
El 29 de diciembre se cumplió el 25 aniversario de la muerte del cineasta Andréi Tarkovski, fallecido cuando tenía 54 años de edad tras finalizar el rodaje de Sacrificio. Ganó en el 1962 para la URSS el León de Oro del Festival de Venecia con la película La Infancia de Iván, pero, a pesar del éxito y del deshielo de Jruschov, no consiguió que su nueva película sobre el monje Rublev fuera estrenada de inmediato, comenzando a verterse acusaciones inimaginables, muchas de las cuales han sido reflejadas en sus diarios, que comenzó a escribir en aquella época y que han visto la luz en castellano con el título de Martirologio, este año en la editorial Sígueme.
Durante el pasado año el Colectivo Rousseau proyectó en la sala Juan Negrín, hoy desaparecida, su exigua filmografía, que no dejó a nadie indiferente, pues sus películas son el testimonio de un verdadero humanista que necesitaba comprender el enigma de su existencia .Para los aficionados al cine, su libro Esculpir el tiempo es un verdadero tratado sobre la luz, que nos quiere convencer de que con la ayuda del cine se pueden tratar las cuestiones más complejas del presente a un nivel que durante siglos ha sido propio de la literatura, la música o la pintura.
Estamos a la espera de tener un espacio para proyectar. Sabemos que en la Sierra hay público para una cineteca de cine de autor y que muchos aborrecen los galpones para ganado familiar de fin de semana, junto a los abrevaderos de consumos de masas, donde las palomitas son las estrellas. Nos hubiera gustado hacer unas jornadas con la presencia de especialistas como Rafael Llano, que ha realizado un estupendo libro editado por el Institut Valenciá de Cinematografía Ricardo Muñoz, poniendo El Espejo como plato fuerte, para disfrutar de una obra poética en torno a los recuerdos de la infancia, de nuestra Guerra Civil, del estalinismo, la Guerra Mundial, Mao Zedong, con una escena inicial maravillosa que parece cumplir el papel de epígrafe, más que el de prólogo.
Recuerdo perfectamente el día de su muerte, y sentí una profunda gratitud por su obra, que después y gracias al DVD he podido visionar repetidas veces. Tarkovski siempre decía que el cine es una ética que debía respetar si quería respetarse a sí mismo; disfruto con sus seis excelentes películas y la pregunta que a uno le queda es si hubiera resistido las tentaciones de la industria espectacular que se ha llevado por medio a muchos creadores. Él seguro que no nos hubiera defraudado.
Su cine nos sigue siempre asombrando por la perfección de sus composiciones y por su elevada calidad técnica. Además, Teófanes, Kelvin, Stalker, Doménico y Otto, sus personajes más característicos, nos llegan a ser familiares; y el agua, el fuego, el árbol, los caballos, verdaderos iconos cinematográficos. Su última película, que nos quiere hablar sobre el vacío espiritual y el envilecimiento de las relaciones humanas, comienza mostrando el detalle de La Última Cena de Leonardo da Vinci con el fondo musical de una parte de La Pasión según San Mateo, de J.S. Bach. Debo confesar que cuando me llaman por teléfono es la música que escucho. Así me llega y le llena Tarkovski.
Cuando pedimos hacer un curso sobre Manuel Sacristán y el concejal de Cultura de San Lorenzo de El Escorial nos negó el espacio para desarrollarlo, dijimos: ¡qué pena!; cuando pedimos proyectar una película de Bondarchuk, ¡vaya, qué casualidad¡; pero la negativa a proyectar El Espejo nos ha dolido lo mismo que a Tarkovski cuando la GOSKINO (Comité Estatal de la Cinematografía de la URSS) le decía que un guión no era válido.
No veían la lágrima.
Inmóvil
en el centro de la visión, brillando,
demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube, pretendían, querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra oscurecida.
Ved en cambio a los hombres que sonríen,
los hombres que aconsejan la sonrisa.
Vedlos
presurosos, que acuden.
Frente a la sorda realidad
peroran, recomiendan, imponen confianza.
Solícitos, ofrecen sus servicios. Y sonríen,
sonríen.
Son los viles
propagandistas diplomados
de la sonrisa sin dolor, los curanderos
sin honra.
La lágrima refleja
sólo un brillo furtivo
que apenas espejea.
La descubre la sed,
apenas, de los ojos
sobre los doloridos
utensilios humanos
-igual como descubre
el río que, invisible,
espejea en las hojas
movidas-, pero a veces
en cambio, levantada,
manifiesta, terrible,
es un mar encendido
que hace daño a los ojos,
y su brillo feroz
y dura transparencia
se ensaña en la sonrisa
barata de esos hombres
ciegos, que aún sonríen
como ventanas rotas.
He ahora el dolor
de los otros, de muchos,
dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres,
océanos de hombres que los siglos arrastran
por los siglos, sumiéndose en la historia.
Dolor de tantos seres injuriados,
rechazados, retrocedidos al último escalón,
pobres bestias
que avanzan derrengándose por un camino hostil,
sin saber dónde van o quién les manda,
sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello
y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo
del instinto, el miedo a la estampida,
animal adelante, hacia adelante, levantándose
para caer aún, para rendirse
al fin, de bruces, y entregar
el alma porque ya
no pueden más con ella.
Así es el mundo
y así los hombres. Ved
nuestra historia, ese mar,
ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo,
ved cómo se recoge
todo en él: injusticias
calladamente devoradas, humillaciones, puños
a escondidas crispados
y llantos, conmovedores llantos inaudibles
de los que nada esperan ya de nadie…
Todo, todo aquí se recoge, se atesora, se suma
bajo el silencio oscuramente,
germina
para brotar adelgazado en lágrima,
lágrima transparente igual que un símbolo,
pero reconcentrada, dura, diminuta
como gota explosiva, como estrella
libre, terrible por los aires, fulgurante, fija,
único pensamiento de los que la contemplan
desde la tierra oscurecida,
desde esta tierra todavía oscurecida.
ERIC DE LA CRUZ
Todavía conservo algún número de la revista “El socialismo del futuro”, que en un intento de constituir una izquierda europea, después de la caída del comunismo, se nucleaba en torno a Lafonfaine, Ochetto, Rocard, Gorbachov, con una participación activa de Alfonso Guerra que ya detectaba contagios del neoliberalismo en el socialismo español. En los salones de un conocido hotel de Madrid tuve ocasión de escuchar a Adam Schaff, devorando a partir de ese momento sus libros .Decía muy frecuentemente que había que aprender de los errores del “socialismo real” que degeneró en el “comunofascismo”, y que para construir el socialismo moderno había que saber adaptarse a los cambios sociales producto de la revolución tecnológica. Con Ralph Miliband entramos en una era de escepticismo, levantando nuestro ánimo únicamente Norberto Bobbio que con su libro “izquierda-derecha” logró situar el debate por encima de los habituales medios de comunicación.
Lo cierto es que con la señora Margaret Thatcher pudimos constatar la implantación de las políticas neoliberales y como las sociedad de los tres tercios se iban abriendo paso .Nos encontramos así, con un tercio dominante (grandes propietarios de los medios de producción, de comunicación y élites administrativas) un segundo tercio compuesto por funcionarios, profesionales, técnicos y clase obrera organizada con empleos estables, y por último un tercero que estaría abocado a la marginación, los trabajos precarios, la flexibilidad y la inseguridad. La estrategia de lo que podíamos denominar “capitalismo popular” consistía en incorporar sectores de la clase obrera al segundo tercio, para culminar en lo que Galbraith denominó “la cultura de la satisfacción”, el tercer tercio sería siempre minoritario sin posibilidad de alterar nunca las reglas del juego.
Gorz, y también Lafontaine quieren ir más allá del Estado del Bienestar, y plantean poner límites al crecimiento económico y reducir el tiempo de trabajo a favor de un mejor ocio de los ciudadanos, dos cuestiones alejadas del productivismo y del economicismo. Esta forma de ver la política no cuaja, pues las élites consideran que no va a dar réditos electorales ya que una parte de las clases medias no va a estar dispuesta a compartir su suerte con los sectores más desfavorecidos. Surge entonces el discurso de la Tercera Vía, que defendieron Blair y Schroeder, buscando un camino intermedio entre la derecha económica neoliberal y el viejo Estado de Bienestar Keynesiano, recogiendo elementos del individualismo de las clases medias, dando por superado el viejo esquema del movimiento obrero. Se produce la ruptura de Lafontaine con el SPD y en España se proyecta en la simplificación renovadores-guerristas, sin que estos últimos terminaran de crear la corriente Acción Socialista que algunos reclamamos.
El primer Zapatero estuvo impregnado del republicanismo de Pettit, y sin que se le diera un día de tregua por los jinetes del apocalipsis, logró llevar políticas y talantes en el tema de los derechos sociales que no voy a enumerar por ser suficiente conocidos, hasta que llegó el fatídico día 12 de mayo anunciando políticas de ajuste, hundiendo al PSOE en el noveno círculo del infierno de Dante, el de los traidores a sus ideales, a su familia y al bien común. En estas circunstancias y ante dos derrotas electorales de calado: ¿cómo revitalizar el proyecto socialista?; ¿cómo lograr, según el profesor Santesmases, aunar una alianza entre las clases medias profesionales, la clase trabajadora y los sectores excluidos? Aquí es donde está la clave del futuro de la socialdemocracia y no en si elegimos a Chacón o Rubalcaba. Tenemos que hacer pedagogía frente a los discursos populistas , xenófobos y nacionalistas que se nos avecinan, necesitamos una ejecutiva federal que reorganice el funcionamiento de las agrupaciones, hay un malestar creciente en la ciudadanía que el PSOE necesita reconducir hasta llegar a ser aquel que gráficamente representaba José Ramón en las primeras campañas electorales.

Ha venido mi “sobrinita” a dar una vuelta por el pueblo, recoger unas castañas (este año muy pequeñas) y darse unos paseos por La Lonja .Hace un año tuve que emplearme a fondo en la lectura de Víctor Gómez Pin que explicaba la tauromaquia como exigencia ética, al tiempo que la hacía la siguiente pregunta: ¿Debe Europa renunciar a Ronda? No la convencí, pero al menos este año no llevaba la camiseta: “La tortura no es cultura”
En esta ocasión ha salido a relucir el tema del “conflicto vasco”,y que yo entiendo surge como una defensa del Régimen Foral, y una mitología que termina de forjarse en el siglo XVI, basada en la batalla de Arrigoriaga, el levantamiento de Juan Zuria. el Cantabrismo (no sometimiento a los romanos) y por último el monoteísmo primitivo y predicación temprana del Evangelio .Quedamos en seguir hablando a medida que fuera descubriendo la fabulación mitológica del nacionalismo vasco.
Como no, hablamos sobre el 15-M y aquí las coincidencias fueron amplias, hay que avanzar en los modelos de participación. El problema, y eso lo digo ahora, es si el ciudadano está dispuesto a la participación. Mi experiencia es que me quedo sólo en muchas ocasiones cuando la demando ¿será por mi condición de roussoniano?

Si hay un cineasta que permanece en la memoria del séptimo arte por haber dejado una huella de calidad indiscutiblemente poética, filosófica y artística, abarcando además del cine, otras artes y universos del conocimiento ese es el ruso Andrei Tarkovski. Hombre de gran cultura, el realizador creó un universo propio, de tal forma que aunque poco extensa, solo apenas siete largometrajes y tres cortometrajes, su herencia cinematográfica es objeto de estudio continuo y obligado en toda carrera de cine que se precie. Carlos Tejeda, (ediciones Cátedra), ha abordado la inmensidad de Tarkovski añadiendo a la bibliografía que ya existe sobre este realizador una amplia, completa y exquisita mirada con el título Andrei Tarkovski (de nuevo ediciones Cátedra), ensayo que ofrece una revisión pormenorizada del continente y el contenido de este último autor romántico del cine.
Los libros de Carlos Tejeda son un reflejo de su pasión por el cine, como arte y como medio para cuestionarse la existencia y enfrentarse a los miles de interrogantes que deja a su paso. Pasión que es evidente cuando habla en los medios, escribe en las innumerables revistas especializadas o se adentra en la obra de sus autores elegidos, ya sean Bergman, Vadim, Jaime de Armiñan o Jarmusch. Pasión como vehículo por la nos traspasa el conocimiento hacia Tarkovski, con el espíritu, como él mismo apunta en la introducción, del espectador que termina de hacer la película, en este caso del lector que termina el ensayo y va más allá. Con sumo detalle y precisión Tejeda ahonda en la labor cinematográfica de Tarkovski desde su etapa estudiantil en la VGIK, con el trazado de sus primeros cortometrajes que apenas dejan entrever lo que sería su estilo tan personal, hasta su muerte, acaecida a finales de diciembre de 1986, tras acabar el montaje de su último largometraje, Sacrificio.
Visionario para algunos, Tarkovski fue un observador del alma humana, cuya simplicidad argumental se torna en complejo laberinto. En un formato fácil de manejar, este pequeño pero gran ensayo está dividido en cuatro partes más una pequeña introducción.
En la primera: El universo Tarkovskiano, Tejeda desgrana todos los secretos de la obra cinematográfica del cineasta. Película a película se desliza por las particularidades de su cine, descifrando códigos e interrogantes que para un simple espectador permanecen escondidos. Después de una breve presentación circular a las siete películas a dilucidar, Tejeda se explaya en el entorno «La naturaleza, pues, adquiere un gran protagonismo en el cine de Tarkovski….de ahí que la naturaleza para Tarkovski trascienda más allá de ser un lugar para la contemplación, convirtiéndose no sólo en el núcleo sobre el que gravita la vida, sino también en la máxima expresión de ésta.»; los cuatro elementos, siendo el agua el elemento por excelencia del autor, sustancia que implica vocablos como fluir, renacer, vida. Pero también la niebla, el aire, la tierra, el fuego; vegetales y animales, como el árbol, el perro y el caballo. La arquitectura y los espacios tanto habitados como deshabitados traducen dobles significados. Y no olvidemos un elemento importante en su filmografía: los espejos. Pero si por algo subyace del hálito romántico de la figura de Tarkovski es el trazo de sus personajes, todos en consonancia con el espíritu del hombre decimonónico. Sujetos, todos, entregados a la contemplación, que sin pertenecer a su mundo ni al nuestro, se sitúan al borde de la realidad. Tarkovski cuenta con 30 años en 1962 cuando se estrena su primera película, La infancia de Iván, ganadora en Venecia. Cada película refleja una etapa diferente en la vida del cineasta, en su evolución como creador y como persona. Etapas del hombre con sus crisis, con sus entresijos psíquicos, seres que se convierten en el grito de rebeldía del propio Tarkovski, que en los años ochenta ya proclamaba el comienzo de la crisis actual: «la moderna cultura de masas —una civilización de prótesis— pensada para el consumidor, mutila las almas, cierra al hombre cada vez más el camino hacia las cuestiones fundamentales de su existencia». Arte, ciencia y fe, coordenadas a las que se inscriben sus personajes, individuos ya de por sí inadaptados por no encajar en la sociedad que les toca vivir. Podría decirse que el cine de Tarkovski es un cine de la nostalgia. Nostalgia del pasado, del presente y del futuro. Todo él está impregnado de recuerdos, melancolía, tristeza, evocaciones, visiones, semiinconsciencia, desasosiego, rituales, viajes. Muchos viajes. El viaje como permanente búsqueda.
La segunda, tercera y cuarta parte del análisis de Tejeda, más cortas, se centran en la fisicalidad de su cine: una cierta mirada, la de este ruso culto y humanista. Su simplicidad argumental, el contexto temporal, la ubicación geográfica, la estructura narrativa, sus planos secuencia, su esculpir el tiempo. Tarkovski, nos dice Tejera, pone en cuestión los fundamentos del montaje tradicional porque el montaje verdadero se produce durante el rodaje a través de la propia cámara. Es el arte cinematográfico según Tarkovski.
Este viaje se acaba con un recorrido a cámara lenta por la filmografía completa del director, desde su juventud como estudiante hasta su muerte. Tres cortometrajes hasta 1960. Siete películas en las décadas posteriores. La infancia de Iván, trágico relato sobre la infancia ambientado en la Segunda Guerra Mundial; Andrei Rublev (1966), reflexión sobre el papel del arte y el artista en la sociedad, la propia creación artística, así como una revisión del pasado histórico de Rusia; Solaris (1972), adaptación literaria inscrita en la ciencia ficción a través del cual el cineasta muestra sus preocupaciones en torno a la condición humana; El espejo (1974), con la presencia de un alter ego de Tarkovski que muestra en pantalla el pensamiento, los recuerdos y vivencias personales; Stalker (1979), vuelta a la ciencia ficción con el que tres hombres se infiltran en un lugar prohibido, la Zona, en donde se hallan unas ruinas que contienen una habitación que concede un deseo. Toda una exploración de la conciencia; Nostalghia (1983), rodada en Italia, con la que el cineasta experimenta ese fenómeno tan ruso y tan fuerte que es el sentimiento de la nostalgia a través de un protagonista que deambulará por tierras italianas sobrecogido por la añoranza; y finalemente Sacrificio (1986), película que se podría situar dentro de los márgenes del género fantástico, con una trama cargada de elementos sobrenaturales acerca de un hombre escéptico que, ante la amenaza de una guerra nuclear, renuncia a sus bienes y a su familia con tal de evitar el desastre.
«Si dirigimos la mirada hacia atrás, reconocemos que el camino de la humanidad está lleno de cataclismos y de catástrofes. Descubrimos las ruinas de civilizaciones destruidas. ¿Qué ha sucedido con ellas? ¿Por qué se agotó su aliento, su voluntad de vivir y sus fuerzas morales? Supongo que nadie creerá que todo eso tiene una causa material. Una idea así me parecería salvaje. Y al mismo tiempo estoy convencido de que hoy volvemos a estar al borde de la destrucción de una civilización porque ignoramos plenamente el lado interior y espiritual del proceso histórico. Porque no queremos reconocer que nuestro imperdonable y pecaminoso materialismo, un materialismo que no conoce la esperanza, ha traído infinitas desgracias sobre la humanidad», Andrei Tarkovski en sus escritos Esculpir en el tiempo.
Un ensayo con el que ampliaremos el conocimiento y la mirada sobre el mundo del cine. Un libro que ocupa un lugar de privilegio en nuestra biblioteca como libro de consulta.