04 PM | 22 Oct

EL DINERO de Bresson

El dinero (L’argent) – Robert Bresson (1983)

– La gran dificultad es conseguir que la obra hecha sea “una”.

R.Bresson (1969)

 

En 1977 Bresson realizó Le diable probablement, pero también elaboró, sobre el relato “El cupón falso”, del escritor ruso León Tolstói, el guión de la que sería su última película, L’argent. Desde ese entonces transcurrieron seis largos años hasta que el proyecto finalmente pudo ver la luz, le resultó imposible encontrar un productor que financiara su película. De hecho sólo pudo salir adelante en el momento en que la televisión pública y el Ministerio de Cultura se involucraron en ella, como agradecimiento, (otros sostienen que más bien como peaje) la hija de Jack Lang, por entonces ministro de cultura, actúa en el film en el papel de mujer del protagonista. Si bien Bresson ya era una figura indiscutible, (junto con J.L.Godard uno de los patrones más influyentes del cine francés y mundial), lo cierto es que su crédito en términos populares y, en consecuencia, también económicos, había ido mermando (si se puede decir que en algún momento disfrutara de tal cosa), mucho más cuando, por aquellas fechas, el cine ya estaba inmerso en un escenario dominado por el espectáculo y el “mercado”.

 

Incluso para Bresson, un director nada prolífico y con una obra escasa, el transcurso de seis años entre una película y otra es un espacio de tiempo muy significativo sólo comparable con el intervalo que media entre Las damas del Bosque de Bolonia (1945) y Diario de un cura rural (1951). Sin embargo, en aquella ocasión el lapso de silencio transcurrido entre una y otra puede explicarse porque coincidió con un momento significativo, como fue la elaboración y perfeccionamiento de lo que se ha denominado “sistema bressoniano”, cosa que no ocurre con L’argent, donde no hay nuevas revelaciones o avances en su concepción del “cinematógrafo”, sino una continuación, o más bien una depuración extrema de su estilo.

 

La vida de Yvon, el trabajador protagonista, que entrevemos anodina y apacible, se trunca por un hecho fortuito (eso sí, provocado previa intervención de una cadena de personas egoístas y sin escrúpulos: en realidad la propia sociedad) que lo enfrenta a la descarnada sinrazón del Estado y a su funcionamiento deshumanizado, estigmatizándolo, abocándole de forma irreparable y fatal hacia la soledad y la delincuencia. Bresson, que comenzó a rodar en color en 1968 con Una mujer dulce, toma como motivo principal sobre el que gira la película el dinero y el crimen. Como hiciera en Pickpocket (1959) -en aquel entonces con Dostoievski, y ahora con Tolstói como referente-, incide sobre la condición del dinero como fetiche moderno, pero también sobre su poder corruptor, que emponzoña el cuerpo social; desvelando de paso cómo las clases acomodadas (tanto la gran, como la pequeña, burguesía), supuestos “pilares” respetables y virtuosos de la sociedad en que vivimos, en realidad se sustentan sobre la doblez y el engaño, en definitiva, sobre la corrupción moral.


 

La centralidad del dinero se pone de manifiesto en el filme desde su mismo plano inicial (un cajero automático) y recorre, cual espina dorsal, todo su metraje. La posibilidad de alcanzar la gracia, la revelación y la redención final que se daba en sus primeras películas ha desaparecido, es inexistente, ha sido sustituida por algo tan volátil, arbitrario y caprichoso como es el azar que, junto con la fatalidad, son los únicos sinos posibles en esta sociedad fría, amoral y deshumanizada. Un ejemplo lo tenemos, -en un nuevo paralelismo con Pickpocket, en la escena en la que Yvon recibe en el locutorio de la cárcel a su mujer; esta vez no habrá plenitud ni epifanía, ni gracia, ni salvación; sino, al contrario, soledad, incomunicación, tristeza y vacío. Ni tan siquiera en el medio rural, donde transcurre la última parte de la película -a pesar de que es el único lugar donde encuentra acogida, comprensión y perdón (es allí dónde, por primera vez en toda la película, suena música)- la redención es posible. Los billetes falsos (dinero doblemente vil, por dinero y por falso) circulan de mano en mano y, como ocurre en el juego de la sillita, aquél en cuyas desprevenidas manos son descubiertos, sufre la humillación, la exclusión y la pena oportuna; luego esta maldad se transmutará en testimonios falsos y continúa ilimitadamente su expansiva labor corruptora imposible de frenar.

 

 

En esta, su última película, sorprendentemente Bresson, ya octogenario, no muestra debilidad alguna, sino al contrario; nos brinda la oportunidad de contemplar una obra plena y ejemplar (más allá del simple intento, o esbozo, como gustaba de calificar a sus films) y, si se quiere, juvenil (no sólo por sus protagonistas, sino por sus planteamientos radicales, formales y materiales) en la que, además de su visión desesperanzada, lindando con el nihilismo, destila la forma cinematográfica de tal manera que la película se convierte en un engranaje admirable. De nuevo asistimos a un despliegue magistral de sus constantes estilísticas: emplea a sus actores/modelos de tal forma que se muestran, hablan y actúan con una atonalidad, y una frialdad desconcertante y deshumanizada, (con la que logra la sensación de realidad antinatural, o naturalidad irreal, lejos del psicologismo que abominaba), las miradas bajas, la ausencia de motivaciones; la fragmentariedad absoluta, tanto de los encuadres (asfixiantes, parciales y desorientadores) como de la acción y los personajes. Relacionado con lo anterior, resulta sorprendente la explotación de la sinécdoque (las manos, los cuerpos, los objetos) y la elipsis (llevada aquí a su extremo), pues hurta al espectador momentos relevantes; el empleo de planos vacíos, de puertas que constantemente se abren y cierran, los planos a través de las ventanas; la manipulación del sonido (a veces oímos el sonido ambiente, pero no las voces de los protagonistas), también del color: frío, plano; la ausencia casi absoluta de música..

 

Sin embargo, a pesar de este desasosegante viaje al fin de la noche oscura del alma, quizás exista la esperanza de que el hombre reflexione y se comporte como tal o, al menos, de que modifique la cruel y desnortada espiral en la que se halla envuelto. Así, Yvon es capaz de reconocer su culpa y someterse al castigo, que más que social, es el que le impone su propia conciencia. En el perturbador plano final una puerta, la última, queda abierta, y los espectadores del incidente en vez de seguir la acción que transcurre delante de sus ojos permanecen mirando a través de ella la escena que queda vacía; al igual que nosotros, espectadores, que nos sorprendemos contemplándolos, contemplando todos el vacío, la nada.

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Francia, 1983, 81 min. Título original: L’Argent; Director: Robert Bresson; Productor: Jean-Marc Henchoz; Guión: R.Bresson sobre el relato de L.Tolstoi; Fotografía: Pasqualino de Santis, Emmanuel Machuel; Música: J.S.Bach; Montaje: Jean-François Naudon; Dirección artística: Pierre Guffroy; Productoras: Marion’s Films, FR3, Eos Films. Intérpretes: Christian Patey, Sylvie Van Den Elsen, Michel Briguet, Caroline Lang, Vincent Risterucci, Didier Baussy, Béatrice Tabourin, Bruno Lapeyre, Marc Ernest Fourneau.

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