Artículos de Opinión

02 AM | 06 Ene

Anna Seghers

Anna Seghers fue una de las escritoras y feministas alemanas más importantes del siglo XX. Pero aunque hizo novelas y cuentos inspirados en las Antillas o México, donde vivió exiliada y desde donde continuó luchando contra el fascismo, en Latinoamérica poco se conoce su obra o su trascendencia.

Sus textos, políticos o literarios, son una pieza clave para comprender el exilio de los años 30 y 40 -sobre todo de los intelectuales germanoparlantes- y otros aspectos de la Europa de entreguerras, entre ellos el rol femenino. Sus biógrafos la describen como una mujer comprometida con la libertad, de gran fortaleza; exitosa en el aspecto profesional, pero con un destino adverso. Nació en 1900 en Maguncia, de la unión entre Isidor, un acaudalado comerciante de arte, y su esposa Hedwig.

Su nombre real fue Netty Reiling, una niña enfermiza que buscó refugio en los libros, según su testimonio: Por eso aprendí a leer y a escribir a temprana edad. Al encontrarme sola la mayor parte del tiempo, me creé un entorno ficticio, empecé a inventarme pequeñas historias que me contaba a mí misma”.

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02 AM | 06 Ene

La séptima cruz

LA SÉPTIMA CRUZ

Dirección: Fred Zinnemann
Guión: Helen Deutsch, sobre una novela de Anna Seghers

Sinopsis

Alemania, otoño de 1936. Los nazis llevan sólo tres años en el poder y su régimen, salido de las urnas, se encamina hacia la más cruel de las dictaduras, aunque la mayoría de la población, cegada por la aparente bonanza económica conseguida por Hitler y sus secuaces y por la eficaz propaganda gubernamental, parece no advertirlo. Del campo de concentración de Westhofen se fugan siete prisioneros, todos ellos disidentes políticos y por tanto enemigos del Reich. El comandante del campo ordena convertir siete árboles del recinto en otras tantas cruces, y jura que muy pronto los siete evadidos colgarán de ellas. Seis de los fugitivos van cayendo, uno a uno, en las manos de las SS. Pero el séptimo, George Heisler, logrará salvar su vida y huir de Alemania gracias a varias personas que arriesgarán sus vidas para salvarle

Utilizando como base la novela de Anna Seghers, un éxito de ventas en su época, Helen Deutsch escribió el mejor guión de su carrera, que Zinnemann convertiría en una de sus películas más interesantes. Aunque en el momento de su estreno LA SÉPTIMA CRUZ fue recibido por público y crítica como un film propagandístico al uso, el paso del tiempo ha revalorizado notablemente esta obra magistral, que ha pasado a los anales del cine como un descarnado y a un tiempo conmovedor alegato contra la tiranía y la degradación de los valores sociales y morales que una dictadura, sea de la ideología que sea, lleva siempre aparejada. La acción transcurre en la Alemania de preguerra, pero la odisea de George Heisler podría haberse situado igualmente en la URSS del siniestro padrecito Stalin, la China de Mao, el Chile de Pinochet o la Cuba de Castro. Porque la historia de Heisler y sus compañeros de cautiverio es la de cientos de miles de hombres y mujeres que han sufrido persecución, tortura y muerte bajo regímenes totalitarios.

Rodada en un inquietante blanco y negro, que contribuye a acentuar aún más el tono sombrío del relato, el empleo que de las luces y sombras hace el gran Karl Freund dota al film de un ambiente opresivo, casi claustrofóbico, y la fabulosa fotografía nos remite a los mejores momentos del expresionismo alemán; de hecho, Freund fue uno de sus artífices, no en vano trabajó a las órdenes de los directores más representativos de esa tendencia cinematográfica, como F. W. Murnau y sobre todo Fritz Lang, con quien colaboró en la fabulosa epopeya futurista METRÓPOLIS (idem, 1927), una de las grandes obras maestras no ya de la ciencia-ficción, si no del cine universal

Aunque pueda parecer que el protagonismo recae sobre el personaje de Spencer Tracy, lo cierto es que no es así. LA SÉPTIMA CRUZ es una película coral, en la que todos y cada uno de sus personajes contribuyen con su granito de arena a la tarea de poner a salvo al evadido Heisler. Éste no es presentado por Zinnemann como un héroe; los héroes son los demás, las personas que arriesgan sus vidas para socorrerle, y el director se encarga de dejar este punto bien claro prácticamente en cada secuencia del film. En las primeras escenas de la cinta vemos a un George Heisler reducido casi a la condición de un animal, destruido física y moralmente por los maltratos sufridos en el campo. Impresionante ese primer plano inicial de Heisler surgiendo de entre la niebla matutina, con una expresión que refleja con patético realismo la impronta que han dejado en él los sufrimientos padecidos. La voz en off de Ernest Wallau, organizador de la fuga y buen amigo suyo, que será el primero en ser capturado y ejecutado, nos introduce en el relato y se convierte en una especie de ángel de la guarda del protagonista durante todo el metraje. Que el narrador de la historia fuera un muerto, idea bastante novedosa por aquel entonces, sorprendió al público e intensificó más aún el dramatismo del argumento. Años más tarde, el gran Billy Wilder recurriría a una argucia semejante en su extraordinaria EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (SUNSET BOULEVARD, 1950).

Zinnemann ofrece en esta cinta un crudo, despiadado retrato de la Alemania de los años anteriores a la II Guerra Mundial, mostrándonos sin tapujos el grado de fanatismo que puede alcanzar un pueblo culto y avanzado, como era el alemán, cuando sus integrantes pierden el norte y se dejan seducir por el extremismo político. En LA SÉPTIMA CRUZ no hay sangre, ni siquiera violencia física expresa. Y sin embargo, es una de las películas más duras que se han rodado sobre el Tercer Reich, pues describe con sobrio verismo el ambiente de sospecha, temor, delación y traición que existía en Alemania en los ominosos años treinta. Los nazis que aparecen son brutales, pero el espectador acaba sintiendo más desprecio por los civiles que por los SS o los miembros de la Gestapo. La galería de monstruos engendrados por el nazismo está bien representada en la cinta: fanatizados críos de diez años que colaboran con las autoridades en la búsqueda de los fugitivos; antiguas novias que juraron amor eterno pero que olvidaron pronto el juramento, casándose a las primeras de cambio con un miembro del partido y deviniendo en perfectas arpías nacionalsocialistas; porteras que vigilan quién entra y quién sale, y siempre dispuestas a colaborar con la policía… La lista sería interminable. Con estos siniestros personajes habrá de vérselas un herido, exhausto, hambriento y casi desesperanzado George Heisler, mientras sus compañeros de fuga caen uno tras otro en las garras de la Gestapo. Sin embargo, en la Alemania de Hitler todavía quedan personas decentes, y un buen puñado de ellas se movilizarán para socorrer a nuestro protagonista. Y aunque en ese grupo figuran unos pocos amigos suyos, en la conclusión del film George admitirá, ante la dulce y triste Toni, que ni siquiera conoce los nombres de la mayoría de los que le han ayudado.

La película transmite un mensaje de esperanza, personificado en esos hombres y mujeres que ponen en peligro sus vidas y las de sus seres queridos para combatir la injusticia y ayudar a un semejante: madame Marelli, la modista que le proporciona ropa y algún dinero; su amigo Marnet y sus colegas de la Resistencia, que le buscan para proporcionarle documentos falsos que le permitan huir de Alemania; el médico judío que le cura la herida y no da parte a la policía, como exige la ley; Paul Roeder, su mejor amigo, que le acoge en su hogar; Toni, la bella camarera que le oculta en su cuarto cuando la Gestapo acude a registrar la hostería, y que le ofrece un amor puro, honesto, que restaña las heridas producidas en su corazón por la falsía de Leni... Todos estos personajes, y otros muchos que el protagonista, posiblemente, nunca llegará a conocer, son como rayos de luz que tratan de disipar las tinieblas del régimen nazi y la disciplinada, corrupta y ruin sociedad totalitaria que éste ha creado. George, que al principio de la película era un alma errante y atormentada, un hombre que casi había dejado de creer en la humanidad, la bondad, la misericordia, la esperanza y el amor, recupera gracias a esas personas todo aquello que los bestiales guardianes del campo habían tratado de arrebatarle. Las últimas palabras que un emocionado George dirige a su amada Toni condensan, en su sencillez, el espíritu de la película y el mensaje que Fred Zinnemann deseaba enviar al público: Por mucho que el mundo se porte cruelmente con los seres humanos, hay en ellos una dignidad innata que se manifestará a la menor oportunidad. Ahí está la esperanza de la raza humana. Debemos tener fe en ella. Es la única razón que dará valor a nuestra vida.

La execrable censura, que aún en nuestros días ciertos rostros con mando en plaza aspiran a resucitar, impidió que los españoles contemporáneos de Zinnemann pudieran disfrutar de esta obra maestra. Es hora pues de recuperar este gran clásico de Hollywood, que nos alerta de lo que ocurre en una sociedad en la que se implanta el pensamiento único, donde se fomenta la delación y se incita a los ciudadanos a espiarse unos a otros. Evitemos por tanto caer en la misma telaraña que atrapó a la mayoría de los germanos de aquel tiempo. Después de todo, se empieza delatando al vecino por encender un cigarrillo en un bar, y se termina chivándose de él a quien corresponda por atreverse a expresar en voz alta una opinión contraria a lo políticamente correcto. Así empiezan muchas dictaduras. Aprendamos pues la sencilla pero grandiosa lección que nos ofrece esta magnífica cinta.

Antonio quintana

 

 

 

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09 PM | 05 Dic

Las amargas lágrimas de Petra von Kant

Las amargas lágrimas de Petra von Kant es una modélica pieza de Kammerspiel rodada con minuciosa precisión. Se desarrolla por completo en la vivienda-estudio de la diseñadora de modas Petra von Kant: recientemente separada de su marido, vive con Marlene, su secretaria-esclava que exhibe una simbólica mudez. Cuando su amiga y confidente Sidonie le presenta a Karin, una joven de origen humilde, Petra se enamora locamente de ella y le promete que va a convertirla en una famosa modelo. Sin embargo, la bella aspirante decide abandonarla poco tiempo después para reunirse con su marido, que se encontraba en otro país y ahora vuelve a Frankfurt. Petra cae entonces en una profunda depresión que la hace estallar de rabia delante de su hija, su madre y Sidonie. Cuando finalmente reconoce que solo ha intentado poseer a Karin en lugar de amarla, ofrece entonces a Marlene unas nuevas relaciones que no están basadas en el servilismo y la dominación, pero la secretaria hace su maleta y se marcha.

 

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12 AM | 22 Nov

PHOENIX

Después de la última guerra, en Alemania no se produjeron ficciones que tuvieran como protagonistas a los que volvieron de los campos de concentración, a las personas que sobrevivieron ese infierno. La razón es nítida: se trataba de un tema sobre el que los alemanes no querían hablar, al que le daban claramente la espalda, porque, por omisión o complicidad, se sentían culpables de lo que había ocurrido. Christian Petzold, el realizador más destacado de la llamada Escuela de Berlín, había manifestado hace ya varios años su preferencia por abordar en el cine este asunto y buscaba darle concreción fílmica. Y se decidió a hacerlo cuando su maestro, colega y coguionista de varias de sus películas, Harun Farocki, le alcanzó la novela francesa Le retour de cendres y tuvo tiempo de ayudarlo a elaborar el guión antes de fallecer.

Petzold es un director que se formó admirando a la industria de Hollywood, de la que sacó suficiente enseñanza técnica y temática para abordar sus películas, aunque siempre en un envase inconfundiblemente alemán y con su inconfundible sello personal. Ave Fénix, cuyo nombre copia el de un cabaret de la Alemania inmediatamente posterior a la guerra, es un largometraje que mezcla el melodrama con el film noir, con dosis adecuadamente equilibradas y siempre utilizadas con sabiduría. Hay dos obras del cine norteamericano que Petzold toma como referencia: la francesa Los ojos sin rostro (de G. Franju, 1960) y Vértigo, de Alfred Hitchcock, aunque  como alusiones circunstanciales a la génesis del guion, que por lo demás adapta libremente la novela de Hubert Monteilhet que le sirve de base.

La historia comienza cuando dos mujeres se desplazan en automóvil en dirección a Berlín y son interceptadas por un control militar de los norteamericanos. Allí viajan Nelly Lenz, una mujer que sobrevivió a los campos de concentración pero al precio de ser desfigurada por un balazo en el rostro, y su amiga, que la ha ido a buscar y desea ayudarla a rehacer su vida. Nelly busca al amor de su vida, su esposo Johnny, cuyo recuerdo, según dice, le ha ayudado a sobrevivir. La amiga le dice que él es una mala persona, que la delató y traicionó. Y que ahora solo buscar quedarse con su fortuna. Nelly llega a Berlín y se somete a una cirugía plástica en el rostro y luego comienza a buscar a su ex marido. Y lo encuentra. Allí comenzará su odisea para averiguar si lo que le dijo su amiga es verdad o mentira.

La protagonista de la película es la estupenda actriz Nina Hoss, artista fetiche de Petzold y figura central de su película anterior, Barbara, que encabezó con Ronald Zehrfeld, quien la acompaña también acá. Ambos descuellan, pero también habrá que destacar la labor de Nina Kunzendorf como la amiga. El cineasta alemán había filmado ya Seguridad interior (2000), Triángulo (2008) y la mencionada Barbara (2012). Este nuevo producto, el más logrado según todos los críticos, es una buena oportunidad de acercarse a su producción, no solo por lo que vale en lo estético y narrativo (tiene composiciones además de Cole Porter y Kurt Weill), sino por la valentía con que aborda un espinoso tópico que la sociedad alemana es reacia a tocar.

El director cuenta en un reportaje que hay un libro no tan conocido de Bertolt Brecht, ABC de la guerra, donde evoca a quienes volvieron de ambas guerras mundiales con heridas en el rostro. De hecho la cirugía plástica tuvo un gran desarrollo después de la primera y segunda guerra mundial. No solo en el caso de las víctimas sino de los victimarios que modificaron sus facciones para no ser reconocidos. Otra manera, como se ve, de falsificar la memoria.

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02 PM | 12 Nov

EL VIAJE A LA FELICIDAD DE MAMA KUSTER

El cine de Rainer Werner Fassbinder tiene la extraordinaria virtud de no dejarme nunca indiferente: o me aburre o me encandila, paradoja que considero una fantástica cualidad. Mi sensación es que gran parte de la culpa de esta irregularidad en mis gustos cinematográficos se debe al draconiano ritmo de trabajo que empleaba el cineasta alemán, produciendo un mínimo de dos películas por año. Máximo exponente del llamado nuevo cine alemán de los setenta, su carácter indomable se plasmó en todas las películas que completan su extensa filmografía concentrada en el corto período de trece años. Uno de los aspectos que me conquistan del bávaro es su insobornable independencia -si bien fue miembro integrante de la izquierda alemana-, hecho éste que le acarreó  numerosos problemas con diversos sectores de la comunidad germana, tanto de un lado como del otro del espectro ideológico, y que confieren a su cine una personalidad inquebrantable en continua lucha por reflejar los avatares de los perdedores del sistema.

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