09 AM | 26 Mar

MOLOCH

                                                                                                                                                           DAVILOCHI
El reto no es fácil porque estamos ante una obra maestra con todas las letras. No sé qué espera la gente… les das arte en estado puro y sólo son capaces de manifestar su indignación ante el derribo de los mitos que circundan nuestra Historia. Los mitos son el opio del pueblo, ¡sin embargo en esto que nos muestra Sokurov está la verdadera emoción!, ¡he aquí un artista que se atreve a romper con las viejas tablas sin caer en un miserable ejercicio propagandístico! En mi opinión poco más se le podría pedir a un biopic sobre Hitler, más dado el contexto en que se plantea.

La película está ambientada en el famoso chalet de retiro de Hitler en Berchtesgaden, en plenos Alpes bávaros. El momento en que se inscribe es el verano del 42, con el Ejército alemán avanzando en plena Operación Azul en dirección a Stalingrado y el Caúcaso, es decir, todavía confiado de su victoria. No obstante hay una decadencia constante en el ambiente, divisiones entre los invitados de Hitler (una de las cosas que se muestran son las desavenencias en el matrimonio Goebbels, el cansancio de Eva Braun por tener que llevar su relación con el führer en secreto o el odio manifiesto del Ministro de Propaganda y las mujeres hacia ese personaje gris que fue Bormann, el lugarteniente de Hitler), un cansancio provocado por la constante necesidad que los protagonistas tienen de actuar como si su vida se tratara de una película (Magda, la mujer de Goebbels le dice a Eva que ya se habría separado hace tiempo de su marido de no ser por la necesidad de mantener intacto el “Ideal Nacional”). A esto contribuyen de un modo magistral los planos y la fotografía que muestran espacios amplios, con iluminación ténue y tonos grises creando una atmósfera angustiante y opresiva, uno de los grandes logros de Sokurov y su equipo.

Podríamos destacar muchos detalles notables de la película pero, desgraciadamente, el espacio no da de sí. En cualquier caso se percibe una notable labor en la recogida de información histórica y en el estudio de la persona de Hitler. Los trabajos de los principales biógrafos de éste y de su entorno como Kershaw, Fest, Ferrán Gállego o Trevor-Roper (véase “Las conversaciones privadas de Hitler”, ayuda a comprender bastantes detalles de la película, como la presencia de un transcriptor en las sobremesas de los comensales) confirman los términos históricos en que está planteada la película. Más contovertido sería afirmar tal y como hace el guión que Hitler no conocía nada acerca del Holocausto (hay una escena en que aparece la palabra Auschwitz y él queda desconcertado), sin embargo y aunque haya dudas al respecto, lo que el director está tratando de mostrar es que, a pesar de ser un “gran” hombre que parecía tener el control de todo, seguía siendo un hombre a espaldas del cual existían camarillas e intereses diversos, proyectos paralelos si se quiere (el reflejo es el enfrentamiento entre Goebbels y Bormann).

 

Sin embargo la mayor parte de la película gira en torno a la relación entre Hitler y Eva. Es quizás en la caracterización de esta última donde más licencias se toma Sokurov, ya que la utiliza como un instrumento para su propósito: humanizar la figura de Hitler. Por dos veces aparece durante el film haciendo de vientre, una de ellas pillado por Eva y otra por uno de los soldados que controlan el perímetro durante los paseos de los habitantes del chalet. ¿Cuántas veces mientras leemos una gruesa biografía obviamos que éste, al igual que muchos otros, es un ser humano al igual que cualquier de nosotros? Este instante tan íntimo de la vida de un hombre es puesto en pantalla por Sokurov y yo no puedo hacer menos que felicitarlo (¿cuándo somos todos más humanos que en ese acto?).

A lo largo del film queda patente que Hitler vive envuelto en su propia realidad interior proyectada al exterior por su mente y sostenida por su entorno próximo y Eva aparece como su último vínculo con la realidad que hay más allá de la isla en la que éste vive (“Cualquier cosa que les digas que padeces los médicos te la confirmarán, ¿quién se atreve a contredecirle aparte de mí?”). Observamos un Hitler amable y delicado, pero al mismo tiempo hipocondriaco, lleno de contradicciones, temeroso ante la entrada en la vejez por el miedo a la muerte y la pérdida del vigor juvenil (Él siempre manifestó su miedo a morir antes de poder completar su obra). De igual modo Eva le acusará de que “Sin una buena audiencia usted no es nada, aún peor, es un cadáver”. Sokurov, siguiendo a Buck-Mors, da una vuelta tradicional a la visión del poder retórico de Hitler. De este modo, cuando éste se expresa lleva a cabo un ejercicio reflexivo y no expresivo, es decir, él transmite su propia imagen, restituyéndole sentimientos auténticos. En lugar de haber fuerza o agresividad observamos en él un sentimiento de miedo (como cuando discute con Eva en el baño, hacia el final de la película, o con el sacerdote que acude a visitarlo). Todos sus actos se han convertido en una necesidad de él mismo para con el mundo, en un modo de soliviantar su frustración y dolor (“Si yo gano seré admirado por todos, pero si pierdo hasta el más inferior de los seres se burlará de mí”).

Al igual que dijera Gabriele D´Annunzio Hitler trató de vivir su vida como si fuera una obra de arte. “Usted siempre ha temido a lo trivial” le dirá Eva. Se mueve entre la responsabilidad de un Mesías elevado a la categoría de Dios (como se desprende de la conversación con el cura) y las preocupaciones de un hombre normal, de modo que vive atormentado por esa contradicción. Al final de la película dirá: “Nosotros conquistaremos la muerte” y Eva le dirá: “La muerte es la muerte. No puedes conquistarla”. Porque al fin y al cabo Hitler no era más que un hombre y, como a todos, la muerte le llegó.

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