12 PM | 28 Sep

LA CARRETA FANTASMA

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La película está basada en un relato tradicional sueco en torno a nochevieja. David Holm (Victor Sjöström) muere en una pelea justo cuando acaba el año y será condenado a conducir la carreta fantasma durante todo el año entrante. Cuando la carreta viene a buscarle, David descubre que ésta es conducida por un viejo amigo suyo que le recuerda su pasado y le lleva a ver las lamentables consecuencias de sus malas acciones.

Narrativamente la historia se desarrolla mediante flashbacks muy bien entrelazados, creando un “in crescendo” dramático muy apropiado. La película parte del problema del alcoholismo con un David Holm enfermo y autodestructivo que, tras pasar una estancia en prisión descubre que su mujer e hijos le han abandonado. En su búsqueda por encontrarla acumula odio y rabia convirtiéndose cada vez más en un ser despreciable, egoísta y despótico que lleva a la miseria más absoluta de su mujer y sus hijos. La única esperanza de reconducir su propia vida, desde el más allá, es la toma de consciencia del amor y esperanza que le ha ido profesando la monja del Ejército de Salvación. Al final pide la redención.

El film posee una impactante fuerza emocional, que reside en su acertada combinación de lo natural y lo sobrenatural, la presencia directa de la crueldad y la miseria, con la presencia indirecta de la fe y de dios. Esa dureza, rayando la crueldad absoluta, es la que da gran parte de su fuerza a la película.

Por otro lado sorprende por su modernidad y por el dominio del lenguaje cinematográfico. Cabe destacar los efectos especiales de la sobreimpresión con el uso de imágenes dobles para visualizar a los vivos y los muertos. Aunque fue rodada en 1920, no es una película de la corriente expresionista que estaba por entonces en boga en Alemania. Sus escenarios son realistas, los personajes no están excesivamente maquillados, los actores interpretan con naturalidad sin recurrir a la exageración. En cambio, su ambientación es fantasmagórica en los planos nocturnos.

Para finalizar, Sjöstrom al igual que Dreyer después, se deja vencer por la necesidad de aferrarse a la fe y a la esperanza en la redención, contrariamente a un Bergman que, andando el mismo camino, no ve la luz al final del tunel.

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