La meglio gioventù 2Director: Marco Tullio Giordana. Guión: Sandro Petraglia y Stefano Rulli. Intérpretes: Luigi Lo Cascio, Alessio Boni, Adriana Asti, Sonia Bergamasco, Fabrizio Gifuni, Maya Sansa, Valentina Carnelutti, Jasmine Trinca. 184 min. Jóvenes-adultos.
La primera parte de esta miniserie televisiva italiana supuso una de las mejores películas de la temporada Al completo se convierte definitivamente en una de las producciones europeas más interesantes de los últimos años. Resultan justos el Premio «Una cierta mirada» en el Festival de Cannes 2003 y los seis David de Donatello 2004.
Las vicisitudes de los protagonistas reflejan las transformaciones de la vida política y social italiana, desde el terrorismo de las Brigadas Rojas a la situación actual. En esta segunda parte, la acción transcurre entre 1982 y 2003, tiempo en el que evolucionan los dramas esbozados en la primera parte. El psiquiatra Nicola, menos ideologizado, intenta rehacer su vida con su despierta hija Sara y afronta valientemente su posible responsabilidad en los actos criminales de su esposa, que se ha convertido en activista de las Brigadas Rojas. Matteo, el depresivo hermano de Nicola, se adapta malamente a su nuevo destino en los grupos policiales antiterroristas y reencuentra a Mirella, la fotógrafa aficionada que conoció en Palermo. Por su parte, las dos hermanas Carati se enfrentan a otras dificultades: la amenaza terrorista contra el marido economista de Francesca y la ofensiva de la Mafia siciliana contra la judicatura italiana, de la que Giovanna forma parte.
Como en la primera entrega, cabe reprochar leves defectos técnicos en la realización en vídeo digital y una cierta superficialidad al afrontar el catolicismo italiano. Pero estos defectos pesan poco ante el despliegue de buen cine que llena la película. A sus 53 años el milanés Giordana («Cita en Liverpool», «Pasolini, un crimen italiano») se luce en la dirección de actores, especialmente brillante con los intérpretes infantiles y con Maya Sansa, una Mirella que cobra protagonismo. Al ritmo de una música espléndida, Giordana hilvana las alegrías y tragedias de los personajes con una fluidez narrativa y una capacidad emocional sorprendentes, cimentadas sin duda en la hondura de su mirada y en el respeto con que trata a todos sus personajes.
Ese respeto no significa neutralidad moral, pues, sin renunciar a la sutileza, Giordana acaba juzgando las conductas de los personajes. Se agradece la valentía de la condena de la corrupción política en Italia, de la tiranía de la Mafia y del recurso a la violencia y al terrorismo por parte de los grupos de ultraizquierda (un asunto bien conocido por Fontana, que ya trató en «Amar a los condenados»). Con todo, lo que más se agradece es el optimismo de Giordana respecto a las nuevas generaciones y su reivindicación de la moralidad personal, el civismo, la solidaridad y la unidad familiar -a pesar de los pesares- como los auténticos impulsores del progreso social.
Nos encontramos ante el retrato lúcido y desencantado de una familia italiana a lo largo de cuarenta años de historia de ese país. Más concretamente de la familia Carati, que está representada por los hermanos Nicola (Luigi Lo Cascio) y Matteo (Alessio Boni). A ambos les unen los mismos sueños de juventud, hasta el día en que, decepcionados por el resultado de una experiencia personal que no vamos a desvelar, cada uno busca su propio camino. Mientras que el primero entra a formar parte de los florecientes movimientos juveniles, el segundo, un hombre culto pero necesitado de una cierta disciplina, decide ingresar en el cuerpo de policía. A partir de ese momento, sus respectivas vidas se van enriqueciendo al conocer a diversos personajes. Cada uno de ellos forma parte del amplio escenario social que en mueve en ese telón de fondo llamado Italia, en el que ciertas canciones marcaron esa época, y los triunfos conseguidos por la selección italiana de fútbol tuvieron tanta importancia para los habitantes necesitados de alegrías.
Con ‘Anora’, ganadora de la última Palma de Oro en Cannes, el director estrena su quinto largometraje protagonizado por trabajadores del sexo. “Si ser ‘indie’ significa que posees todo el control de tu obra, seré siempre ‘indie”, anuncia
Retrato promocional del director Sean Baker.UNIVERSAL
A Sean Baker le da miedo la figura de Eloy de la Iglesia. Que un director maldito de la Transición —el hombre que retrató la ola de destrucción y malditismo que la heroína provocó en las alcantarillas de la cacareada Movida— asuste al último ganador de la Palma de Oro de Cannes, un cineasta indie de alma neoyorquina, es una señal de las sombras que esconde Baker. “En la Universidad de Nueva York no nos llegaba ese cine español. Lo he descubierto hace unos cinco años y me siento más alineado con él que con Fellini”, cuenta. “Su personalidad me recuerda a la de Pasolini, y me han contado que su adicción a las drogas se originó a partir de su interacción con los actores. Eso me da miedo porque yo estuve enganchado. Tuve problemas con las drogas, fui adicto a la heroína a finales de los noventa, cuando yo era un veinteañero. A veces me asusto cuando me doy cuenta de que me acerco demasiado de nuevo a esos mundos. En una película tuve a una persona chutándose a mi lado. Uf”. Para ser un cineasta que no disfruta de las entrevistas, la confesión ha salido a borbotones.
El jueves 31 de octubre se estrena Anora, la quinta película en la que Baker (Nueva York, 53 años) cuenta con personajes relacionados con la prostitución o con el negocio del sexo. Y desde luego, no muy cercanos a la prostituta de Julia Roberts en Pretty Woman. “Creo que el público puede identificarse con personajes que no podrían soportar en la vida real. Y en mi caso, me gusta retratar personajes que persiguen el sueño americano y poner el foco sobre situaciones que Hollywood es incapaz de retratar bien”, apunta al sentarse en un sofá.
Última entrega de la llamada «Trilogía de la guerra» de Andrzej Wajda, abierta con Generación (Pokolenie, 1955) y continuada con Kanal (1957), Cenizas y diamantes se asoma al nuevo abismo que se abre bajo los pies de los polacos tras el final de la Segunda Guerra Mundial. País castigado secularmente por el enorme apetito de territorios de sus poderosos vecinos, la película presenta la enésima encrucijada de amenazas que se ciernen sobre él a través de la historia de Maciek (impresionante Zbigniew Cybulski), joven algo tarambana que milita en las filas de un partido de carácter ultranacionalista en una ciudad de provincias. En un clima social y político caótico y lleno de incertidumbres, la anterior armonía existente durante la guerra entre los distintos sectores ideológicos del país frente el enemigo común nazi está a punto de romperse definitivamente, toda vez que cada facción busca posicionarse de la mejor manera posible en el escenario posterior al conflicto, a modo de trampolín que le permita conquistar el poder y, dado lo extremo de las posturas, imponer un régimen, ya sea comunista, ya pro-occidental, que anule al adversario. Es en esta tesitura de anarquía y extremismos generalizados que el joven Maciek recibe un encargo de sus superiores ultranacionalistas: debe asesinar al más importante dirigente comunista del distrito, que piensa alojarse en un hotel de la ciudad. El entusiasmo dogmático e irracional de Maciek se combina con un perfil soñador, un tanto iluso, del joven, que no conoce otra vida que la de la guerra, acerca de lo que debe significar vivir una vida adulta sin violencia, en un mundo lleno de oportunidades y promesas de comodidad. Este horizonte tan halagüeño, con mucho de autoengaño, viene simbolizado por Krystyna (Ewa Krzyzewska), en la que Maciek encuentra el amor en el lugar y momento más inesperados y, desde luego, inoportunos.
Green Border’, la película que desató un tsunami de odio fascista contra la cineasta Agnieszka Holland
Esta desgarradora historia revela la trampa que puso el ultra bielorruso Lukashenko a los refugiados y la respuesta inhumana y cruel que tuvo Polonia con ellos .
La película presenta diferentes puntos de vista, de los refugiados, los activistas y los policías.
Los ultraderechistas polacos enloquecieron de furia el año pasado con la nueva película de la veterana cineasta Agniezka Holland, Green Border, en la que se revelaban las tácticas siniestras del presidente de Bielorrusia Aleksandr Lukashenko con los refugiados y la espeluznante respuesta de las fuerzas uniformadas de Polonia. La reacción a la película fue tan desmesurada que la directora tuvo que vivir un tiempo con escoltas de seguridad.
Agnieszka Holland, tras estrenar ‘Green Border’: «Era un tsunami de odio que podía movilizar a algunos locos violentos»
Lukashenko atrajo en 2021 a miles de refugiados de Afganistán, Siria, Irak, Yemen y Congo, prometiéndoles un paso fácil a Europa a través de la frontera con Polonia. Las fuerzas policiales polacas los recibieron como si fueran armas enviadas por Putin. Les trataron con violencia, les robaron dinero y devolvieron a estas personas al otro lado.
Mujeres, enfermos, niños y ancianos se vieron de nuevo en Bielorrusia, «donde les esperaban torturas, palizas, hambre y violaciones, o fueron abandonados en la zona de la muerte, donde la perspectiva es la muerte en el bosque por hipotermia, hambre o ahogamiento en los pantanos».
Zbigniew Ziobro, entonces ministro de Justicia y fiscal general de Polonia, llamó nazi a Holland, mientras que el que fuera ministro de Exteriores, la calificó de estalinista. Volcaron todo su odio contra ella y avivaron la inquina en medios de comunicación afines. «Era un tsunami de odio que fue bastante desagradable porque podía movilizar a algunos locos violentos». Agnieszka Holland demandó a Ziobro y ganó.
Green Border, Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia, está inspirada en la realidad de los refugiados en las fronteras europeas. «Aunque parece que es algo increíble, es real y está ocurriendo en muchas fronteras de Europa y también en la frontera de Estados Unidos. La violencia es nuestra respuesta a la crisis migratoria. En África es aún peor. En Túnez o Sudáfrica, y en Arabia del Sur… en la frontera con Arabia del Sur los guardias fronterizos están matando a los refugiados etíopes».La situación política hoy en Polonia es diferente, pero cuando estrenó el año pasado su película, el gobierno alentaba el odio constantemente.
El Gobierno se excedió. Durante años y años han utilizado solamente el recurso del odio. Odio al migrante, al diferente y a cualquiera que no comulgara con sus ideas. Estamos hablando de una gente que decía que el líder de la oposición, Donald Tusk (hoy primer ministro polaco), era poco menos que Satanás. Le insultan, dicen que no es polaco de verdad porque sabe hablar alemán, antes de las elecciones decían que quería entregar Polonia a los rusos…
Hablaban todo el rato en estos términos de él en los medios de comunicación. Así que parte de la población simplemente se lo creyó. Si preguntabas a la gente en el mercado de una pequeña ciudad a quién iban a votar, decían que a Donald Tusk no, «porque es alemán y quiere vender el país a Putin». Utilizaron la propaganda más primitiva.
También fueron contra usted.
Sí, conmigo fue igual. A mí me han llamado nazi y estalinista. Ni siquiera se aclaran, pero hacen mucho ruido, que consigue alienar a la población. Decían que me pagaba Putin, luego hablaban de mi padre, que era judío comunista y murió hace seis años, y decían que quería matar a sus amigos.
Atacaron la película y la usaron como herramienta depropaganda. Pero, afortunadamente, en los últimos días antes de las elecciones se demostró que la gente estaba cada vez más enojada y disgustada por la propaganda. Y hubo un récord de asistencia a las urnas como nunca en Polonia, incluso más que en el 89, cuando fueron las primeras elecciones para derrocar al régimen comunista. Y los jóvenes por primera vez acudieron masivamente a votar.
La cineasta Agnieszka Holland en el rodaje de la película ‘Green Border’. Vercine
¿Alguna vez pensó que una película iba a ponerla en peligro de muerte?
Buenos. Ellos decidieron usar esa película y mi persona para movilizar a los votantes de derecha, y volcaron todo su odio, así que esperaba ciertas reacciones, una guerra abierta, pero no hasta el extremo de tener que ir con escolta de seguridad en mi país. Esperaba a los medios de comunicación atacándome, pero no esperaba que el presidente del país, el primer ministro, el secretario del partido gobernante y los antiguos ministros de Justicia y de Exteriores del partido gobernante lo hicieran.
Era un tsunami de odio que fue bastante desagradable porque podía movilizar a algunos locos violentos. En esta atmósfera de histeria que crearon, las personas son más susceptibles y nunca se sabe lo que puede pasar. Por eso, cuando fui a Polonia para el estreno de la película, tuvimos que contratar seguridad para que me protegiera. Al final han sido víctimas de su propio clima de paranoia.
Usted ha dedicado gran parte de su carrera a denunciar el horror del Holocausto. A la vista del resurgimiento de la ultraderecha en el mundo, ¿no se siente decepcionada?
Desafortunadamente, estamos moviéndonos en círculo en Europa, pero siempre pensé que esto podía pasar. Me he dedicado a hacer películas sobre el Holocausto porque sentí que ese germen totalitario no había muerto después de la Segunda Guerra Mundial, que simplemente lo habíamos puesto a dormir.
En cuanto nos olvidemos de lo que significa eso, puede volver. El Holocausto fue una especie de vacuna contra el nacionalismo y el racismo, funcionó en Europa al menos durante varios años, pero ahora se acabó, ya no está funcionando, de nuevo somo inmunes y somos susceptibles a cualquier tipo de tragedia.
La situación de los refugiados es límite, ¿se impuso límites sobre lo que mostrar y no mostrar?
Siempre es una elección difícil. Pero aquí sabía que no podía ser demasiado elíptico, que tenía que estar presente la violencia, sobre todo en la primera parte con la historia del refugiado, que es como descender a los círculos del Infierno de Dante. Yo quería hacer ese viaje, que el público no volviera la cabeza, que no apartara la mirada. Nada de lo que contamos, ni siquiera lo más duro, es inventado. Todo está documentado.
Una secuencia de la película ‘Green Border’, dirigida por Agnieszka Holland. Vercine
El blanco y negro con el que ha rodado, ¿qué le aporta a la historia?
Una de las razones fue transmitir la idea de que es una historia atemporal. Y, por otro lado, también queríamos la crudeza del documental. Siempre sentimos que el blanco y negro sería el medio para contar esa historia.
Hay diferentes perspectivas en la película, no solo la de los refugiados. También está la de los soldados, ¿por qué decidió darles voz?
Estaba la tentación de no mostrarlo, pero ellos son seres humanos y han sido también víctimas de alguna manera de esa política. Antes los soldados eran tipos normales muy respetados, los guardias fronterizos eran las fuerzas militares más respetadas en Polonia, porque estaban «protegiendo» a Polonia.»
Mi hija dirigió una serie de televisión muy popular para la HBO polaca que trataba sobre la frontera sureste. En ella no daba una imagen positiva, pero sí era una imagen de gente profesional que a veces se enfrentaba a decisiones difíciles. Fue el anterior gobierno el que los convirtió en otra especie.
Al ver la reacción que tuvo el gobierno polaco es evidente que el cine tiene poder.
Sí, yo no estaba segura de que existiera, pero aquello y, sobre todo, los aplausos de la gente primero en Venecia y luego en otros países, también en Polonia, me hicieron volver a creer en el poder del cine. Yo hago lo que creo que es natural en mí. Hago cine de lo real, porque es lo que me sale. Después de tantos años, soy incapaz de saber a ciencia cierta si el cine puede sacudir o no conciencias, pero lo voy a seguir intentando.
En ‘Green Border’ usted denuncia la hipocresía europea, que trata diferente a los refugiados dependiendo de donde vengan…
En Europa, los políticos tienen que despertar, pero nosotros tenemos que ver también que se están haciendo cosas terribles, que no son legales y tenemos que hablar de eso. Están matando a personas, se están haciendo cosas horribles y la gente cierra los ojos.
«Los políticos tienen miedo de que se debata sobre la migración porque ayudará a los partidos fascistas»
Los políticos no tienen idea de qué hacer, tienen miedo de que se abra el tema de la migración porque saben que ese tema ayudará a los partidos populistas y fascistas y creen que es posible la destrucción de la Unión Europea como unidad, así que en lugar de hacer algo, deciden no hacer nada. El problema se hace cada vez más grande.
¿Confía en que se encuentre una solución?
Lo que estoy viendo hoy en el panorama general, especialmente porque conocemos a los israelíes, es que no hay solución. Me alegro de que en Polonia haya un gobierno más amable durante un tiempo, pero en general no veo la solución.
Tal vez llegue, pero… La mayoría de nosotros piensa que o intentamos hacer algo ya o la solución será simplemente sentarse y esperar hasta que llegue el tsunami. La película trata de despertar a la gente, de explicar de qué es capaz la humanidad y de gritar: hay que detenerlo.
¿Meterse en un proyecto como este le pasa factura en lo personal?
Bueno, lo que más me cuesta llevar es el sentimiento de impotencia ante todo esto, pero cuando estoy haciendo cine, al menos siento que estoy haciendo algo. Así que, desde el punto de vista egoísta, el cine me ayuda, porque si no, siento la desesperación total. Con el cine al menos puedo despertar de nuevo el germen de humanidad en los demás.
¿Está respondiendo el cine europeo a la amenaza del fascismo?
Creo que hay que ser innovadores y valientes en todos los niveles posibles, eso es importante también para el cine europeo. No podemos ser oportunistas, no podemos simplemente rehacer una y otra vez la misma película bonita, talentosa y sensible que no dice nada nuevo.
Tenemos que hacer cine con alguna perspectiva de futuro y con una visión global, que es la que no tienen los políticos. Ellos van de elección en elección, y ahora de encuesta de opinión en encuesta de opinión. No se puede resolver ningún problema con esa perspectiva. Hay que asumir los riesgos.
Y los ciudadanos, ¿no está Europa invadida por el cinismo?
La mayoría de la gente es cínica y solo quiere defender sus propios intereses. Están en una total indiferencia. Creo que hay períodos en la historia en los que puede ser indiferente y está bien, pero ahora no está bien, ahora es peligroso.
Además, con la pandemia, la gente aceptó muchas cosas por miedo, tal vez por miedo también aceptan la ley del músculo en la frontera hoy y aceptan que se prohíba a los medios de comunicación ir a ciertos lugares… pero si soy periodista y me dicen que no se puede ir al bosque, iré, es mi obligación. Cuando comenzó la pandemia, pensé en que sería mucho más fácil manipular a la gente.
¿Hay esperanza?
Sí, la esperanza está en este pequeño germen de humanidad que está en el alma de algunos. Vasili Grossman escribió Vida y destino y dijo que la vida no es la batalla entre el bien y el mal. El pequeño germen del bien está dentro del alma de alguien y mientras el germen de la humanidad sobreviva al mal, el mal no puede ganar.
Redactora-crítica de cine en Público. Hoy escribe en Librújula, Archiletras, Best Movie y La Gran Ilusión. Periodista, ha publicado en Diario 16, La Vanguardia, Fotogramas, Caimán. Cuadernos de cine… Premio Comunicación Alfonso Sánchez 2018 de la Academia de Cine y Mención a la Labor Periodística en el Zinemaldia 2024 del Festival de San Sebastián.