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Fomento de la cultura y profundización de los valores democráticos y del medio ambiente

05 PM | 25 Jul

Blue velvet

Volver a ver Blue velvet

(In memoriam de David Lynch)

 

David Lynch es un hábil tejedor de atmósferas postmodernas, dice Adrián Massanet. Sin embargo, habría que añadir, desde mi punto de vista, que  Lynch es también un urdidor de historias complejas, a veces inexplicables o incomprensibles (surrealistas), donde el espectador cae en una tela de araña de imagenes y de guión de la que es difícil desprenderse hasta que la película acaba.

La capacidad de sorprender de Blue velvet viene desde la extrañeza ante las cosas que suceden y que carecen de una consistencia racional, que se nos escapan por su alejamiento de la normalidad, como si Lynch destapara el doble fondo de una realidad que existe, pero que no se ve.

En la trama coexisten un tipo de comportamiento convencional con otro sórdido, violento y corrupto. Es decir, la vida misma. La cámara de Lynch se introduce en la tierra de ese jardín, y observa miles de insectos y cucarachas. Más expresivo imposible. De forma verdaderamente magistral ha unido los dos mundos: el aparente y luminoso, y el oculto y tenebroso.(1)  A través de la trompa de falopio de una oreja cortada y encontrada en el césped, llena de hormigas (no nos podemos olvidar de Buñuel), accedemos a ese submundo donde se desarrollan comportamientos extremos, observados por un joven, que llevado por la curiosidad, revelará una trama de corrupción policial. Un «filme noir» de trasfondo clásico trufado de comportamientos inquietantes.

La película ofrce el punto de vista crítico con una sociedad que Lynch sitúa en el enfrentamiento entre una moral convencional y la total ausencia de la misma. No hay empatía entre ambas, se encuentran e intentan destruirse. Lynch es, sin embargo, condescendiente con sus personajes a los que comprende y respeta. Hay una excepción con Frank, que está condenado de antemano. El consumo de drogas y alcohol junto con la música, crea en este personaje estados alterados de conciencia donde se mezclan el sexo y la violencia, y un fetichismo exacerbado que se manifiesta en la caricia continua de un trozo de tela de terciopelo azul, mientras escucha su canciónes preferidas. La música tiene un papel relevante, la banda sonora creada para la ocasión por Angelo Badalamenti y las canciones incorporadas del inicio de la década de los sesenta (Love letter de Ketty Lester, Blue Velvet de Bobby Vinton , In  dreams de  Roy Orbison) aumentan el climax a lo largo del film.

Yo sé distinguir el bien del mal.

Le dice Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) a Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), pero el mal absoluto al que se enfrentan a punto está de costarles la vida. Estos son personajes clave en el guión, junto a Frank Booth (Dennis Hopper), malo, malísiimo al que  hacíamos referencia anteriormente, y Sandy Williams (Laura Dern), actriz fetiche del director, que representa la ingenuidad y la candidez de una joven a punto de dejar el instituto y que encuentra el amor de su vida en su relación con Jeffrey.

Terciopelo azul es el inicio de una nueva etapa en la manera de modular un lenguaje cinematográfico por parte de David Lynch: la representación del lado oscuro. Un mundo onírico y sórdido, entre la pesadilla y la pasión desbocada que suscitan los deseos más inconfesables. Es verdad que la atmósfera que crea es inconfundible: espacios donde hay puertas que abrimos y que nos llevan a sitios que no sabemos muy bien si queremos entrar. Lynch se mueve como pez en el agua en esta historia enrevesada y maligna, y es capaz de construir la tensión y el suspense con gran habilidad. (2) Un «final féliz» abrocha la película: un jilguero, con un insecto en su pico, se acerca a la ventana de la casa que representa la imagen del sueño americano, donde viven felices y relajados los personajes que han sobrevivido.

Antonio Herranz

 

(1) y (2)  Adrián Massanet (editor). David Lynch: «Terciopelo Azul», tenebroso viaje hacia la luz. Revista Spinof.

 

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02 PM | 24 Jul

Escribir poemas después…

Escribir poemas después de …
El poeta es un hombre necesitado, no tiene libre elección.
Eugenio Montale
Quizá escribir poesía después de…
(ponga el lector el nombre de un genocidio)
sea una barbarie, como dijo Adorno.
Pero tuvo que rectificar
porque es inevitable que surja alguien
como Paul Celan,
que con su profundo dolor,
escribiera poesía
en el mismo lenguaje que utilizaban
(los asesinos:
«Schwarze Milch der Frühe wir trinken sie abends wir trinken sie mittags und morgens wir trinken sie nachts (…)
wir schaufeln ein Grab (…)
der Tod ist ein Meistet aus Deutschland» (1)
para convencernos de que los bárbaros
(eran otros.
Sin embargo, él no habría podido entender
que las víctimas son ahora los verdugos.
Sí sabía, en cambio, que en la Poesia
está la voz de los que sobreviven.
T.S. Eliot, poeta entre dos guerras,
quiso explicar el mecanismo perverso
y circular del tiempo
para entender el comportamiento del ser
(humano.
«El tiempo presente y el tiempo pasado
se hallan, tal vez, presentes en el tiempo
[futuro (…) (2).
Los acontecimientos de los que ahora
tenemos noticia nos dicen
que esto es así.
¿Es la vida lo más parecido
a un eterno error que se repite?
¿Es la Poesía un aullido de denuncia presente
o la premonición de un silencio futuro?
Antonio Herranz
(1) «Negra leche del alba la bebemos de tarde
la bebemos a mediodía de mañana la bebemos
(de noche (…)
cavamos una fosa en el aire (…)
la muerte es un maestro alemán»
Todesfuge (Fuga de la muerte). Paul Celan. Obras Completas. Traducción de José Luis Reina Palazón. Edt. Trotta. 1999.
(2) «Time present and time past
Are both perhaps present in time future, (…)»
Four Quartets (Cuartro Cuartetos). Burt Norton, I. T.S. Eliot. Poesía selecta. Traducción de Juan Malpartida y Jordi Doce. Edt. Círculo de lectores. 2001.
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08 PM | 20 Jul

RETRATO DE JIA ZHANG-KE

El último Festival de Cannes volvió a poner de moda el cine asiático. La Palma de Oro se la llevó un cineasta iraní, Jafar Panahi, mientras que el Premio Especial del Jurado recayó en un director chino, Bi Gan, con sólo cuatro largometrajes. Habría que distinguir qué hay de valía verdadera y cómo influyen ciertos factores externos en estos premios, además de calibrar la abrumadora presencia de producciones asiáticas en los festivales de cine, al menos desde hace un cuarto de siglo. No cabe duda de que el contexto político es favorable a este boom : la represión continuada en Irán, los experimentos económicos en China, la relación compleja entre las dos Coreas, la reconversión del continente en un gigante tecnológico y audiovisual que ha cambiado nuestra relación con el cine…

Como siempre, la cinematografía francesa ha permanecido extremadamente atenta a esta eclosión de nuevos cineastas y ha promovido coproducciones y todo tipo de colaboraciones entre ambas partes. contemporáneo» sin haber visto las películas del iraní Abbas Kiarostami –el gran pionero–, el coreano Hong Sang-soo, el taiwanés Hou Hsiao-hsien, el malayo Tsai Ming-liang, el tailandés Apichatpong Weerasethakul… o el chino Jia.

Precisamente Jia Zhang-ke acaba de estrenar su última película entre nosotros, un filme que presentó en Cannes el pasado año sin ser recompensado con ningún premio. Resulta curioso, en este sentido, que una de las propuestas más estimulantes de los últimos tiempos no fuera valorada como se merece por un jurado que, a cambio, premió a Anora, Emilia Pérez o L a llavor del higo sagrado , sin duda bastante más convencionales. Porque A la deriva no hace concesiones, asume hasta el final su condición de filme difícil y exigente que no pide en ningún momento la complicidad de la audiencia y, last but not least , no cesa de experimentar en busca de nuevos lenguajes, como si el cine fuera todavía un territorio por descubrir y conquistar.

Por si fuera poco, se presenta sin miedo como un filme de autor, en continuidad con muchos de los trabajos anteriores de Jia Zhang-ke, por lo que rechaza abiertamente esta poca personalidad pavorosa que parece que ha tomado posesión de las imágenes contemporáneas Frente a buena parte de las series televisivas, incluso frente a muchas de las producciones A la deriva se presenta como un filme que no podría ser de otra manera, y que no es susceptible de confundirse con ningún otro.

 

Un John Ford oriental

Para empezar, la película es totalmente coherente con la filmografía anterior de Jia Zhang-ke. Justo en el 2000, mientras Kiarostami finalizaba la primera parte de su filmografía con la excelsa El viento nos quitará (1999), Jia estrenaba Platform , donde toda una generación se veía reflejada en los cambios que experimentaba la sociedad china. Jia siempre ha sido una especie de John Ford oriental, alguien preocupado por la forma en que su país atraviesa transformaciones que no sólo afectan a la esfera política, sino, sobre todo, al terreno personal en la dimensión comunitaria y colectiva.

Jia Zhang-ke rechaza abiertamente esa poca personalidad pavorosa que parece haber tomado posesión de las imágenes contemporáneas.

El cine de Jia, como el de Ford, bebe de la épica para desembocar en la lírica. Y en esas primeras películas, la emoción surgía de cómo se rozaban y superponían ambos registros, a base de un ritmo lento y envolvente materializado a su vez en planos fijos hipnóticos y movimientos de cámara cautivadores. Esta estética se fue perfeccionando hasta llegar a un par de obras maestras tituladas The World (2004) y Naturaleza muerta (2006), que pueden considerarse la cima de la primera manera de Jia Zhang-ke.

Mientras, entre largo y largo de ficción, Jia filmó varios documentales, la otra cara de su obra. Naturaleza muerta giraba en torno a la construcción de la gran presa de las Tres Gargantas, que a principios de este siglo alteró el curso del río Yangtsé y cambió la vida de los millones de personas que vivían en los alrededores. Pues bien, esta tirada de Jia para dejar constancia de la historia de su país centrándose en las consecuencias que las decisiones arbitrarias del poder tienen sobre la gente común se extendió, a partir de ese momento, a otras películas que se alejaban de la ficción para abordar la forma en que el pueblo chino asimilaba y sufría aquellos cambios mundo.

 

Fotograma del filme A la deriva, dirigido por Jia Zhang-ke. Cortesía de Atalante. X Stream Pictures.

Fotograma del filme A la deriva, dirigido por Jia Zhang-ke. Cortesía de Atalante. X Stream Pictures.

 

En esta línea de trabajo, Jia nunca ha distinguido entre cortos y largos y, en consecuencia con esta libertad de movimientos, también ha puesto repetidamente en entredicho la frontera que separa el documental de la ficción. Tanto en The World como en Naturaleza muerta , los actores o los escenarios daban cuerpo documental a una trama en los huesos, que apenas avanzaba, más centrada en describir y dar a ver que en narrar. Y, en cambio, películas que parecían claramente documentales, como Ciudad 24 (2008) o Historias de Shanghái (2010), terminaban utilizando los testimonios de las personas filmadas para construir un gran relato sobre la China contemporánea. Las trabajadoras de la fábrica que cierra en la primera de estas películas o los habitantes de Shanghai y sus experiencias en la segunda, desde el pasado mítico de la ciudad hasta su decadencia en el siglo XXI, son los verdaderos protagonistas de la Historia.

Una no forma

Más allá de los largos de ficción que Jia dirige a partir de la segunda década de este siglo, de Un toque de violencia (2013) en La ceniza es el blanco más puro (2018) pasando por Más allá de las montañas (2015), en los que experimenta con varios géneros sin terminar de centrarse en ninguna, es en A la donde se encuentra. Sin embargo, paradójicamente, esta forma es semejante a una no-forma. A la deriva podría ser la historia de dos amantes en China que va de los inicios de este siglo, con los Juegos Olímpicos de Pekín a modo de emblema, en los momentos inmediatamente posteriores a la pandemia de la covid, donde el país se topa de cara con todas sus contradicciones. Pero no se trata sólo de eso.

Jia utiliza filmaciones realizadas en varios años de su vida, y de la historia de su país –del 2001 al 2022–, no sólo como marco documental, sino también para dejar en evidencia la condición fugaz y volátil de la imagen, analógica o digital. Los rostros de ambos actores protagonistas también han sido registrados a lo largo de estos años, por lo que su envejecimiento se muestra en tiempo real. Y el choque entre las imágenes que dejan constancia de las distintas épocas históricas que atraviesa el filme y las que intentan dibujar una trama resulta, al final, altamente conmovedor: por un lado, asistimos a una historia de amor casi melodramática, con el paso del tiempo y el desgaste de los sentimientos como hilo conductor; por otro, el regreso de Jia a algunos de sus filmes anteriores, de nuevo con la toma de las Tres Gargantas como excusa, provoca que este relato deba enfrentarse a un magma documental que le perturba y lo convierte en otra cosa, no sabemos muy bien qué.

 

Como medio hacer

El resultado es un filme fascinante por indefinido y caótico, como si se preguntara por el estatuto de la imagen fílmica a estas alturas del siglo XXI y aún no encontrara respuesta. A la deriva , por tanto, es una película todavía en proyecto. Y que se muestre en ese estado, como medio hacer, es lo que la convierte en una de las más excitantes que he tenido ocasión de ver últimamente.

Carlos Losilla
Crítico de cine, autor de Flujos de la Melancolía y de Raoul Walsh (Cátedra, 2020).

 

 

 

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07 PM | 20 Jul

EL FILÓSOFO DE LAS VIRTUDES

El pasado 21 de mayo murió, a sus 96 años, el filósofo Alasdair MacIntyre, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX y uno de los que más me ha inspirado personalmente en la comprensión de la crisis moral contemporánea.

Nacido en Glasgow, enseñó filosofía en varias universidades británicas y emigró a Estados Unidos en 1969, donde desarrolló toda su carrera académica como profesor e investigador en filosofía moral y política. Su libro, Una breve historia de la ética , fue el manual que estuve recomendando a todos los alumnos de Ética que pasaron por mis clases. Aunque tenía un sesgo marcadamente anglosajón, era, con diferencia, la mejor introducción a las teorías filosóficas de la moral desde los griegos hasta el siglo XX: clara, completa y comprensible.

Pero el libro más conocido y comentado de MacIntyre fue After virtue ( Tras la virtud ), publicado en 1981 y traducido al castellano por la editorial Crítica. Se trata de un ensayo brillante y provocador que, como expresa a la perfección el título, es al mismo tiempo una constatación de la imposibilidad de hablar de virtudes (y de cultivarlas) en las sociedades contemporáneas, y una búsqueda del tipo de sociedad que puede fomentar un ethos virtuoso en las personas, como el presentado por Aristòtil un seguidor imprescindible.

La tesis que mantiene MacIntyre es difícilmente rebatible: desde la modernidad, el paso del mundo «tal y como es» al mundo «tal y como debería» falta de fundamento racional, cosa que no ocurría —o no era percibida como una deficiencia— ni en la filosofía antigua ni en la filosofía medieval, esclava de la teología.

Es por eso que la propuesta de una manera de ser virtuosa se hace impensable en el mundo contemporáneo; con el triunfo casi absoluto de la libertad individual, ha hecho inviable una concepción universal de «la vida buena». actuales, sería posible reencontrar el sentido de las virtudes morales.

MacIntyre realiza una adaptación de la ética de las virtudes aristotélica totalmente recuperable y necesaria para una época como la actual.

La apelación de MacIntyre a la comunidad le convirtió enseguida en una de las referencias del «comunitarismo» filosófico, una crítica radical al liberalismo político que gira en torno a un sujeto abstracto sin raíces morales –sin ethos– en las sociedades en las que vive. El comunitarismo centró durante varios años una polémica interesante entre los filósofos de la política más influyentes del siglo pasado, como Rawls, Habermas o Rorty. Cabe decir que la concreción sobre el tipo de comunidad que debería considerarse como alternativa de una política excesivamente liberal ha tenido expresiones poco estimulantes, empezando por la del propio MacIntyre, que pone la mirada en comunidades tan tradicionales y conservadoras como las órdenes religiosas.

MacIntyre se alinea entre los pensadores que consideran inviable el proyecto de una moral racional universal como fue la de Kant y los filósofos de la Ilustración. Pero en vez de adoptar una posición nihilista o estrictamente emotivista, al estilo de Nietzsche, hace una adaptación de la ética de las virtudes aristotélica totalmente recuperable y necesaria para una época como la actual que no llega a encontrar la manera de abordar y corregir, aunque sea parcialmente, la escisión entre la escisión entre la.

Uno de los últimos libros publicados por MacIntyre responde al título de Animales racionales dependientes , una especie de revisión desde la antropología filosófica de la concepción de nosotros mismos como seres autónomos y autosuficientes, concepción desmentida por la serie de crisis que nos están afectando en diversos aspectos, pero que especialmente nos están haciendo ver la fragilidad e interdependencia. Todo permite esperar que la obra de MacIntyre perdurará y, al menos, ayudará a pensar nuevas formas de vivir coherentes con los valores morales que teóricamente sustentan la vida en común.

VICTORIA CAMPS EN POLÍTICA-PROSA

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04 PM | 01 Jul

La sangre roja de los héroes

Amor bajo el espino blanco (2010) del director chino Zhang Yimou (Xi’an,1950)

¿Alguien puede creer en el amor absoluto? ¿Ese amor que es solo entrega y no pide nada a cambio, que siempre espera a que todo sea favorable, aunque el destino tenga su protagonismo e interfiera en su consumación? ¿Ese amor donde los amantes aun abrazándose en la distancia se sienten más unidos que nunca? ¡No sé! … Rilke escribió:»La búsqueda del absoluto debe ser el ideal de la existencia». En general, los humanos nos conformamos con encontrar a alguien que pueda querernos y no nos mienta.

Johnny «Guitar»(Sterling Hayden) le dice a Vienna (Joan Crawford) en la película dirigida por Nicolás Ray:
-Miénteme, dime que me quieres…
Esto es más real que el empeño en buscar ese ideal tan destructivo.

La Revolución Cultural y su contundente principio de realidad generó, entre 1966 y 1976, una disrupción en la sociedad china con medidas como la del traslado de jóvenes urbanos a las regiones rurales durante el movimiento «Envío al campo». Allí tenían que aprender los trabajos manuales, arar la tierra, cuidar de animales y sobre todo eliminar cualquier vestigio burgués, imponiendo el comunismo en todas las fases de su vida.
Zhang Yimou utiliza para el guion de su película, una novela de Ai Mi (pseudónimo), del mismo título, que denuncia lo descrito anteriormente. Es una historia de amor sobrecogedora, al parecer basada en un hecho real, en la que el espectador queda atrapado por la puesta en escena y la fuerza de sus jóvenes actores. Es verdad que Zhang Yimou no es demasiado grandilocuente y tiende a la sencillez en su relato, describiendo una secreta relación amorosa por una cuestión de enfrentamiento de clases dentro de la China comunista. La fuerza plástica de la fotografía (Zhao Xiaoding) ayuda a contar la historia sin que afecte a la brillantez de los personajes.
También hay una leyenda relativa al espino blanco:
¡Ah, ese árbol! Originariamente las flores eran blancas, pero durante la guerra contra
Japón innumerables jóvenes valientes fueron ejecutados debajo de él, y su sangre regó
la tierra en sus raíces. Desde aquella época las flores de este árbol comenzaron a
cambiar, y ahora son todas rojas 1 ”. Sus ramas y las hojas son ahora testigos también del amor puro y desinteresado entre la joven estudiante Jing Qiu (Zhou Dongyu) y el joven ingeniero Lao San (Shawn Dou) en la aldea donde se conocen y a donde prometen volver para ver, en primavera, la sangre de los héroes materializada en las flores rojas del espino.

Hay una triple coincidencia en lo que se refiere al color rojo que como un hilo sutil cose el relato: la pertenencia a la «Guardia Roja» de la joven protagonista para purgar con su
comportamiento ejemplar las actitudes “capitalistas” de sus padres, la palangana que tiene un dibujo del espino con sus flores rojas que les recuerda su promesa de volver donde se conocieron y en la que Lao San lava a su amante los pies para curarle las úlceras producidas por el trabajo y, finalmente, la tela roja que él regala a Jing Qiu para que se haga una chaqueta, que será importante en el desenlace de la película. Tal vez, sea solo eso: una coincidencia.

Sensibilidad emocional a chorros en esta película para que el trasfondo histórico, con las restricciones sobre la libertad de expresión y la vigilancia constante de el «Gran Hermano», no se imponga sobre la excelsa historia de amor secreto aceptado, al fin, por las extremas circunstancias. El director es recurrente en demostrar, mientras tanto, cómo la alegría y la espontaneidad de la juventud pueden resistir frente a la opresión, pero no contra el destino.
Una foto en blanco y negro de los protagonistas sonriendo es la última imagen que los espectadores ven de esta hermosa película.
A.H.
(1)Amor bajo el espino blanco de Ai Mi (pseudónimo) Edt. Suma. 2007.

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