...

Fomento de la cultura y profundización de los valores democráticos y del medio ambiente

01 PM | 19 Mar

Presentacion SIN CONCIENCIA

Sin conciencia. (The enforcer. Bretaigne Windust, Raoul Walsh. 1951)Cine negro. Estados Unidos. V.O.S.

Alfonso Peláez (Colectivo Rousseau)

La de hoy, siendo como es una película menor, merece estar en esta penúltima sesión del ciclo por tres motivos innegables:

Primero, porque Bogart realiza una interpretación digna de cualquier guion, de cualquier director y de cualquier presupuesto. Una evidencia palpable de lo que venimos diciendo desde el día de la presentación: si algo tenía este hombre, (más allá de su talento), era profesionalidad disciplinada y constante. Claro que en este caso barría para casa. Y esto nos introduce en el segundo motivo de por qué ver hoy Sin conciencia. 

Segundo, aunque no aparece de modo explícito en los títulos de crédito, Sin conciencia fue uno de los cuatro films producidos por Santana Pictures, el estudio del actor. Desconozco los intríngulis de ese negocio, pero viendo que aparece la Warner como productora, algo tendría que ver en él la particular relación amistosa y mercantil de Jack Warner con Humphrey Bogart. Recuerden que también eran socios, junto con Raoul Walsh, en la propiedad del Hipódromo Hollywood Park de Los Ángeles.

Y tercero, veremos esta película por expreso y contumaz deseo de mi presidente en el Colectivo, Félix Alonso.

Él, con su empeño permanente por rescatar lo que llama “cine invisible” de la invisibilidad, la ha encontrado y la ha puesto en la ampliación del ciclo. Debo confesar que a mí no me causa ninguna contrariedad. Más bien satisfacción, porque estamos ante un ejemplo palpable y evidente de lo injusto que puede ser el azar del mercado visual, condenando injustamente al desconocimiento (a la invisibilidad) determinadas obras plenas de talento y calidad narrativa. Gracias, pues, Félix por tu incansable búsqueda en la caverna del cine invisible.

Pues bien, Sin conciencia, una película del año 51, cuando ya están realizados todos los grandes títulos del cine negro clásico, El halcón… El sueño eterno, Perdición, La jungla de asfalto, etc, fue dirigida inicialmente por Bretaigne Windust, y terminada por Raoul Walsh, ante el abandono por enfermedad del primero. Y desde luego, lleva la impronta inequívoca del segundo en las escenas de acción.

Pero en mi opinión lo interesante de Sin conciencia es la presentación de un Bogart al servicio de la ley, bajo la piel de un meticuloso e inteligente ayudante del fiscal. Si en la década anterior la ambigüedad moral permeaba cualquier guion negro (y no es que hubiera condescendencia con el delincuente, no. Es que la sospecha proyectaba su sombra (iluminación y fotografía de rasgo expresionista) sobre policías, jueces, magnates y en general las gentes de orden), ahora, sin embargo, parece que el repliegue conservador de la censura obliga a perfiles más certeros y precisos a la hora de separar los buenos de los malos. Desde esta óptica perdemos la agudeza crítica frente al sistema que representaron las grandes obras de la literatura y el cine negro, para ceder a una concepción más moralizante del mensaje que enviar a

l espectador.

En cualquier caso, la envoltura (impecable) evoca las grandes realizaciones de los Hawks, o los Huston. Pero atención, y aquí viene lo bueno: en un giro, que los más sagaces pueden ver venir con suficiente antelación, la trama nos lleva a un punto final en el que se habría sentido cómodo hasta el mismísimo Alfred Hitchcock.

Para terminar diré que hoy,  Sin conciencia, es una película prácticamente desconocida, que vamos a tener el privilegio de ver aquí gracias al empeño de nuestro querido Félix. Y ahora no se pierdan detalle de la peli en la que Raoul Walsh jugó por un rato a ser Hitchcock.

 

Un saludo.

Alfonso Peláez

 

 

Compártelo:
06 PM | 17 Mar

COLD WAR

COLD WAR, DE PAVEL PAWLIKOWSKI

Cold War, de Pavel Pawlikowski

En la Polonia de 1949, que se encuentra bajo control del régimen soviético, Wiktor e Irena recorren el país escuchando y catalogando las canciones tradicionales que se han conservado en la memoria del pueblo. Su búsqueda les lleva a fundar, después de varias audiciones, un coro de voces capaz de transmitir y actualizar este legado musical, donde laten el dolor y la humillación de un pueblo abandonado.

Entre estas voces se encuentra Zula. La atracción entre Wiktor y la joven es inmediata y pronto asistimos a la eclosión de un amor cáustico y torrencial, que florecerá a largos intervalos en las grandes capitales de una Europa ensombrecida por el espectro de la Guerra Fría. Estos son los cimientos de Cold War (Zimna wojna, 2018), del cineasta polaco Pawel Pawlikowski, que firma una puesta en escena sobria y elegante, heredera estilística de su anterior propuesta, la celebrada Ida (íd., 2013). Así, el formato académico acota de nuevo unas composiciones cuidadísimas, esculpidas por la luz en un precioso blanco y negro.

Hay, ciertamente, un eco de Brassaï en las imágenes de Pawlikowski. “El ojo de París” resuena en las noches vibrantes de la capital francesa, asoma en los espejos, en los bares cargados de humo, en las esquinas neblinosas de la ciudad, en los contrastes sugerentes entre luz y sombra. Sin caer en ejercicios de nostalgia trasnochada, Pawlikowski encapsula el espíritu de otro tiempo a través del ritmo y la composición, adentrándose cómodamente tanto en el bullicio parisino como en la austeridad polaca; y su blanco y negro, a cargo de Lukasz Zal, luce toda la vigencia de un Philippe Garrel.

Llama la atención el contraste entre la contención del aspecto formal, que mantiene su distancia elegante y sensual incluso en la desatada escena de baile en el Éclipse, y lo desbordante que resulta la historia contada. La pasión y los celos se entretejen en una serie de encuentros y desencuentros entre Wiktor y Zula, dispares en el tiempo y la geografía, y la intermitencia de su relación impone una estructura narrativa repleta de elipsis, algo que contribuye a agrandar el distanciamiento emocional respecto a la historia. Se omiten las largas separaciones, el tiempo pasado sin buscarse, buscándose sin encontrarse; parejas y amantes son un pormenor escrito en los márgenes. El suyo es un amor latente, de fondo, condenado a renacer una y otra vez frente a las imposibilidades de su materialización.

La música (diegética) apuntala el transcurso de la narración, resiguiendo el discurso emocional sin subrayarlo, transformándose con los personajes. El tiempo pasa, los cuerpos envejecen y también las canciones se mimetizan con los distintos momentos vitales de Wiktor y Zula, pasando de la aspereza rural a la melancolía jazzística. Al mismo tiempo, la música adquiere también una dimensión política: ante el éxito del coro tradicional, que empieza una larga gira por Europa, el régimen opta por convertirlo en un instrumento propagandístico, mezclando alabanzas estalinistas con las canciones de raíz popular. Frente a esta tergiversación perversa de la herencia cultural, se impone una disyuntiva radical que obliga a elegir entre la conformidad o el exilio.

Estas decisiones dramáticas, fruto de las coordenadas históricas, alimentan la intensidad de una relación que se imbuye de las inconsistencias de su tiempo. El amor de Wiktor y Zula se somete a los vaivenes de la Historia y adquiere así sus proporciones colosales, su resonancia atemporal y su aura fatalista.

Compártelo:
03 PM | 17 Mar

maldades preelectorales

El “pucherazo” de Ciudadanos en Castilla y León ha mostrado de forma desgarradora cómo se pueden llegar a hacer usos deshonrosos para obtener resultados favorables en procesos internos. He compartido en Facebook la página del Colectivo-Rousseau en la que recomendábamos la lectura del libro sobre los partidos de los profesores Joan Navarro y José Antonio Gómez Yáñez, y me produce una pequeña alegría comprobar que algunas de las cuestiones que plantean las he desarrollado aquí en más de una ocasión. Dan soluciones para una mejor profundización de la democracia y una mayor participación de la ciudadanía en la vida cotidiana de los asuntos públicos dentro de los partidos. 

Hace ahora cuatro años, los periódicos de la época daban cuenta de la asamblea local del PSOE de San Lorenzo de El Escorial en la que se eligió al candidato a la Alcaldía de San Lorenzo. Todos recordamos que fue elegido Francisco de Gregorio, si bien luego el cartel electoral lo ocupó Francisco Herráiz. Por aquellos días mi preocupación de filosofía-política consistió en estudiar la dicotomía legalidad-legitimidad, siguiendo las teorías de Elías Díaz, ya que me parecía evidente que el cambio de cartel se debió de explicar no ya a la Asamblea de afiliados, sino a todo el pueblo. Por ahí andará, para los que quieran indagar, un artículo con el título: “Nos merecemos una explicación”.

Como dice Cristina Monge, el momento de elección interna en los partidos para la representación institucional es vital, y tanto si se emplea la vieja táctica de la mesa camilla, como las diferentes versiones de primarias, se utilizan todos los medios para hacerse con el tablero. Los que van de modernos, el pucherazo digital, y los clásicos un buen cocinado de censo, con cartabón y escuadra, para haciendo sumas y restas, de manera que combinadas con los brazos de madera se pueda obtener el resultado anhelado.

Si hace cuatro años mi problema filosófico era legalidad-legitimidad, ahora, a raíz de las informaciones sobre la elección de candidatos al Ayuntamiento por el PSOE local, es si la democracia está por encima de la ética. Me estoy empapando ya de los libros de Santesmases (“Ética, Política y Utopía”), los de Fernández Buey (sobre la ética de la responsabilidad) y asistiré al homenaje de Adela Cortina, para cuando se publique el currículo de la composición íntegra de la lista electoral. ¿Nos seguirán debiendo una explicación?

Félix Alonso

Compártelo: