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11 AM | 02 Feb

LA DECEPCION DEMOCRATICA

Conviene que nos vayamos haciendo a la idea: la política es fundamentalmente un aprendizaje de la decepción. La democracia es un sistema político que genera decepción… especialmente cuando se hace bien. Cuando la democracia funciona bien se convierte en un régimen de desocultación, en el que se vigila, descubre, critica, desconfía, protesta e impugna.

Pensemos en dos de las más comunes fuentes de desafecto ciudadano hacia nuestros representantes: la corrupción y el desacuerdo. El menos avisado puede tener una impresión demasiado negativa y caer en el típico error de percepción que genera la corrupción descubierta o el desacuerdo institucionalizado propio del antagonismo democrático. La corrupción es siempre intolerable, por supuesto, y la incapacidad para generar grandes acuerdos está en el origen de muchas de nuestras torpezas colectivas, pero deberíamos ser sinceros y reconocer que buena parte de nuestro malestar con la política corresponde a una nostalgia inadvertida por la comodidad en que se vive donde lo malo no es sabido y se reprimen los desacuerdos. La antropología política nos enseña que hay un sentimiento atávico, nunca plenamente superado, de añoranza hacia formas de organización social en las que reine una plácida ignorancia y los políticos, como reza la queja habitual, no estén todo el día discutiendo.

Hay otra fuente de decepción democrática que tiene que ver con nuestra incompetencia práctica a la hora de resolver los problemas y tomar las mejores decisiones. La política es una actividad que gira en torno a la negociación, el compromiso y la aceptación de lo que los economistas suelen llamar “decisiones suboptimales”, que no es sino el precio que hay que pagar por el poder compartido y la soberanía limitada. Está incapacitado para la política quien no haya aprendido a gestionar el fracaso o el éxito parcial, porque el éxito absoluto no existe. Hace falta al menos saber arreglárselas con el fracaso habitual de no poder sacar adelante completamente lo que se proponía. La política es inseparable de la disposición al compromiso, que es la capacidad de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones. Similarmente los pactos y las alianzas no acreditan el propio poder sino que ponen de manifiesto que necesitamos de otros, que el poder es siempre una realidad compartida. El aprendizaje de la política fortalece la capacidad de convivir con ese tipo de frustraciones e invita a respetar los propios límites.

En el mundo real no hay iniciativa sin resistencia, acción sin réplica

Todas las decisiones políticas, salvo que uno viva en el delirio de la omnipotencia, sin constricciones ni contrapesos, implican, aunque sea en una pequeña medida, una cierta forma de claudicación. En el mundo real no hay iniciativa sin resistencia, acción sin réplica. Las aspiraciones máximas o los ideales absolutos se rinden o ceden ante la dificultad del asunto y las pretensiones de los otros, con quienes hay que jugar la partida. No tiene nada de extraño, por ello, que nuestros más fervorosos seguidores aseguren que no era eso a lo que aspiraban. Si además tenemos en cuenta que la competición política crea incentivos para que los políticos inflen las expectativas públicas, un alto grado de decepción resulta inevitable.

Todo esto provoca un carrusel de promesas, expectativas y frustraciones, de engaños y desengaños, que gira a una velocidad a la que no estábamos acostumbrados. Los tiempos de la decepción —lo que tarda el nuevo Gobierno en defraudar nuestras expectativas o los carismas en desilusionar, los proyectos en desgastarse, la competencia en debilitarse— parecen haberse acortado dramáticamente.

Incluso quien se presenta generando las mayores expectativas de renovación —porque no forma parte de lo ya conocido y esa carencia de pasado político le permite gozar de la virginidad política como su principal valor—, no tarda mucho en decepcionarnos. Pronto recurren esos mismos a las jugadas políticas que nos habían escandalizado y se organizan como un aparato clásico. Comienzan “pudiendo”, siguen con un quién sabe y terminan posponiendo indefinidamente las promesas más audaces. Hemos pasado, por ejemplo, de no pagar la deuda a pagarla sólo en parte para finalizar con una inocua auditoría ética (apelando, por cierto, al juicio de los expertos). Es curioso lo poco que tarda el radicalismo en “socialdemocratizarse”. La estrategia para ganar elecciones es muy diferente de la tarea de gobernar, y por eso suele ocurrir que lo primero palidece a medida que se acerca la hora de la responsabilidad. Con el paso del tiempo, lo que era exhibido como radicalidad democrática —que los temas cruciales sean decididos por todos— se revela como indefinición táctica o simple ignorancia acerca de qué debe hacerse. No creo que Podemos tarde mucho en decepcionar, como ocurre con todos los actores políticos, no sólo porque comparten nuestra condición humana sino sobre todo porque en algún momento tendrán que tomar decisiones que suponen aceptar algo como menos malo. La prueba de fuego estará en el momento en que sus votos en una institución impliquen una preferencia por unos o por otros, cuando su abstención abra el paso del gobierno a alguien en concreto, todavía más, cuando tengan que preferir a alguien de “la casta” para gobernar.

Es curioso lo poco que tarda el radicalismo en “socialdemocratizarse”

¿Qué racionalidad podemos introducir en medio de esta decepción? Creo que lo mejor es partir de una constatación muy liberadora: la política es una actividad limitada, mediocre y frustrante porque así es la vida, limitada, mediocre y frustrante, lo que no nos impide, en ambos casos, tratar de hacerlas mejores. Y en segundo lugar, nuestras mejores aspiraciones no deberían ser incompatibles con la conciencia de la dificultad y los límites de gobernar en el siglo XXI. Lo que hacen los políticos es demasiado conocido y demasiado poco entendido. La sociedad comprende poco los condicionamientos en medio de los cuales han de moverse y las complejidades de la vida pública. Esto no ha de entenderse como una disculpa sino todo lo contrario: es el elemento de objetividad que nos permite agudizar nuestras críticas, impidiendo que campen desaforadas en el espacio de la imposibilidad.

Recordar tales cosas en medio de esa desbandada que llamamos desafección política, cuando están saliendo a la luz múltiples casos de corrupción y la política se muestra incompetente para resolver nuestros principales problemas, puede parecer una provocación. Si lo recuerdo es para defender estas tres tesis: que la política no está a la altura de lo que podemos esperar de ella, que no es inevitablemente desastrosa y que tampoco deberíamos hacernos demasiadas ilusiones a este respecto. Y es que las quejas por lo primero (por su incompetencia) se debilitan cuando uno da a entender que acepta lo segundo (que la política no tiene remedio) y cuando traslucen una expectativa desmesurada acerca de la política. De este modo no pretendo disculpar a nadie, sino permitir una crítica más certera, porque nada deja más ilesa a la política realmente existente que unas expectativas desmesuradas por parte de quien no ha entendido su lógica, sus limitaciones y lo que razonablemente podemos exigirle.

Ahora que todo está lleno de propuestas de regeneración democrática no viene nada mal que analicemos con menos histeria el contexto en el que se produce nuestra decepción política, para que estemos en condiciones de valorarla en su justa medida y no cometamos el error de sacar consecuencias equivocadas de ella. Deberíamos ser capaces de apuntar hacia un horizonte normativo que nos permita ser críticos sin abandonarnos cómodamente a lo ilusorio, que amplíe lo posible frente a los administradores del realismo, pero que tampoco olvide las limitaciones de nuestra condición política.

Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política y Social e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco.

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10 PM | 28 Ene

El desencanto que viene

No es verdad que no haya nada nuevo bajo el sol (el sol mismo hubo un instante en que fue nuevo). Como tampoco lo es que seamos por completo inaugurales, cual Adán en el paraíso. En el primer caso no habría nada que hacer; en el segundo no sabríamos qué hacer. En realidad, incluso la más rabiosa novedad contiene siempre alguna proporción de mezcla entre lo inédito, lo absolutamente original, y lo conocido, lo déjà vu.Este principio general, presente a lo largo de toda la historia, se conjuga con una relativa facilidad en las diferentes situaciones particulares. Afirmar que actualmente en España estamos a punto de volver a vivir una segunda Transición, y reservarse los papeles que hace casi cuarenta años representaron los viejos actores sale gratis, en el fondo porque no es más que un deseo (aceptemos, con benevolencia, que tal vez incluso piadoso) cuya verosimilitud todavía no se ha puesto a prueba. Así, en la comunidad autónoma en la que vivo hay uno que se cree Suárez y, fascinado por la leyenda de maestro del regate corto que se le suele atribuir al primer presidente de la democracia española, se dedica a todo tipo de trapacerías, argucias y engaños (incluso a su propio electorado), en el convencimiento de que de esta forma pasará él también, al igual que el de Ávila, a la historia, como si la determinación de semejante destino le correspondiera al propio interesado.

A escala española parece estarse llevando a cabo un reparto que, en ocasiones, más parece de disfraces que de papeles. Hay quien se pide el de Felipe González, como los hay que desearían que hubiera quien se hiciera cargo del de Fraga, y así sucesivamente. El reparto incluso podría alcanzar a los actores secundarios, y no faltará el malvado que señale que a Íñigo Errejón le ha correspondido en (mala) suerte el papel de Pilar Miró, únicamente cambiando en el guion bolsos por becas, y a Juan Carlos Monedero, el de Alfonso Guerra (o el de su hermano, no sabría decirlo).

Por supuesto que a los obsesionados en fantasear repeticiones les convendría no olvidar el célebre destino que, según Marx, aguarda a los que se empeñan en que la historia regrese tal cual (como es sabido, terminar haciéndolo, en efecto, pero en forma de farsa). De poco sirve el recordatorio si no se señala a continuación su razón de ser. Porque lo que realmente impide que se materialice la fantasía de la repetición no es ninguna ley o fatalidad de signo opuesto (una presunta ley de la caricatura en este caso), sino precisamente la contingencia misma de la historia. Con otras palabras: el hecho de que, en general, no se puede olvidar lo que alguna vez se supo y, en particular, el de que cuando muchos ciudadanos experimentan la sensación de que toda una serie de actitudes, gestos, iniciativas y discursos ya no les vienen de nuevas (como sí ocurrió cuando se dieron por vez primera) no reaccionan de la misma forma que lo hicieron en el pasado.

A este carácter resabiado de la ciudadanía habría que añadir otro elemento, relacionado con las específicas características que viene adoptando de un tiempo a esta parte la política en nuestra sociedad. La creciente tendencia a plantear las relaciones sociales en términos psicológicos o, por enunciarlo con los términos del Richard Sennett de El declive del hombre público, la saturación completa de la vida pública con elementos procedentes de la vida privada, como sentimientos o motivaciones personales, ha terminado por exasperar algo que siempre estuvo en germen, aunque bajo un relativo control.

La decepción no afectará esta vez a la democracia, sino a la confianza en regenerarla

En efecto, la espectacularización de la vida pública ha consagrado el desplazamiento de la atención de la ciudadanía desde las políticas a los políticos. Se ha convertido en completamente habitual que los ciudadanos hayan dejado de justificar sus preferencias electorales en términos propiamente programáticos, esto es, manifestando su acuerdo con una determinada propuesta de medidas o con el modelo de sociedad que consideran deseable, para pasar a hacerlo en términos casi exclusivamente personales, tales como “X me inspira confianza”, “Y parece honrado”, “Z transmite ilusión” y similares.

Semejante desplazamiento, lejos de constituir un signo de nuestro tiempo irrelevante, banal o exento de conclusiones, merece ser considerado como una auténtica bomba de efectos retardados. Hacer descansar el peso de la propia opción política en una dimensión subjetiva, convirtiendo la participación en lo colectivo en mero consumo de los valores personales que expresan los políticos, implica consagrar una idea del compromiso de los ciudadanos con la cosa pública extremadamente frágil y vulnerable. Si comparamos este tipo de vínculo con el que era más habitual hasta hace no tanto, se comprenderá mejor lo que estoy intentando señalar.

Al elector que en el pasado confiaba su voto a un determinado partido por los ideales globales que postulaba y por las políticas concretas que proponía, la hipotética frustración ante el comportamiento de un determinado candidato al que había apoyado no le llevaba a alterar sus convencimientos de fondo. La consideraba una mera decepción por un incumplimiento programático que, como mucho, le movía a exigir la sustitución de quien hubiera faltado a sus promesas por alguien que sí estuviera dispuesto a cumplirlas.

Pero cuando las cosas se plantean en términos personales (subsumiendo, como dije, la política en los políticos) y, por añadidura, se descalifica a todos ellos en sumarios términos moralistas (por su condición de casta, por ejemplo), se corre el serio riesgo de que tales argumentos acaben volviéndose, como un bumerán,contra quienes tan a la ligera los lanzaron. El eco obtenido en las últimas semanas por el goteo de noticias que daban cuenta de determinadas contradicciones personales de algunos de estos políticos emergentes constituye, al margen de la evidente intencionalidad política de las presuntas denuncias, un serio aviso del tipo de efectos a que acaba dando lugar una determinada lógica discursiva.

Quienes se apoyan en el personalismo corren el peligro de ser sus primeras víctimas

Porque en el instante en el que esta otra decepción personalizada se produzca, de manera necesaria habrá de adoptar un carácter muy diferente al abiertamente politizado que acabamos de comentar, y se presentará en unos términos que a algunos habrán de resultarles lejanamente familiares, esto es, en términos de desencanto. Esta específica forma de desafección respecto a lo político siempre fue un recurso cómodo para ciudadanos poco dispuestos a un compromiso político fuerte y, por tanto, necesitados de una justificación de apariencia convincente que legitimara la rápida desvinculación de su apoyo anterior a un determinado proyecto (el término se puso de moda a partir del estreno ¡en 1976! de la película de Jaime Chávarri del mismo nombre, cuando tan poco había de lo que estar desencantado).

Por añadidura, la apelación al desencanto parece orlar a quien la plantea de una dimensión ética, de una expectativa ilusionada de honradez, de cuya frustración el político presuntamente nuevo sería por definición el absoluto responsable. La argumentación es, sin duda, falaz y constituye un obsceno ejercicio de ventajismo moral por parte de quienes se acogen a ella. Pero tal vez más importante que denunciar tales razonamientos sea dejar constancia de la responsabilidad de las fuerzas políticas que en el fondo los están alentando con sus actitudes y sus discursos.

El desencanto que viene no será, como el original (el de la Transición), respecto a la democracia misma, sino respecto a las promesas de regenerarla empezando desde cero y, sobre todo, respecto a quienes se presentan hoy como los únicos en condiciones de cumplir tan virginal promesa. Porque los mismos que han planteado su proyecto en términos fuertemente personalistas y vaporosamente políticos corren el peligro de acabar siendo víctimas del tipo de vínculo que, con tales actitudes, habrán establecido con los ciudadanos. Un vínculo débil y volátil en extremo, basado en la sintonía emocional y carente de contenidos teórico-políticos definidos (a fin de cuentas, afirmar, como gustan de hacer algunos en los últimos tiempos, que lo importante no son las etiquetas ideológicas —“recurso de trileros”, acabamos de saber— sino resolver los problemas de la gente, está asombrosamente cerca del tan denostado en su momento “gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones”). Un vínculo incapaz de soportar la menor contrariedad de lo real. En suma, toda una invitación a sus propios votantes para que, a las primeras de cambio, abandonen el barco de la presunta ilusión por la escotilla de emergencia del desencanto.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona

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07 PM | 18 Ene

Las encuestas

LAS ENCUESTAS DE 2015 . ¿QUÉ QUEDA EN CLARO DE LAS ENCUESTAS QUE SE ESTÁN PUBLICANDO?

LAS ENCUESTAS DE 2015 (II). ¿QUÉ QUEDA EN CLARO DE LAS ENCUESTAS QUE SE ESTÁN PUBLICANDO?

Ante la avalancha de Encuestas pre-electorales que nos van a inundar en 2015, en mi artículo anterior en Sistema Digitaladvertía sobre la necesidad de estar prevenidos ante las carencias técnicas de algunas Encuestas y ante los propósitos descarados de manipular a la opinión pública mediante la publicación sesgada de muchas de ellas.

Pero, además de una sana desconfianza ante unas Encuestas que presentan resultados bastante diversos entre sí, ¿queda algo claro de todos los datos que se están publicando? Al menos hay seis puntos de coincidencia.

En primer lugar, todas las Encuestas coinciden en identificar un vuelco hacia la izquierda del electorado español. Después de una gestión bastante negativa del Gobierno de Mariano Rajoy, y ante la persistencia de situaciones críticas de paro, precariedad laboral y desigualdades que afectan a más de ocho millones de españoles (y a su entorno), una mayoría abultada de la opinión pública quiere una salida por la izquierda a la situación política española. Sin embargo, no coinciden las Encuestas –por distintos motivos e intenciones– en determinar cómo se puede distribuir ese voto en los diferentes espacios de izquierdas.

En segundo lugar, todas las Encuestas coinciden en identificar un deterioro notable en los apoyos del PP, aunque no está claro si se está identificando adecuadamente el voto oculto de este partido, que tampoco se sabe si finalmente aflorará en torno a las siglas del PP o si encontrará acomodo en otros partidos políticos (especialmente en los espacios de centro-centro, donde el PP actualmente se encuentra más debilitado y cuestionado). De momento, parece que Ciudadanospuede atraer una parte apreciable de ese voto centrista descontento.

En tercer lugar, todas las Encuestas coinciden en vaticinar una fuerte irrupción en escena de una nueva formación política (Podemos), al tiempo que se apuntan posibilidades crecientes para otras opciones centristas (Ciudadanos). La heterogeneidad de estimaciones de voto para Podemos revela que en este aspecto hay mucho “sesgo encerrado” y que, en situaciones como las actuales, los pronósticos atribuidos a Podemos pueden dar lugar a fracasos de predicción de cara a las próximas elecciones. Por lo tanto, si no hay cambios sustantivos en el contexto político, en las próximas elecciones (tanto municipales y autonómicas como generales) se va a mantener un alto grado de incertidumbre hasta el mismo día de las elecciones. Y podría haber sorpresas.

En cuarto lugar, los datos de todas las Encuestas coinciden en que en estos momentos solo hay tres partidos capaces de nuclear un número suficiente de apoyos como para poder ser considerados “alternativas reales de Gobierno”: el PP, el PSOE y Podemos. Ningún otro partido alcanza ni se aproxima de lejos a porcentajes de voto superiores al 20%. Considerando que una mayoría muy neta del electorado está reclamando una alternativa de izquierdas en España, y que es prácticamente imposible una remontada del PP en las circunstancias actuales, este hecho, y la frustración y tensión que crearía en la sociedad española cualquier solución que desconociera o hurtara tal demanda de cambio político y social, deja reducidas a dos las opciones de gobierno futuro: o bien el PSOE, o bien Podemos. Esta va a ser, precisamente, la decisión política nuclear sobre la que van a tener que pronunciarse los españoles en 2015. Con todas las consecuencias y con toda la necesidad de que queden claras ante la opinión pública las diferencias, y efectos, de ambas opciones. ¿Tienen claro que esta es la opción nuclear algunos grupos de comunicación y determinados sectores influyentes de la sociedad española?

En quinto lugar, todas las Encuestas coinciden en que en estos momentos puede darse una movilización importante de antiguos abstencionistas, que actualmente se encuentran motivados a brindar su apoyo a nuevas formaciones políticas. Pero, paradójicamente, esto no parece que esté influyendo en el pronóstico de una reducción de la tasa de abstención. ¿Por qué? Sencillamente porque ahora muchos de los que dicen que van a abstenerse son antiguos votantes del PP y del PSOE. ¿Seguro que se abstendrán finalmente?

Finalmente, en sexto lugar, y aún sin agotar el tema, en buena parte de las Encuestas publicadas últimamente se tiende a oscurecer el papel que pueden jugar los liderazgos en los próximos comicios que se celebrarán en España. Inicialmente, los sectores más propicios a Podemos –por las razones que sean– enfatizaban mucho la buena acogida del liderazgo de Pablo Manuel Iglesias, hasta que en las Encuestas empezó a salir muy bien valorado Pedro Sánchez. A partir de entonces, se hizo el silencio sobre este aspecto. Respecto a los que se sitúan en la órbita del PP, el silencio sobre el liderazgo de Mariano Rajoy es harto compresible. Mejor callar que llorar.

La consecuencia es que en las Encuestas que se publican se prescinde de uno de los aspectos importantes que va a influir en bastantes personas a la hora de emitir su voto en las próximas elecciones (especialmente en las generales), en las que el factor “confianza” va a ser muy importante, al tiempo que desde determinados núcleos de poder conservador se ha emprendido la estrategia de intentar erosionar y cuestionar el liderazgo de Pedro Sánchez, sobre todo tratando de sembrar sombras de sospecha sobre los apoyos internos con los que cuenta en su propio partido.

En las próximas semanas continuaremos analizando las nuevas tendencias que muestren las Encuestas que se vayan publicando.

José Félix Tezanos

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06 PM | 11 Ene

LA IZQUIERDA EN EL DIVAN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El recién estrenado año 2015 será un año marcadamente electoral. Las elecciones griegas del próximo 25 de enero, así como las municipales del 24 de mayo y las elecciones generales de finales de año en nuestro país serán los hechos más relevantes de un año que va a ser determinante en el plano político, económico y social de aquí a finales de la presente década.

Las próximas elecciones griegas van a ser una referencia obligada para comprobar la respuesta de la Unión Europea a un previsible programa rupturista de gobierno del partido de izquierda Siryza (claramente favorito en los sondeos) que, una vez más, se manifiesta contrario a las políticas de austeridad y de ajuste establecidas por la Troika y, además, defiende con audacia revisar (quita y espera) los términos del pago de la abultada deuda pública de Grecia (177% del PIB) que, en un 90%, se encuentra en manos del FMI y de sus socios europeos (la gran mayoría de los analistas coinciden en que Grecia no tiene capacidad para pagar su deuda, sobre todo si no crece su economía).

 

Unas políticas que han generado y siguen generando en Grecia un intolerable crecimiento del desempleo (a la cabeza de la Unión Europea, con más de un 25% de paro y del 50% en los menores de 25 años), el desplome de la protección social, una fuerte caída de los salarios, además de un aumento de la precariedad, la desigualdad y la pobreza, que está incrementando en grado superlativo la desesperación de las personas más afectadas por la crisis.

 

En nuestro país, parece claro que la derecha en el gobierno no repetirá la mayoría absoluta de que goza actualmente el Partido Popular (PP) en el conjunto del Estado y en la mayoría de las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos, ante el hundimiento de la figura y de las políticas de Mariano Rajoy que, por añadidura, acabará con el bipartidismo hegemónico en España desde la transición democrática y reducirá de manera notable las posibilidades de que el PP (aunque gane las elecciones generales) gobierne en minoría parlamentaria, una vez descartado por el PSOE un gobierno de coalición con el PP que, todo lo indica, de llevarse a cabo, traería consigo el gran fracaso del PSOE y el abandono masivo de sus militantes más comprometidos con las ideas socialistas. Las últimas medidas de Rajoy (ya en plena campaña preelectoral) relacionadas con la Ley Mordaza, los nombramientos del nuevo director de RTVE y de su portavoz en el Parlamento, la dimisión forzada del Fiscal General del Estado (Torres Dulce), así como el aumento ridículo de las pensiones (0,25%) y del SMI (3 euros mensuales), no cambiarán las cosas y contribuirán a que el PP quede más aislado que nunca ante futuros e hipotéticos acuerdos de gobierno posteriores a las elecciones generales.

 

En coherencia con ello, las últimas encuestas conocidas confirman una mayoría de izquierdas en los próximos procesos electorales. Sin embargo, también nos anuncian una fuerte división de la izquierda que añade una mayor complejidad a los resultados y da alas a la derecha, a pesar del hundimiento de Rajoy y de sus incumplimientos programáticos, las desmedidas políticas de ajuste (austeridad) y los casos de corrupción generalizados que han causado una auténtica alarma social en la ciudadanía y fuertes destrozos en la credibilidad del PP.

 

Según estas mismas encuestas, el PSOE puede perder por primera vez su posición hegemónica en la izquierda desde el comienzo de la democracia, ante el avance del fenómeno Podemos. Eso dependerá de la audacia de su práctica política (y del liderazgo y la ejemplaridad de sus dirigentes), de la cohesión del partido y de sus ideas progresistas y claramente diferenciadas de las políticas neoliberales.

 

De entrada, el PSOE debe recuperar paulatinamente su credibilidad a partir del reconocimiento de los errores del pasado (de hecho, Pedro Sánchez ya han reconocido algunos), contar con candidatos idóneos elegidos democráticamente y capaces de generar confianza e ilusión en las próximas elecciones del 24 de mayo en ayuntamientos y CCAA, removiendo para ello los obstáculos que sean necesarios para que esto ocurra (por ejemplo en Madrid) y dejar suficientemente claro que cumplirá las promesas electorales y evitará que se repita el sacrificio inútil de Zapatero y también los incumplimientos programáticos de los gobiernos de Hollande (Francia) y de Renzi (Italia), fuertemente contestados por los trabajadores y por los sindicatos.

 

En segundo lugar, el PSOE debe aparecer ante el electorado como un partido fuerte y cohesionado, lo que exige que no se ponga en entredicho la figura de su secretario general que, no lo olvidemos, fue elegido en primarias (Susana Díaz -secretaria general del PSOE de Andalucía- puede y debe poner freno a las últimas críticas internas, impropias de un partido responsable con aspiraciones de gobierno), sobre todo cuando, además, Pedro Sánchez ha prometido -para después del verano- celebrar unas nuevas elecciones primarias para elegir al candidato del PSOE a la Moncloa.

 

En tercer lugar debe ser capaz de ofrecer alternativas a los problemas más graves que afectan a la ciudadanía y, por lo tanto, combatir las políticas que ponen en grave riesgo el Estado de Bienestar Social: desempleo, precariedad, estancamiento salarial, pensiones y dependencia, servicios públicos, desarme fiscal, desahucios, preferentes, desigualdad, pobreza…

 

Por otra parte, el PSOE debe estar inmerso en la realidad social asumiendo que, desde la izquierda, hay vida y actividad posible fuera del parlamento y de las instituciones: participación en las movilizaciones sociales, redes sociales, asociaciones de todo tipo…

En coherencia con ello, las Casas del Pueblo deben volver a ser operativas y recuperar su papel central en relación con las actividades culturales y educativas (incluidas las audiovisuales y el cine social y comprometido), así como con las que tienen que ver con la ecología, el medio ambiente y la lucha contra la contaminación. Además, las Casas del Pueblo se deben convertir en foros municipales abiertos y encabezar con decisión el debate sobre asuntos de rabiosa actualidad: refuerzo de la democracia, reparto del trabajo existente, renta básica, teoría del decrecimiento, pago de la deuda, cambio de modelo productivo, dualidad del mercado de trabajo, intervención pública en la economía (también en la banca), participación de los trabajadores en la empresa (democracia industrial), brecha digital entre generaciones…

 

Para comenzar, el PSOE debe sortear con buenos resultados (evitando la imagen de partido perdedor) las elecciones municipales y las de algunas CCAA -incluyendo a Cataluña ante un posible adelanto electoral-, si quiere seguir aspirando a ganar las elecciones generales y a gobernar en España. No será nada fácil ante el auge espectacular de Podemos (previsiblemente fagocitará a IU, UPYD y a otros partidos minoritarios) y la fuerte aceptación que tiene este nuevo partido en Cataluña y el País Vasco donde, incluso, es capaz de disputar el triunfo electoral a los partidos nacionalistas defendiendo una pretendida política socialdemócrata sin anclaje, por el momento, en la socialdemocracia tradicional europea, donde se ubica precisamente el PSOE. A ello hay que añadir su fuerte capacidad para estar presente en las redes sociales y en los medios de comunicación de masas, capaz de neutralizar, por el momento, sus propias limitaciones: falta de cotizantes, de estructuras organizativas, locales, formación política de sus militantes…

 

Por eso, la disputa por este espacio será durísima y en esta pelea el PSOE no puede perder la cabeza y el sentido común ni renunciar a sus postulados de siempre que han cumplido más de 130 años. A Podemos no se le ganará con insultos, miedos, falsedades y menciones a experiencias políticas del otro lado del Atlántico o recordando a dictadores y décadas periclitadas y de difícil repetición en la actualidad en el seno de la Unión Europea. No debemos olvidar que el avance de Podemos se produce fundamentalmente por las carencias, limitaciones y errores del PSOE y, mucho menos conviene olvidar, que el PSOE y Podemos se dirigen al mismo espacio electoral y que, por lo tanto, hay que pensar seriamente en futuros acuerdos progresistas con el propósito de garantizar la gobernabilidad en nuestro país.

 

Ante un hipotético triunfo de la izquierda las posibilidades de que el PSOE encabece el gobierno se mantienen intactas si gana las elecciones o queda en segundo lugar por delante de Podemos, por el previsible apoyo que recibiría de esta formación y de IU para desplazar a la derecha (PP) del poder. Las ventajas que aportaría el PSOE son notables: fuerte presencia (con infraestructuras) en todo el territorio nacional, cambio progresista y tranquilo para salir de la crisis, relación fluida con la Unión Europea a través de la familia socialdemócrata, apuesta por un Estado Federal como marco de convivencia ante el problema catalán, reforma y actualización consensuada de la Constitución y, finalmente, una política decidida hacia la regeneración democrática: consolidación de las libertades, lucha contra la corrupción y un redoblado esfuerzo para la educación en valores de la ciudadanía.

 

Para que esto ocurra, el PSOE debe avanzar considerablemente en Madrid y en el País Valenciano y mejorar sustancialmente los resultados de Cataluña y el País Vasco donde las encuestas le sitúan muy retrasado (en cuarto lugar), por detrás de Podemos y de los partidos nacionalistas: CIU y ER por una parte y el PNV y Bildu por otra. Si eso no se logra las posibilidades de gobernar son pocas y, lo que es peor, en este supuesto, el PSOE corre el riesgo de convertirse en un partido irrelevante como ocurrió con el partido socialista italiano y está ocurriendo con el PASOK en Grecia, dando por hecho que ningún partido político tiene su vida asegurada para siempre.

En todo caso, el presente año está llamado a ser muy importante en el necesario cambio económico y social que España necesita y la ciudadanía reclama. De la solución que se dé a las diferencias de la izquierda y de su capacidad resolutiva para ofrecer alternativas a la actual situación de crisis dependerá, en buena medida, nuestro incierto futuro político en democracia… Estaremos atentos.

Antón Saracíbar

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