01 PM | 03 Ene

EL CANT DELLS OCELLS

Por Manuel Ortega

Teoría en prácticas

Hace poco escribiendo sobre Camino me dio por enumerar las dificultades que a veces encuentras en tu interior a la hora de enfrentarte al (nunca con) cine español. Con la tercera película de Albert Serra me vuelve a pasar lo mismo pero por el lado contrario. Ahora lo que hay que superar son otras contingencias que aparentemente van más por arriba que por abajo. Ahora en lugar de superar los convencionalismos patentes (de corso) del cine español más anquilosado en su inane conformismo hay que vencer el profundo desprecio (casi de clase) a cierto papanatismo “intelestual” de cariz elitista y realidad personal de perfil bajo. Hay que vencer a lo mesiánico, a la tergiversación de datos (¿éxito en Cannes?), a las campañas orquestadas (en la opacidad discursiva y más), a la única opinión única del arte y lo demás (o le mandamos una carta a tu director) y al porque sí con fanfarrias y bravuconerías diletantes. Hay que superar también que su autor haya demostrado hasta ahora ser más un bocas que una voz y que haga del exhibicionismo cinematográfico, y del otro, su propia terapia (tan burguesita como roma y paticorta) pública de superación. Hay que superar (por qué no decirlo, si uno es pacifista y de buen trato) el miedo a que un “actor” bien adiestrado te pueda agredir en la encrucijada nocturna de cualquier festival. Superados todos esos impedimentos, puedo empezar a ver la película con los ojos tan limpios como mi miopía congénita y cómplice me pueda permitir. Así como lo hice. Así como lo escribo.

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El cants dels ocells es en primer momento una películas extraña, a contracorriente a pesar de su conciencia de serlo a toda costa, despelucada y cándida al mismo tiempo, detallista y frugal, rauda en su premiosidad ahíta de premios y de confirmación en su independencia, libertad y posicionamiento. Es un ejercicio humilde (en el doble sentido del adjetivo) que se centra en la quietud como fórmula de atrapar el movimiento y las estrategias de este mismo para dibujar, más que escribir, la historia que ya hemos leído en casi todos los idiomas. Su persistencia es comparable a su pertinencia, su razón de ser es su razón de estar, desmontando (o intentando desmontar) años de creer en que lo real es lo conservado por veraz y permanente. Si en Honor de cavallería su propuesta se versaba en desafiar al mito de lo literario reformulando sin respeto ni sumisión (e incluso casi sin conocimiento) lo concebido por su creador, en esta ultima incursión en lo mítico, lo desafiado es el concepto académico de lo histórico como verdad indisoluble de su propia leyenda y, por lo tanto, de su propia “irrealidad” literaria/artística. Serra hace un remake profundo sobre/de lo establecido sin dejar de ser por ello claro y meridiano (¿previsible?, ¿adaptado?) en su propuesta final: romper fronteras entre lo real y lo ficticio, lo ridículo y lo sublime, lo simbólico y lo terrenal.

Lo hace pero con reservas, presentándose ante la parroquia cinéfila de este país como un teórico en prácticas que intenta hallar su discurso por medio de la caligrafía. Su intento no es baladí pero la pequeñez de su propuesta pone en entredicho los resultados de una manera fehaciente y asaz clarificadora. La película es poca cosa porque Serra deviene en un conformista sorprendente según van avanzando los medios hacia el fin. Todo lo que apunta en un principio, todo en lo que teoría se expone, se minimiza al no ser capaz de aguantar el tirón de su propia singularidad. La falla existente entre las imágenes donde aparecen los tres reyes magos y en las que lo hacen José y María es tan profunda como convencional el momento de la unión en la epifanía con Pau Casal al fondo, desvirtuando la búsqueda de un planeta (con tres hombres al fondo) por el encuentro de la historia con el arte (o su concepción) más fetén. Menos mal, que nos queda luego la escena del bosque que junto a la de la caminata hacia el horizonte con vuelta atrás es lo más honesto y, por lo tanto, radical de toda esta película radical. No tanto, todo hay que decirlo, como Tiro en la cabeza, obra, ésta sí, redonda e insobornable en su intento de hacer convivir fondo y forma con texto y contexto. Qué pena que el Goya no lo ganara El orfanatoSiete mesas de billar francés porque hemos perdido un autor para siempre.

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Sin esa pátina de prestigio prefabricado, El cants dels ocells me parece una película atractiva e ilusionante aunque los resultados finales disten mucho de ser el becerro de oro que muchos quieren hacernos ver y adorar. A lo mejor, como bien aconsejaba Carlos F. Heredero en el número de diciembre de Cahiers du cinema España, los críticos deberían tomar cierta distancia en la vida para poder juzgar la obra. A lo mejor no basta sólo con decir (me) quiero para creer en el amor.

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05 PM | 29 Dic

ANGEL

La proyección de la película Manhattan el pasado viernes tuvo para mí unas especiales condiciones, pues lo hacíamos en homenaje a Ángel Quejo fallecido unos días atrás, fundador del colectivo y con el que tuve ocasión de hablar con él de Mozart, de Mahler, de Bergman, de Borges,Jean Pierre Ranpal, también de Cezane, y en definitiva de todos los referentes que utiliza Woody Allen en su película, y que magníficamente nos describe una ciudad y una época.

 

Pero también hablamos de política. Procedente del PSP su incorporación al PSOE fue discreta aportando equidistancia en los debates identitarios tan apasionados de aquellos años. Como candidato a unas primarias recuerdo que invitó a comer a los que le habíamos ayudado en La Cueva, y que al perder por un solo voto se ofreció a colaborar con la candidatura ganadora. No pudo ser y fue concejal en las siguientes elecciones municipales. En una ocasión no encontrábamos su coche, aún no conocíamos la terrible enfermedad. Vimos juntos el documental Budapest realizado por el hijo de Jordi Solé Tura, y cuando éste le puso la Internacional y no sabía que música estaba oyendo, Ángel me hizo un comentario que ahora comprendo perfectamente. No me conoció la última vez que le vi. Descansa en Paz

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