Opinión

Se comienza a extender en el entorno del Partido Socialista, en gran parte porque así lo afirman algunos de sus principales dirigentes, que la causa de la estrepitosa y desgraciada derrota del 22-M se debe a “la crisis“ y que lo necesario para superar la situación es que el partido retome de nuevo el ideario y la política socialdemócrata. En mi modesta opinión ni el diagnóstico es certero, ni va a ser fácil que esa pueda ser la medicina adecuada.
La profunda desafección del electorado, e incluso de buena parte de la militancia socialista, hacia el gobierno no la ha provocado la crisis por sí misma sino, por un lado, la forma en que ésta se ha encarado y las respuestas que le ha ido dando y, por otro, la relación que el gobierno y el partido socialista han tenido con los ciudadanos en estos últimos tres años.
A pesar de que muchos altos responsables del partido sabían lo que estaba pasando, el partido socialista se presentó a las elecciones de 2008 como si nada estuviese ocurriendo y el propio presidente se dedicó durante meses a negar la existencia de una crisis que, sin embargo, aparecía como indisimulable para el resto de la ciudadanía, lo que le hizo perder de modo vertiginoso una credibilidad sin la que es muy difícil gobernar con éxito.
Bien por ignorancia o por irresponsabilidad, lo cierto es que se tomaron un buen número de medidas procíclicas, y además muy costosas, que en lugar de tener el efecto con que se justificaban a la población agravaron enseguida el impacto de la crisis y dificultaron la adopción de respuestas acertadas cuando ya se quiso actuar contra ella. A la sensación de continua improvisación se unió así una gran ineficacia que hacía que la gente viera al gobierno como completamente incapaz de resolver lo que se estaba viniendo encima.
Cuando por fin se quiso tomar el toro por los cuernos tampoco se tuvo voluntad ni decisión para actuar contra los factores y los sujetos que habían distorsionado nuestra estructura productiva en los últimos años y por eso, los planes de estímulo y gasto que se pusieron en marcha, aunque evitaron una debacle aún mayor sobre todo en materia de empleo, realmente no hicieron sino fortalecer los rasgos más nefastos del modelo productivo que agudizó la crisis en España: se reforzaron los sectores donde se habían generado los problemas y se renunció de hecho e incluso de derecho a la igualdad como un pilar central de las estrategias socioeconómicas del gobierno.
Sin haber aprovechado el semestre de presidencia europea para guardarse las espaldas, España quedó pronto, en cuanto comenzaron a aparecer los primeros problemas de déficit y emisión de deuda, en manos de los especuladores que no desaprovecharon la ocasión para imponer un cambio radical en la política económica y reformas draconianas que no iban a mejorar la situación sino todo lo contrario, porque debilitarían de nuevo la actividad y la recuperación del empleo que pudiera haber empezado a darse. Sin explicación acertada, la población no pudo sino entender que el gobierno hacía una nueva pirueta de improvisación y que ahora, además, resultaba ya extraordinaria y palpablemente lesiva para sus ingresos y condiciones de vida.
El presidente Zapatero ha pagado muy cara la confianza que depositó desde que llegó al gobierno en sus asesores económicos neoliberales (ver Los economistas de ZP).
Estos, lograron inicialmente que las pretensiones socialdemócratas de algunos de sus ministros (por cierto, excluidos poco a poco del gobierno) cayeron en saco roto: de ser aprobadas, lo fueron siempre con insuficiente presupuesto como consecuencia de los recortes impuestos bien por la Oficina Económica de Presidencia o por Hacienda. Y luego, le proporcionaron escenarios y estrategias frente a la crisis que han resultado ser letales, económica, política y electoralmente hablando.
El gobierno se ha limitado a aplicar día a día los dictados que le iban marcando los economistas fundamentalistas de La Moncloa y más tarde, cuando éstos habían llevado al buque a hacer aguas y se había perdido la autonomía de la voluntad y de la gestión de la crisis, los que comenzaron a imponer “los mercados”. El resultado está a la vista: los poderes económicos, los propios banqueros y los funcionarios europeos a su servicio alaban su gestión y las reformas realizadas pero eso, en lugar de servir para reforzar políticamente al gobierno, a su presidente y al partido que lo mantiene, lo ha llevado a un descomunal desastre electoral.
No parece extraño que pueda ocurrirle eso a un líder y a un partido cuando de pronto comienzan a hablarle en otra lengua a quienes confiaron en ellos y cuando practican justamente lo contrario de lo que le habían ofrecido y prometido en su contrato electoral. Y, sobre todo, cuando eso lo hacen como si nada, o incluso justificando sus nuevos compromisos diciendo que es lo mejor y que con ellos hacen lo que más les conviene.
La gente ha contemplado una auténtica metamorfosis que se ha querido justificar como una adaptación consciente y deseada a la nueva situación pero que nunca pudo disimular que, en realidad, era impuesta y en el fondo indeseable para todos. Y eso tiene su coste.
El problema al que ha dado lugar todo es que una buena parte del electorado socialista debe haberse preguntado qué sentido tiene apoyar a un partido que en el gobierno no sirve para hacer aquello para lo que afirma que sirve. Y que, además, lo que hace fuera de su guión original lo hace mal.
Un partido de izquierdas haciendo políticas de derechas está a mi juicio condenado a fracasar electoralmente por tres razones. Primero, porque es lógico que una parte de su electorado potencial y la población en general tienda a pensar que esas políticas siempre las hará mejor un partido de derechas. Segundo, porque la traición a sí mismo siempre genera desconfianza y desafección. Y tercero porque la política de derechas en su sentido más amplio (desde la que produce empobrecimiento, endeudamiento, exclusión o simplemente hasta debilitamiento de la democracia o una mayor concentración mediática) crea inevitablemente ciudadanía de derechas que a la postre se identifica electoralmente con su representación política más genuina.
En esta delicada situación se dice que lo que tiene que hacer el partido socialista es retomar los principios socialdemócratas pero decía al principio que no es fácil que eso resuelva la situación porque una cosa es asumir esos principios y otra cosa es poder hacer políticas socialdemócratas.
Para llevar estas últimas a cabo, lo que efectivamente daría un vuelco a la situación permitiendo recuperar derechos e ingresos a las clases trabajadoras, fortaleciendo la democracia y generando un equilibrio político diferente, haría falta disponer de apoyo y de fuerza de presión social que es a la que el partido socialista ha renunciado a lo largo de esta última crisis.
Los partidos socialistas han tirado por la borda en los últimos años una buena parte de sus viejos ideales pero no es esa la renuncia más costosa. La peor ha sido la que lleva a preferir soportarse en el liderazgo personal y en el marketing en lugar de hacerlo sobre la militancia y en la sociedad movilizada.
Las políticas socialdemócratas que proporcionaron indudables avances sociales, quizá los más grandes o al menos más sostenidos de los últimos ciento cincuenta años, se pudieron llevar a cabo solo como resultado del equilibrio de fuerzas entre las clases, gracias a la fortaleza de las clases trabajadoras, y no solo porque los partidos socialdemócratas tuvieran líderes muy atractivos.
Por eso, por mucho que se empeñen nuevos líderes del partido socialista en asumir el ideario socialdemócrata (como creo que sinceramente ha deseado siempre José Luis Rodríguez Zapatero) su empeño será inútil, es decir, no podrán traducirlos en políticas socialdemócratas efectivas (como le ha pasado a nuestro presidente), si siguen renunciando a la movilización social y al apoyo de un partido vivo, para limitarse a basar la acción política (como en mi opinión ha hecho ZP) en el discurso agradable, en la atracción mediática y en el poder personal absoluto sobre un partido desmovilizado y desconectado de su sociedad más próxima.
Lo que ocurrió el 22-M no fue solo un incidente electoral. Y el partido socialista puede volver a sufrir derrotas semejantes, o incluso peores, si no cambia de registro político. Para ser un remedo de la derecha basta ésta última pero si desea ofrecerle a su electorado potencial los frutos de las políticas socialdemócratas que marcaron sus momentos de mayor esplendor no basta ya con que lo diga un líder que dé bien en las pantallas. Tendrá que empezar por el principio y lograr que sea su propio electorado el que le pida que las ponga en marcha.
Juan Torres
Ignacio Castro Rey.
Supongo que si La Boétie levantase hoy la cabeza vería confirmada la más divertida de sus previsiones, incluso se sentiría un poco confuso ante esta avalancha de obediencia eufórica. Lo llamativo de esta época no es que la humanidad se sienta segura marcando el paso -fenómeno que más o menos ha ocurrido siempre, pues una sociedad que se precie está para eso-, sino que ahora lo haga con una especie de entrega burbujeante donde cada uno se siente diferente, incluso por fin “él mismo”. Felices de ser un nudo en la red, individuales y al mismo tiempo agregados, cada uno se siente alguien participando con su granito de arena en este consenso multiforme, un poder acéfalo que es de todos y nadie gobierna.
Mejor caricatura de la Voluntad General de Rousseau resulta imposible, por eso hasta nuestros sosos líderes se pasan la vida pidiendo disculpas. No sólo la teoría de la conspiración es falsa y posiblemente ingenua, sino que los pocos rebeldes que consiguen entrar en la cabina de mando de nuestra nave social descubren enseguida que está vacía, que acaban de desactivar el dispositivo de vuelo automático y que entonces han de hacerse cargo del rumbo… y también de la política de entretenimiento. Ya ven, los radicales se convierten pronto en animadores culturales. En efecto, no importa quién mande con tal de que haya control, una oferta que permita la socialización interactiva.
Pocas veces, en suma, hemos tenido la oportunidad de contemplar un espectáculo como el de esta servidumbre radiante, tan uniforme en lo esencial como multicolor en los detalles. Cumples con Hacienda, con la Empresa y el Estado; con el Cambio Climático, la Información y las Minorías. Y además, durante el resto del día tienes la posibilidad de elegir cien veces en alternativas tipo: ¿azúcar o sacarina, homosexual o heterosexual, Segunda cadena o Sexta? El menú de materias opcionales es tan amplio que casi tapa el hecho de que lo realmente obligatorio es atender en cada minuto a la carta social. Eres un empleado de la sociedad del conocimiento, de un programa incansable que te obliga a definirte, participar, ser feliz, tener salud y expresar además tu opinión.
Nativo digital, demócrata de toda la vida, ilustrado para siempre. Un poco laminado, el esencialismo sigue funcionando. De la “puntuación sin texto” para el régimen de la verdad hemos pasado al texto sin puntuación para el régimen del saber, un texto continuo y podado de puntos y comas para así ser más fluido. Lo importante es que haya cobertura, a ser posible pegada al cuerpo.
Es normal que cada cual busque un árbol al que arrimarse. Los amos pueden proteger y amparar; a veces incluso tapan nuestra responsabilidad y cosas peores. Sin embargo, lo característico del poder social hoy triunfante es que es ventrílocuo, pues habla a través de ti. Puede incluso confundirse con tu deseo, ser “fan” de ti. No es casual que la flexibilidad sea el valor más preciado; tampoco lo es que la servidumbre se parezca cada vez más al surf y que los deportes asimismo se hagan más deslizantes, más aéreos. Hasta el fútbol debe fundir la geometría de la estrategia con la velocidad y el estilo personales de cada jugador.
En cierto modo, todos somos “estrellas”, aunque a veces en busca de equipo y de firmamento. Y no olvidemos que la popularidad es una de las formas más geniales de escapar del miedo a vivir. Mientras lideras a los otros, su admiración te aparta las sombras de tu existencia. Estamos en realidad protegidos por esta rivalidad interminable que se expresa en los concursos y las series televisivas más idiotas.
Si te deprimes en esta servidumbre algodonosa, siempre tienes las imágenes de Japón o Libia para volver a una relativa satisfacción. En el peor de los casos, África es el “anti piso-muestra” que nos permite a todos reconciliarnos otra vez con una crisis perpetua en la que todo puede ir a peor.
Así pues, se indigna uno como hay que indignarse, se ríe uno de lo que hay que reírse, se es tolerante y hasta solidario con lo que hay que serlo, toda esa cohorte de víctimas elegidas que están ahí para confirman que, después de todo, no nos va tan mal. El deseo de desaparecer, como atrasada existencia mortal que pesa, es posiblemente lo que está detrás de esta personificación de masa, de este narcisismo de masas.
Somos libres, pero todos vamos al mismo sitio y leemos las mismas novelas. Mientras cuatro calles de Toledo están atestadas de americanos y japoneses, basta que des cien pasos a un lado para que te encuentres más solo que la una. Es muy posible que la famosa “rebelión de las masas”, diagnosticada hace casi cien años, siempre haya sido esta protección masiva de la uniformidad, una equivalencia mundial retocada con alternativas en las elecciones secundarias del consumo, política incluida.
Se debe insistir en que el beneficio subjetivo, el resorte auténticamente biopolítico de este mecanismo “complejo”, que hace reciclable casi cualquier accidente de la máquina, es muy simple. Con el consenso de este feudalismo disperso la vida de cada uno transita y nadie -al menos teóricamente- se enfrenta en solitario a las sombras. De definición en definición, de marca en marca, de evaluación en evaluación, las luces cegadoras de la ciudad apartan casi todos los espectros. Los pocos momentos de silencio tienen música ambiental, imágenes de entretenimiento o medicación a la carta.
Cada sujeto deja de ser único en la relación con la muerte y se esfuma en la circulación acelerada de la equivalencia. En esta sociedad de servicios, la misma velocidad de la servidumbre impide hacerse preguntas. El movimiento continuo es el de la obediencia y ésta retroalimenta el movimiento, de tal manera que nadie se siente más víctima que otro. Juntos, apretados, no se nota el vacío. Es la ventaja de la moda y sus cien nichos zoológicos. Si no te conformas con Shakira tienes ídolos turbios de culto, de modo que siempre puedes respirar en grupo. Y puesto que entre Almodóvar y los hermanos Cohen median abismos, cada uno se siente protegido en la definición de sus logos.
El exceso del otro concentra mientras tanto la irregularidad que debemos eliminar todavía en nosotros mismos. El odio apenas disimulado hacia todo lo que queda fuera del panóptico de las normas -los musulmanes, los hispanos, los eslavos, los chinos- se atenúa en el estatuto hipócrita del mundo exótico que necesitan los derechos humanos, el turismo y el sexo, todos aquellos humanos que hay que tolerar como parte del atraso exterior a la democracia.
En esta superficie diáfana del público cautivo, a veces también cautivado, es casi obligado que la verdad advenga como “un ladrón que entra de noche por la ventana”. Pero el género de terror -en primer lugar, los telediarios- se encarga de reciclar el miedo, concentrándolo en los parias de la tierra. La información exorciza a diario el malestar, todo lo que tememos que ha quedado fuera y algún día podría volver.
Mucho después de que hayan remitido las sublevaciones políticas de Oriente Medio, seguirán dejándose sentir en muchos retos subyacentes que no aparecen hoy en las noticias. Entre ellos sobresalen el rápido aumento de la población, la escasez cada vez más extendida de agua y una creciente inseguridad alimentaria.
En algunos países, la producción de cereal se está reduciendo conforme se vacían los acuíferos, zonas rocosas de agua subterránea. Después del embargo petrolífero árabe de los años 70, los saudíes se dieron cuenta de que, puesto que eran enormemente dependientes de la importación de cereal, eran vulnerables a un contraembargo cerealero. Utilizando la tecnología de perforación petrolífera, dieron con un acuífero bastante profundo en el desierto con el que producir trigo mediante regadío. En cuestión de pocos años, Arabia Saudí se volvió autosuficiente en lo tocante a su régimen alimenticio básico.
Pero tras más de veinte años de autosuficiencia de trigo, los saudíes anunciaron en enero de 2008 que este acuífero se encontraba en buena medida agotado y que se abandonaría gradualmente la producción de trigo. Entre 2007 y 2010, la cosecha de casi 3 millones de toneladas cayó en más de dos tercios. A este ritmo los saudíes podrían recoger su última cosecha de trigo en 2012 y acabar dependiendo del cereal importado para alimentar a su población de casi 30 millones de personas.
El abandono inusualmente rápido de la agricultura del trigo en Arabia Saudí se debe a dos factores. En primer lugar, en este árido país existe poca agricultura que no sea de regadío. En segundo lugar, el regadío depende casi por competo de un acuífero fósil, que, a diferencia de la mayoría de acuíferos, no se realimenta de forma natural del caudal de lluvia. Y el agua marina desalada que el país utiliza para aprovisionar a las ciudades es demasiado costosa para su uso en regadío, hasta para los saudíes.
La reciente inseguridad alimentaria de Arabia Saudí le ha llevado a comprar y arrendar tierras en diversos países, entre los que se encuentran dos de los más hambrientos, Etiopía y Sudán. En efecto, los saudíes están planeando producir alimentos por si mismos con los recursos de la tierra y el agua de otros países para incrementar unas importaciones que crecen cada vez más rápidamente.
En el vecino Yemen, los acuíferos que pueden realimentarse se están bombeando por encima de su tasa de reposición y los acuíferos fósiles más profundos se están agotando rápidamente. Los índices hídricos de Yemen están descendiendo en cerca de dos metros por año. En la capital, Sana’a – hogar de dos millones de personas – se dispone de agua corriente sólo una vez cada cuatro días. En Taiz, una ciudad más pequeña situada al sur, es una vez cada 20 días.
Yemen, con una de las poblaciones del mundo que crece a mayor velocidad, se está convirtiendo en un caso perdido hidrológicamente hablando. Al caer los índices hídricos, la cosecha cerealera se ha reducido en un tercio en los últimos cuarenta años, mientras que la demanda ha seguido aumentando de manera regular. Como resultado, los yemeníes importan más del 80% de su cereal. Mientras desciende su magra exportación petrolífera, sin ninguna industria que merezca ese nombre y con casi el 60% de su población infantil físicamente atrofiada y crónicamente malnutrida, este país, el más pobre de los árabes se enfrenta a un futuro sombrío y potencialmente turbulento.
El resultado probable del agotamiento de los acuíferos de Yemen – que llevará a una mayor contracción de su cosecha y extenderá el hambre y la sed – es el colapso social. Siendo ya un estado fallido, puede volver a convertirse en un grupo de feudos tribales que guerreen por los escasos recursos hídricos que queden. Los conflictos internos de Yemen podrían extenderse por su dilatada frontera sin vigilancia con Arabia Saudí.
Siria e Irak – los otros dos países populosos de la región – también tienen problemas con el agua. Algunos provienen del caudal reducido de los ríos Eufrates y Tigris, de los que dependen para el agua de regadío. Turquía, que controla la cabecera de ambo ríos, está inmersa en un programa masivo de construcción de embalses que está reduciendo el caudal río abajo. Aunque los tres países forman parte de un programa para compartir el agua, los planes de Turquía de ampliar la generación de energía hidroeléctrica y sus zonas de regadío se están cumpliendo a expensas en parte de sus dos vecinos corriente abajo.
Dado el incierto futuro de los suministros hídricos fluviales, los agricultores de Siria e Irak están perforando más pozos para el regadío, lo cual está llevando a un exceso de bombeo en ambos países. La cosecha cerealera de Siria ha caído una quinta parte desde que alcanzó un máximo aproximado de 7 millones de toneladas en 2001. En Irak, la cosecha cerealera ha bajado una cuarta parte desde que llegó a un máximo de 4,5 millones de toneladas en 2002.
Jordania, con seis millones de personas, está al límite agrícolamente hablando. Hace unos cuarenta años, más o menos, producía más de 300.000 toneladas de cereal por año. Hoy produce sólo 60.000 toneladas y debe por tanto importar más del 90% de su cereal. Sólo el Líbano ha logrado evitar el descenso de la produción cerealera.
Así pues, en el Oriente Medio árabe, donde la población crece rápidamente, el mundo está asistiendo a la primera colisión entre crecimiento demográfico y suministro de agua a escala regional. Por primera vez en la historia, la producción cerealera está disminuyendo en una región en la que no se ve nada en el horizonte que detenga ese descenso. Debido al fracaso de los gobiernos en conjugar las medidas políticas relativas a población y agua, cada día que pasa deja 10.000 personas más que alimentar y menos agua de regadío con la que alimentarlos.
Lester R Brown es presidente del Earth Policy Institute y autor de Plan B 3.0: Mobilizing to Save Civilization

Las consecuencias del terremoto de Japón -especialmente la actual crisis en la central nuclear de Fukushima- traen recuerdos sombríos para los observadores de la crisis financiera estadounidense que precipitó la Gran Recesión. Ambos acontecimientos ofrecen duras lecciones sobre los riesgos y sobre lo mal que pueden manejarlos los mercados y las sociedades.
Naturalmente, en cierto sentido no hay comparación entre la tragedia provocada por el terremoto -que ha dejado más de 25.000 personas muertas o desaparecidas- y la crisis financiera, a la que no se puede atribuir un sufrimiento físico tan agudo. Pero cuando se trata de la fusión del reactor nuclear en Fukushima, los dos acontecimientos tienen algo en común.
Los expertos tanto de la industria nuclear como de las finanzas nos aseguraron que la nueva tecnología había eliminado prácticamente el riesgo de una catástrofe. Los hechos demostraron que estaban equivocados: no solo existían los riesgos, sino que sus consecuencias fueron tan grandes que eliminaron fácilmente todos los supuestos beneficios de los sistemas que los líderes de la industria promovían.
Antes de la Gran Recesión, los gurús económicos de EE UU -desde el presidente de la Reserva Federal hasta los gigantes de las finanzas- se jactaban de que habíamos aprendido a dominar los riesgos. Mediante instrumentos financieros innovadores, como los derivados y los credit default swaps (seguros contra el impago de la deuda), se había logrado distribuir el riesgo en toda la economía. Ahora sabemos que no solo engañaron al resto de la sociedad, sino que incluso se engañaron a ellos mismos.
Resultó que estos magos de las finanzas no entendieron las complejidades del riesgo, por no hablar de los peligros que plantean las «distribuciones de cola ancha», un término estadístico que se refiere a situaciones raras que tienen consecuencias enormes, y a las que a veces se llama «cisnes negros». Eventos que supuestamente suceden una vez en un siglo -o incluso una vez en la vida del universo- parecían ocurrir cada diez años. Peor aún, no solo se subestimó enormemente la frecuencia de estos acontecimientos, sino también el daño desmesurado que causarían -más o menos como las fusiones que siguen agobiando a la industria nuclear.
Las investigaciones económicas y psicológicas nos ayudan a entender por qué gestionamos tan mal estos riesgos. Tenemos pocas bases empíricas para juzgar los acontecimientos raros, por lo que es difícil hacer cálculos precisos. En tales circunstancias, no solo empezamos a pensar lo que queremos, sino que puede ser que tengamos pocos incentivos para pensar en absoluto. Por el contrario, cuando los demás cargan con los costes de los errores, los incentivos favorecen el autoengaño. Un sistema que socializa las pérdidas y privatiza las ganancias está condenado a gestionar mal el riesgo.
En efecto, todo el sector financiero estaba plagado de problemas con las agencias y las externalidades. Las agencias de calificación tenían incentivos para dar buenas calificaciones a los títulos de alto riesgo que producían los bancos de inversión que les pagaban. Los creadores de las hipotecas no cargaban con las consecuencias de su irresponsabilidad, e incluso quienes se dedicaron a dar préstamos abusivos o crearon y comercializaron valores diseñados para perder, lo hicieron de manera que quedaron protegidos de acusaciones civiles y penales.
Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿están a punto de aparecer otros «cisnes negros»? Desafortunadamente, es probable que algunos de los riesgos realmente grandes a los que nos enfrentamos hoy día ni siquiera sean eventos raros. Lo bueno es que esos riesgos se pueden controlar con poco o ningún coste. Lo malo es que hay una fuerte oposición política para hacerlo, porque hay personas que se benefician del statu quo.
En los últimos años hemos visto dos de los grandes riesgos, pero hemos hecho poco para controlarlos. Según algunas personas, la forma en que se manejó la última crisis puede haber aumentado el riesgo de un colapso financiero en el futuro.
Los bancos demasiado grandes para quebrar y los mercados en los que participan saben ahora que pueden esperar rescates si tienen problemas. Como resultado de este riesgo moral, esos bancos pueden pedir créditos en condiciones favorables, lo que les da una ventaja competitiva que no se basa en un rendimiento superior, sino en la fuerza política. Si bien se han frenado algunos de los excesos que se cometían al asumir riesgos, los préstamos abusivos y las operaciones no reguladas de oscuros derivados extrabursátiles continúan. Las estructuras de incentivos que fomentan la toma de riesgos excesivos se mantienen prácticamente sin ningún cambio.
De la misma forma, mientras que Alemania ha cerrado sus reactores nucleares más viejos, en EE UU y otros lugares incluso las plantas que tienen los mismos defectos de diseño que la de Fukushima siguen operando. La existencia misma de la industria nuclear depende de subsidios públicos ocultos -los costes que paga la sociedad en caso de desastres nucleares, así como los costes de la eliminación de los residuos radiactivos que aún no se aborda-. ¡Viva el capitalismo sin restricciones!
Para el planeta hay un riesgo adicional que, al igual que los otros dos, es casi una certeza: el calentamiento global y el cambio climático. Si hubiera otros planetas a los que pudiéramos irnos a bajo coste en el caso de que ocurriera el resultado casi seguro que prevén los científicos, se podría argumentar que se trata de un riesgo que vale la pena tomar. Pero no los hay, por lo que no lo es.
Los costes de reducir las emisiones palidecen en comparación con los posibles riesgos a que se enfrenta el mundo. Y eso se aplica incluso si descartamos la opción nuclear (cuyos costes siempre se subestimaron). Ciertamente, las industrias del carbón y del petróleo resultarían perjudicadas, y obviamente los países que son los grandes contaminadores -como EE UU- pagarían un precio más alto que los que tienen un estilo de vida menos derrochador.
A fin de cuentas, quienes apuestan en Las Vegas pierden más de lo que ganan. Como sociedad, estamos apostando -con nuestros grandes bancos, con nuestras instalaciones de energía nuclear, con nuestro planeta-. Al igual que en Las Vegas, los pocos afortunados -los banqueros que ponen en peligro nuestra economía y los propietarios de las empresas de energía que ponen en riesgo nuestro planeta- pueden ganar mucho dinero. Pero en promedio, y casi con seguridad, nosotros como sociedad, al igual que todos los jugadores, vamos a perder.
Por desgracia, esa es una lección que se desprende del desastre de Japón que seguimos ignorando por nuestra cuenta y riesgo.
Joseph E. Stiglitz es catedrático de la Universidad de Columbia y ha sido galardonado con el Premio Nobel de Economía. Traducción de Kena Nequiz
EL AMANUENSE
Relato del 4/03/11 = Dos, el Padre engendra al hijo, pero aún no alcanza la trinidad, es una dualidad desdoblada, como el que se inventa a si mismo.
Título: Tras el cristal.
Va por ti: Alicia, cercano ya tu ciclo anual.
1.- Esto es lo que da la convocatoria.
Como consecuencia del éxito de la película Pa negre en los Goya, ponemos la Obra de culto del director español Agustí Villaronga. Narra la historia de Klaus (Günter Meisner), un médico que en la II Guerra Mundial realizó experimentos con los niños judíos recluidos en los campos de concentración nazis. Lleno de maldad, disfrutaba viéndolos morir tras inyectarles unas gotas de gasolina en el corazón con una jeringuilla. En realidad, sentía una mezcla de atracción hacia los niños – pedofilia – y unas ansias de jugar a ser Dios.
Los experimentos con jovencitos imberbes se ven interrumpidos cuando, por accidente, Klaus cae de lo alto de la torre de su casa. No muere, pero queda paralítico y además se ve afectado su sistema respiratorio. Así que para respirar, necesita un pulmón de acero, que es una máquina que le ayuda a respirar. Es casi como un ataúd en el que está continuamente. Día a día, le ayuda su mujer Griselda (Marisa Paredes) y su hija Rena (Gisela Echevarría). Los tres viven en una gran mansión en el campo, y sólo tienen contacto con el exterior gracias a la Jornalera (Inma Colomer), que les hace la compra y les cocina.
Griselda, que desconoce la anterior vida de su marido, está realmente harta de cuidar de él, ya que ha tenido que renunciar a su propia vida. Así que decide contratar a una enfermera para que la ayude. Pero se presenta Angelo (David Sust), un guapo jovenzuelo que dice ser enfermero.
En la publicidad se decía lo siguiente: «EL IMPERIO DE LOS SENTIDOS SE QUEDA CASI EN UN ASUNTO DE BEBÉS COMPARADO CON ESTA PELICULA»
2.- Y esto es lo que da el resumen del debate. El relato.
Ruego encarecidamente, querido coordinador, una disculpa al retraso; pero hasta el mismo viernes (11/03/11) no se me han cuajado las meninges. Y fue posible gracias a la Providencia, sí; por eso sabemos que existe; y hemos de elevar nuestros ojos, agradecidos, a los cielos.
En la noche de ese día –once- (fíjate que su valor es dos, igual que la reducción a la unidad del día de proyección) se reunieron, sin ese propósito, ocho quídam (expresión de infinito), y, como por azar, surgió el debate sobre la película, cuyo comentario se hacía preciso.
Y el asunto fue más que lo que le pasó a Sabina, pues nos dieron no sólo la una, y las dos y las tres y hasta las doce de hoy mismo seguimos. Pero resultando excesivo la reproducción total, que luego genera muchas críticas, procede reflejar un breve y conciso resumen, siempre con el riesgo de saltarse lo más sustancioso, lo que dará oportunidad (abierta siempre) a otras intervenciones.
Quídam 1º: Hace un resumen de la cinta, de su dureza y violencia física y moral y sostiene:
“Cuando un director elige un tema como ese y además se abstiene de criticarlo o plantearlo como una condena moral, como un ejemplo para que se sepa que hay transgresiones que no deben superarse es que participa en una u otra forma con la aceptación o disfruta con ese tipo de violencia, no estando muy equilibrado como persona”.
Quídam 2º: “Sin duda participo de tu idea, a mí también me parece enfermizo que alguien se sienta bien no condenando o plantando un dura crítica acerva a una cuestión como la violencia gratuita e infligir un daño que además envilece a quien lo sufre. Es una forma de disfrutar sin someterse a la condena moral del resto.”
Quídam 3º: “Totalmente en contra, ya somos todos mayores y no es preciso que a mí me muestren y me digan lo que es aceptable o no; ya sabré yo distinguirlo. Más aún, cualquier limitación o indicación o condicionante o prohibición resulta ser una limitación a la libertad creadora del arte. El arte no puede reprimirse ni condicionarse, porque constituye una transgresión a la libertad personal. Y a la libertad creadora, necesaria para trasladar algo que de otra forma no podría conocer y prefiero que sea a través de arte que de la realidad, pues ello me obligaría a actuar o a rebelarme”.
Quídam 4º: “No cualquier cosa que esté relacionada con las artes puede merecer el calificativo de tal; y así como hay pintura que resulta una broma escatológica, hay cine que constituye un abuso de la transgresión moral; o al menos una crisis moral personal de algún espectador. La violencia infligida al ser humano como decís que ocurre en esta película no tiene justificación para ser expuesta y menos si no es para expresar el más firme de los rechazos. Lo otro es aceptarlo y probablemente potenciarlo, lo que no se rechaza se propaganda”.
Quídam 5º: “En el arte todo está permitido y no es bueno que nos consideren niños y faltos de criterio, y siempre es preferible a la realidad”.
Quídam 6º: “Pero como se sabe que está trasladando una realidad, nadie la ha visto y lo que resulta evidente que el film se sustenta en una ficción, pues no es real lo que en él se muestra, o sí? El caso es que siendo ficción recrearla para exponerla sin límites éticos, constituye un proselitismo, y en su caso una degeneración”.
Quídam 7º: “Si además de caber dudas sobre lo que es arte, (que hay mucha (discúlpese el término) cagada adorada por enjambres de moscas) se añade que al socaire se platea cualquier transgresión, o toda, de la ética y moral, ha de rechazarse. Porque en todo caso el arte no puede constituir una excepción a los parámetros de comportamiento humano”.
Quídam 8º: “Exacto, muy bien dicho, si al arte (de alcanzar la categoría) se le permite aunque de forma extraordinaria la transgresión, se está justificando cualquier transgresión en cualquier ámbito; por qué no podríamos matar porque resultara artístico el rictus de dolor o la combinación ‘carpachiana’ del rojo de la sangre vertida, con el amarillo lánguido y lívido del rostro del espectador, contemplador en directo.
Lo han dicho muchos, pero lo expreso como nadie Castelio: “Matar bajo el argumento de defender una idea es sólo un asesinato”. Y cabría añadir tal vez más impío que dar muerte bajo otro presupuesto.
Y el hombre no puede prescindir de su concepción equilibrada del universo ni siquiera ante lo que pudiere un concepto elevado como el del arte. Si la defensa de una idea, se supone que superadora y mejoradora de las relaciones sociales, no justifica una muerte: ¿cómo podremos concedérselo al arte?. Si este lo intenta ha de dejado de serlo además de la repugnancia que provoque.