serie de cineastas surgidos de la Nueva Escuela de Cine que revolucionarían el hasta entonces deteriorado panorama cinematográfico nacional. Wajda fue el primero en conseguir gran renombre internacional haciendo de Polonia un país a tener en cuenta para los más prestigiosos festivales de cine europeos. Esta serie de cineastas se destacarían con unas películas que gozaban de personalidad propia y que convirtieron su país en el referente cinematográfico más importante de la Europa del Este en una tensa época caracterizada por la Guerra Fría y el stalinismo.

Esta obra sería la que abriría la que suele ser conocida como la Trilogía de la Guerra de Wajda, que se completa con las soberbias Canal (1957) y Cenizas y diamantes (1958). En estos films, se retrata la dura situación por la que pasó Polonia en los años 40 durante la ocupación alemana y las actividades de algunos grupos de resistencia que intentaban enfrentarse al enemigo con los pocos medios con los que contaban. No son films heroicos ni enaltecedores, sino más bien crudamente realistas y que reivindicaban el papel de estos combatientes sin caer nunca en la idealización.

En el caso que nos ocupa, Generación es un film ambientado en la Varsovia de 1942 que narra la historia del joven Stach, un chico que proviene de un suburbio miserable y que decide unirse a la resistencia comunista emprendiendo una serie de acciones contra los nazis ocupantes juntos a unos amigos suyos.
Wajda en general huye de las convenciones de este tipo de películas y apuesta desde el principio por enmarcar toda la acción desde un punto de vista crudamente realista. La primera escena del film nos muestra con una extensa panorámica el suburbio miserable de barracas donde vive el protagonista y a continuación nos lo presenta jugando con dos amigos lanzando un cuchillo. Acto seguido pasa un camión con carbón para el ejército alemán, así que deciden subir a tirar su contenido. Aunque es una acción patriótica, se nota que la hacen sobre todo por pura diversión, casi como si fuera una travesura. Dos de ellos se suben a un vagón para empezar a arrojar la mercancía, pero rápidamente uno de ellos es abatido por un vigilante alemán y muere al instante. Todo esto sucede apenas han pasado cinco minutos de película, en que se nos ha dejado claro el tono frío y descarnado por el que va a optar Wajda.

Resulta obvio que pese a que el título del film hace referencia a esa joven generación que se comprometió a luchar por su país en un contexto tan terrible, el principal punto de interés de Wajda es la evolución del protagonista, un Stach confuso y desorientado que madurará forzadamente tras enfrentarse con todo lo sucedido a lo largo del metraje. Después de este accidente inicial, decidirá dejar de ser un vago y buscarse un trabajo de aprendiz en un taller, su primer contacto con el mundo adulto. Seguidamente, se verá atraído por un grupo de resistencia, pero no se nos esconde que el motivo de esa atracción no es solo la idea de luchar contra los ocupantes, sino también la joven y bella líder del grupo, Dorota.
Los motivos que llevan al resto de sus amigos a unirse al grupo tampoco son especialmente nobles. Uno de ellos, Jacek, es bastante reticente a unirse a la lucha porque ha de mantener a su padre, pero cuando es acusado de cobarde se envalentona enseguida y asesina a un oficial nazi a tiros. Seguidamente no dejará de fanfarronear  y recrear hasta la extenuación la valiente acción que ha llevado a cabo – que de valiente tiene poco, puesto que le atacó pillándole desprevenidamente. También se hará patente entonces la fascinación que siente por las armas, provocando su enfado cuando le arrebatan la que robó al oficial nazi. No parece importarle tanto el hecho de contribuir a la lucha armada como el poder disparar como un pistolero al enemigo, aunque al mismo tiempo parece atormentado por su asesinato.
Los otros amigos de Stach tampoco parecerán especialmente conscientes sobre lo que están haciendo, y al verles en acción por la forma de comportarse no notamos mucha diferencia entre estos actos y los que llevaban a cabo al inicio del film de forma despreocupada, como si estuvieran haciendo una gamberrada más.

Wajda apuesta por dotar al film de una visión realista y salvo en una escena de persecución (excelentemente llevada a cabo, por cierto) la película no tira en ningún momento hacia el suspense o la acción. El cineasta nos muestra una visión desoladora de la Polonia de la guerra en que aparecen imágenes caóticas de incendios, cadáveres y edificios en ruinas, donde por otro lado los protagonistas viven como si estuvieran habituados. Es de destacar las imágenes del barrio de barracas donde vive Jacek, poblado por gente humilde pero a la que Wajda no puede evitar enaltecer en una escena en que todos los vecinos acuden a ayudar a Jacek y su madre cuando éstos se ven amenazados por dos colaboracionistas que buscan un arma que éste había robado..
Así mismo, pese a esta voluntad realista, la dirección de Wajda muestra una gran preocupación formal por la composición de los encuadres que, en gran parte gracias a la excelente fotografía en blanco y negro, contribuyen a que el film esté lleno de momentos bastante cuidados visualmente (por ejemplo, todas las escenas situadas en sitios oscuros como los canales subterráneos que enCanal adquirirían renovado protagonismo).

Sin embargo, aunque las motivaciones de los protagonistas son confusas, Wajda no esconde su admiración hacia ellos y hacia su innegable valentía. Cuando al final del film un desolado Stach se encuentra con el que será su próximo grupo de combate el director opta por cerrar el film con un plano de esos jóvenes que serán los próximos héroes. Un final abierto, puesto que el destino de ellos y de Stach es altamente incierto, pero que refuerza la idea tras el título de enaltecer a esa generación de jóvenes que tuvo que luchar contra algo mucho mayor que ellos.

El éxito de esta película y las siguientes de la Trilogía de la Guerra consagraron a un Andrej Wajda que acababa de debutar y que se vio incluido entre los grandes autores de las nuevas tendencias cinematográficas que invadían Europa. Gracias a su éxito, otros cineastas polacos pudieron darse a conocer siguiendo el camino que éste había marcado, entre los que quizás el que más renombre internacional adquirió fue Roman Polanski, el cual casualmente aparece en el film interpretando a uno de los amigos de Stach. Esta mera coincidencia hace que sea inevitable referirse a Polanski como a uno de los hijos de esta primera generación de directores polacos (Wajda, Kawalerowicz, W. J. Has…), los cuales allanaron el camino a futuros directores dando a conocer al mundo la obra cinematográfica de un país que, tras una dura posguerra y sin una sólida tradición en el séptimo arte, necesitaba un empujón para adquirir fuerza y darse a conocer internacionalmente.

Del Blog Gabinete del Doctor Mabuse

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12 AM | 04 Oct

EL OJO DEL DIABLO

Bergman abael_ojo_del_diablo-caratulandona por una vez el tono hondamente dramático y trágico, y toma un rumbo diferente, un pequeño paréntesis en lo que venía siendo últimamente una filmografía inquietante, dura, de dificultosa digestión, y que lo seguiría siendo en las décadas venideras.
Pero he dicho pequeño paréntesis, sí.
Pero no deja de ser una categoría de sentido del humor. El Satán burlón con su orzuelo en el ojo y ese infierno paródico y bastante civilizado donde cumplen sus castigos los grandes pecadores muestran rasgos de picardía que Bergman también poseía.
El diablo tiene un orzuelo que es como un aviso de que hay decencia en la Tierra. Como un alergeno que le provocara una reacción. Satán no tolera que una chica joven, guapa e inteligente siga siendo virgen y de espíritu limpio. Todo un atentado contra los principios corruptos que, lógicamente, rigen en el infierno.
Y como el casanova Don Juan se encuentra ahí cumpliendo condena desde hace centurias por haber rendido tantas honras femeninas a sus pies, el demonio le propone una misión para reducir la pena (sin que en el cielo se enteren, claro): subir a la Tierra y seducir a la veinteañera Marie, la única hija de un pastor luterano que se va a casar pronto con su prometido. Don Juan es enviado junto con su sirviente, Pablo.
El director sueco propone una visión de cielo e infierno como las dos caras de la misma moneda, como el mismo perro con distintos collares. Antagonistas de fachada pero en realidad separados por un corto paso.
En medio de ambos, la Humanidad. Bergman apunta el descubrimiento más bello y optimista que puede ofrecer, aunque pueda parecer que la oscuridad vence a la luz. No es una concesión corriente en una película bergmaniana, porque su pesimismo suele ganar la partida.
Ese descubrimiento es el libre albedrío.
Un corazón humano libre no se puede comprar, no se puede dominar, no se puede controlar.
Ni Dios, ni el Diablo, tienen poder sobre el corazón de Marie. Ni sobre el de Don Juan. Ni sobre el de Pablo. Ni el del pastor, ni el de su esposa Renata.
Tanto uno como otro creen que somos fichas en su gran tablero de ajedrez. Se equivocan…
De rara belleza, la tengo ya como una de las películas más hermosas de la Svensk Filmindustri.

VIVOLEYENDO

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12 PM | 28 Sep

LA CARRETA FANTASMA

Comentarios

La película está basada en un relato tradicional sueco en torno a nochevieja. David Holm (Victor Sjöström) muere en una pelea justo cuando acaba el año y será condenado a conducir la carreta fantasma durante todo el año entrante. Cuando la carreta viene a buscarle, David descubre que ésta es conducida por un viejo amigo suyo que le recuerda su pasado y le lleva a ver las lamentables consecuencias de sus malas acciones.

Narrativamente la historia se desarrolla mediante flashbacks muy bien entrelazados, creando un “in crescendo” dramático muy apropiado. La película parte del problema del alcoholismo con un David Holm enfermo y autodestructivo que, tras pasar una estancia en prisión descubre que su mujer e hijos le han abandonado. En su búsqueda por encontrarla acumula odio y rabia convirtiéndose cada vez más en un ser despreciable, egoísta y despótico que lleva a la miseria más absoluta de su mujer y sus hijos. La única esperanza de reconducir su propia vida, desde el más allá, es la toma de consciencia del amor y esperanza que le ha ido profesando la monja del Ejército de Salvación. Al final pide la redención.

El film posee una impactante fuerza emocional, que reside en su acertada combinación de lo natural y lo sobrenatural, la presencia directa de la crueldad y la miseria, con la presencia indirecta de la fe y de dios. Esa dureza, rayando la crueldad absoluta, es la que da gran parte de su fuerza a la película.

Por otro lado sorprende por su modernidad y por el dominio del lenguaje cinematográfico. Cabe destacar los efectos especiales de la sobreimpresión con el uso de imágenes dobles para visualizar a los vivos y los muertos. Aunque fue rodada en 1920, no es una película de la corriente expresionista que estaba por entonces en boga en Alemania. Sus escenarios son realistas, los personajes no están excesivamente maquillados, los actores interpretan con naturalidad sin recurrir a la exageración. En cambio, su ambientación es fantasmagórica en los planos nocturnos.

Para finalizar, Sjöstrom al igual que Dreyer después, se deja vencer por la necesidad de aferrarse a la fe y a la esperanza en la redención, contrariamente a un Bergman que, andando el mismo camino, no ve la luz al final del tunel.

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12 AM | 19 Sep

LOREAK

 Loreak, de Jon Garaño y J. M. Goenaga.
El desgaste de la vida.
José Enrique Monterde.
“Dígaselo con flores” sería un buen eslogan para Loreak; pero esas flores que recibe semanal, anónima y misteriosamente Ane (Nagore Aranburu) o las que señalan una curva en la carretera, no son más que un sencillo pretexto que impulsa la leve trama de un film centrado en el mesurado retrato de tres mujeres y su circunstancia. Ya en su anterior –y primer– largometraje, 80 egunean (En 80 días, 2010), Garaño y Goenaga ofrecían los retratos de dos figuras femeninas reencontradas casualmente al cabo de los años y confrontadas a una revelación insospechada; ahora, en Loreak, abordan un asunto aparentemente banal –salvo para los personajes que lo viven– con extrema delicadeza y una falta de pretensiones que, lejos de la falsa modestia, certifica un amor por esos tres familiares personajes femeninos.

Instaladas en la cotidianidad del trabajo –Ane en la oficina de una obra en construcción y Lourdes (Itziar Ituño) en la taquilla de un peaje– ambas tienen un desconocido y efímero primer nexo común (Beñat) y luego otro, su madre Tere (Itziar Aizpuru), neto ejemplo de la matriarca vasca. Son las flores (las ‘loreak’ del título de un film todo él hablado en euskera, lo que implica una rigidez idiomática ausente de la realidad de la vida urbana vasca) las que determinan el nexo entre ese trío de mujeres. No quisiera esclarecer el mínimo misterio que constituye –flores de por medio– el motor del minimalista argumento del film para que el espectador pueda acompañar las vivencias de las tres protagonistas; en todo caso, tampoco radica ahí la importancia del film, sino en la forma en que esa leve trama se despliega: en la capacidad de anotar los detalles reveladores del desgaste de la vida de las dos parejas; en la necesidad que Ane (ese coeur simple flaubertiano confrontado al inicio de su menopausia) tiene de una ilusión que ilumine la monotonía de su vida; en la inesperada delicadeza de ese ‘díselo con flores’ por parte de un personaje en apariencia tosco y siempre amedrentado por la presencia materna; en los precisos apuntes ambientales y caracterizadores de los personajes, etc.

De hecho, lo que une a los tres personajes queda rápidamente elidido, y es precisamente su vacío lo que va a aproximar insospechadamente al triángulo femenino que va adueñándose del film, siempre con una sutileza y atención a los pequeños gestos que revela la propia naturaleza del punto de vista de ambos cineastas al confrontarse con la historia narrada. Para alguno, eso será muestra de la insustancialidad de un film que se desliza suavemente hacia el registro de los sentimientos escondidos; para otros –como el que suscribe–es en el modo de hacer elegido donde radica la plena sustancia de un film que rehúye cualquier atisbo de esa pretenciosidad de tantos nuevos cineastas que necesitan demostrar a toda costa su universo personal y su singularidad estilística.

Garaño y Goenaga se mueven en el terreno de una historia mínima sabiendo adaptar la puesta en escena y –muy especialmente– un trabajo actoral que permite expresarlo todo desde la triste mirada de Nagore Aranburu.

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