02 PM | 19 Ene

EL GUSTO POR LA BELLEZA

   

 

 

Si pregunto lo que valen una cubiertas Michelín para colocar en mi coche, visito Clermont-Ferrad sin parar  de mirar al cielo para que caiga una nevada, me empeño en pasear por las playas de Biarritz y me embobo hasta perder un fotómetro con el que estaba intentando medir la luz, miro sin parar el cielo cada vez que estoy en un atardecer cerca del mar, y no pararé hasta veranear un año en Saint Malo, y además Mozart me acompaña en mis momentos mas íntimos, es desde luego por culpa de Rohmer.

 No solamente a mí me ha trasmitido el gusto por la belleza, también fue capaz de regalárselo a todos lo que fui capaz de reunir en la proyección de  Le genou de clair”, allí estaban, entre otros, Diego con Alex que no han parado de recordármelo .Rohmer siempre me pareció que nos contaba historias lineales que pasaban en el presente, su universo funcionaba con una construcción y un dominio extraordinarios del mundo real, parecía que estábamos “allí. Una de las cosas que mas me han gustado era la composición de los colores, son incalculables la cantidad de “kodacrome” que he gastado para algún día hacer una composición parecida, y debo decir que nunca lo he conseguido. Será que estoy obsesionado (como me machacan desde cerca) pero cuando estoy en un viñedo no puedo por menos que recordar a Isabell y Magali.

 

   
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11 AM | 21 Dic

Cuando el amor se queda escaso

 

 

 

 

 

Cuando el amor se queda escaso
y un solo cristal
separa mi cara de otras caras,
salvando entonces suciedades alternas
de un invierno
y otro invierno,
de un día y otro,
vuelvo a tener en mi mano
la sensación antigua
de estar lejos, única,
sin cordón alguno
ligado a la memoria de alguien,
al recuerdo de alguien,
sin oportunidad de acabar
o de empezar nueva,
sin poder hacer nada
o, tal vez,
contemplar un cristal
que separa mi cara de otras caras,
un tiempo de otros tiempos.

 

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05 PM | 13 Dic

Utopía realizable: oxímoron y paradoja

El conocido slogan otro mundo es posible no es sólo una frase recuperadora del espíritu de la utopía. Es también expresión de una convicción: la del llamado movimiento de movimientos, o movimiento altermundialista, en el sentido de que hay propuestas alternativas realizables. A poco que se entre en el análisis de todas esas propuestas se verá que, en su heterogeneidad, enlazan con lo que fue el ideario socialista en el siglo pasado. Basta con pensar a este respecto en las aportaciones teóricas de algunas de las personas que más han influido en el desarrollo de la conciencia de los militantes y organizaciones que componen el movimiento, desde el subcomandante Marcos a Noam Chomsky y desde I.Wallernstein a Toni Negri, pasando por Ignacio Ramonet, Tarso Genro, Raul Pont, Susan George, Walden Bello, Hazen Henderson, José Bové o Rafael Alegría. El tono general, socialista, libertario y antiautoritario, de buena parte del movimiento de movimientos, fue inteligentemente captado por Marcos al proponer una figura de la retórica clásica, el oxímoron, nada menos que como próximo programa del mismo. La idea de que el oxímoron sea el próximo programa del movimiento es, claro está, una ironía. Oxímoron viene de oxus (afilado, agudo, penetrante) y moros (tonto, idiota) y es el nombre de una figura literaria consistente en aplicar a una palabra un epíteto que la contradice o parece contradecirla (así:  luz oscura, instante eterno,  silencio ensordecedor, espontaneidad calculada, crecimiento negativo, injusta justicia, etc.). En un mundo ultracapitalista o posmoderno, que ha visto ya cómo todas las grandes palabras del lenguaje político iban siendo deshonradas por la Compañía del Gran Poder (en Occidente y en Oriente, en el Norte y en el Sur) y que ha llegado a identificar «inteligencia» con «espionaje», el uso del oxímoron, sobre todo en un ámbito que podríamos llamar prepolítico, alude a la necesidad de usar expresiones sutiles e irónicas que, a primera vista, pudieran parecer tonterías, pero que no lo son, como no lo fue en otros tiempos el erasmiano elogio de la locura. Al final de la modernidad como al principio de la modernidad, pues: la utopía socialista juega con la ironía. Cierto: el tiempo y los desastres de lo que ha navegado durante décadas con el nombre de socialismo no han sido en balde. De eso sabían ya mucho Karl Kraus, Bertolt Brecht, Guy Debord y los situacionistas del 68. Y aquel Alexander Zinoviev que escribía Cumbres abismales. Y tal vez mejor que nadie la poeta polaca Wistawa Szymborska, quien, en un poema titulado precisamente «Utopía», caracterizaba ésta como isla en la que todo se aclara, donde cuanto más denso se hace el bosque más amplio aparece el Valle de la Evidencia; una isla que, a pesar de sus encantos, está desierta y de la que sólo se sale para hundirse irremediablemente en el abismo. La experiencia de un socialismo que pretendió dejar atrás para siempre la utopía y se convirtió él mismo en «mala utopía» es una evidencia que hay que tener en cuenta cuando hoy se repropone la utopía socialista. La otra evidencia es que estamos en una época ultracapitalista en la que el pensamiento de los que mandan se quiere único y en la que vuelve a imponerse el poder desnudo. Si se juntan las dos cosas se entiende por qué hasta la utopía socialista del momento, cuando se hace irónica y adopta el oxímoron (que ha sido una figura característica de la poesía amorosa y mística), tiende a tomar la forma de la parodia, de la sátira, del sarcasmo que hace mella. La reflexión de Marcos recoge una de las preocupaciones pre-políticas latentes en muchas personas activas en el movimiento altermundialista: volver a dar a las palabras su capacidad de nombrar con verdad. Y lo hace por el procedimiento de retorcer el discurso dominante para darle la vuelta como si de un calcetín se tratase. El oxímoron de Marcos es que los que mandan ahora nos están haciendo vivir una «globalización fragmentada». Y el programa que se esboza desde ahí enlaza con una vieja aspiración del socialismo: hacer la globalización verdaderamente global y cambiar su signo. El oxímoron sirve para mostrar que el capitalismo, en su fase actual, neoliberal, se contradice a sí mismo cuando afirma la globalización, lleva en su seno la serpiente de la contradicción. Eadem sed aliter. Así la utopía vuelve a empezar.                                                                        II Pero, aun aceptando que la utopía vuelve y que el uso del oxímoron es un buen procedimiento para hacer estallar las contradicciones del sistema y abrir los ojos de quienes siguen pensando en la posibilidad de cambiar el mundo de base, no todos los que dan su apoyo al movimiento altermundialista están de acuerdo en que utopía sea hoy la palabra adecuada para expresar ese anhelo. Pues ya las expresiones utopía realizable o utopía concreta, que son las que suelen emplearse mayormente (siguiendo a Marcuse o a Bloch) suenan también a paradoja. Por eso tiene interés, me parece, prestar atención a lo que se ha dicho sobre esto en el Foro Social Mundial. Con ello trato de responder también a la prgunta que nos hacia Toni Domenechdurante la presentación en Barcelona de Utopías e ilusiones naturales. Porto Alegre, 29 de enero de 2005. El debate titulado “Quijotes hoy: utopía y política”, organizado por el FSM, reunió en una mesa a Federico Mayor Zaragoza (ex director general de la UNESCO), Ignacio Ramonet, de Le Monde Diplomatique, el escritor uruguayo Eduardo Galeano y José Saramago (premio Nobel de literatura de 1998) ante varios miles de personas vinculadas al movimiento alterglobalizador. Como se podía esperar por el título del debate, utopía y quijotismo fueron de la mano en todas las intervenciones. Mayor Zaragoza, Ramonet y Galeano hicieron un canto a la utopía positiva que representa el movimiento de movimientos frente a la globalización neoliberal. Pero Saramago expresó una opinión disidente. Dijo que el concepto de utopía resulta hoy profundamente inútil y que acaso ya lo era cuando Tomás Moro publicó su célebre obra. En su opinión, la palabra “utopía” no significa rigurosamente nada. El debate estaba abierto. Y no deja de ser curioso observar que en este caso la discusión suscitada por Saramago sobre el concepto y la palabra se cerró, al menos momentáneamente, con citas y ejemplos literarios. Galeano propuso tres: León Felipe (“la hora en que Aldonza Lorenzo se convierte en Dulcinea”); Bernard Shaw, cuando dice: “Hay quienes observan la realidad tal cual es y se preguntan ¿por qué?; y hay quienes la observan como jamás ha sido y se preguntan ¿por qué no?”; y Fernando Birri, cineasta argentino, quien a la pregunta ¿para qué sirve la utopía?, responde así: “La utopía está en el horizonte y luego de que camino diez pasos está diez pasos más allá; camino veinte pasos y está aún más lejos; y por más que camine no la alcanzaré jamás. Pero para eso sirven las utopías: para caminar”. Nótese que las tres personas mencionadas por Galeano (León Felipe, Bernard Shaw y Fernando Birri), tienen que ver con la dimensión estética y que se expresan a favor de la utopía metafóricamente. No hay duda de que la persistencia de la utopía en nuestra época está vinculada a esa dimensión. No sólo a la literaria o a la cinematografía. Las manifestaciones artísticas actuales que reivindican el valor de la utopía son muy numerosas. Pero propondré aquí una mediación. Podríamos suscribir lo que dice Galeano al respecto y aceptar todavía el punto de vista de Saramago cuando afirma que, en términos políticos o político-sociales, la palabra utopía ya no significa absolutamente nada e incluso cuando sugiere (tal vez acordándose de la otra corriente del pensamiento político moderno, la que tiene su inicio en Nicolás Maquiavelo) que tal vez la utopía ya era inútil cuando Thomas More publicó su obra. No hay que despreciar un punto de vista así, sobre todo cuando se comparte el fin social. Pues, al fin y al cabo, como ha mostrado Toni,  ha habido pensadores importantes, sobre todo desde el siglo XIX, que compartiendo el fin (o el sueño) de los utópicos han criticado precisamente la forma utopía. Y los hay ahora que proponen nuevas palabras para el viejo concepto o al menos calificar el sustantivo convenientemente. Si se acepta el reto de Saramago, lo que se impone de nuevo es el debate sobre el fundamento de la utopía. Peter Sloterdijk reconocía no hace mucho que la utopía sigue ahí y, después de recordar a Bloch, se preguntaba qué significado tiene en nuestros días esa persistencia. Para él, la utopía sigue teniendo una función autohipnótica, a través de la cual el individuo reencuentra una fuerza motivadora universal; pero como también la utopía ha perdido su inocencia, el utópico se fabrica con ella una especie de inconsciente artificial que le permite motivarse. Sería, pues, en nuestras sociedades, la otra cara de la búsqueda o la caza del éxito: el sueño de los perdedores. Sólo que, una vez superados el angelismo y la esquizofrenia de las utopías que produjo la época del Gran Rechazo, lo que cumple, según Sloterdijk, es aceptar desde ahora dejar constituirnos por la realidad, permitir que la realidad  “nos haga un hijo por la espalda”. De la vieja utopía lo salvable, si algo queda, sería, pues, la ironía, las diversas modalidades del humor. La reivindicación de la ironía, la parodia y la sátira es un punto compartido. Lo hacen suyo quienes sólo ven en la persistencia de la utopía la función hipnótica o autohipnótica, aquellos que subrayan la dimensión estética de la utopía contemporánea y aquellos otros que van a la búsqueda de una fundamentación ontológica o filosófica de la utopía. Ahí, pues, no hay problema. Pero Fredrick Jameson, tras las huellas de Adorno, ha subrayado hace poco otro punto a tener en cuenta: la importancia de la vía negativa para captar el momento de verdad que hay en las utopías del ascetismo y del placer. El recorrido a través de la ciencia-ficción contemporánea mostraría precisamente, por esta vía, la importancia de las lecciones de la adicción y la sexualidad, de manera que una auténtica confrontación con la utopía ahora exige integrar estas inquietudes para rebasar el ámbito del puro experimento mental que, en su opinión, es lo que ha hecho política y existencialmente inoperantes las utopías del pasado. Por su parte, Miguel Abensour, que es quien más está insistiendo actualmente en el fundamento ontológico de la utopía, ha llamado la atención sobre un tercer rasgo que tampoco se puede olvidar: el heroísmo del espíritu. Abensour, que se inspira sobre todo en Levinas, cree que hay que pensar la utopía de manera transhistórica, es decir, como algo que no depende de los buenos o malos tiempos que vivimos, sino que está inscrito en la condición humana. El pensamiento utópico sería para los humanos una especie de aprendizaje a través del cual se logra un sexto sentido. Lo cual no implica que la utopía tenga que descansar necesariamente en una visión positiva del ser humano. La aspiración a la utopía y su persistencia no guardan relación directa con el optimismo o el pesimismo, que son estados de ánimo, sino que están vinculadas precisamente a este heroísmo del espíritu que nos incita a luchar contra el cansancio y contra la catástrofe. La utopía sería, pues, la derivación hacia el futuro del “nunca más”, una derivación que hereda los rasgos del sufrimiento de las generaciones anteriores y, con ello, también su fragilidad. No hay utopía triunfante. Ahí se cierra el círculo del oxímoron y la paradoja. ¿Si no hay utopía triunfante puede haber utopía realizable? Al llegar ahí, y a la hora de seguir defendiendo el valor de la utopía,  William Morris ayuda. Dice: ”Examiné todas estas cosas, y cómo los hombres luchan y pierdan la batalla, y cómo aquello por lo cual habían luchado se logra a pesar de su derrota, y cómo, cuando esto llega, resulta ser diferente de aquello que se proponían, y cómo otros hombres han de luchar por aquello que ellos se proponían alcanzar bajo otro nombre”. Cinta continua, por tanto. La pérdida de la inocencia no elimina la vigencia de la utopía. Ni la elimina tampoco la visión pesimista y desencantada del mundo presente, derivada, en parte, del reconocimiento de las derrotas del proyecto socialista. Lo que aquella pérdida y este reconocimiento implican es que hay que cambiar de lenguaje y de tono. Se puede soñar con un mundo en el que las palabras significan lo que dicen y entonces, hablando con precisión, Saramago tendría razón; pero se puede centrar la tarea en buscar nuevas palabras para recuperar el viejo concepto. Esto, o sea, la necesidad de cambiar de lenguaje y de tono, particularmente y sobre todo en la comunicación intergeneracional, es algo que ha visto muy bien John Berger cuando proclamaba la recuperación del nihilismo positivo de aquel gran poeta y pensador que fue Giacomo Leopardi. Utopía sin inocencia implicaría, sí, una rectificación del optimismo histórico que acompañó al proyecto socialista. Pero no de todo optimismo; no necesariamente del optimismo de la voluntad, de las ilusiones naturales. Es como si el Marx tardío se hubiera puesto a leer a Hölderlin y a Leopardi. Y si Morris cerraba en su época el círculo del oxímoron y la paradoja haciéndonos pensar en espiral, Berger lo hace subrayando una de las pocas cosas que, al parecer, impide a los humanos llegar al pesimismo absoluto, al nihilismo sin más: la  conciencia de lo que significan para la especie los procesos productivos. Lo ha dicho así (y yo lo comparto):                     

En cuanto uno se mete en un proceso productivo, por limitado que éste sea, el pesimismo total se vuelve improbable. Esto no tiene nada que ver con la dignidad del trabajo o con cualquier otro disparate de este tipo: con lo que tiene que ver es con la naturaleza de la energía física y psíquica de los seres humanos. El empleo de esta energía genera la necesidad de alimentos, sueño y breves momentos de respiro […] El acto de participar en la producción del mundo crea la perspectiva imaginativa de una producción potencial y más deseada.

Francisco Fernández Buey es catedrático de Filosofía Moral en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y autor del libro Utopía e ilusiones naturales

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05 PM | 13 Dic

EL JARDIN DE LAS CARMELITAS

CARTA ABIERTA A LOS ANTIGUOS ALUMNOS DEL COLEGIO HERMANAS CARMELITAS 

 En el último pleno municipal,  sin que muchos de vosotros tengáis noticias al respecto, pues ya se encargan de que nos enteremos lo menos posible, se aprobó la construcción de viviendas (siempre dicen sociales que es un noble propósito donde los haya) en el jardín de nuestro querido colegio. Yo que  procedo de la Plazoleta de Santiago, tengo en mi memoria   el recuerdo de que el nuevo espacio fue un donativo  que  nunca ninguno pensamos que con el tiempo se iba a destruir con el ladrillo. Los argumentos afectivos son muchos, desde el recuerdo a la Hermana Francisca, que me enseñó a leer,  los partidos de futbol en el campito pequeño, el esfuerzo de Las Hermanas Pilar e Isabel en el nocturno…, eso para mi sería suficiente, pero tenemos que tener muchos más, pues ¿vamos  dejar sin casa a 35 jóvenes del pueblo?

Y lo primero que tenemos que dejarle claro a Gonzalo Cuesta y al Alcalde es que según El Instituto de Estadística la franja de edad de 35 años hasta el 2017 si sitúa en 315 por lo que con estas viviendas solo se soluciona en el mejor de los casos un 1º de la población juvenil .Estamos todos abogando por un nuevo modelo basado en parámetros distintos y propugnando un cambio del modelo del mercado inmobiliario .En un informe de la  Fundación Española de Economía Aplicada, y que ha puesto a nuestra disposición nuestro amigo Pedro, se nos ofrecen  ideas interesantes:

Durante el periodo 2000 a 2007, según los datos que aparecen en el Instituto de Estadística de la Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento de San Lorenzo concedió 591 licencias Municipales de Obra para Edificios Residenciales que se concretaban en 3.111 viviendas, con una superficie total de 274.819 m2.

El número de transacciones inmobiliarias de vivienda nueva en San Lorenzo de El Escorial que facilita el Ministerio de la Vivienda durante el periodo 2004-2008, los grandes años del boom, fue de 564. Suponiendo, que es mucho suponer, que en el periodo anterior, 2000-2004, se vendiese una cantidad similar, el total de transacciones alcanzaría el número de 1.128 viviendas vendidas de las construidas. Es decir, habría más de 1.800 sin vender. Si sumamos a éstas las 1.400 viviendas vacías que el INE admite en su censo de 2001 (último año realizado) superamos las 3.000. Todas coinciden con nuestra percepción de que hay mucho cartel de “Se Vende”, es decir, que se ha construido ya bastante para futuras generaciones. En un estudio del Ministerio de la Vivienda se cifra en 600.000 la cantidad de casas sin vender en toda España. Otros estudios elevan esta cifra a 800.000 e incluso a 1.500.000.

Además, las unidades catastrales censadas en San Lorenzo han pasado de8.500 viviendas aproximadamente del año 2000 a las 11.500 aproximadamente del año 2007. Obsérvese que este incremento coincide con el número de viviendas construidas. Es decir, que con la mitad de las viviendas disponibles San Lorenzo ha sido capaz de absorber un crecimiento de la población de 8.000 habitantes (una media de 3,5 habitantes por vivienda es un estándar). Por tanto, con las 3.000 que hay por vender, ocupar o rehabilitar hay más que de sobra para los próximos 10-15 años, o muchos más años si tenemos en cuenta el crecimiento poblacional previsto, que sitúa a San Lorenzo en 2017 en los 20.500 habitantes.

En conclusión, tan encomiable labor social propuesta por el Consistorio en esta Modificación Puntual no Substancial, no es más que una medida demagógica.

Por otro lado nos preguntamos con relación al precio ¿tan social es la medida? El valor catastral, es decir, el precio mínimo de mercado que calcula el Ayuntamiento, en su Avance, para las VPO, es de 2.453 €/m2. El valor catastral aplicado por el Ayuntamiento para la construcción libre es de 2.600 €/m2, es decir, casi el mismo.

Yo le pido al Ayuntamiento que, siguiendo los consejos, que posiblemente derive en Ley estatal, se adapte a la nueva reorganización de la financiación de las haciendas locales, y siga las recomendaciones que empiezan a lanzarse desde el gobierno central y elabore una estadística fiable de casas vacías y rehabilitables. Medios para hacerlo no le faltan. Aunque a lo mejor no le interesa porque se le viene abajo el montaje.

 

¿Qué se esconde entonces detrás de todo esto? ¿Tienen algo que ver los más de 3 millones que el Ayuntamiento piensa recaudar, vía IBI, como consecuencia de las recalificaciones?

 Amigos del colegio carmelitas, yo se que somos muchos lo que no queremos que nuestra memoria se borre con unas edificaciones que solo beneficiaran a unos pocos, pongamos todos de nuestra parte e impidamos que las viviendas se construyan en nuestro jardín.

 

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01 PM | 06 Dic

El Pentateuco de Isaac

‘El Pentateuco de Isaac’

Angel Wagenstein

LIBROS DEL ASTEROIDE 

«Sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias», así reza el subtítulo de esta novela en la que Wagenstein relata el periplo de un sastre judío de Galitzia (antiguo territorio del Imperio Austrohúngaro, actualmente dividido entre Polonia y Ucrania) durante la primera mitad del siglo XX.

Debido a los avatares políticos acaecidos en la Europa de la época, Blumenfeld, que nace siendo súbdito del Imperio Austrohúngaro, termina siendo austriaco no sin antes haber sido ciudadano de Polonia, la URSS y el Tercer Reich.

Protegido de los caprichos de la historia por su humor, Isaac cuenta su paso por el ejército imperial y distintos campos de concentración con humor e ironía, diluyendo el evidente fondo trágico de su historia y convirtiéndola en un relato divertido y lúcido de las convulsiones que sacudieron Europa durante el siglo XX.

Tras una prestigiosa trayectoria como cineasta, Angel Wagenstein inició su carrera literaria a los setenta años con esta novela; desde entonces ha afianzado su prestigio en buena parte de Europa con numerosos galardones.

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Nuestro taller de sastrería Mode Parisienne se encontraba en la calle Mayor o, mejor dicho, casi en la única calle de nuestro Kolodetz,* miasteczko** en polaco y shtetl para nosotros. No teníamos escaparate, sino ventanas bajas con recortes de revistas parisinas y vienesas pegados en los cristales. Se podían ver en éstos caballeros elegantísimos con frac y preciosas damas vienesas vestidas de rosa; pero que yo recuerde, jamás se hizo en nuestro taller ningún frac ni tampoco vestido rosa alguno. Mi padre sobre todo arreglaba viejos abrigos desgastados dándoles la vuelta y se alegraba como un niño cuando en las pruebas ante el espejo la prenda, a la que había vuelto del revés por segunda vez, lucía como nueva. Al menos esto afirmaba él con los labios apretados, sosteniendo una cantidad prodigiosa de alfileres. Era un buen sastre y aquí cabe contar su anécdota predilecta de cuando le cosió un uniforme rojo a un dragón de la Guardia de Su Majestad (yo, particularmente, jamás he visto a ningún dragón en nuestro pueblo). El cliente quedó muy contento al verse en el espejo, pero dijo: «Lo único que no entiendo es por qué necesitaste todo un mes para hacer un uniforme normal y corriente, si vuestro Dios judío hizo el mundo en tan sólo seis días». A lo cual le contestó mi padre: «Pues, mire usted, señor oficial, la chapuza que le salió y sin embargo, ¡fíjese en este precioso uniforme!». Si he de darte mi opinión, no creo que esto fuera verdad.

Por aquel entonces tenía yo dieciocho años, ayudaba a mi padre en el taller, en las fiestas y las bodas tocaba cancioncillas judías con mi violín y todos los domingos les leía a los niños de la escuela de la sinagoga, o dicho a nuestro modo, en la Beit ha-Midrás, capítulos escogidos del Tanach, el Pentateuco. Y como quien dice, la lectura me salía del corazón, leía con mucho sentimiento. Sin embargo, el violín no se me daba tan bien, no era yo ningún Kogan. Practicaba el violín con el bueno de Eliezer Pinkus, mi viejo maestro, que en paz descanse. Era un hombre sorprendentemente delicado y suave en el trato, pero un día ya no pudo más y le dijo a mi padre: «Perdone usted y no se me ofenda, por favor, pero su Itzik no tiene buen oído». «¿Y qué falta le hace?», repuso molesto mi padre. «¡Él no va a oír la música, sino a tocarla!». Tenía razón mi progenitor. Ahora sé tocar más o menos, pero sigo torturando el violín que me regaló mi tío Jaím en mi decimotercer cumpleaños, mi bar-misvá, o sea, la fiesta con motivo de mi ingreso en la mayoría de edad religiosa.

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