Andrei Rublev
Enfrentarse al cine de Andrei Tarkovsky no es tarea fácil, sobre todo para aquel espectador acostumbrado a devorar el cine de Hollywood. Evidentemente no es un cine realizado para sentarse cómodamente a comer palomitas. Estamos hablando posiblemente del más famoso director soviético desde Serguéi Eisenstein.
Andrei Tarkovsky es uno de los máximos representantes del cine ruso, cuyas películas son intensamente íntimas, cuyo papel de la memoria como decía el gran Akira Kurosawa es el motor de todo su imaginario poético y visual. Ocasionalmente controvertidas, siempre hermosas en cada fotograma. Gran parte de la crítica, con la cual no estaba de acuerdo el cineasta, lo consideraba como un poeta del cine. A lo largo de su vida negó ese vínculo con la poesía, llegó a decir que «el término de cine poético le resultaba petulante y manierista alterando la funcionalidad de los recursos escénicos llevándolos a una falsa poética». Él se mostraba interesado en el hombre y su búsqueda de respuestas de la vida misma, la decadencia de la verdadera espiritualidad en la sociedad moderna y la incapacidad de la humanidad para responder adecuadamente a las demandas de la tecnología, que domina cada vez más todo el espectro de la vida humana. Ingmar Bergman, cineasta sueco y colaborador habitual del realizador en el exilio, hablando sobre La infancia de Iván: «Es un verdadero milagro. Me sentí conmovido cuando descubrí que todo lo que yo siempre quería contar, pero que no sabía cómo expresarlo, estaba en esta película». Andrei Tarkovsky consideraba que su película Andrei Rubliov era el mejor ejemplo para mostrar a la gente cuál es el verdadero camino y la responsabilidad real del artista (pintor en este caso) en la sociedad, aludiendo a que él mismo, como cineasta, no tenía por qué ser obligado a ser un mero trabajador del estado ruso que reflejase simplemente las maravillas de la política rusa. Un discurso que no agradó demasiado al Partido Comunista de la extinta Unión Soviética, siendo prohibida hasta el Festival de Cannes de 1971, Una de las grandes razones que le hizo emigrar a Italia y luego a Suecia.
Interesado en ir más allá del lenguaje cinematográfico Tarkovsky exploró nuevas formas de narrativa fílmica, que influyeron en la nueva generación de cineastas, y desarrolló una interesante teoría cinematográfica, a la que llamó Esculpir en el tiempo. Él mismo destacaba una característica del cine: la capacidad de fijar el tiempo. A partir de esta idea, el cineasta debe esculpir un bloque de tiempo para dejar al descubierto la imagen cinematográfica. Después de El espejo, Tarkovsky anunció que se dedicaría completamente a seguir las premisas dramáticas del filósofo Aristóteles: concentrar totalmente una historia en un sólo lugar bajo un sólo día «solar» (es decir, desde que sale el sol hasta que vuelve a hacerlo) en algún momento del tiempo. Sacrificio es considerada por muchos como el perfecto reflejo de la legendaria teoría cinematográfica de Andrei Tarkovsky. Su obra se caracteriza por la espiritualidad y la metafísica, el amor, los recuerdos y la violencia del ser humano envueltas en una impresionante fotografía conducida por tomas muy largas, el tiempo, siempre el tiempo.
No fue una casualidad que este cineasta ruso se colara en el Festival de Venecia de 1962 con su primer largometraje La infancia de Iván obteniendo el preciado León de Oro, ante el asombro de propios y extraños.
Alexis Lorenzo
La proyección del jueves fue la primera vez que veía esta película. Había visto casi todas las de Tarkovsky, pero esta no. Tampoco me había preocupado de leer el argumento, ni comentarios, ni nada, empecé a verla en blanco.
Confieso que me costó seguir el hilo narrativo. Si al final de la película alguien me pregunta cuéntame qué ha pasado, con lo que yo le hubiera contado se habría hecho un lío con los cordones.
Sin embargo, no me aburrí nada y permanecí fijo en la pantalla las más de 3 horas que duró la película.
Dos cosas me mantuvieron atento.
Una, la magistral descripción de una época, que Tarkovsky borda.
Nos sumerge en el siglo XV ruso, como si estuviéramos allí. Nos muestra de una manera nítida, cruda pero bellísima, las relaciones humanas, sociales, políticas, la vida cotidiana, el ambiente, el entorno…, y las pasiones y las aspiraciones humanas que, más o menos desatadas o contenidas, te das cuenta que vienen a ser las mismas que ahora.
(Sigue)
(Sigo)
El otro imán que me mantuvo quieto en la silla fue la admiración por la perfección técnica.
El ritmo pausado, la intensidad mantenida, la ambientación cuidadísima, la interpretación, los planos secuencia larguísimos, interminables, con movimientos de masas -incluyendo caballos- inverosímiles por su perfecta coordinación, la interpretación y dirección de actores, etc., etc.
Claro, por algo Tarkovsky es Tarkovsky.
Respecto al fondo de la cuestión, al “mensaje”, en general soy poco partidario de interpretaciones sesudas de lo que, en este caso Tarkovsky, nos ha querido decir.
Más bien creo que se trata de escucharnos, cada espectador a sí mismo, tratar de discernir lo que nos ha dicho a cada uno la película.
(Sigue)
(Sigo, parte 3 y última)
Y yo con lo que me quedé fue con una persona, Andrei Rublev, a diferencia de sus colegas e incluso de su maestro, profundo de alma, sensible hacia su entorno, concernido por la realidad que le rodea, por los seres humanos con los que se relaciona o se tropieza, por la brutalidad en las relaciones humanas, sociales y políticas, por la desesperanza generalizada, preguntándose por la trascendencia, desasosegado por el sufrimiento, admirado por el afán de superación, etc.
O sea, un tipo hondo y con altura personal.
Y que su calidad como artista, la belleza y profundidad de sus iconos, no es por su habilidad con la mano, sino por la profundidad de su alma.
Gracias por la atención a quien haya llegado hasta aquí.
(Fine)