06 PM | 13 Feb

El deseo de amar

El deseo de amar

Alfonso Peláez

Según la película de ayer no basta el deseo de amar para amar. Con una idea tan simple un fulano ha sido capaz de ganar la Palma de Oro en Cannes. Por mí está bien. Ya hemos visto cosas peores.

El caso es que al director (¿cómo se llama? Tal vez yo debería poner más cuidado con esos detalles), pues eso, que al director le sobra pericia para haber narrado una historia bastante más armada, con más accidentes, más como la vida misma. Contaba, además, con un excelente director de fotografía que bordó el trabajo. Sabía dónde poner la cámara y como moverla. De hecho, lo hace con un admirable virtuosismo. Y seleccionó un compositor musical que también conoce bien su oficio. Pero sin que, a mí al menos, se me alcance la razón decidió convertir el tiempo en una olla de melaza donde se amalgaman las situaciones, privándolas de cualquier atisbo de prelación. ¿No nos había dicho Tarkovsky que hacer cine era esculpir el tiempo? Y no vengan con eso tan prestigioso intelectualmente del “tiempo circular”.

No recuerdo desde cuándo el homínido estableció la linealidad del tiempo como imprescindible recurso frente a la locura. Tan imprescindible, que ignorando el aviso de Einstein y su Teoría de la Relatividad, seguimos y seguiremos ateniéndonos a esa arbitraria pero salutífera linealidad temporal. Pues el honkonés no. Lo funde todo en una crema fría y desestructurada. En cambio, como por burla, no se cansa de insertar planos de un reloj Siemens que indica momentos/horas perfectamente irrelevantes. ¿Nos toma el pelo?

Parece que esto es hoy el cine de calidad. Como apuesta enfrentada a las producciones de los Marvel y secuaces puede que no esté mal. Pero a los que no profesamos otra fe que la de creer en Hawks, Wilder, Ford, Peckinpah, Coppola, Allen, Berlanga, Camus y adláteres, no nos queda otro remedio que implorar al cielo que nos envíe cuanto antes a un nuevo mesías.

Iba a recordar, ahora, el cómo no nos cuenta la sorpresa de la sopa fría que debió de llevarse el personaje masculino de la pareja que deseaba amar. No es necesario, con lo anterior ustedes ya habrán comprendido que el cine de mis amores jamás habría incurrido en tamaña simpleza.

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