02 PM | 27 Feb

ACEPTA MI RUEGO

                          FELAS

    La película “Verdebra” de la trilogía de Abuladze, la he percibido como un alegato contra el fanatismo aunque no supiera nada al empezar su visionado  de cistenos ni de Keheusuros. Me he dejado llevar por su simbolismo como si se tratara de las cruzadas y me he sentido arrebatado por  la música del creador de la “Fábula de Sulkhan Sabba”,  Nodar Gabuniya, premio de la Unesco del año l.973. Las imágenes son excepcionales y me recuerdan a las fotografías de José Ortiz Echague que se publicaban en la revista Arte Fotográfico. Los versículos que se citan son del poeta georgiano Vazha Pshavela, del  que no hemos encontrado ninguna traducción al castellano, en su obra Aluda Katelauari. Unos días después de que su pueblo fuera guerreado por musulmanes chechenos Aluda persigue a los invasores matando a Mutsal, pero no cumple con el ritual de cortar las manos al perdedor y regresa a Shatili sintiendo admiración por el muerto, lo que supone la expulsión de su pueblo y la quema de sus enseres. Dozhola también sufre las iras del pueblo por dar hospedaje a un contrario, pero como se dice al comienzo: “JAMÁS PODRÁ MORIR LA ESENCIA HERMOSA DEL SER HUMANO.”

   Tierra de Valles entre las montañas, la más misteriosa del Cáucaso, rodeada de torres como la  Lebaiskari ,regada por el rio Argum, en los límites con Chechenia, fue predicada por San Nino dejando un cristianismo ortodoxo con cultos pre cristianos, ideales para crear una película épica. La muerte de la bondad en la horca tiene una fuerza expresiva muy al estilo Bergman, pero con un impacto más potente.

 

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03 PM | 26 Feb

viaje al abandono

l Frente Polisario parece estar diciendo basta. Y ciertamente su situación como pueblo ha dejado de ser injusta para volverse insostenible y un ataque al derecho que tiene todo pueblo de vivir en paz. Tampoco España, atada por sus compromisos, hace nada para que de una vez el litigio se resuelva a favor de la libertad y la justicia. Su destino sigue en mano de funcionarios políticos para los que el tiempo es polvo, mientras ellos, los saharauis sólo les queda el polvo del desierto. Este trabajo de Eduardo Soto-Trillo propone una documentación que tenemos que tener en cuenta a la hora de conformar nuestra opinión, que es obligatoria tener.

Señala la editorial que en las últimas semanas del pasado año, la situación en el Sáhara ocupado por Marruecos experimentó un cambio radical. El aplastamiento por parte de la policía marroquí de una protesta pacífica provocó un levantamiento violento de los jóvenes saharauis. Era la primera vez en 35 años, desde que España abandonó ese territorio dejándoselo a Marruecos, que la población saharaui tomaba una actitud violenta. Algunos policías marroquíes fueron degollados y la posterior represión fue feroz.
La irrupción de esta nueva generación saharaui añade un elemento perturbador a un conflicto latente y pendiente de resolución desde 1975. Como dice en este libro un observador del problema saharaui, si éste no se resuelve con justicia, estos jóvenes airados no podrán ser detenidos ni por el Polisario ni por los militantes pacifistas como Aminetu Haidar; y “una nueva fuerza incontrolable incendiará el desierto”. entender cómo se ha llegado a este punto, es inevitable repasar la historia de los últimos 35 años. Eduardo Soto-Trillo, experto en Derecho Internacional, hace ese recuento histórico, a la vez que explica el trasfondo legal del problema y nos narra sus viajes al Sáhara para conocer esa realidad de cerca.
El libro combina un tono narrativo, propio del relato de viajes, en el que el autor va describiendo lo que se encuentra, con una profunda argumentación rigurosamente basada en el Derecho Internacional. En el primer aspecto, el relato es ágil, incluso divertido a menudo, y muestra la evolución de alguien que se acerca al problema del Sáhara lleno de precauciones intelectuales, dispuesto a no dejarse arrastrar por ninguna opinión y que desliza malvadas ironías hacia algunos de los viajeros solidarios que van a aquel territorio, pero que acaba plenamente comprometido con la causa saharaui. En el segundo, sus conclusiones, bien fundamentadas, resultan contundentes y absolutamente nada complacientes para los sucesivos gobiernos españoles
La historia
Muy divididos en tribus, los saharauis tienen, no obstante, una clara seña de identidad: la lengua, un dialecto del árabe llamado hassania. La colonización española de ese territorio fue pacífica y pactada con los jefes tribales. Sin embargo, Franco hizo un primer abandono del Sáhara ya en 1957, cuando entregó a Mohammed V los territorios saharauis de Tarfaya y Tantán (en los que no había precedentes de dominación marroquí), con población incluida.
Hassan II trata con especial atención a esos saharauis convertidos en marroquíes con el objetivo de asimilarlos. Hace que los jóvenes más capaces vayan a las universidades; pero estos se imbuyen en ellas de marxismo y anticolonialismo. De ese grupo de saharauis ilustrados emergen dos líderes: Bassiri, más religioso y conciliador, y el revolucionario El Uali, futuro fundador del Frente Polisario. Bassiri lleva a cabo una primera organización de la población saharaui en el 69. La “primera intifada saharaui” se produce en el 70, pidiendo a España la autonomía del territorio. Hay tiros y heridos, y Bassiri es detenido y hecho desaparecer. La dura represión hace que los jóvenes rompan con los viejos jefes tribales, se radicalicen y opten por la lucha armada.
Un complejo tablero de ajedrez
A la vez, el Sáhara se convierte en una pieza del ajedrez internacional por la inestable situación política de Marruecos. Estados Unidos y Francia no quieren de ningún modo que este país se convierta en una nueva Libia y deciden apuntalar a Hassan II. Un buen modo de conseguirlo es hacer que España ceda el Sáhara (con sus riquezas en fosfatos, recién descubiertas) a Marruecos. Pero Carrero Blanco, hombre fuerte del régimen franquista, se opone, proponiendo un referéndum de autodeterminación. Carrero (que, además, niega el uso de las bases norteamericanas en España para ayudar a Israel) se convierte así en un peligroso obstáculo para los intereses norteamericanos en España.
En la administración norteamericana, Hassan II cuenta con aliados poderosos. El general Vernon Walters juega de hecho el papel de agente personal suyo; y el todopoderoso Kissinger, de origen judío, apuesta fuerte por la seguridad de Israel, para lo que necesita contar con aliados firmes en el Mediterráneo, y Marruecos es el más fiable.
Por su parte, El Uali ha cubierto el hueco dejado por Bassiri. Hace adeptos entre los saharauis de Tarfaya y Tantán, viaja a Libia y Mauritania, donde consigue apoyos, y crea el Frente Polisario. El Uali morirá en una emboscada en 1976.
España vive el final del franquismo, agitado, entre otras cosas, por la actividad de un grupo terrorista, ETA. Un destacado miembro de ETA, Argala, recibe un día una información sobre los movimientos de Carrero en Madrid. Hay motivos para pensar que esa información pudiera provenir de fuentes norteamericanas. Poco después, Carrero es asesinado por ETA en una operación sospechosamente brillante, sin que los sofisticados equipos de alta tecnología que la CIA tiene en la embajada americana, a dos pasos del lugar del atentado, detecten ningún movimiento sospechoso. Objetivamente, la muerte de Carrero beneficia los planes de Kissinger para Marruecos y el Sáhara.
Durante la enfermedad de Franco del verano del 74 se forma un lobby promarroquí en el gobierno español, y se pone precio al abandono del Sáhara; un paquete en el que, junto a los fosfatos, se incluyen la seguridad para las Canarias y garantías para los pesqueros españoles. El desenlace llega con la muerte de Franco en noviembre del 75 y la famosa Marcha Verde, que inicialmente era blanca y estuvo diseñada por Vernon Walters; Hassan II le dio el color verde del islam, con el que pasaría a la historia. Se consuma el ignominioso abandono del Sáhara por parte de España. Los gobernantes de la transición lo achacarán a las difíciles circunstancias del momento; los de democracia se desentenderán directamente del asunto.
Viaje al escenario del crimen
Hasta aquí la historia. Llegado a este punto, al autor del libro se le hace imprescindible, como él mismo dice, viajar al escenario del crimen. Se ha documentado en libros; le falta conocer en persona a los saharauis, viajar a los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia).
Va con una actitud absolutamente abierta, dispuesto a no dejarse convencer sin argumentos por tirios ni troyanos. Ve con ironía a esos militantes europeos de la causa saharaui, entre los que no faltan tipos como el “abuelo batallas”, o los que se creen “en posesión de los secretos más íntimos del problema saharaui”, que protagonizan insoportables discusiones de egos. Por no hablar de los burócratas españoles, como cierta comisaria “con aires de ministra”, o un grupo de concejales impresentables y gorrones. En cuanto a la cooperación española, se limita a mandar iglús de plástico al desierto.
Rodeados de esos animosos personajes, los saharauis viven de prestado en Argelia, manteniendo una República Árabe Saharaui Democrática que no es sino un conglomerado de chabolas y caseríos que hacen las veces de ministerios. Allí malviven, manteniendo con terca dignidad esa mínima estructura estatal, y olvidados de todos. Como dice el autor, todo el mundo sabe quien es el Dalai Lama, pero no los saharauis, que llevan más de treinta años viviendo en campos de refugiados en medio del desierto argelino. O como le dirá más tarde la activista Aminetu Haidar: “ningún gobierno del mundo nos apoya, pero sí multitud de personas y de organizaciones independientes en todas partes”.
Mientras se mueve por los campamentos de Tinduf, el autor conoce –y cuenta al lector- la historia del Sáhara y sus gentes, la compleja vida tribal, ya que los saharauis se dividen en cinco tribus principales –ergueibat, Uld Delim, Uld Tridarin, larosi y tekna- y siete más pequeñas, todas subdivididas a su vez en fracciones. Y, con todas sus reticencias, va comprendiendo que “la humillación y el abandono o te destruyen o te hacen invencible; ellos eran invencibles, sí, con toda su miseria y con todas sus debilidades humanas; eran invencibles porque tenían una causa justa”.
El Sáhara marroquí
Aún así, el autor quiere conocer todos los datos del conflicto, quiere saber también lo que piensan los saharauis que viven bajo el poder de Marruecos, los que -por defender sus propiedades, por confiar en Hassan II o por oponerse al Polisario- se quedaron en el territorio que abandonó España y pasó manos marroquíes.
Uno de los principales argumentos de esos adaptados es que necesitan un Estado fuerte y al rey como alguien por encima que evite que se maten entre ellos por las viejas diferencias tribales. También están los renegados o arrepentidos del Polisario, viejos militantes desencantados que hablan –con “aparente honestidad”- de la tiranía polisaria y su corrupción. Estos, más que convertirse a la marroquinidad del Sáhara, rechazan al Polisario. Otro argumento a favor de la integración en Marruecos es que no tiene sentido un nuevo Estado en el Magreb, que hay que mirar a Europa y la integración. También se remiten a una historia pasada de colaboración y relación del Sáhara con Marruecos. No falta la “propaganda con tintes académicos”, como el libro de cierta autora española que niega la identidad cultural y tradicional de los saharauis.
Pero todos esos argumentos no ocultan la realidad de “un territorio literalmente ocupado por una fuerza extranjera”; ni el opresivo ambiente de sospecha y persecución, ni la realidad de torturas, cárceles secretas y desapariciones. Además de que, como recuerda un saharaui, el mito de las luchas tribales no puede ocultar que los saharauis llevan siglos haciendo acuerdos y entendiéndose entre ellos; de otro modo, no habrían podido sobrevivir en el desierto.
El triste papel de España (argumentos legales)
Con “el cadáver diseccionado en su totalidad”, el autor, jurista internacional, entra en la parte final del libro en los aspectos jurídicos del caso. Y levanta un pliego acusatorio perfectamente fundamentado para aclarar las actuales responsabilidades legales del presunto culpable principal: España.
“A pesar de las cortinas de humo con las que España intentaba mostrarse como un mediador neutral en todo aquel desastre, sigue siendo en la actualidad responsable legalmente del Sáhara occidental de acuerdo con el derecho internacional”. “El Sáhara occidental continuaba siendo legalmente un territorio de nuestra responsabilidad”, tal como reconoce la ONU, que considera a España potencia administradora de un territorio aún por descolonizar; ya que la descolonización sólo podría haber llegado por medio de un referéndum de autodeterminación. España sólo podía haber eludido su responsabilidad de potencia administradora renunciando formalmente ante la Asamblea General de la ONU, renuncia que nunca se produjo, pues los infaustos Acuerdos de Madrid de noviembre del 75 “nunca recibieron el respaldo definitivo de una resolución de la ONU”.
En definitiva, España se portó “como el padre desnaturalizado que declara que ya no quiere hacerse cargo de su hijo menor de edad y lo abandona entregándolo a un vecino de perversas intenciones”. La cesión del Sáhara a Marruecos por parte de España carecía de efectos internacionales; era como un contrato privado jamás llevado al notario para elevarlo a escritura pública, ya que habría sido rechazado por ser contrario a la ley al perjudicar a terceros (los saharauis). Sería una hermosa utopía –piensa el autor- que el Congreso derogase aquella ley franquista que sustentaba los acuerdos de Madrid, pero la iniciativa de Rosa Díez en ese sentido es echada abajo por los votos de PP y PSOE.
Además, los recursos del Sáhara, en tanto que territorio pendiente de descolonizar, deben revertir en sus habitantes, asegurándose de ello la potencia administradora. Al abdicar España de ese papel, Marruecos tiene las manos libres. Si España renunciase formalmente a esa obligación, sería la ONU la encargada de velar por los intereses saharauis; al no hacerlo, proporciona una “infamante cobertura” a la ocupación marroquí.
El papel de España en el Sáhara no ha dejado de ser lamentable, volviendo a cubrirse de oprobio en el caso de Aminetu Haidar y durante la protesta saharaui –y posterior represión marroquí- de noviembre de 2010. El gobierno español, por boca de Trinidad Jiménez, no condenó a Marruecos y volvió a eludir cualquier responsabilidad legal internacional.
La historia no ha terminado
Esas protestas abren una nueva etapa (posiblemente, mucho más violenta) en el Sáhara. El autor volvió allí en esos días; y, ante la situación de Estado de sitio permanente y no declarado oficialmente, con controles de seguridad constantes y una visible red de espías, así como las historias de torturas, desapariciones y encierros en cárceles secretas, ya no le cabe ninguna duda. Llega el momento en que “uno lo comprende todo y ya no hay marcha atrás”. Y la única pregunta es “qué podíamos hacer por ellos a partir de ahora”.
Fuente: Eduardo Soto-Trillo es jurista internacional experto en derechos humanos, escritor y creador audiovisual con una amplia experiencia de terreno en países en conflicto en distintas partes del mundo. Sus anteriores libros publicados son Voces sin voz (2002), sobre la guerrilla colombiana de las FARC, y Los olvidados (2004), sobre la dramática realidad de Guinea Ecuatorial.

 

 

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08 PM | 21 Feb

algo sobre verdebra

  

                                  Esto es lo que dicen en cinelacion

         ¿Porqué razón Abuladze es menos conocido, reconocido, que Tarkovski?

Por tres sencillas razones, porque es más honesto, más visceral, porque es menos cine-decó, porque es georgiano, no ruso, a pesar de que Georgia es la cuna de Kalatozov, Paradjanov, Daneliya, y Iosseliani.

Para quien no le conozca decir que sería el resultado de combinar a Eisenstein, con Paradjanov, Pelechian, y Andonov.

En los países del Este su cine podría denominarse simbólico, por suerte aquí en el Oeste ese simbolismo se convierte en críptico, en imágenes puras, sin significado, de una potencia visual que acojona, que Tarkovski no podría ni imaginar.

Cine religioso en su sentido ritual, misterioso, de misa en latín, a años luz del simbolismo de manual de las películas medievales de Bergman, Vlacil, o Jancsó.

Cuando el símbolo trasciende, hace olvidar, su significado oculto, se convierte en icono, en representación material de lo inmaterial.

Desconozco el sentido que hay detrás de las imágenes de Vedreba, y no quiero saberlo, sólo sé que la he visto con la misma emoción, con el mismo respeto, con el mismo miedo, con el que se contempla una procesión de Semana Santa, un auto sacramental, una aparición.

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07 PM | 21 Feb

QUE EL MAR NEGRO CHOQUE CON EL CASPIO

                                                    FELAS

La película“El árbol de los sueños” forma parte de la trilogía más conocida del director Tegiz Abuladze. Basada en unos cuentos del escritor Gueorgi Leonidze, configura una espléndida historia épica llena de imágenes de la vida de un pueblo de montaña. Los primeros planos sorprenden por la fotografía exquisita y su poesía: ¡Tetra! ¿Qué tienes? Soy yo, Guedio, y el caballo llora ante su presencia. Cuando el tío Tsitskore saca su puñal diciendo que no hay que dejar que sufra más, se hace un fundido en rojo con las amapolas evitando el sufrimiento. Hasta los caballos fallecen en la pendiente, donde crece una hierba mala por los combates que allí se produjeron. Sacerdotes corruptos, patriotas, idealistas, locos, son claves difíciles de entender si no se conoce la historia de Georgia, mezcladas con el trágico amor entre la joven Marita y Guedio, y la presencia de Pupala, enamorada de un extranjero invisible que combate con tono de humor el patriarcado que domina la vida de las mujeres locales siempre juntas y de negro debajo de los árboles. Marita se ve obligada a montar un burro (sentada hacia atrás) que la llevará a la muerte en un acto de venganza popular y de destrucción de la belleza, por negarse a aceptar la boda de conveniencia, mostrándose sutilmente la violencia del pueblo, con un simbolismo parecido al que vimos en “La lengua de las mariposas” de Cuerda
Paisajes de montaña, amapolas, flores, valles, es como si viéramos una Pintura de Pieter Brueghel. Estoy dispuesto a ser el primero en el combate por la libertad, ¡ayudarme a encontrar el árbol mágico! Una excelente película.

 

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12 PM | 18 Feb

LA GEORGIA ENTIGUA Y MEDIEVAL

La actual Georgia en los tiempos del Imperio Romano estaba dividida en una parte occidental llamada Cólquida (donde los griegos crearon varias colonias en la costa) y otra interna llamada Iberia. Los Romanos conquistaron con Pompeyo la parte costera de Georgia a la que dieron el nombre de «Provincia de Lazicum», mientras redujeron a vasallaje el reino de Iberia. Por siete siglos la Georgia romana fue controlada por Roma y Constantinopla, dejando una huella indeleble en la religión cristiana de los georgianos.

Estos dos reinos georgianos en la antigüedad, Iberia en el este del país y Cólquida en el oeste, estuvieron entre las primeras naciones de la región que adoptaron el Cristianismo (317 y 523, respectivamente).

 

Egrisi presenció con frecuencia batallas entre los rivales Persia e Imperio Oriental romano, los cuales pretendían conquistar Georgia cada cierto tiempo después del segundo siglo después de Cristo.

Como resultado de esto, estos reinos fueron desintegrados en varias regiones feudales en los primeros años de la Edad Media. Esto hizo fácil a los árabes conquistar Georgia en el siglo VII. En los comienzos del siglo XI, las regiones rebeldes fueron liberadas y unidas al reino de Georgia. Comenzando el siglo XII, el dominio de Georgia se extendió sobre gran parte del Cáucaso meridional, incluyendo zonas nororientales y casi toda la costa norte de lo que hoy es Turquía.

Este reino de Georgia, que era tolerante con sus súbditos musulmanes y judíos, fue sometido por los mongoles en el siglo XIII. Consecuencia de ello fue que los diferentes gobernadores locales lucharon por su independencia del gobierno georgiano central hasta la total desintegración del reino en el siglo XV. Los reinos colindantes aprovecharon la situación, y desde el siglo XVI el Imperio Persa y el Otomano subyugaron el este y el oeste de Georgia, respectivamente. Los gobernadores de estas regiones, que habían conservado en parte su autonomía, organizaron rebeliones en varias ocasiones. Sucesivas invasiones persas y otomanas debilitaron a los reinos y rebeliones locales. Como resultado de las guerras contra los estados islámicos la población de Georgia se vio reducida a 250.000 habitantes.

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