En esta historia, no hay duda de quién empezó la guerra: fue Rusia, no Ucrania. Eso es un hecho. Pero lo que pase de aquí en adelante ya no depende únicamente de Putin o de Zelensky, sino de quienes han estado financiando la resistencia ucraniana. Es decir, de Europa, Estados Unidos y el resto de aliados.
Putin, por su parte, ya sacó algunas ganancias y, en este momento, está más que dispuesto a sentarse a negociar. Eso sí, con condiciones claras: Ucrania tiene que aceptar que hay territorios que no van a volver y, de paso, firmar un acuerdo que garantice que Rusia no se sentirá amenazada. No es justo, pero es lo que hay.
Trump, como siempre, entró a escena sin filtros ni diplomacia. En su estilo habitual, dejó claro que Estados Unidos no va a seguir pagando la fiesta indefinidamente, y que si Ucrania quiere seguir contando con el apoyo estadounidense, tiene que demostrar voluntad real de negociar. En privado, y en la última semana no tan privado, Trump prácticamente le dió una orden clara a Zelensky: o se sienta a negociar o Estados Unidos se retira.
Putin, viendo esto, se frota las manos. Desde Moscú insisten en que están listos para un acuerdo de paz, siempre y cuando Ucrania acepte las nuevas realidades territoriales. Putin no tiene prisa. Si Occidente se divide y el apoyo a Ucrania se desgasta, mejor para él. Su estrategia es clara: mostrar que la paz es posible, pero solo si Ucrania deja de resistir.
Zelensky, por supuesto, está en una posición imposible. Es el líder de un país invadido, destruido en buena parte, con miles de muertos y millones de desplazados. Es el símbolo de la resistencia y ha ganado respeto y admiración en todo el mundo. Pero ahora, sus propios aliados le están sugiriendo , algunos de forma más sutil que otros, que quizá es momento de replantearse cómo y hasta dónde seguir luchando.
Europa no puede escapar de esta presión. Aunque públicamente sigue reafirmando su apoyo a Ucrania y su compromiso con la seguridad europea, la realidad es que la mayoría de los gobiernos europeos no quieren prolongar indefinidamente un conflicto que afecta directamente sus economías y su estabilidad política. No es sostenible seguir aumentando los presupuestos de defensa, comprando gas a precios exorbitantes y gestionando las tensiones internas derivadas de la inflación y la crisis energética. Tarde o temprano, Europa también quiere una salida negociada, aunque no lo diga tan abiertamente como Trump.
En este escenario, Zelensky es la víctima de una agresión brutal, pero también el líder de un país cuya supervivencia depende, en gran parte, de las decisiones de sus aliados. Puede tener toda la voluntad y el coraje del mundo para seguir resistiendo, pero si el apoyo externo comienza a flaquear, no hay heroísmo que pueda sostener una guerra de esta magnitud indefinidamente.
Aquí es donde la cruda realidad se impone: aunque Ucrania merece justicia, reconstrucción y seguridad, puede que el costo de seguir peleando sea mayor que el de aceptar un acuerdo imperfecto. No es una elección justa, ni honorable, ni satisfactoria. Pero es la que se está poniendo sobre la mesa, y es la que Zelensky tendrá que considerar muy seriamente.
Europa, Ucrania y Estados Unidos están llegando a un punto en el que deben decidir si siguen apostando por una victoria total, cada vez más improbable, o si buscan una paz negociada que, aunque dolorosa e injusta, permita al menos salvar vidas y preservar la existencia de Ucrania como Estado independiente.
En el fondo, todo esto se reduce a una dinámica incómoda pero inevitable: Ucrania y Europa tienen que adaptarse al rumbo que decida Estados Unidos, y hoy, ese rumbo lo marca Donald Trump. Si Trump dice que es momento de negociar, Europa y Ucrania pueden gritar, patalear o protestar, pero al final tendrán que ajustar el paso. Así funciona el equilibrio de poder, y así se define el destino de las naciones más pequeñas en conflictos donde los gigantes deciden cuándo empieza y cuándo termina la música.
Zelensky y Ucrania no merecen este final, pero puede que no tengan otra opción. Y la paz, por amarga que sea, puede terminar siendo el único camino viable, si los aliados deciden que ya han hecho suficiente.
El guion es del propio director conjuntamente con Marc Abdelnour. Este filme narra el entorno de la novelista Violette Leduc (1907-1972) y su relación con Simone de Beauvoir que terminará marcando el rumbo literario de aquella. Claro está que, una vez consultado, hay varias distancias entre la realidad y lo narrado en el filme, pero esto es un derecho del director-guionista con tal de que logre hacer una buena película. Debo señalar que la cinta tiene muchos méritos estéticos, como el vestuario, un buen manejo de cámaras que se evidencia en los espacios cerrados, una acertada banda sonora, una actriz principal poderosa (aunque en ciertos momentos, la actriz que interpreta a Simone, por su juventud difícil de ocultar, no logra asimilar a la gran ensayista francesa en su madurez). Frente a la trama, considero que la mirada que nos ofrece, algo superficial y distante, ayuda a tener una noción general de Violette y las luchas feministas de su momento, sin caer en el cine-político ni mucho menos en el cine-género. Resalto, para reflexiones del espectador, el valor que es homenajeado en la película: la amistad agónica, aquella que se construye reconociendo los ires y venires de las personas, esto es, cimentadas sobre una filia no utópica sino humana. Simone pasa no como una Mecenas de Violette, cosa que implicaría relaciones de poder a la que ambas deseaban escapar, sino por una amistad construida en la entrega total y el desapego necesario. Es por ello que consideré, en su momento, que si bien las escenas giran alrededor de una Violette angustiada y con problemas de autoestima, la historia realmente tiene su centro es en Simone. Así las cosas, la recomiendo al espectador que exige un buen cine frente a sí.
«Resalto, para reflexiones del espectador, el valor que es homenajeado en la película: la amistad agónica, aquella que se construye reconociendo los ires y venires de las personas, esto es, cimentadas sobre una filia no utópica sino humana. Simone pasa no como una Mecenas de Violette, cosa que implicaría relaciones de poder a la que ambas deseaban escapar, sino por una amistad construida en la entrega total y el desapego necesario».
La biografía de Violette Leduc no puede tener tintes más dramáticos pero a la vez pese a que no fueron sus objetivos, estar cargada de aire fresco para las feministas de los años 60.
Está muy conseguido el ambiente pobre, marginal, de la Francia de la guerra y la de la postguerra. Una Francia sin ningún atisbo de grandeur, oscura, lúgubre donde sobrevive Violette que ha tenido que como muchos franceses dedicarse al mercado negro. El apoyo de la escritora del Segundo Sexo, Simone de Beauvoir resulta muy interesante como contenido. Sólo les une la escritura. Violette es atormentada, un tanto desequilibrada, impulsiva, sin formación, sin embargo la iniciadora del feminismo francés de los 50 es disciplinada, culta, templada de ánimos. Sin embargo les une la escritura y esta tensión entre ellas está bien descrita. El feminismo de Violette sin ella saberlo es lo que atrae a la laureada escritora. Preocupada por la presencia de las mujeres en la vida pública en todas sus manifestaciones la amadrinará porque confía en su valía. Los temas prohibidos como el aborto, la vida sexual de las mujeres contada por ellas mismas, la bisexualidad encontrará espacio en la escritura de Violette y ésta además de encontrar un espacio de expresión para su vida atormentada le hará conectar con tantas mujeres de los años 60 que deseaban oír su problemática contada por una de ellas.
El tema de la autoestima, la falta de amor, el anhelo por sentir a hombres o mujeres, de recibir cariño estará presente toda su vida como una carencia que le determina como persona.
La tensión se consigue en toda la película, en algunos puntos, la descripción de la marginalidad de su vida nos lleva al momento histórico, en otros nos atrae la relación con su “madrina”, en otros la relación con escritores como Jean Genet, con su madre. Por lo tanto muy atractiva para ver y demuestra que se pueden hacer muy buenas películas basadas en la Literatura.
El director franco-georgiano Otar Iosseliani (Les Favoris de la Lune) esboza una tenue esperanza de vida en un mundo contemporáneo plagado de nihilismo y rendición. Su personaje principal, Vincent (Jacques Bidou) tira su insípida vida por la borda para ir a conocer Venecia y montar camellos en algún otro lugar exótico. En el marco de esta triste premisa (porque Vincent después de todo tiene que regresar) Iosseliani desarrolla está simpática comedia francesa con un humor basado en el espacio y la circunstancia, más que en chistes sosos y gastados.
FICUNAM( festival de cine independiente nacional e internacional de corte autoral que se realiza en la Ciudad de México). eligió esta comedia del 2002 como parte de su oferta y se puede considerar como un ligero homenaje de Iosseliani hacia Jacques Tati y su desdén por el mundo moderno. Vincent se despierta todos los días a las seis de la mañana, se baña si toca ese día (ya saben como es en el Viejo Mundo), calza sus “crocs” de la puerta al carro donde los deja en la tierra y toma el camión hacia el trabajo donde al final disfruta un cigarro por veinte segundos en lo que llega a la puerta de la fábrica.
Una vez dentro de la fábrica es ruido, polvo químico y reglas. En un momento “chaplinesco”, Vincent utiliza sus habilidades de soldador para regalarle una rosa de metal a una compañera; nos podemos suponer, de los contadísimos momentos agradables en ese lugar. La vida en casa después de las cinco de la tarde tampoco es mucho mejor; con una esposa que hostiga y unos hijos que ignoran, Vincent lo único que quiere es relajarse y pintar, pero batalla en encontrar más de cinco minutos para complacerse.
Cierto día, antes de apagar su cigarro y entrar a la fábrica, Vincent decide acabárselo y no entrar. A pesar del irónico comentario general de que la vida después de los cuarenta apesta, el tono casual y relajado de Iosseliani hace más por divertirlo a uno que por deprimirlo; un ecléctico reparto de habitantes del pintoresco pueblito francés también añade al regocijo que se puede encontrar en esta comedia circunstancial.
Son tantos los personajes y situaciones en Lundi Matin que hay amplio uso de mise en scène; sucesos distintos ocurriendo dentro del mismo cuadro, o una escena termina mientras la otra empieza dentro de la misma toma; Iosseliani atiza correctamente con un guión fresco y dinámico que aligera la carga de los 122 minutos de proyección.
El director de ochenta años (setenta en aquel entonces) se presenta en un cameo como un reducido aristócrata italiano afanoso en sostener su fachada de realeza con alfileres; un comentario triste considerando que el director nunca ha alcanzado el reconocimiento internacional que se merece…nadie escapa sus mordaces parodias.
Al finalizar ayer la proyección de la película: “Adieu, plancher des vaches” todos nos quedamos agarrados a la silla. Otar siempre nos sorprende por su humor subversivo. Hacer una película sobre el sentimiento de insatisfacción de una familia burguesa y su descontento, se apodera de nosotros, los que habitamos en la conformidad, en la tierra firme. Desde que nacemos se nos obliga, dice Otar, a vivir dentro de un cascarón, es difícil encontrar otro espacio, otra vida. Hay un viejo proverbio que dice “siempre mejor en otra parte”. La película que vimos sumerge a sus personajes en una sociedad donde los sueños son inexistentes, y la nota dominante es el miedo al porvenir, al mañana. No estamos dispuestos a soportar que un chaval que vive en un entorno privilegiado de el salto a el mundo de los mendigos, y tampoco que el rico encerrado en su jaula, se cruce con un vagabundo que lo ha perdido todo y nazca una amistad y ternura entre ellos, que partan en barca cantando “Adiós tierra firme”
Otar Iosseliani, que murió el pasado diciembre, muy reconocido en festivales y cinéfilos, tiene mas de veinte películas a sus espaldas, es capaz de disfrazar al rico de pobre y al pobre de rico para pasearse por la sociedad donde está excluido. Dice Otar en el libro que editó la “Euskadiko Filmategia” que él hace películas para personas afines, que no se pueden escribir cartas a desconocidos, y que sus pelis son un regalo, pero para que el regalo llegue a su destino tiene que pasar necesariamente por la mano de los mercaderes y eso le asquea. Nosotros desde el colectivo te damos las gracias por poder ver a una empresaria celebrar sus triunfos en fiestas presididas un pájaro extraño. ¿alguien da más? Me resulta imposible hacer «gran cine», me asquea. Por eso mis películas preferidas son las de Barnet, De Sica, Vigo, Clair. No podría hacer «Lo que el viento se llevó» pero podría hacer «Y la nave va». Hemos puesto de todos menos Barnet. ¿os apetece Barnet? Por cierto, «E la nave va» es es una película satírica italiana de 1983 del director de cine Federico Fellini sobre el mundo de la ópera y las luchas de poder a principios de siglo XX con guion del mismo Fellini y Tonino Guerra , y textos líricos de Andrea Zanzoto Me lo apunto para hacer el ciclo «opera y cine»
No podre asistir a la proyección de próximo jueves pues tengo que hacer promoción de mi libro en Orcasitas, donde a buen seguro entenderán que los lunes por la mañana son muy duros para la clase trabajadora.