«No sé por qué motivo Cortés se convirtió en mi espía particular, y al destartalado bar del estudio me iba trayendo cada cuarto de hora las noticias que pescaba en el trabajo.
Quizá le agradaba codearse conmigo porque presumía un poco de intelectual. Me había explicado que se encontraba fuera de ambiente en los medios cinematográficos españoles, porque los actores tenían muy escasa cultura. En América y en otros países era otra cosa. Laurence Olivier era hombre de una gran formación. Jean-Louis Barrault daba conferencias, por lo visto, o algo parecido. George Sanders había escrito varias novelas policíacas y, a pesar de ser americano, hablaba francés y español. Y ahí estaba Charles Chaplin, que se lo hacía todo él mismo.
Pero aquí el nivel medio de la profesión era mucho más bajo. Cortés había podido darse perfecta cuenta de ello en los quince días al año que solía pasar en el extranjero con motivo de algún festival de cine o en las vacaciones de Navidad.
En aquella agitada mañana, y por mediación de Julián Cortés, pude enterarme de que gentes como Miró, Puche y Castro eran nefastas para nuestro cine. Los tres eran unos ignorantes completos, sin el más pequeño conocimiento de los problemas artísticos. Ignoraban los nombres de Matisse y Modigliani, por ejemplo. Y no sabían que Debussy había sido un músico revolucionario. Así no había manera de producir películas».
El vendedor de naranjas, Fernando Fernán Gómez
(Pepitas, 2021).
*** Más información sobre el libro, aquí.
|