Documentación

07 PM | 21 Dic

El don apacible-Libro

El Don Apacible nos habla, en dos mil y pico páginas, de cómo es la vida de los cosacos del Don, de lo que supone para sus vidas y su vieja cultura el inicio de la Primera Guerra Mundial, y de las relaciones humanas entre ellos, con una gran y profunda historia de amor de fondo. A esta historia de amor se opone la costumbre, las imposiciones sociales, la guerra y todo lo imaginable, porque ella está casada con otro cosaco, que la aceptó casi engañado. La historia de la mujer, Axinia, es una verdadera obra maestra de delicadeza narrativa.

A medida que avanza la novela, el texto se interna en cuestiones sociales, en las dudas del momento, en cómo va surgiendo el comunismo a medida que progresa el cansancio contra una guerra que nadie entiende, y el estremecimiento que esta nueva idea supone entre los cosacos. Para los cosacos, el comunismo es una posibilidad de mejorar sus condiciones de vida, pero los cosacos son hombres libres y el comunismo quiere colectivizar sus tierras, y obligarlos a compartir su producto, y eso es algo que los cosacos no admiten. El cosaco prefiere ser pobre y vivir sobre su caballo antes que depender de otros o atarse a la tierra.

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04 PM | 14 Dic

BATALLA DE GALLIPOLI

En la península turca de Gallípoli tuvo lugar la mayor operación anfibia jamás realizada hasta entonces. Iniciada en enero de 1915, enfrentó a tropas franco-británicas y otomanas y terminó al cabo de un año con el fracaso de los atacantes y miles de bajas (265.000 aliadas y 218.000 turcas).

La batalla plasmó la importancia de Turquía, que entró en guerra junto a los imperios centrales el 29 de octubre de 1914. Lo hizo porque Gran Bretaña y Rusia ambicionaban sus territorios y tenía vínculos con Alemania, que se estrecharon en 1908, cuando un grupo de oficiales de los Jóvenes Turcos instauró una política nacionalista y modernizadora. Alemania, por su parte, hizo grandes inversiones en Turquía (una línea ferroviaria debía unir Berlín y Bagdad), asesoraba a su Ejército y en agosto del mismo 1914 ambos países firmaron un tratado secreto de ayuda mutua. La unión de Constantinopla a Berlín, pues, era lógica.

LA IDEA / Así, al acabar ese año, el frente de Europa occidental era inamovible y en el oriental Rusia estaba amenazada por los imperios centrales y Turquía. Para cambiar el escenario, Winston Churchill, primer lord del almirantazgo británico, ideó una operación capaz de decidir la guerra: tomar Constantinopla avanzando por el estrecho de los Dardanelos, neutralizar a Turquía y crear una ruta para abastecer a Rusia.

Con este fin, una flota francobritánica llegó a la zona en marzo. Como las minas frenaron su ataque (hundieron tres barcos), pidió ayuda de tropas terrestres. Estas desembarcaron el 25 de abril, pero les aguardaban los turcos dirigidos por el alemán Liman von Sanders. Pese a la combatividad de los soldados aliados del ANZAC (acrónimo de Australian-New Zealand Army Corps), el resultado fue desastroso: «El mar se tiñó del rojo de la sangre hasta una distancia de 40 metros de la costa», narra el historiador John H. Morrow Jr. Solo se pudo establecer pequeñas cabezas de puente a pocos metros de la playa. Otro desembarco en agosto no alteró la situación y las tropas quedaron encajonadas en un pequeño perímetro. Ante la imposibilidad de avanzar, en diciembre iniciaron la retirada, que concluyó con éxito en enero de 1916. El fiasco eclipsó a Churchill, que en 1923 aún oía en sus mítines la frase «¿Qué pasó en los Dardanelos?».

«OS ORDENO QUE MURÁIS» / La batalla tuvo otras consecuencias políticas de gran calado al hacer eclosión en ella el nacionalismo moderno de Australia y Nueva Zelanda (el 25 de abril ambos países celebran el día de ANZAC, en honor a sus tropas) y el de Turquía. Mustafá Kemal, su futuro estadista, destacó al frente de una división y fue aclamado como «salvador de Gallípoli». Sus consignas a los comandantes fueron de resistencia a ultranza: «No os ordeno que ataquéis. Os ordeno que muráis».

Por último, Gallípoli marcó un hito bélico. Según el historiador Richard Holmes, «fue la primera gran operación anfibia de la guerra moderna: hubo aviones (y un portaaviones), reconocimiento y fotografía aérea, embarcaciones de desembarco de acero, comunicaciones por radio, puertos artificiales y submarinos». Tanto los planificadores del desembarco de Normandía en 1944 como de la guerra de las Malvinas de 1982 valoraron sus lecciones.

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05 PM | 30 Nov

METROPOLIS

Cine del Futuro

I. Las distintas versiones de una obra maestra

Metrópolis constituye uno de los casos más complejos a la par que apasionantes de toda la Historia del Cine. Pocas películas han sido tan masacradas, mutadas y mutiladas como ésta y, a la par, de pocas se puede tener una visión tan conjunta y completa de lo que el film podría haber ofrecido de no haber caído en manos inadecuadas. Quede claro que laMetrópolis, tal y como fue concebida por el genio creador de Lang (y por el ambiguo humanismo de Thea Von Harbou) sólo se ha podido ver en Alemania entre enero y mayo de 1927. El estreno en Estados Unidos en abril de ese mismo año reducía sus 170 minutos originales a 120, convirtiéndose en la versión que también se exhibiría en Alemania meses más tarde. Asimismo, este es el minutaje más común, incluso en la actualidad.

Sin embargo, versiones posteriores han ido amputando elementos y transformando diversos componentes argumentales sin la más mínima consideración a la estructura de la obra original. Varias adaptaciones de Estados Unidos reducían la duración del film a 94 minutos, cambiando el nombre de diversos personajes (en algunas copias, John Fredersen se llama, nada más y nada menos, que John Masterman) y las relaciones entre ellos (la de Fredersen con el científico Rotwang, por ejemplo, que obvia el tenso enfrentamiento entre ambos y el recuerdo de la fallecida Helm por una marciana vinculación de amo y servidor) (1). La versión más completa que se conoce es la reconstruida por el historiador Enno Patalas que, con sus 147 minutos de duración, sí puede dar una idea más cercana a lo que aquel grupo de privilegiados espectadores pudieron disfrutar en Berlín el 10 de enero de 1927.

II. Arquitectura, ritmo y narración

El porqué Metrópolis, aún a pesar de todo lo sufrido, es una pieza que conserva intacto su inquebrantable impacto se debe a dos elementos fundamentales: por un lado, el infravalorado guión de Thea Von Harbou, conscientemente impreciso y contradictorio. Por otro, la mirada geométrica, calcuradora y, a la vez, pasional de un Lang en la plenitud de su talento.

Cabe decir, si comenzamos por este último punto, que Metrópolis no es un film expresionista, contrariamente a la opinión mayoritaria que la considera la última obra del movimiento. La película, concretamente, es fruto de un eclecticismo artístico y arquitectónico que revela, en el fondo, el profundo conocimiento de Lang en el campo de la arquitectura y su pasmosa maestría para la construcción de decorados con auténtica entidad dramática. Por la película desfilan elementos vinculados al futurismo de Umberto Boccioni (el constante movimiento de las máquinas al comienzo del film e, incluso, el diseño del robot andrógino); a la arquitectura de la Bauhaus en todo el diseño de la Metrópolis, que parece escenificar visualmente la fusión entre el arte y la ingeniería preconizada por Walter Gropius, fundador de la escuela; e, incluso, el Art Déco en una gran parte de la decoración de interiores. Únicamente, la persecución de María en las grutas, con la impresionante utilización de la luz de la linterna como foco de angustia, y el exterior de la casa de Rotwang pueden ser considerados los únicos enlaces que unen aMetrópolis con el expresionismo. El impresionante logro de Lang consiste en la fusión de todo ello y, asimismo, en la creación de un universo propio que, muy a pesar de tener todas las influencias ya esbozadas, posee una personalidad y una consistencia absolutamente independientes. Amén de ello, la capacidad del cineasta para dotar a todo el envoltorio escenográfico de un protagonismo absoluto revela la preocupación de Lang por la integración de todos y cada uno de los dispositivos que conforman el plano y, por consiguiente, la creación de un asombroso cosmos unitario. La misma disposición y movimiento de los actores, por ejemplo, revela la extrema obsesión de Lang por el espacio, ya que estos se encuentran distibuidos atendiendo a una lógica geométrica, potenciando las disposiciones verticales (John Fredersen, Rotwang, Slim), planificadas generalmente de perfil, en contraste con los primeros planos frontales de Freder o María, integrados en la escena con mucha menos rigidez. De igual manera, los movimientos y los gestos de los intérpretes ya definen, por sí mismos, su propia personalidad y el núcleo semántico de la historia, sustentado, nuevamente, en la antítesis: los obreros del comienzo van en grupos de seis, caminando con parsimoniosa letanía y sin rostro, los hijos de la elite se explayan en la superficie sin orden aparente, con Fredersen en primer plano y corriendo de forma lúdica; el rostro de John Fredersen es inexpresivo y tenso; el de su hijo, histriónico y gesticulante; la María humana se mueve y desplaza con gestos tranquilos y pausados, su robot es nervioso y de ademanes violentos. Es decir, un cúmulo de intenciones ocultas en cada resquicio del film que dan cuerpo al apasionante imaginario del Lang alemán.

Igualmente, la capacidad del cineasta para controlar el ritmo de la película mediante un prodigioso trabajo de montaje y un exacto control de la duración de los planos, se erige en otro factor fundamental del film. La construcción narrativa de Metrópolis es laberíntica, compleja y oscura en la que hasta cinco situaciones simultáneas se ofrecen de manera alterna, generalmente estructurada en bloques de tres escisiones argumentales, cuyos personajes se van cruzando, separando y uniendo según corresponde. El ejemplo más evidente se encuentra en el tercio final: la persecución de un grupo de obreros a María, a quien toman por el robot que los ha conducido a la catástrofe, se cruza con otro grupo que ha encontrado al autómata y procede a su destrucción. La maestría de Lang para que todo el entramado resulte lógico y verosímil es, de todo punto, admirable concediendo un aspecto de frescura y emoción tan sorprendente que todo el armazón narrativo apenas queda visible.

Por su parte, el guión de Thea Von Harbou al que se aludía anteriormente, posee un conjunto de matices sobresalientes, más allá de las opiniones generalmente desfavorables recibidas a lo largo de los años. De hecho, se suele considerar Metrópolis una obra más “visual” que “argumental”, aludiendo a que Thea Von Harbou siempre ha sido la causante de la inclinación de los films mudos de Lang hacia los seriales y los argumentos más populistas, y a que algunos aspectos de la historia no contaban con la plena aprobación del cineasta (la secuencia final, por ejemplo). Dejando de lado estas consideraciones, de todo punto discutibles, lo cierto es que Metrópolis tiene una de sus mayores bazas en el guión de la escritora. Deliberadamente simbólico (las referencias bíblicas son más que evidentes) y totalmente reaccionario en su carácter profético y en sus aristas morales más básicas, estos elementos, a priori negativos, acaban por definir el carácter temático del film, acercándolo a unas tendencias tan extremas que llegan a parecer cándidas. El discurso de Von Harbou, al igual que la planificación de Lang, se basa en el contraste: utiliza una compleja carga de profundidad que sólo oculta unas intenciones absolutamente ingenuas. No únicamente porque “el pueblo alemán” (a quien dedicó, dicho sea de paso, su anterior guión, Los Nibelungos —otra de las magnum opus de Lang—) venía de sufrir una gravísima crisis económica, que tuvo su punto álgido sólo tres años antes, y necesitaba este tipo de mensajes demagógicos que insuflaran moral, sino por su propia formación y mentalidad que la llevó a desplazarse paulatinamente de la figura de Lang y convertirse, a partir de 1933, en una de las más fieles seguidoras del nacionalsocialismo. El pacto social entre el capitalista y el trabajador, por citar la secuencia más discutida del film, no es más que una metonimia visceral de todo lo apuntado y la muestra más clarividente del mensaje de la guionista.

Metrópolis, con todo lo ya dicho y lo muchísimo que quedaría por decir, con sus contradicciones, sus oposiciones, su vanguardista concepto arquitectónico, su estructura y con el inmenso talento de todos y cada uno de los miembros del equipo a las órdenes de Lang es, sin discusión alguna, una de las grandes obras de la Historia del Arte.

(1) No es único el caso de Metrópolis. El Nosferatu de Murnau, por ejemplo, ha sufrido alteraciones más que notables, entre ellas, la reducción de sus 100 minutos originales a 64 y la modificación del nombre del Conde Orlock por el de Drácula.

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