03 PM | 26 Feb

viaje al abandono

l Frente Polisario parece estar diciendo basta. Y ciertamente su situación como pueblo ha dejado de ser injusta para volverse insostenible y un ataque al derecho que tiene todo pueblo de vivir en paz. Tampoco España, atada por sus compromisos, hace nada para que de una vez el litigio se resuelva a favor de la libertad y la justicia. Su destino sigue en mano de funcionarios políticos para los que el tiempo es polvo, mientras ellos, los saharauis sólo les queda el polvo del desierto. Este trabajo de Eduardo Soto-Trillo propone una documentación que tenemos que tener en cuenta a la hora de conformar nuestra opinión, que es obligatoria tener.

Señala la editorial que en las últimas semanas del pasado año, la situación en el Sáhara ocupado por Marruecos experimentó un cambio radical. El aplastamiento por parte de la policía marroquí de una protesta pacífica provocó un levantamiento violento de los jóvenes saharauis. Era la primera vez en 35 años, desde que España abandonó ese territorio dejándoselo a Marruecos, que la población saharaui tomaba una actitud violenta. Algunos policías marroquíes fueron degollados y la posterior represión fue feroz.
La irrupción de esta nueva generación saharaui añade un elemento perturbador a un conflicto latente y pendiente de resolución desde 1975. Como dice en este libro un observador del problema saharaui, si éste no se resuelve con justicia, estos jóvenes airados no podrán ser detenidos ni por el Polisario ni por los militantes pacifistas como Aminetu Haidar; y “una nueva fuerza incontrolable incendiará el desierto”. entender cómo se ha llegado a este punto, es inevitable repasar la historia de los últimos 35 años. Eduardo Soto-Trillo, experto en Derecho Internacional, hace ese recuento histórico, a la vez que explica el trasfondo legal del problema y nos narra sus viajes al Sáhara para conocer esa realidad de cerca.
El libro combina un tono narrativo, propio del relato de viajes, en el que el autor va describiendo lo que se encuentra, con una profunda argumentación rigurosamente basada en el Derecho Internacional. En el primer aspecto, el relato es ágil, incluso divertido a menudo, y muestra la evolución de alguien que se acerca al problema del Sáhara lleno de precauciones intelectuales, dispuesto a no dejarse arrastrar por ninguna opinión y que desliza malvadas ironías hacia algunos de los viajeros solidarios que van a aquel territorio, pero que acaba plenamente comprometido con la causa saharaui. En el segundo, sus conclusiones, bien fundamentadas, resultan contundentes y absolutamente nada complacientes para los sucesivos gobiernos españoles
La historia
Muy divididos en tribus, los saharauis tienen, no obstante, una clara seña de identidad: la lengua, un dialecto del árabe llamado hassania. La colonización española de ese territorio fue pacífica y pactada con los jefes tribales. Sin embargo, Franco hizo un primer abandono del Sáhara ya en 1957, cuando entregó a Mohammed V los territorios saharauis de Tarfaya y Tantán (en los que no había precedentes de dominación marroquí), con población incluida.
Hassan II trata con especial atención a esos saharauis convertidos en marroquíes con el objetivo de asimilarlos. Hace que los jóvenes más capaces vayan a las universidades; pero estos se imbuyen en ellas de marxismo y anticolonialismo. De ese grupo de saharauis ilustrados emergen dos líderes: Bassiri, más religioso y conciliador, y el revolucionario El Uali, futuro fundador del Frente Polisario. Bassiri lleva a cabo una primera organización de la población saharaui en el 69. La “primera intifada saharaui” se produce en el 70, pidiendo a España la autonomía del territorio. Hay tiros y heridos, y Bassiri es detenido y hecho desaparecer. La dura represión hace que los jóvenes rompan con los viejos jefes tribales, se radicalicen y opten por la lucha armada.
Un complejo tablero de ajedrez
A la vez, el Sáhara se convierte en una pieza del ajedrez internacional por la inestable situación política de Marruecos. Estados Unidos y Francia no quieren de ningún modo que este país se convierta en una nueva Libia y deciden apuntalar a Hassan II. Un buen modo de conseguirlo es hacer que España ceda el Sáhara (con sus riquezas en fosfatos, recién descubiertas) a Marruecos. Pero Carrero Blanco, hombre fuerte del régimen franquista, se opone, proponiendo un referéndum de autodeterminación. Carrero (que, además, niega el uso de las bases norteamericanas en España para ayudar a Israel) se convierte así en un peligroso obstáculo para los intereses norteamericanos en España.
En la administración norteamericana, Hassan II cuenta con aliados poderosos. El general Vernon Walters juega de hecho el papel de agente personal suyo; y el todopoderoso Kissinger, de origen judío, apuesta fuerte por la seguridad de Israel, para lo que necesita contar con aliados firmes en el Mediterráneo, y Marruecos es el más fiable.
Por su parte, El Uali ha cubierto el hueco dejado por Bassiri. Hace adeptos entre los saharauis de Tarfaya y Tantán, viaja a Libia y Mauritania, donde consigue apoyos, y crea el Frente Polisario. El Uali morirá en una emboscada en 1976.
España vive el final del franquismo, agitado, entre otras cosas, por la actividad de un grupo terrorista, ETA. Un destacado miembro de ETA, Argala, recibe un día una información sobre los movimientos de Carrero en Madrid. Hay motivos para pensar que esa información pudiera provenir de fuentes norteamericanas. Poco después, Carrero es asesinado por ETA en una operación sospechosamente brillante, sin que los sofisticados equipos de alta tecnología que la CIA tiene en la embajada americana, a dos pasos del lugar del atentado, detecten ningún movimiento sospechoso. Objetivamente, la muerte de Carrero beneficia los planes de Kissinger para Marruecos y el Sáhara.
Durante la enfermedad de Franco del verano del 74 se forma un lobby promarroquí en el gobierno español, y se pone precio al abandono del Sáhara; un paquete en el que, junto a los fosfatos, se incluyen la seguridad para las Canarias y garantías para los pesqueros españoles. El desenlace llega con la muerte de Franco en noviembre del 75 y la famosa Marcha Verde, que inicialmente era blanca y estuvo diseñada por Vernon Walters; Hassan II le dio el color verde del islam, con el que pasaría a la historia. Se consuma el ignominioso abandono del Sáhara por parte de España. Los gobernantes de la transición lo achacarán a las difíciles circunstancias del momento; los de democracia se desentenderán directamente del asunto.
Viaje al escenario del crimen
Hasta aquí la historia. Llegado a este punto, al autor del libro se le hace imprescindible, como él mismo dice, viajar al escenario del crimen. Se ha documentado en libros; le falta conocer en persona a los saharauis, viajar a los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia).
Va con una actitud absolutamente abierta, dispuesto a no dejarse convencer sin argumentos por tirios ni troyanos. Ve con ironía a esos militantes europeos de la causa saharaui, entre los que no faltan tipos como el “abuelo batallas”, o los que se creen “en posesión de los secretos más íntimos del problema saharaui”, que protagonizan insoportables discusiones de egos. Por no hablar de los burócratas españoles, como cierta comisaria “con aires de ministra”, o un grupo de concejales impresentables y gorrones. En cuanto a la cooperación española, se limita a mandar iglús de plástico al desierto.
Rodeados de esos animosos personajes, los saharauis viven de prestado en Argelia, manteniendo una República Árabe Saharaui Democrática que no es sino un conglomerado de chabolas y caseríos que hacen las veces de ministerios. Allí malviven, manteniendo con terca dignidad esa mínima estructura estatal, y olvidados de todos. Como dice el autor, todo el mundo sabe quien es el Dalai Lama, pero no los saharauis, que llevan más de treinta años viviendo en campos de refugiados en medio del desierto argelino. O como le dirá más tarde la activista Aminetu Haidar: “ningún gobierno del mundo nos apoya, pero sí multitud de personas y de organizaciones independientes en todas partes”.
Mientras se mueve por los campamentos de Tinduf, el autor conoce –y cuenta al lector- la historia del Sáhara y sus gentes, la compleja vida tribal, ya que los saharauis se dividen en cinco tribus principales –ergueibat, Uld Delim, Uld Tridarin, larosi y tekna- y siete más pequeñas, todas subdivididas a su vez en fracciones. Y, con todas sus reticencias, va comprendiendo que “la humillación y el abandono o te destruyen o te hacen invencible; ellos eran invencibles, sí, con toda su miseria y con todas sus debilidades humanas; eran invencibles porque tenían una causa justa”.
El Sáhara marroquí
Aún así, el autor quiere conocer todos los datos del conflicto, quiere saber también lo que piensan los saharauis que viven bajo el poder de Marruecos, los que -por defender sus propiedades, por confiar en Hassan II o por oponerse al Polisario- se quedaron en el territorio que abandonó España y pasó manos marroquíes.
Uno de los principales argumentos de esos adaptados es que necesitan un Estado fuerte y al rey como alguien por encima que evite que se maten entre ellos por las viejas diferencias tribales. También están los renegados o arrepentidos del Polisario, viejos militantes desencantados que hablan –con “aparente honestidad”- de la tiranía polisaria y su corrupción. Estos, más que convertirse a la marroquinidad del Sáhara, rechazan al Polisario. Otro argumento a favor de la integración en Marruecos es que no tiene sentido un nuevo Estado en el Magreb, que hay que mirar a Europa y la integración. También se remiten a una historia pasada de colaboración y relación del Sáhara con Marruecos. No falta la “propaganda con tintes académicos”, como el libro de cierta autora española que niega la identidad cultural y tradicional de los saharauis.
Pero todos esos argumentos no ocultan la realidad de “un territorio literalmente ocupado por una fuerza extranjera”; ni el opresivo ambiente de sospecha y persecución, ni la realidad de torturas, cárceles secretas y desapariciones. Además de que, como recuerda un saharaui, el mito de las luchas tribales no puede ocultar que los saharauis llevan siglos haciendo acuerdos y entendiéndose entre ellos; de otro modo, no habrían podido sobrevivir en el desierto.
El triste papel de España (argumentos legales)
Con “el cadáver diseccionado en su totalidad”, el autor, jurista internacional, entra en la parte final del libro en los aspectos jurídicos del caso. Y levanta un pliego acusatorio perfectamente fundamentado para aclarar las actuales responsabilidades legales del presunto culpable principal: España.
“A pesar de las cortinas de humo con las que España intentaba mostrarse como un mediador neutral en todo aquel desastre, sigue siendo en la actualidad responsable legalmente del Sáhara occidental de acuerdo con el derecho internacional”. “El Sáhara occidental continuaba siendo legalmente un territorio de nuestra responsabilidad”, tal como reconoce la ONU, que considera a España potencia administradora de un territorio aún por descolonizar; ya que la descolonización sólo podría haber llegado por medio de un referéndum de autodeterminación. España sólo podía haber eludido su responsabilidad de potencia administradora renunciando formalmente ante la Asamblea General de la ONU, renuncia que nunca se produjo, pues los infaustos Acuerdos de Madrid de noviembre del 75 “nunca recibieron el respaldo definitivo de una resolución de la ONU”.
En definitiva, España se portó “como el padre desnaturalizado que declara que ya no quiere hacerse cargo de su hijo menor de edad y lo abandona entregándolo a un vecino de perversas intenciones”. La cesión del Sáhara a Marruecos por parte de España carecía de efectos internacionales; era como un contrato privado jamás llevado al notario para elevarlo a escritura pública, ya que habría sido rechazado por ser contrario a la ley al perjudicar a terceros (los saharauis). Sería una hermosa utopía –piensa el autor- que el Congreso derogase aquella ley franquista que sustentaba los acuerdos de Madrid, pero la iniciativa de Rosa Díez en ese sentido es echada abajo por los votos de PP y PSOE.
Además, los recursos del Sáhara, en tanto que territorio pendiente de descolonizar, deben revertir en sus habitantes, asegurándose de ello la potencia administradora. Al abdicar España de ese papel, Marruecos tiene las manos libres. Si España renunciase formalmente a esa obligación, sería la ONU la encargada de velar por los intereses saharauis; al no hacerlo, proporciona una “infamante cobertura” a la ocupación marroquí.
El papel de España en el Sáhara no ha dejado de ser lamentable, volviendo a cubrirse de oprobio en el caso de Aminetu Haidar y durante la protesta saharaui –y posterior represión marroquí- de noviembre de 2010. El gobierno español, por boca de Trinidad Jiménez, no condenó a Marruecos y volvió a eludir cualquier responsabilidad legal internacional.
La historia no ha terminado
Esas protestas abren una nueva etapa (posiblemente, mucho más violenta) en el Sáhara. El autor volvió allí en esos días; y, ante la situación de Estado de sitio permanente y no declarado oficialmente, con controles de seguridad constantes y una visible red de espías, así como las historias de torturas, desapariciones y encierros en cárceles secretas, ya no le cabe ninguna duda. Llega el momento en que “uno lo comprende todo y ya no hay marcha atrás”. Y la única pregunta es “qué podíamos hacer por ellos a partir de ahora”.
Fuente: Eduardo Soto-Trillo es jurista internacional experto en derechos humanos, escritor y creador audiovisual con una amplia experiencia de terreno en países en conflicto en distintas partes del mundo. Sus anteriores libros publicados son Voces sin voz (2002), sobre la guerrilla colombiana de las FARC, y Los olvidados (2004), sobre la dramática realidad de Guinea Ecuatorial.

 

 

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