01 PM | 07 Feb

LA TRILOGIA DE YUSUF

Cada cual tiene sus elementos esenciales, según sea su visión acerca de la vida. Los supuestamente cuatro elementos básicos son agua, tierra, aire y fuego. Semih Kaplanoglu no piensa igual. Al menos no en su trilogía fílmica posterior a su ópera prima (Angel’s Fall) que culmina, ahora, con Miel, último escalón restante de la tríada en flashbacks que relataba la vida de Yusuf y la verdadera Caja de Pandora de los porqués que acechaban al espectador en Huevo y Leche. Kaplanoglu ha creado una historia repartida en tres partes y la ha contado desde el final hacia al inicio, con una metodología que podría recordar a Star Wars (por su variable temporalidad) pero con una intensidad dramática y estética que une, desde el silencio, las claves de una vida de introversión, sensibilidad y traumas marcados a fuego desde la infancia. Miel es esa piedra inicial y, en consecuencia, la clave de la posterior evolución que se ve en la post-adolescencia de Leche y la adultez de Huevo. Golem trae en dos semanas las tres películas a nuestro país empezando por orden cronológico (dentro de lo que es la historia) aunque la edición de cada una se haya producido al revés, haciendo de la tríada capitolina del director turco la base esencial de los elementos fílmicos más crudos y deshaciendo el verbo en formas mucho más reales que la propia palabra.

Suerte o no, en nuestro país tenemos el agrado de poder empezar a ver una historia en tres capítulos desde el primero y no desde el tercero. Miel es esa base. Yusuf, un niño que acaba de comenzar su primer año escolar, vive con sus padres (apicultores de la miel de la abeja negra, considerada la mejor del mundo) en un pueblo montañoso casi deshabitado y aislado del grueso de la civilización. Viven en la tradición natural de la soledad, el trabajo duro y el silencio como emblema. Yusuf es un niño sensible, introvertido pero con conflictos internos (leer en público) que lo llevan al trauma, la humillación y el pánico escénico en el colegio. Su verdadero estandarte, modelo a seguir y héroe es su padre Yakup. La relación paterno-filial entre padre e hijo es una suerte de Edipo con modelo masculino: una idolatría silenciosa y colaborativa por parte del niño hacia su progenitor. La marcha del padre a trabajar durante un tiempo a otros poblados pone en boga un conflicto casi existencial de Yusuf ante cuestiones como la vida, la muerte, el amor, la desazón, la soledad y la incomunicación con su figura materna. Claves que se desatarán en la posterior evolución (Leche y Huevo) de la vida Yusuf.

Kaplanoglu se alza con tres logros básicos en Miel: sentar las bases de una historia posterior ya desarrollada y vista por el grueso del público, dándole coherencia, cohesión y consonancia al personaje en el paso del tiempo (tanto de adelanta para atrás como de atrás para adelante); narrar un drama ético desde un punto de vista estético y aislacionista como hemos visto hace poco en el cine de Apichatpong Weerasethakul o de Sergei Dvorstsevoy; y lo más destacado de la película: hacerse con un actor de apenas siete años (Bora Altas) que controla a la perfección su carácter omnipresente, que absorbe prácticamente todos los planos y que sabe regalarnos, con pocas palabras, momentos de gran dramatismo y realidad así como conseguiría en 2010, también, el niño Christopher Ruiz-Esparza en la película Abel, de Diego Luna.

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