05 PM | 19 Ago

¿Y SI LA IZQUIERDA HA MUERTO?

 

 

 

 

 

Un mal resultado en las pasadas elecciones europeas dio pie a muchas preguntas sobre el desconcierto de la izquierda, las preguntas existenciales agónicas son parte de la naturaleza misma de la izquierda. No así la derecha, ya gane o pierda nadie se pregunta por su presente o futuro pues descansa sobre la certeza absoluta de que existe y existirá; aún más, de que la derecha es la expresión de la realidad. La derecha es «la gente normal», «apolítica» y cree en el Derecho Natural. La derecha descansa en la metafísica, la izquierda teme ser una contingencia histórica.

Creo que hay motivos para preguntarse esta vez por la izquierda. El secretario del Partido Socialista Español afirmó que la izquierda había perdido las elecciones por incomparecencia. En ese caso, ¿dónde estaba? ¿De viaje? Pero desde entonces no ha reaparecido para decir «aquí estoy de vuelta». ¿Y si se ha muerto?

Hace unos meses escribía aquí que, muerto el comunismo, a lo que existía habría que dejar de llamarle capitalismo, pues el capitalismo como ideología antagónica a aquél también pereció y lo existente pasó a ser otra cosa. ¿Y si resulta que la izquierda también está muerta? ¿Y si nos hallamos en un estadio nuevo en el que la dialéctica entre izquierda y derecha ya no es real, es una fantasía? Al cabo, estamos dentro de una crisis que está transformando la economía mundial y nuestras vidas.
El pasado va dentro de nosotros, pero el siglo XX se cerró completamente con Gorbachov, un siglo que llevó a cabo el programa nacido en Europa en el XVIII y el XIX. La «globalización», siendo la continuación de lo anterior, es un periodo nuevo de nuestra civilización. Quizá sea ahora cuando alumbre algo nuevo el malestar expresado en las críticas a la modernidad desde el siglo XIX, sea desde el integrismo católico, desde las artes o desde la escuela crítica de la razón de Frankfurt. Nietzsche escribió para este tiempo. Izquierda y derecha no son mónadas atemporales, son creación social en un lugar, Europa, y un tiempo concreto, pongamos que la Revolución Francesa. Y son relativas una a otra. Durante el siglo XIX y parte del XX Europa hizo un gran esfuerzo ideológico para ocupar el espacio desalojado por la religión con ideologías que tenían que abarcarlo todo, desde la moral y la vida íntima, hasta la gestión del Estado y la economía. Pero derecha e izquierda se asentaron sobre la dinámica de la vida social, el conflicto entre inercia y fuerza, entre estatismo y movimiento, entre mantener el estado de cosas o cambiarlo. Entre realidad y deseo. Esa dinámica existirá siempre, pero en cada lugar y en cada momento adopta lenguajes, ideologías, programas distintos.Creo que no tiene mucho sentido seguir escudriñando nuestro alrededor en busca de una izquierda reconocible bajo el aspecto de socialdemocracia, revolución o cualquier otra forma histórica. Aunque me parece que es inevitable, necesitamos referencias, figuras, para reconocernos e identificarnos.
Se seguirá hablando de derecha e izquierda, pues aunque el tiempo histórico ha cambiado nuestras mentes necesitan saberse en un lado u otro. No nos basta afrontar cada dilema de modo particular y tomar posición en cada ocasión, necesitamos la doctrina y el grupo, pero no debiéramos exigir que esa tal izquierda se adapte a nuestra memoria generacional.
Creo que esa exigencia se le hace a la izquierda que hoy gobierna en España. Las políticas concretas de ese gobierno son mejores o peores, discutibles, mejorables, pero son un fruto de este tiempo; confrontarlas con las políticas del pasado no ilumina nada.
Bastantes de los males que le atribuimos a las izquierdas existentes son en realidad nuestras limitaciones. La izquierda está descalabrada en Europa porque los europeos no pretenden cambiar lo que hay, quieren detener el tiempo o volver a un pasado que les permitió veranear en Marbella, Mallorca, Cancún, Túnez, Eslovenia… Queremos organizaciones sindicales y políticas que nos garanticen que la vida va a ser como era antes, que nuestros puestos de trabajo no van a ser ocupados por inmigrantes a bajo precio, que nuestros productos no tengan que competir con las importaciones de otros productos fabricados con dumping… Menos los especuladores y la gran empresa, todos estamos afectados en nuestros intereses, nos está resultando muy difícil competir por los recursos y añoramos los marcos nacionales, pero nuestras muy comprensibles reclamaciones no son necesariamente de izquierdas.
Ya que necesitamos ficciones sociales seguramente sea necesario actualizar la izquierda a nuestro tiempo. Tendría que ser desde cada sociedad, convergiendo en una izquierda global. Pero una ficción, un argumento literario, se construye con uno o varios conflictos y con protagonistas. Los conflictos no es tan difícil localizarlos, pues igual que hay una izquierda que se imagina izquierda, también hay una derecha que se imagina derecha, y es muy activa. La derecha, con su ideología heredada, en la que finge creer, y su lista de intereses a defender, dibuja en hueco el programa de la izquierda.
En España, de trazar un programa de izquierdas se encarga esta derecha nacionalista, ultraconservadora, antisocial, autoritaria y defensora de privilegios heredados. Pero si la izquierda fuese meramente la respuesta al programa de la derecha se reduciría a una organización gremial de afectados por la derecha; si renace tendrá que hacerlo desde la gran tradición europea del Humanismo, pero abriéndose también a las corrientes humanizadoras que nacen en este nuestro mundo abierto.
Pues la melancolía, la imaginación de otra vida mejor y la crítica y el deseo de cambiar lo que parece injusto anidan en seres humanos de cualquier parte, no sólo en Europa.
Lo que no está tan claro es quiénes son los, las, protagonistas del argumento, dónde está el sujeto de la izquierda.
Los intelectuales que no se han pasado a la derecha están todavía perdidos buscando con su linterna, veremos si alumbran algo nuevo. Los trabajadores asalariados, representados por los sindicatos, lógicamente no pueden crear otro horizonte que no sea asegurar sus trabajos en peligro.
Y las generaciones jóvenes, que son los intérpretes del espíritu de su época, están atrapadas en una bolsa de irrealidad. Al negarles a los jóvenes hacerse adultos, mediante su reducción a peterpanes consumidores y negándoles un trabajo con perspectiva que les permita integrarse socialmente en el continuo de generaciones, los hemos encerrado en un limbo, un perpetuo presente sin futuro. Si Europa no tiene más izquierda es porque los europeos no la quieren.
  artículo de suso del toro en el diario el pais
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12 PM | 03 Ago

La soga y el caldero

 

 

 

 

 

 

 Cuando llamé al hermano de conejo para darle el pésame por la muerte de su hermano me embargó un sentimiento raro, sentí su muerte como si se tratara de un familiar cercano.No nos veiamos, excepto enalgunas ocasiones en el pueblo, pero los amigos de la infancia crean mucho vínculo afectivo.

Nos llamaban la soga y el caldero (el padre Samuel sobre todo) porque ibamos siempre juntos.No se quien sería la soga y quien el caldero pero cuando me echaron de clase por no se que bobada de aquellas el único que dijo: «si echas a félix yo tambien me voy» fué José Luis, y esa solidaridad no se olvida.

                                                 No había trampas ni hipocresias en mi dolor por su muerte, y no me pasa lo mismo con los que me cruzo a diario y nos decimos hola y adiós, o compartimos las mismas ideas.Será porque detecto rapidamente no tener las mismas ideas sobre las cosas cotidianas o porque veo el alfange siempre dispuesto a darte una puñalada (trasera por supuesto).

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12 PM | 03 Ago

Rafael Azcona

 

 

 

  

Nadie en el cine europeo ha dialogado como este guionista, eso se debe a que usaba el calzado adecuado. Logró el equilibrio perfecto entre la visión más tierna y desgraciada de la gente y su determinación fue inexorable hasta sus últimos días.Reproducimos el daguerrotipo de Manuel Vicent del diario El Pais.

 

Como muchos hombres enteros, que se definen por sus zapatos, Rafael Azcona los usaba muy resistentes, cómodos y apropiados para el barro, aunque los zapatos de Azcona eran de una marca especial: habían salido de fábrica preparados para no pisar ninguna mierda ni tener que meterse en charcos innecesarios. La calle, los bares, pensiones, fondas de estación, fiestas de pueblo, las bodas y entierros constituían su ruta natural, pero tampoco desdeñaba adentrarse en el laberinto de El Corte Inglés, adonde Azcona acudía a menudo, como quien va al acuario o al zoológico a estudiar el comportamiento de ciertos animales de clase media excitados ante un cúmulo de cacharros. Azcona tenía una mirada fotográfica y el oído extremadamente desarrollado para captar el sonido auténtico de las palabras que emite la gente subalterna cuando se mueve en su propio medio. Si nadie en el cine europeo ha dialogado como este guionista, eso se debe a que usaba los zapatos adecuados. Siempre miraba dónde ponía el pie. Tal vez esa lección la había aprendido una noche oscura en Ibiza cuando volvía a casa en bicicleta después de una fiesta y llevado por la emoción poética le dio por levantar los ojos hacia las constelaciones y se dio un batacazo. Una y no más. Había que dejar las estrellas en su sitio allá arriba y poner la metafísica al nivel de las hormigas.

La Roma de los años sesenta le enseñó que a este mundo se había venido simplemente a gozar de la vida y no a atormentarse

Rafael Azcona decía que la gran comedia en el cine italiano murió el día en que los guionistas se hicieron ricos y dejaron de ir en autobús. Dispuesto a no morir como creador, él despreció siempre el taxi e incluso el automóvil de los amigos que se ofrecían a llevarlo a casa a la salida del restaurante. Cuando a cada uno de los comensales el aparcacoches le acercaba el Audi, el Mercedes o el BMW, Azcona se despedía del grupo en la acera blandiendo con orgullo de resistente el bonobús de jubilado y se dirigía a la parada. En este sentido su determinación fue inexorable hasta sus últimos días. Parecía que le iba la vida con ello. Tal vez porque en su tiempo, en Logroño donde nació, los taxis se tomaban para cosas muy serias, casi siempre graves, por ejemplo, para ir a hacer testamento o para llevar a un familiar al hospital a operarse de vesícula o de algo peor.

Nunca contó un chiste, pero no decía nada que no fuera sorprendente y divertido. Nadie veía lo que él veía. Azcona tenía el don de convertir lo cotidiano en surrealista y por muy extraña que fuera su salida, al final llegabas a la conclusión de que tenía razón y que te acababa de mostrar el revés del espejo. Antes de volver a casa a pie o en autobús, en la sobremesa con los amigos, había desmitificado el amor, la patria, Dios, la iglesia, la política, el dinero, el ejército, los banqueros, los obispos, todo con ejemplos y datos concretos, inapelables, sin retórica alguna, sólo con la ayuda de un par de orujos. De ese río turbulento y embarrado que arrastra a personas, perros y enseres por la vida Azcona con su criba siempre sacaba una pepita de oro, que no era otra cosa que el placer de la carcajada. No tenía el gen de la envidia y le ponían muy nervioso los elogios. Enseguida cambiaba de conservación.

No creía en las grandes palabras. ¿El amor? El amor iguala al magnate y al fontanero. Si la doméstica desprecia al fontanero cuando va a una casa a desatascar el retrete su sufrimiento es idéntico al que experimenta el millonario si una modelo maravillosa lo desdeña. Y al revés. El placer sexual que procura la pasión amorosa nace de un calambre idéntico para ricos y pobres, porque si resulta que Bill Gates lo pasa mejor que uno cuando eyacula, habría que ir pensando en pegarse un tiro.

Rafael Azcona se quedó con las ganas de crear una asociación con todos los novios perjudicados por Frank Sinatra. Él veía que en un local a media luz los novios se acariciaban; de pronto sonaba la voz de Sinatra y las parejas se ponían tiernas, desprotegidas, a merced de su melodía y decidían casarse. Luego, una vez casados, volvían a poner el disco y ya no era lo mismo. Azcona creía que un buen abogado norteamericano le hubiera sacado una pasta al cantante, tan hormonal, por daños y perjuicios.

Un amor contrariado y el sueño de ser escritor lo trajo a Madrid. Después de velar las armas de la literatura en un peluche del café Gijón se empleó de contable en una carbonería; luego fue recepcionista en un hotel de mala muerte; vivió en una pensión de la plaza del Carmen especializada en opositores a Correos donde había una criada enana y una cocinera octogenaria. Un sastre le tomó medidas de su primer abrigo en una esquina de la Gran Vía y allí mismo le hacía las pruebas al aire libre durante varias semanas. El amor contrariado que había dejado en Logroño le propició los primeros versos que recitó en las justas del café Varela a cambio de que no le obligaran a consumir ni un café con leche y le dieran el agua gratis. Dormía la siesta en el Comercial con una servilleta tapándole la cara y pese a todo odiaba la bohemia. Mingote lo llevó a La Codorniz y Azcona un día rompió a escribir novelas de humor negro, con un talante personal que nunca perdió.

Pertenecía a la generación de los años cincuenta, en compañía de Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Fernández Santos. Eran escritores de vino tinto servido en vaso chato en los mostradores siempre mojados de las tabernas madrileñas. Después de pasar por La Codorniz, Rafael Azcona estaba destinado a alimentar el realismo social y sin llegar a exaltar la berza como estandarte, sus escritos se llenaron de gente de un costumbrismo de pensión, de funcionarios derrotados, de chicas llenas de amor melancólico, pero un día vino a rescatarlo Marco Ferreri y se lo llevó a Italia.

Antes, en la Ibiza de los años cincuenta, donde recaló junto con las primeras aves del paraíso, Azcona descubrió que allí bastaba con ponerse un foulard para que te admitieran en cualquier fiesta, pero la Roma de los años sesenta le enseñó que a este mundo se había venido simplemente a gozar de la vida y no a atormentarse, como sucedía en España. En Roma nadie hablaba del bien morir. Allí se educaba a la gente para vivir lo mejor posible. En cambio, durante años la enseñanza en España estaba encaminada a que uno fuera al cielo y el camino más recto era no haber disfrutado nada en este mundo y haber recibido la extremaución con la bendición apostólica.

Hay alimentos que son proteína pura, sin grasa, excipientes ni colorantes. Ése era Rafael Azcona, un tipo que había logrado ese equilibrio perfecto entre la visión más tierna y desgraciada de la gente, su despecho, su compasión y su inalterable rigor. Un día supimos que estaba gravemente enfermo. Con la muerte soplándole la nuca acudía a la cita con sus amigos en el restaurante. No perdió nunca su alegría descarnada. Y al final ejecutó su última obra maestra. La muerte es una cosa muy obscena y las pompas fúnebres una muestra macabra de mal gusto. Una voz nos comunicó que Azcona había muerto cuando ya estaba incinerado. Su ideal había sido morir lo más tarde posible, en perfecto estado de salud, en la cama, dormido, y sin ningún problema. Sin dar con su cadáver tres cuartos al pregonero. Llevó bien la corta enfermedad. El médico dijo que sólo le sobraron ocho días. Hasta ese momento en la cama estuvo escribiendo un guión que trataba de gente de la calle, tributable, anónima, feliz a ratos y siempre derrotada. Una historia más de sus criaturas.

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10 AM | 24 Jun

Estar en Babia

 

 

 

 

 

 La semana pasada estuvimos en Babia, una zona de León donde los reyes se escapaban para pasar pequeñas temporadas fuera de la corte.Tuvimos ocasión de volver a leer «La lentitud de los Bueyes» un poemario del 79 de Julio LLamazares, con  quien tuvimos ocasión de compartir  tertulia  en el Croché, aquellas que organizaba mi amigo Manolo ( él es mas amigo que yo de él, me suele decir). Alfonso estuvo muy atento al hecho de que nada trasciende la densa mansedumbre de ésta tarde…,Alicia retomó, después de una cabezadita, lo de «hay racimos de soledad en tus manos»…, Ana, después de su palomita se puso unas copas de tierra sobre la boca, Carmina se quedó sorprendida de mi éxito con la tabernera, Geñete quería a toda costa  Benedetti, Maiki buscaba la quietud dulce y torturada comparando con Alexandre, y mientras los demás dormían ,Marisol callaba , Mercedes, siempre complaciente con «mis inventos», me pedía nuevamente que … Yo no recuerdo sino el sabor de la duda como un alud de fresas sobre las blandas escamas de mi boca.

He olvidado el lugar donde las nieves más azules consiguen resistirse
a su abandono.

He olvidado ya hace tiempo la dócil lentitud de los molinos.

Mucho antes de la hora de los vagabundos, y a través de arboledas heladas,
caminé largamente hacia la mansedumbre. Busqué los prados donde pastan
los bueyes más antiguos.

Rocas más amarillas que el silencio puse sobre mi incertidumbre.
Rocas más dilatadas que algodón.

Y no quedó otra cosa que la duda fluyendo dulcemente, como nata derretida.

Yo no sé si, después de la muerte, alguien vendrá a dormirme con leyendas
aprendidas en lugares lejanos.

Yo no sé si el aguacero de la nada apagará los hornos de la mendicidad.

Pero es seguro que palabras absolutas, más absolutas que vasijas de aceite
derramadas, me estarán esperando al otro lado del olvido.

Y entre esas voces acuñadas sobre moldes de arcilla y certidumbre,
mi voz sonará extraña como tomillo arraigado en las cuestas del amor.

Mi voz será como un paréntesis de duda.

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