10 PM | 26 Dic

RESISTENCIA Y TRAICIÓN

RESISTENCIA Y TRAICIÓN
Por Ignasi Juliachs


Antes de Adiós, muchachos (1987), Malle ya se había acercado al tema de la Francia ocupada por los alemanes con Lacombe Lucien. Al parecer, su propia experiencia en tan duros momentos de la historia del país galo está tras ambas iniciativas que, consecuentemente, abordan el tema desde ojos adolescentes o aún infantiles. De hecho, la crítica ha querido ver una trilogía sobre la infancia y su primera juventud sumando a los dos títulos anteriores, Un soplo en el corazón (1970), aunque Malle desmintió una vinculación directa. Así como para según qué películas de Malle ha pasado en alguna medida el tiempo, Lacombe Lucien, queabrió la caja de Pandora sobre un verdadero tabú galo como el colaboracionismo francés con los nazis, permanece igual de fresca que en los días en que se realizó. Puede que ello se deba a que en verdad trata extremos intemporales. Como dice el propio director, el film no se centra tanto en los hechos concretos y en el background histórico (que aun así ofrece una pasmosa y fiel puesta en escena) como en el estudio de las circunstancias que hacen que mentes sin amueblar, ingenuas, en este caso un adolescente silvestre, sin formación alguna, suelten la bestia. Prueba de ello es que Malle tenía la intención de desarrollar la historia en el Méjico actual, pero no obtuvo el permiso de rodaje en aquel país ni en Chile. Para Malle, aquellas  circunstancias podían darse siempre, en cualquier momento, porque tiran de fibras con las que está hecho el hombre. Lucien Lacombe es un adolescente de diecisiete años que regresa a casa, tras un tiempo de trabajar en los servicios de limpieza de un hospital, para encontrarse con su padre preso por los alemanes y a la madre cohabitar en la casa del terrateniente propietario de la vivienda familiar donde ha crecido, y que ahora ya está ocupada por otros. Es un joven sin formación alguna, a quien percibimos cierto sadismo –puede que producto del resentimiento- en el modo en que cruelmente mata pájaros con tirachinas, corta la cabeza de una gallina, o se regodea cazando conejos, al tiempo que, sin embargo, lamenta la muerte de un caballo. Lo que inyecta cierto horror en el film de Malle es constatar que se trata de una criatura silvestre, sin pulir, sin criterio alguno, que no obstante puede devenir muy peligrosa al dársele poder. Tras ser rechazado por la Resistencia, empujado por la necesidad de todo adolescente de canalizar energías y de ser acogido por alguien, acaba sirviendo en el cuerpo auxiliar francés de la Gestapo tras delatar al maestro de la escuela; en suma, las circunstancias le convierten en un ser despreciable lo mismo que hubiera podido ser un resistente eficaz. Pero Malle no nos condiciona, y, como es habitual, se limita a exponer hechos sin añadir criterios de juicio, lo que irritaba cierta derecha, patriotas chauvinistas y crítica cinematográfica francesa e internacional. Con Lacombe, el director nos muestra sin velo alguno, cierta aterradora esencia del fascismo: el que usa a población descontenta, resentida, y sin formación para desatar el terror en las calles y en las almas suministrando poder a individuos que fácilmente cederán a impulsos primarios de la peor especie en provecho de los que detenta realmente el poder. Con un gobierno de Vichy que hace aguas (los propios policías franceses usan un retrato de Pétain como diana para practicar tiro), y un ejército alemán a punto de retirarse, ese cuerpo auxiliar francés de la Gestapo que se sabe agónico y que ya planea huir a España, sigue, sin embargo, persiguiendo a judíos y sembrando el terror, igual que un animal herido que se resiste a morir, embargado de miedo y de una locura que hace tiempo les ha tornado unos peleles alcoholizados y descompuestos sin razón de existir; Lacombe, ajeno a estas realidades, inconsciente, se pavonea y juega con un sastre judío que tuvo celebridad en París y que ahora se ha refugiado en ese pueblo, Figeac, en el Departamento de Lot de la región Midi-Pyrénées. Es el sastre de los policías franceses de la Gestapo de la localidad, a quien toleran por su oficio y porque es presa fácil para el chantaje económico. Por doloroso y patético que sea presenciar cómo un imberbe pueblerino se impone a una persona refinada y culta, podremos también constatar una brizna de humanidad en Lacombe al sentirse atraído por la hija del sastre, una excelente pianista, dominada, como su padre, por una fragilidad que la hace muy inestable, que sufre hasta lo indecible un aislamiento inhumano, y que nunca sabrá la verdadera razón de su relación con Lacombe (¿se acuesta con éste para proteger a su padre, con quien mantiene una relación complicada y tensa, y a su abuela? ¿teme por su vida si no le corresponde? ¿le atrae Lacombe realmente?). El colmo de la degradación se produce cuando le confiesa al joven sentirse muy cansada de ser judía, y que desearía no serlo con toda su alma. El juego perverso que practica Lacombe en casa del aterrado y fatigado sastre (aunque éste intuye algo humano en él al confesarle, sin que el joven lo entienda, que pese a todo no puede odiarle) se resolverá sin embargo con cierta heroicidad en el momento en que se ve obligado a decidir. Entonces, demasiado tarde, intentará una huida a la naturaleza para alejarse de toda esa macabra farsa que las circunstancias finalmente le han obligado a mirar de frente.

Con todo, en este film, Malle, siempre polémico, también habló bien alto acerca del colaboracionismo, un extremo que avergonzaba a los franceses y que la Francia de De Gaulle pretendió que nunca existió. Además, la Resistencia, objeto de orgullo sobredimensionado en la historia, los relatos y el cine, al que los galos se han aferrado como hierro candente, aunque con algunas acciones eficaces en el film, curiosamente nunca resulta visible. Malle le niega toda épica. Sobre todo el film planea, sin consideraciones morales, sin buenos ni malos señalados a dedo, una única verdad: el deseo de sobrevivir a todo precio en un mundo infernal, se esté en el bando que se esté. Supervivencia y, en el fondo, miedo, un miedo que ahoga en silencio.
Lacombe Lucien es un film que pertenece por derecho propio al más excelso imaginario del cine francés. En ningún momento Malle trata de explicar al personaje porque es, como él mismo confesó, la opacidad, lo misterioso, ambiguo e inescrutable de ese joven rudimentario, primitivo, parco en palabras, inexpresivo, con sombras y luces, lo que le atraía.•

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